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España España · Madrid
Críticas de mato
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Críticas 94
Críticas ordenadas por utilidad
9
27 de enero de 2010
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como tantas veces ha demostrado el arte, la utopía puede ser un viaje hacia el abismo. Pero no sólo lo ha demostrado el cine y la literatura, también lo ha demostrado la historia. Lo demuestra esta historia.
En una historia que sólo podría ser ficción, la agarradera que te mantiene atado a la verosimilitud es el diario de Fray Gaspar de Carvajal. Son tantas las veces que la incredulidad asoma en la trama, que no puedes dejar de pensar en el manido tópico de "la realidad supera a la ficción".
Por ello, para afrontar el peligro de una historia más grande de la vida, Herzog elige la extrema fidelidad al diario. Esa fidelidad le lleva a sumergirte en el universo de estos buscadores de nada, y lograr que te metas en la montaña, en la jungla, en las moscas, en el silencio, en el espejismo. Te mete tanto que llega a hipnotizarte, sientes la naturaleza, sientes el cansancio, sientes el hambre, sientes la decepción. Así, al llegar el delirio final, comprendes todo lo que han vivido, comprendes cómo han elegido morir buscando a vivir volviendo. Comprendes cómo el miedo puede más que la razón, cómo el ansia lleva más lejos que la supervivencia.
Y para contarlo, Werner Herzog se embarcó en un viaje que poco tiene que envidiar en utopía al de Lope de Aguirre. Su empeño no llegó sólo a lograr hacerla. Eso fue un hito en sí mismo. Pero lo que rayó el milagro es que encima sorprendiera por su fuerza, por su innovación. La novedad no sólo está en su ritmo lento y de imágenes abigarradas. La novedad no está sólo en esa neblina que todo lo envuelve al inicio y que como un telón se levanta. La novedad no está en las interpretaciones teatrales que meten la irrealidad final en la realidad vivida. La novedad está en una atmósfera malsana, que te hace vivir realmente cuatro siglos atrás esa historia más grande que la vida.
La novedad es que logra que por una vez la utopía se haga realidad. Que se sortee el abismo, y la utopía se haga historia.
mato
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8
19 de julio de 2010
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre he creído que el hijo de García Márquez es mucho mejor que su padre. Mucho más sensible, mucho menos cursi, mucho más depurado, mucho menos exhibicionista.
Lo ha demostrado en los 3 largos que ha estrenado en España. Si Cosas que diría con sólo mirarla y 9 vidas, transmitían su amor e intento de comprensión de las mujeres a través de cortometrajes tan potentes y aislados como vertebrados, Madres e hijas es su primer salto a la narración convencional.
Y es salto, pero menos. Porque los mismos personajes que poblaban sus cortos aparecen en el drama. La misma idea central que se bifurcaba en varias sigue apareciendo aquí. La diferencia es que aquí sí hay unidad de historia, sí hay un hilo común argumental que une a las diferentes historias. Ese hilo es la sangre y es el tiempo, ese hilo es la relación materno-filial que nace de los genes o de la compañía.
Así, el conflicto adopción-legado-educación explota en 3 madres que no lo son, se desarrolla en sus diferentes vertientes, alcanza un grado de profundidad que nos lleva más a vivir sus vidas que a plantearnos preguntas. Más a sentir sus emociones que a replantearnos nuestra realidad.
Para ello se sirve de retratos femeninos tan acerados como los de sus cortos, de vidas tan apasionantes como la de Naomi Watts, uno de esos personajes nacidos para quedarse. Es ella y su relación con un sublime Samuel L. Jackson quienes llevan la película a los terrenos de la perdurabilidad. Su imposible relación es una de las cotas mejores en lo que va de año.
Por eso al bajar de ella para aterrizar en la coherencia de la historia y de los personajes, en la unión de esas 3 madres aparece un desenlace necesario, pero insuficiente para el grandísimo cine que hasta entonces hemos visto.
Un cine en el que el plano-secuencia sólo llega en el último plano. Un cine en el que el montaje y la planificación se dan la mano de una forma tan precisa que cada elipsis genera intriga y metáfora, cada corte es sereno y elegante, cada fin es un comienzo.
Un comienzo libre de emociones, germen de nueva vida. Ya sea por los genes, ya sea por la compañía.
mato
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10
8 de octubre de 2009
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta mañana en mi ascensor, se han encontrado un señor mayor con una madre y su bebé. Tras quedarse mirándolo fijamente durante un rato, el anciano no ha podido evitar decir: "¡Qué felices son!". Tras sonreír de forma agria, ha añadido "Que aproveche ahora".
De eso va la peli de ayer. De la necesidad que tenemos de volver a los orígenes para ser felices. De lo que definiría Camus como "lo duro que es llegar a ser un hombre".
Quizás no vaya sólo de esto, quizás vaya de muchas más cosas, pero al asistir a esa escena esta mañana en mi ascensor, es el recuerdo que me ha levantado. Todos sus personajes quieren volver a su infancia, quieren volver al punto donde nacen, tienen que volver a la familia. Pueden hacerse más daño cuanto más poder tengan, pueden entrar y salir de la Zona Negativa, pero unos tienden a ella (Elijah Wood) y los más necesitan volver a la familia como punto donde ser niños, donde refugiarse, donde encontrar la protección de la placenta.
Sobre este cordón umbilical, teje Ang Lee una metáfora de la pérdida de valores a la que asistimos al crecer, de la extrema soledad que propone una sociedad abocada a que en la interacción ésta no haga sino aumentarse. Las reflexiones de Lee no pueden ser más pesimistas, la realidad en la que las presenta no puede ser más real. Sus conflictos parecen ser los eternos entre hijos y padres, su enfrentamiento con las mentiras del mundo (Nixon) es el del que descubre que todo era más bonito cuando se veía de lejos, cuando te acercabas a ello.
Para conseguirlo, el binomio de Lee y su guionista-productor Schamus recurren a tratar de acercarnos un mundo tan pesimista mediante una voz en off con la que encontrar empatía, una selección de actores que puedan caer bien aunque los personajes tiendan a caernos mal, unas imágenes tan idílicas como tristes, una metáfora continua en el agua que se vuelve hielo para luego volver a ser agua, en una serie de comportamientos infantiles que nos recuerden lo que fuimos y lo que anhelamos volver a ser. Toda esa mezcla la agita mediante un montaje soberbio que acorta las escenas hasta el límite sin reducir su significado, mediante una música que encuentra la poesía en la tristeza, mediante una fotografía fría que logra que los momentos cálidos se queden en nuestra retina.
Con todo ello, el binomio logra que entendamos cómo los personajes sufren al enfrentarse con el entorno, sufren al crecer, sufren al enfrentarse a sí mismos. Y en ese enfrentamiento, quieren volver a ser niños. Quieren volver a jugar en piscinas vacías, quieren volver a ser llevados a hombros por su padre, quieren volver a dormir en posición fetal, quieren volver a estar rodeados de un agua que no esté helada.
mato
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6
5 de diciembre de 2008
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La suerte dormida mostró al mundo a una directora totalmente coherente con su condición de guionista artesana. A pesar de sumergirse habitualmente en la escritura de proyectos de encargo, en todas las obras de la hija de José María González-Sinde sobresale una búsqueda de la dignidad del ser humano y una creencia en lo grande de las cosas pequeñas.


Y ésas son sus fortalezas y ésas sus debilidades. Cuando ha tomado un proyecto más ambicioso (Las razones de sus amigos), su naturaleza ha hecho que la ambición haya tocado tierra. Cuando ha colaborado con alguien genial (La buena estrella), ha logrado dar coherencia a la genialidad. Cuando ha tomado un proyecto pequeño, ha logrado que se haga grande, pero nunca muy grande.


Una palabra tuya pertenece a este grupo. Su falta de ambición es su fuerza y es su agarradera, es su límite y es su defecto. Película hecha para encontrar empatía, la natural capacidad de Ángeles González-Sinde y Elvira Lindo para conectar con el mundo en que vivimos hace que no necesiten forzarla. Por eso sus personajes no necesitan actos heroicos ni generosidades de diseño. Les basta con ser reales. A ello ayuda una dirección y un montaje nada efectista. A ello quizá no ayudan tanto unas actrices que cumplen cuando podrían alcanzar el cielo.


Y es que Una palabra tuya se queda un poco por debajo de su debut. La diferencia puede estar en la ambición y en el epílogo. Pero sobre todo está en el abismo que separa a Adriana Ozores de Malena Alterio, y a Pepe Soriano de Esperanza Pedreño. Quizá con dos actrices de mayor fuerza, la peli habría acabado de despegar, a convertir el humor en lágrimas, a superar las fronteras de la empatía y alcanzar las de la trascendencia.
mato
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10
9 de marzo de 2010
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si de alguna película cuesta más escribir es de ésta. Y cuesta porque siento que es como profanarla. Está tan bien escrita que poner palabras a las palabras vividas es casi destrozarla.
Como bien decía siempre el propio Manckiewicz, todo se resume en el guión. La historia tiene tanta fuerza que sólo la posterior copia sistemática del modelo se ha encargado de intentar reducir. Pero no lo ha conseguido. Es tan grande el argumento, las voces en off que se van superponiendo, la multiplicidad del punto de vista, la estructura circular, la creencia en el teatro de la vida, que los propios remakes inconfesos no han logrado acabar con All about Eve.
La vida se puede resumir en el teatro. Pero el teatro también puede ser la vida. A eso llega Manckiewicz después de 133 minutos de un ritmo descomunal, donde el teatro y la vida se enfrentan hasta llegar a fundirse. Donde los conflictos del teatro de Margo Channing alimentan su vida como ésta alimenta los del teatro. Donde el arribismo disfrazado de bondad de Eve Harrington se manifiesta en creciente infelicidad personal. Donde a cada paso que dan los personajes, representan un rol ficticio que modifica el rol real hasta llegar a confundirse.
Porque de eso va Eva al desnudo. De cómo la vida exterior y la interior están todo el rato mezclándose, modificándose. Cómo somos incapaces de distinguir nuestras propias mentiras y, tras asumirlas como propias, comenzamos a interpretarlas hasta sentirnos más cómodos con nuestro personaje que con nuestra vida. Hasta preferir el texto escrito que el vivido. Hasta ser mejores actores que personas.
Porque los diálogos son siempre más brillantes que nuestras ocurrencias. Porque los conflictos de la vida cotidiana sólo son disfrutables en el auditorio. Porque por muy bien que escribamos nuestra propia vida, por muy bien que se escribiera esta crónica, la ficción siempre es mejor que la realidad.
mato
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