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España España · Cines Astoria Alicante
Críticas de Bloomsday
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Críticas 367
Críticas ordenadas por utilidad
8
4 de diciembre de 2007
190 de 211 usuarios han encontrado esta crítica útil
Allí que se van escopeta en mano, con el tomillo cosido a las fosas nasales, mirando directamente ese sol que pica más entre montes y conejos. La frente perlada de sudor fresco, la pana pegada a las piernas y pelados los hombros. Y se miran, se hablan. Y Saura hace resbalar la cámara por ellos como si quisiera que el espectador se ahogara también en ese bochorno de digestión a medias y calor seco; en ese irrespirable, por pálido y espeso, blanco y negro.

Lo que quiero decir es que en esta película de Carlos Saura la crispación te llega, ya lo creo, te empapas de ella. Te empapas de España, los 60's, sus jóvenes y vencidos. Los perdedores. Y todo eso, cinematográficamente, a muchos ya no les importa, les aburre: toda esa España rancia, de mañacos en pantalones cortos, chicas de la Cruz Roja, grises a caballo y niño córtate el pelo.

Pero la crispación, retratarla de este modo... Eso es cine con plena vigencia. El bigote de Alfredo Mayo y su cara adusta, firme, dictatorial. Cara de cabrón vencedor, de hijo puta. Y los cuellos transpirando, las moscas, el polvo y los matojos. El monte. Eso va más allá de guerras civiles y Franco y posguerras y falanges (una época que a los jóvenes cansa ahora sin conocerla apenas). Pero esta película va más allá de la trillada temática del cine “apañó” por tratarla no desde el panfleto, no desde la denuncia solapada y discursiva, sino desde eso que algunos directores obtienen en alguna ocasión, muchos de casualidad, que se llama "confabulación". De los astros, los hados, las ninfas, de Apolo... De quien sea.

Y ustedes dirán, ¿atmósfera? Pero si esta peli no tiene una atmósfera que vaya más allá de un realismo realista, thriller y documentalista. Pero no estaré de acuerdo, me temo. Porque esta película es España –o lo que fue España– no solo por su trama o su “recao”, sino por su clima añejo, asmático, de silencios impuestos y guiños forzados. Y eso es lo que a mí me llega de esa época, de esa memoria colectiva de país cerrado en sí mismo, caduco y podrido. De sus odios y recelos contenidos. Sus servidumbres y sus montes y conejos.
Bloomsday
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7
22 de julio de 2005
192 de 219 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es probable que la descripción del entorno del protagonista falle en relación a su film anterior (o, al menos, que el golpe de efecto no sea tan eficaz). Aparentemente, trata de imitar el modelo de la exitosa 'El sexto sentido' tanto en el giro final como en el sello estético ya reconocible de este cineasta (largos y flotantes planos secuencia, narración pausada y minimalista, interpretaciones hieráticas…).

Pero la película tiene entidad propia más allá de comparaciones con éxitos previos de Shyamalan. Y para descifrarla hay que ponerla en su contexto, valorando así la reflexión que incorpora sobre la ficción de los cómics, sus mitos, clichés y su naïf universo.

No solo define, con bastante conocimiento de los entresijos de estas historias (sin llegar a la profundidad de ‘Watchmen’, por supuesto, que es la biblia en esas lides), un superhéroe sombrío y realista, sino que le da una vuelta de tuerca rastreando los grandes tópicos de las editoriales Marvel y DC: el profundo maniqueísmo comiquero del bien y el mal, la importancia del disfraz y el alter ego, el sentido de la responsabilidad, la enfermiza obsesión del villano…

Dotar de realidad y verosimilitud a este tipo de clichés es complicado (siempre hablando del formato cine; en cómic existen muchos productos adultos, aunque traten de personajes enfundados en mallas de colores: el ‘Daredevil’ de Frank Miller, la etapa de 'Animal Man' de Grant Morrison o 'Miracleman' de Alan Moore, por citar algunos). Y ese tratamiento más maduro y veraz es especialmente difícil, además, si no tienes el paraguas y el atajo del que ha disfrutado recientemente Christopher Nolan con un personaje casi arquetípico (Batman). Reconozco por ello que el final de ‘El protegido’ puede parecer forzado en su búsqueda desaforada del giro último en su desenlace, pero no es menos cierto que ese final termina por encajar piezas y homenajear (casi de forma metalingüística, mediante un personaje que interpreta el mundo a través de los cómics) la lógica del enfrentamiento héroe-villano.

Muchos superhéroes tienen un “archienemigo” (el Joker, Cráneo Rojo, el Duende Verde, Loki, Lex Luthor...) que es el reverso, la otra cara de la misma moneda. La némesis o el antagonista que les explica y justifica. Un enfrentamiento de contrarios que, pese a todo, se complementan (tanto en el plano psicológico como en el físico; no es al azar el contraste resistencia-fragilidad de los dos protagonistas). Por ello, este argumento y su desenlace pueden decepcionar a alguien poco aficionado a la mitología superheróica o que solo se aproxime a ella mediante el cine (que siempre reduce e infantiliza las historias en papel), porque valorará la película como un thriller de corte fantástico y punto pelota. Obviando que, además, el film es también una estupenda reinterpretación del héroe y su enemigo −una casi ontología de un tipo de personaje de ficción− que pone el foco en esas personalidades entrelazadas, complementarias y predestinadas que se necesitan la una a la otra para justificar su propia identidad. La mejor forma de utilizar unos postulados a priori pueriles para darles una relectura de cierta seriedad y oscura trascendencia, reflexionando sobre la lógica interna que desde siempre ha configurado la estructura de este tipo de historias −su ficción narrativa− y este tipo de personajes.

La mejor manera de explicar que el Joker necesita a Batman. Y que el Capitán América lo es porque existe Cráneo Rojo.

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«Vengo a hablar. He estado pensando últimamente, sobre ti y sobre mí. Sobre lo que va a ocurrirnos al final. Nos mataremos el uno al otro, ¿verdad? Puede que me mates. Quizás te mate yo antes (...) Solo quería sentir que había intentado hablar las cosas y evitar que ocurran». ‘Batman: La broma asesina’ (Alan Moore y Brian Bolland, 1988).
Bloomsday
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9
21 de agosto de 2008
178 de 200 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rotundo drama judicial, una de esas películas firmes y secas, de apabullante precisión y longevidad. Un guión milimétrico (drama, intriga judicial magníficamente resuelta e incluso comedia). Un guión profesional; inteligente, profesional y adictivo como de los que ya no quedan. Y una realización compacta, clásica, narrativamente impecable. Unas interpretaciones colosales, un personaje principal carismático y unas secundarios de lujo (ahí están los nombres). James Stewart relajado, bondadoso, eternamente sereno. Mención especial para la Remick y para Arthur O’Connell también. Colosales, ya digo. Joder, y C. Scott... es que todos se salen... Y no quería mencionarlos, todos sabemos los que son, pero no me resisto: Stewart, Remick, O´Connell, Scott, Gazzara... Y es que hay rostros, hay actores, que casi con su sola presencia ya salvan una película.

Y luego que por ahí anda Duke haciendo de las suyas para que el contador mitómano se nos dispare definitivamente.

Cine clásico. Cine. Con una fotografía en blanco y negro en la línea de «El buscavidas», en la línea de ese B/N de los sesenta que sigue siendo el que más me gusta, con un contraste tan acusado como las implícitas referencias sexuales, los dobles sentidos y las torvas miradas enredándose con esa atmósfera de jazz, humo y vapor de alcohol. Violencia contenida, sexo contenido, pasiones humanas contenidas. Y James Stewart en medio con su calma chicha habitual, capeando el temporal. Un puzzle de engaños, dobles sentidos y miradas. Un puzzle delicioso para pasar dos horas completamente perdido en el proceloso mundo del Common Law. ¡Qué maravillosa escena esa en la que buscan jurisprudencia entre libros, estanterías y polvo!

Una de esas películas de siempre y para siempre. ¡Qué ganas te entran de pescar, fumar, emborracharte y ejercer la abogacía viendo esta peli, coño!
Bloomsday
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7
27 de enero de 2008
188 de 224 usuarios han encontrado esta crítica útil
La ficción no es real. Es ficción. Eso dicen siempre, como dando por zanjado el término.

Haneke nos guiña el ojo y rebobina nuestras ideas preconcebidas, parodiándolas. Nos indica que, aunque la obscenidad que vemos está en una pantalla y no tiene tacto, ha sido imaginada, ha sido pensada, ha sido cocinada. Quizás exista.

Que quizás el simple hecho de que la mente humana sea capaz de inventar algo así ya sea una realidad insoportable en sí misma. Y que en el mero disfrute de estos juegos, aunque sólo sea a través de una ficción subrayada de forma socarrona, hay algo de patológico en el director que inventa, como bien afirma Servadac, pero también en el espectador… ¿Qué hay por tanto del espectador que se recrea? ¿Somos cómplices? ¿No guiñamos acaso el ojo a los asesinos también? ¿No somos los que rebobinamos la cinta?

Lo que está claro es que no somos los que apagamos la tele ni nos salimos del cine. Nos quedamos hasta el final. Intrigados, subyugados. Entretenidos.

Y Haneke, con su provocadora, distanciada y macabra realización (también demasiado autocomplaciente y didáctica, como siempre), nos traslada al horror del ser humano y nos aleja de lo que vemos para, paradójicamente, acercárnoslo. Para hacernos partícipes de la tortura a través de nuestro disfrute. Él se lava las manos subrayando la ficción (a través de una fría y nada enfática realización y de esos guiños que nos separan de la película en cuanto película), y nos pasa la pelota acentuando de esa forma nuestra propia responsabilidad para con lo que estamos viendo. La ficción no afecta al terreno de los hechos y los actos materiales contra los que no podemos oponernos, sino que se ciñe a aquello que imaginamos en nuestras cabezas, a aquello que recibimos, procesamos y... decidimos. Nos incrimina a nosotros al ser ya nuestra responsabilidad.

Hay algo perverso en disfrutar de esta película, eso es lo que digo; porque Haneke, al subrayar el carácter de film, de invención, nos indica que no hay en esta ocasión lugar a la falsa coartada de que los malos son los actores, porque esta vez, claramente, los actores sólo son actores. La película claramente sólo es una película. Y si en todo esto hay algo amoral no es sino la mirada del que, desde fuera, ve y saca conclusiones. Se viene abajo la eterna excusa... "creí que la película era real". Ya está bien de que el espectador se vaya de rositas cuando disfruta de pelis así. Aquí no hay personajes con apariencia de realidad a los que cargar el mochuelo para liberar nuestras conciencias.

Esta cinta, por tanto, no creo que trate sobre el sinsentido de las acciones humanas (ajenas), sino sobre el sinsentido de los pensamientos (propios). Y ahí quizás seamos más culpables que los dos aborrecibles protagonistas. Para ellos, como actores, esta representación de la tortura fue un trabajo.

¿Qué fue para ti?

Un entretenimiento quizás. Y lo decimos así, tan tranquilos.
Bloomsday
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8
17 de octubre de 2005
173 de 198 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los grandes clásicos de Fellini. Película sombría y cáustica, siempre me había parecido excesiva, tan recargada que el resultado final quedaba mermado a pesar de ser indiscutiblemente buena.

En el último visionado (hace unos cinco días) he cambiado de opinión. Me fascina como siempre pero esta vez no hay cansancio, sigo pensando que sobran minutos, lo que quiere decir queda claro y algún momento es redundante pero esta vez el metraje no se resintió (incluso el que me parece superfluo por reiterativo) y todo tiene la misma fuerza. De todas formas quizás la próxima vez diga lo contrario, esto con Fellini es normal.

Por lo demás esta peli la conocemos todos: cine profundamente moral, dividido en episodios sin un argumento férreo (sucesión de fiestas y encuentros diversos en la noche romana) y con momentos de gran potencia visual (Anita Ekberg en la fontana de trevi es ya una imagen antológica). Un cine alejado del neorrealismo y ácidamente subjetivo, Fellini molestó creando un mundo propio, reflejo de la realidad pero reflejo personal al fin y al cabo (esto importunó a los defensores del realismo crudo como única forma de cine humanista y eficaz). Es decir, aparecen bellísimas composiciones y se explotan las imágenes buscando la fascinación estética en la forma de situaciones que son mordazmente criticadas en el fondo. Esto hoy está superado y parece absurda la controversia pero cuando se rodó la cinta provocó airadas reacciones en contra.

Nos retrata la decadencia, perversión y frivolidad de una sofisticada pero corrompida aristocracia, la banalidad del star system y, desde luego, los parásitos que les rodean, esos periodistas y paparazzis que les hacen el juego o mendigan fotografías e historias sensacionalistas con las que alimentarse (no sigo enumerando, Betomovies ya ha citado en su crítica los aspectos fundamentales). También nos habla de religión y la iglesia en uno de los episodios más flojitos en mi opinión (ahí da la sensación de que se desvía y de que empieza a querer abarcar demasiado). En definitiva, retrato de una anestesia existencial, intelectual y moral en la que el protagonista también caerá incapaz de vencer su propia crisis superado por la duda de si tiene talento para desarrollar una actividad creativa como escritor, o conformarse con la más agradecida labor periodística que realiza. Indefinición que se refleja también en su vida de pareja: por un lado es un conquistador empedernido pero por otro es incapaz de abandonar una relación estable que él mismo califica de “maternal”.

Todo ello mostrado con el estilo caricaturesco habitual, deformando la realidad para hacernos partícipes de lo que cuenta. El estilo realista de sus primeros films aún no ha desaparecido pero el mundo subjetivo y simbólico posterior ya se nos anticipa, más contenido y por ello, para mi gusto, más efectivo (no acabas agotado por el barroquismo de otras ocasiones).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Bloomsday
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