Sobre el contenido del documental no hay mucho que decir. Aburre y mucho. Cuando no son imágenes de conciertos rodadas con el culo, son montajes muy cutres en los que salen fotos suyas, de fans o comentarios de Twitter (horrendo este último), estampas rebosantes de naturalidad familiar fingida y entrevistas que lo único que revelan de Justin es que: 1) es genial y 2) aún es joven. ¡Guau!

Por otro lado, omite muchísimas cosas. No hay ni una palabra negativa sobre él, y si hay algún leve comentario en contra, es de lo más light y condescendiente. Esto le resta credibilidad como documental (aún más), hasta el punto de parecer un ejercicio de ombliguismo que se carga la imagen humilde que quieren vender.

En fin. "Justin Bieber: Never Say Never" no es ni más ni menos que un subproducto para fans en el que se repite, sin gracia, lo mismo de siempre. Tal vez no sea yo quien deba juzgarlo, sino las niñas que vean esto y se lo crean (ya les dará tiempo a avergonzarse, ya), pero al margen de sentimientos sobre el personaje, creo que su calidad cinematográfica es terrible y eso no tiene excusa.

En realidad, la pareja eran dos espías prusianos disfrazados para adentrarse en la alta sociedad británica.



Pero eso es algo que nunca sabremos.

Como decía, voy a hablar un poco del desarrollo de la historia. En especial, la parte de la colonia humana es un caos. ¿Qué hay del conflicto entre Terr y el mago, por ejemplo? A mí me llega a dar la sensación de que este tema se retoma cuando le sale de los mismísimos al director, venga o no venga a cuento. O sea, primero nos va avisando de que habrá un enfrentamiento y luego pasa de eso para que en otro momento estalle la discusión, sin una sola consecuencia argumental porque todo el mundo sigue su vida igualmente.

Tampoco llego a entender hasta qué punto los humanos consideran amenazante el conocimiento Draag que les proporciona Terr, porque vamos, en unos momentos parece que va a haber alguna polémica, pero luego eso se olvida de una forma que clama al cielo.

La historia de amor. Mira, acepto que hay una cierta -pequeña- tensión sexual. Pero es que el momento de la consumación es ridículo. El diálogo me da una vergüenza ajena tremenda. "Oh, Terr, sabes tanto de los Draags y yo no sé nada.", y a continuación un beso, así de la nada. ¿Pero se puede saber qué coño es esto?

Y bueno, no hablo demasiado de la fase final con los humanos escapando y descubriendo de casualidad el punto débil de los Draags, pero vamos, me parece una típica situación sacada de la manga, sin previo aviso, para cambiar el tono de los acontecimientos y dar lugar a un final menos apocalíptico y más utópico.

Dicho esto, quien defienda que no hay argumento no solamente está cabreándome: está contando una sucia mentira. Desde el principio se muestran las cosas muy claras, Chihiro es una niña con los problemas de su edad, normalita y mimada. El nuevo mundo en el que se ve atrapada surge ante sus ojos como una amenaza desconocida. Sólo hay que ver sus expresiones asustadas o las torpes peticiones a Kamaji. Poco a poco, sin embargo, se va ganando un sitio en ese lugar. Adquiere confianza y con ello un nuevo sentido de la responsabilidad, y cuando sale del túnel por segunda vez ya no es la misma. El personaje evoluciona.
El mensaje es simple y claro. Se habla del camino a la madurez, en el que Chihiro pasa de ser una cría chillona a asumir las riendas cuando la ocasión lo requiere. Es la misma moraleja sobadísima en Disney, sólo que aquí se presenta sin trampa ni cartón y construyendo una historia sólida y bien cimentada en cada paso de esta evolución.

El resto es una constante en Miyazaki: el papel predominante o relevante de personajes femeninos en su obra, la fantástica animación unida a una música maravillosa (quien no se emocione con la escena del tren no tiene alma; hala, ya lo he dicho), la ambigüedad moral de los personajes (Haku, siendo un poco el "héroe" y el referente positivo no se salva de mostrar una ambición casi descontrolada que le lleva a cometer alguna burrada; Yubaba es temible pero hace funcionar su propio mundo; los horribles actos del Sin Cara obedecen a un comportamiento instintivo más que a una maldad propiamente dicha), elementos de la mitología japonesa (no soy un gran amigo del cliché del dragón en películas asiáticas, pero me gusta el uso místico que le da aquí Miyazaki)... Y además, el doblaje la trató especialmente bien, cosa de agradecer para los que, como yo, son fervientes enemigos de dejarse los ojos leyendo textos al ver una película.

Sólo le veo un fallo, y también es una constante en el autor: el final. Desde la llegada a casa de Zeniba la cosa disminuye mucho de calidad y, siento decirlo, el acertijo me parece una manera muy tonta de acabar con la trama.
Me quedo, sin embargo, con esos últimos planos de Chihiro despidiéndose del mundo al otro lado del túnel junto con el (una vez más) maravilloso tema musical final. Soy algo melancólico para estas cosas, y he de confesar que la primera vez que vi la película pesó más la idea de que el lugar que acababa de abandonar era una metáfora de la infancia con sus sueños y sus ilusiones que daba paso al realismo más desalentador de la adolescencia, y la idea de la madurez del personaje durante su estancia allí no me llamó tanto la atención.

En fin, obra maestra que todo el mundo debería ver aunque sólo sea para formarse una idea de ella. Ya sea adorarla o traumatizarse (espero no conocer muchos de los segundos). Yo la vi dos veces en un mes y no me puedo aguantar hasta la tercera, con eso lo digo todo.

Y si me pusiera a hablar a nivel de escenas y de momentos, madre mía... todo me convence. Desde el inicio con el asalto a una secta y esa violencia desmesurada (todo ello sin mostrar ni una sola muerte directamente y sin -apenas- sangre, ojo), al primer contacto con la chica, el divertido paseo por los laboratorios donde la tienen recluida, la huida frenética, etc. Y, por supuesto, los efectos de sonido y los pequeños golpes humorísticos. Me encanta, por ejemplo, cuando chocan contra un edificio y nos muestran a sus habitantes alucinados con el suceso. Escena que, por cierto, debería servir como ejemplo del gusto por el detalle en Ghibli. Esa patadita a la rueda que no viene, aparentemente, muy a cuento, no añade ni resta nada a la trama… pero queda como un detalle simpático y divertido.

Es posible que la estructura de la trama resulte algo confusa, debido sobre todo a la reformulación de la historia que se lleva a cabo en los tres minutos finales, pero la canción habla precisamente de eso, de volver a intentarlo una y otra vez. En todo caso, es tal la belleza de ambas escenas finales (la primera, con ese sacrificio por parte de los dos policías para salvar a la chica (memorable el que sale del coche sólo para "enseñarle" a volar) y ella negándose a abandonarles mientras caen irremediablemente al vacío; la segunda, con esa despedida y vuelo entre las nubes ante la mirada triunfal de sus benefactores), que no creo que a nadie le importe mucho esto.