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Santo Tomé y Príncipe Santo Tomé y Príncipe · São Tomé
Críticas de Alexei
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Críticas 51
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
11 de septiembre de 2007
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ratanaruang Pen-Ek es otro de esos grandes artistas que están surgiendo del Sureste Asiático, sobre cuya cinematografía tuve de hecho que realizar un trabajo de investigación hará algún tiempo.
Es la primera película que veo de él, y según he escuchado es la más sólida y la que tiene un estilo más definido y maduro; aún así, espero algo más de sus anteriores films.
Ciertamente estamos ante una obra singular, de una belleza extraña e hipnótica. Pero es el ritmo aquí el verdadero protagonista, sutil y sosegado; subrayado y atenuado por una música impecable. La cámara navega de un lado a otro por un mundo bizarro, iluminado por Doyle, hiper conocido por sus trabajos con wKw.
La atmósfera tiene más de Tsai Ming Liang que de Lynch, y es ahí donde tiene una de sus mayores bazas: en la conjunción entre el exótico minimalismo de uno y la oscuridad del otro.
Luego está la historia, o cómo fabricar una interesante trama teniendo a un japonés (Tadanobu Asano, Ichi the Killer) y a una surcoreana (Kang Hye-Jeong, OldBoy) en Hong Kong, donde las tres razas orientales más representativas a nivel internacional (perdón por la estupidez) se juntan para narrar un original viaje (tanto exterior como interior, o al menos eso parece) alejado de los tópicos y de los convencionalismos actuales, incluso desprendido de cualquier pretensión que pudiera achacársele en un principio.
Dicho aquí todo lo bueno, he de ser preciso en cuanto a su "irregularidad", o al menos en cuanto a la que yo he percibido: el principio, la parte del barco y del hotel en Tailandia forman un todo fascinante del que uno espera un remate rotundo o que por lo menos sepa estar a la altura, pero decepcionantemente no es así. Es aquí cuando el guión flaquea y los personajes empiezan a perder carisma (o mejor dicho, el personaje interpretado por Tadanobu Asano, que se hace levemente irritante). Los motivos por los que actúan no se entienden, están forzados o son ridículos. Así, la fuerte personalidad de la película se ve puesta en entredicho por un tramo final postizo y absurdo, alejado del tono y de la naturaleza de la propuesta inicial.
Se me hace muy difícil, por alguna razón que hasta ahora desconozco, hablar de esta película. Estoy deseando videar "6ixtynin9" y "Vidas Truncadas", y la que es su última hazaña: "Ploy", que si no recuerdo mal participó de algún modo en el último Festival de Cannes.
Pese a todo, os incito a que la veáis; el cine oriental nos tiene acostumbrados a deslumbrantes facturas y renovadoras formas de entender el cine; a una ruptura de moldes y corsés que refrescan el panorama del cine actual; e Invisible Waves, a su manera, forma parte de todo ello.
Alexei
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9
4 de septiembre de 2007
31 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
El tema de la religión nunca ha sido santo de mi devoción, y bueno, sí que he tenido mis propios conflictos interiores y mis dudas existenciales, pero hace algún tiempo que dejé de pensar en todo ello.
Por eso esta película se me antojaba aburrida o un tanto intrascendente.
Segunda película que veo de Carl Theodor Dreyer, después de la pequeña decepción que supuso para mí Dies Irae; y ahora sí, encontré las imágenes perdidas que andaba buscando. Esta obra sí es imperecedera.
Bueno, vamos a ello: Ordet se manifiesta como un gran drama sólido y profundo, donde al tema de la religión, tan poco atractivo para lo que concibo como “cinematográfico”, se le otorga un punto de vista que hace del film algo fascinante.
Son muchas cosas las que hacen de esta producción una obra de arte, pero realmente es tras esas reflexiones que afloran incesantemente donde reposa la grandeza de esta película. Se plantean las dudas y las angustias del ser humano de forma sublime gracias a un elaborado trabajo de guión donde, además, Dreyer se permite incluso esgrimir alguna respuesta a toda la oscuridad que nos rodea.
Otro de los elementos maestros de la obra es la galería de personajes que habitan en ella, al cual más interesante, destacando para mí el malogrado Johannes.
La iluminación es ahora más rica en gamas y texturas que en Dies Irae; y la ambientación es menos plana y más detallista.
La dirección se caracteriza por el uso de “cabezas calientes” (dudo que las grúas tuvieran este término entonces) y de planos secuencia que, como no, realzan las maravillosas actuaciones de los actores. Elegante, elaborada y, sobretodo, cuidada al milímetro.
Y ahora el final… sin el cual esta película no se merecería más de un 8. Al final todo encaja, como en una fina pieza de orfebrería, y los eslabones se van uniendo sin grietas ni fallas en la estructura del guión. Y el último eslabón, Johannes, supuestamente recuperado de su locura, es quien sella esta obra para la eternidad con un impresionante final lleno de emoción.
En definitiva, una obra mayor urgentemente humana y sincera, donde los intensos sentimientos esbozan unas reflexiones con poso, que trascienden más allá del cine.
Redonda.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Alexei
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6
16 de agosto de 2007
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine tailandés está en boga últimamente. Hace apenas unos años estaba prácticamente muerto. Ahora, con directores como Ratanaruang Pen-Ek, Wisit Sasanatieng y Apichatpong Weerasethakul dicha cinematografía se está abriendo un hueco dentro de los prestigiosos festivales de cine internacionales.
Esta película demuestra tener un presupuesto bastante elevado, pero al servicio de una historia que quiere llegar a ser minimalista pero que se queda solamente en estúpida.
Citizen Dog, una suerte de Amélie tailandesa, no es apta para diabéticos, debido a lo excesivamente edulcorado de su propuesta.
Ciertamente peca de excesos: exceso de azúcar, exceso de tontería y exceso de inocencia; con una gama de personajes a cuál más irritante, una melodía reiterativa hasta el hartazgo y una historia que definitivamente no absorbe ni atrapa, donde la cansina voz en off (el director Pen-Ek) y el surrealismo fácil e infantil juegan un punto en contra.
Ahora hablemos de lo bueno, de por qué justifico ese 6: la estética. Nuevamente la estética vuelve a salvar un film (como ya ocurría con A Bittersweet Life). Pop y kitsch como ninguna, la estética aquí destila originalidad e ingenio.
La puesta en escena es también brillante, rica en variedad de planos y con un planteamiento que demuestra talento, visión y dominio.
Es una lástima que lo que en un principio se nos muestra muy interesante se derrumbe estrepitosamente en un ir y venir de tonterías ñoñas que no le hacen ningún favor a la película ni a su director; y que hacen que uno pierda el interés.
En resumen, el cine tailandés tiene un gran futuro, se abre paso con golpes de genio y con, sobretodo, originalidad y exotismo, que es lo que siempre prima.
Alexei
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7
8 de agosto de 2007
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
No se le ha parado de comparar con Taxi Driver, incluso en la carátula del DVD lo pone como campaña de marketing: "el relevo de Taxi Driver". Cosa que me fastidia sobremanera dado que no tienen nada que ver ambas películas. De hecho, en la crítica de la película del Cinemanía recuerdo una frase del redactor que decía algo así como: "si el director ha visto Taxi Driver tiene mucha cara". Ahora, después de ver la película, aclaro: en lo único que Días de Santiago tiene relación con Taxi Driver es en que ambos protagonistas eran ex combatientes. Ya está, en lo único.
Pero bueno, Santiago de Chile es una ciudad que siempre he querido conocer (y mira que he estado cerca), y la idea de un frenético Taxi Driver en dicha capital me pareció bastante atractiva. Me compré el DVD y luego comprobé que Santiago era el personaje principal, y la ciudad en que se desarrollaba la historia, Lima.
Aún así me acerqué a la cinta con entusiasmo.
Como drama social (género muy manido en las cinematografías sudamericanas, por algo será) aporta bien poco, pero como ejercicio de estilo es sugerente y destila "originalidad", aunándose a la estética post moderna muy en boga hoy en día; esto es: con cambios constantes y anárquicos del color al blanco y negro, uso de una imagen granulada o quemada (a lo wKw), montaje desestructurado, etc...
Aunque lo interesante en este film es el personaje de Santiago. Santiago está confuso, como todos. Es un joven chapado a la antigua, que no acepta los valores y la moral que reinan en la ciudad contemporánea. Todo para él es decadente, grotesco, difícil. No quiere que las personas que le rodean le defrauden y destrocen sus ideas preconcebidas sobre cómo debe ser cada cosa, y para ello usa la violencia. Es un intolerante al fin y al cabo.
Es un personaje de lo más interesante, hecho de pocas luces y muchas sombras.
No sabe lo que quiere, anda de un lado para otro de la vida, siempre con furia, no dejando hacer pie al espectador en cuanto a lo que siente.
Los monólogos "runruneantes" (en voz en off) son bastante buenos e imprimen toda la tensión dramática que la cinta necesita.
"Uno tiene que ayudar, siempre tiene que ayudar", dice Santiago, pero sin embargo le pega a la mujer. Es extraño.
A la vez todo esto no es más que la crónica de la guerra o del ejército, describiéndonos a un personaje que ha sido moldeado así por ambos ministerios del horror.
En fin, se hubiera apreciado un poco de más concisión a la hora de narrar sus desventuras amorosas (a tres bandas) que acaban quedando un poco en el aire.
Pero por lo demás, una buena película con un final bastante intenso y, sobretodo, unos seis euros bien invertidos y un muy buen debut que deja patente que Josué Méndez es un director al que aún le quedan cosas por decir.
Alexei
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7
5 de agosto de 2007
24 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace algún tiempo estuve ojeando una entrevista que le hicieron a Jonathan Rosenbaum –prestigioso crítico de cine que escribe para el Chicago Reader– en Buenos Aires. En ella le preguntaban por sus films favoritos. Nombró M; y los tres últimos de Dreyer, entre otros.
Por eso esta noche me he postrado de nuevo ante la pantalla para desentrañar qué magnificas proezas me desvelaría esta vez el cine.
Primera película que veo de Carl Theodor Dreyer, Vredens Dag (precioso título, tanto por su significado como por su sonoridad) no me ha impactado en el grado que me imaginaba. Empieza de una forma impresionante, eso sí, con esa música y ese poema apocalípticos y hermosos.
Todos los actores me han parecido magníficos, destacando las soberbias actuaciones de Anna Svierkier (Marte Herlofs), Lisbeth Movin (Anne) y Thorkild Roose (Absalon).
Iluminación conseguida, creando un bello contraste entre el blanco y el negro a través del vestuario (vestidos negros), los escenarios (paredes oscuras) y los primeros planos (caras blancas de luz).
Puesta en escena austera, sin recovecos; con una cámara parsimoniosa pero firme, aunque no muy a destacar.
Lo que sí es digno de mención en Dies Irae es la creación del ambiente: oscuro, pesimista, denso y angustiante en sus primeros cuarenta minutos; y ligeramente irregular en los restantes, destacando el crescendo de la historia de la bella Anne y su “conversión”.
El tiempo le ha hecho un flaco favor. Hay obras imperecederas, como Touch of Evil o Los Siete Samuráis, que vistas hoy día siguen dejando la misma huella; pero esta sin duda no lo es. Le faltan las imágenes poderosas, potentes como balas, de Kurosawa o de Welles, o de Bergman, ya que estamos.
En su época me hubiera sobrecogido y emocionado mucho más, estoy seguro; por ahora iré a buscar esas imágenes perdidas a Ordet y a Gertrud.
P.D.: Precioso idioma el danés.
Alexei
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