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España España · Barcelona
Críticas de Tithoes
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Críticas 180
Críticas ordenadas por utilidad
7
6 de septiembre de 2018
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: el fiel reflejo de incompetencia a nivel global ejemplificada en la planificación del equipo de rescate que se propone auxiliar al hombre que ha quedado atrapado a más de cien metros de profundidad bajo el tramo del ventilador número tres de un túnel derrumbado totalmente apenas un mes después de su fabricación a causa de su nula rigurosidad arquitectónica (por desgracia el incumplimiento de los estándares de seguridad es muy común), dependiendo el grupo de inservibles protocolos (solamente disponibles en su idioma original), ineficaz tecnología (valiéndose de drones exploradores que pierden la señal inalámbrica con suma facilidad) y erróneas estimaciones (la cifra que se da en un principio para llevar a cabo la misión es de una semana y ésta termina aumentando a medida que avanzan las jornadas hasta los treinta y cinco días), todo ello para evidenciar la falta de previsión a la hora de subsanar este tipo de incidentes; el melodrama catastrofista dirigido y escrito por Kim Seong-Hoon funciona maravillosamente al seguir inteligentemente la senda de Buried en una vertiente menos minimalista y más sensacionalista, empleando planos cortos y cerrados para provocar angustia en un espectador que sentirá irremediable empatía a partir de destellos de humor y escenificación de valores humanos, así como dos escenas de contundente calidad que se corresponden con sendos hundimientos sobre la carretera afectada; la entrevista telefónica que le realizan al optimista mártir, oportunista como cabría esperar por parte de los reporteros, obviando el insalvable contratiempo de la soledad como más dilapidaría que las propias rocas en aras de mantener la calma para evitar arritmias (el suspense se refuerza con sonidos cardíacos en los compases de mayor tensión).

Lo peor: la parsimoniosa tranquilidad y sospechosa vitalidad con la que el personaje encarnado por Ha Jung-Woo, actor que lleva a cabo una complicada y formidable labor, afronta su supervivencia en solitario (al menos durante gran parte de la historia) optimizando esfuerzos y racionalizando suministros, manteniendo su autoestima intacta aun cuando las esperanzas se declaran por sí mismas explícitamente falsas y se ve precipitado a plantearse la hidratación con orina propia y la alimentación con comida de perros, acumulando incomprensibles reacciones que se alejan de la desesperación y la frustración que asolarían y extenuarían a cualquiera; la cobertura del móvil del anteriormente citado protagonista no parece resentirse lo más mínimo pese a las extremas circunstancias en las que se encuentra, algo nada creíble al soler perderse en plena calle con asiduidad y, con mayor normalidad si cabe, desvanecerse por agotamiento de la batería, extendiéndose aquí mucho aunque el uso que se le da no es demasiado pero tampoco escaso; la convincente repulsión de la gran expectación generada por el suceso narrado entre ciudadanos de a pie y, en especial, como ya se ha mencionado en el último alegato del párrafo predecesor, la prensa que, sin escrúpulos, sigue semejante noticia de infinita relevancia mediática sin atender realmente al estado del sepultado, manipulando a su antojo los avances si repercuten sobre la economía gubernamental (el gesto de aprobación final del humilde vendedor de coches cuyo lema de vida gira en torno a ofrecer, entregar y descontar más que el la competencia resulta auténtica poesía visual).

Daniel Espinosa
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Tithoes
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6
15 de mayo de 2018
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la contenida e inherente intención de innovar dentro del muy recurrido género de terror a base de atmósferas perfectamente funcionales por parte de unas autores que, lejos de reivindicar la importancia de la mujer en el seno familiar, abordan dicha relevancia desde una perspectiva un tanto condescendiente; la figura materna y las innumerables actitudes subyacentes, desde la despreocupada de la intrigante La caja de Jovanka Vuckovic (“la curiosidad mató al gato”) hasta la complaciente de la religiosa Su único hijo de Karyn Kusama (“dime con quién andas y te diré quién eres”), pasando por la estresada de la cómica La fiesta de cumpleaños de Annie Clark (“ojos que no ven corazón que no siente”) y la crédula de la ilusoria No te caigas de Roxanne Benjamin (“tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe”), citándose así, rápida y esencialmente, todos los fragmentos y, entre paréntesis, los proverbios más adecuados para resumirlos; el disfraz de oso panda, así como otros elementos igualmente singulares (por ejemplo la comida familiar, la pintura rupestre y el incidente educativo, simbolismos respectivamente identificables), logran esbozar una sonrisa, cómplice e inclasificable, en aquellos que aprecian este tipo de propuestas, rodadas con pocos medios pero buenos designios.

Lo peor: el único e imperial nexo en común entre los cuatro segmentos que conforman el producto (amén de la duración cercana a los veinte minutos en cada uno de ellos), prolongable al propio título (el cual alude a la pareja cromosómica femenina), dista mucho de lo esperable al difuminarse la representación en cuestión hasta antojarse una indigente excusa situacional muy cercana al machismo más alarmante; el empleo del siempre curioso “stop motion” (anglicismo que hace referencia a la técnica de animación consistente en aparentar el movimiento de objetos estáticos por medio de una serie de imágenes fijas sucesivas) entre piezas no tiene sentido alguno más allá de acaparar la atención de un espectador que, atónito, restará absorbido por las imágenes que mediante dicha pericia se muestran; la antología que ocupa no es más que una sucesión de ideas (más o menos interesantes) sin aval conjuntivo alguno, por lo que catalogarla de largometraje (como oficialmente se hace) es engañar al consumidor.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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3
11 de abril de 2018
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la muestra de entornos valiéndose de planos en trescientos sesenta grados y vista subjetiva demuestra la habilidad de Steven Shainberg para adaptarse a las últimas tendencias, no siendo esto suficiente para convencer al público más innovador al aludir continuamente a soporíferos clasicismos (la lección de que no hay nada más humano que el miedo implora rechazo y el intento de disfrazar una historia de invasiones con vacíos fundamentos evolutivos demanda lo que encuentra, bochorno); el protocolo seguido por ciertos investigadores resulta en un primer momento fascinante (en último término redundante e indigno), recurriendo a las fobias (a arácnidos, a las alturas, al agua...) de los veinte humanos reconvertidos en pacientes al creer que poseen mayor potencial que el resto para lograr algo excepcional en ellos y que el terror ocasione un cambio en su material genético para, así, reestablecer el orden universal tras crecer en número, salvando de este modo al planeta de su eterno mal, los propios terrícolas; el código “G1012X” y su trascendencia (aunque la misma se revele de manera engañosa e imprevista) mantiene en alerta al espectador en aras de averiguar su significado, decepcionando a la postre al relacionar neciamente el tacto dérmico con otra sensitiva raza.

Lo peor: el profesional seguimiento que propicia el secuestro de alguien que deja abierta su casa para que cualquiera irrumpa en la misma es excesivo e incomprensible, mas ocultar cámaras en lámparas y microbombas en neumáticos se presume un control no desmesurado sino ilusorio, propio de la ciencia ficción en la que se circunscribe la cinta; la convivencia entre reclusos en un experimental laboratorio es nula, no siendo comprensible al tratarse de un propósito como el relatado, tanto o menos como que media película sea de desenfrenada fuga sin destino por interminables pasillos y conductos de ventilación que comunican todas las estancias de un recinto carcelario para facilitar la misión de huida a ciegas y confiar en otros conversando distendidamente en semejante tesitura, lo cual también ocurre para desesperar todavía más; la multitud de deslices, tales como desvestir a una víctima y permitir que mantenga su calzado para ocultar en él lo que precise, responder a impertinentes interrogatorios sin cuestionarse por qué se están llevando a cabo, instalar cerraduras de triple protección sin asegurarse de la correcta clausura de la puerta, poder deshacerse de potentes ataduras sin apenas esfuerzo al no emplear los típicos imanes de las contenciones psiquiátricas (por desgracia un servidor los tiene muy presentes en la unidad de neurología en la que presta servicio como Técnico en Curas Auxiliares de Enfermería) sino a simples nudos..., en definitiva, pinceladas ilógicas que tienen más delito que el propio acto criminal que se perpetra con enorme planificación.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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5
6 de abril de 2018
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la inmersión, a partir de planos increíblemente sugerentes y prácticamente subjetivos (no desde la perspectiva del emisor si no del destinatario de las acciones), está realmente lograda, no pudiéndose afirmar que el director transgrede pero sí que se distancia de la mayoría de realizadores al valerse de las características del cine mudo para acentuar la relevancia de los silencios, los cuales dicen tanto o más que las palabras proferidas por los personajes (de hecho, además, un alto porcentaje de ellas provienen de la televisión que sirve como fondo sonoro para hacer llegar potentes mensajes); el trato que se le brinda a un reincidente en el arte de destrozar las vidas ajenas, cuyo oscuro corazón deseará no haber latido nunca cuando comience a recibir su cruel merecido (especialmente sublime resulta la práctica del costureo que se propone); la división en capítulos (madre, padre y familia) clarifica y facilita la digestión de una trama tan contundente como abstracta que, desarrollada con acritud e impasividad, redefine en cierto modo la clásica visión maternal (precisamente el rol que menos se trata, haciéndose más bien evolutiva y reivindicativamente para reconsiderar su aceptada sumisión en no pocas culturas) encarnada en una niña cuya progenitora, una cirujana portuguesa especializada en el ámbito ocular, padece un fatal revés que termina por convertirla en una huérfana de aprobaciones, decidiendo finalmente suplir sus carencias rechazando la soledad a toda costa para refugiarse en cualquier tipo de compañía, aun percatándose de la irracionalidad.

Lo peor: la matización intrínseca de la cinta depende en gran medida de la imaginación a la hora de figurarse los colores de las escenas (cabe señalar que la producción se presenta íntegramente en blanco y negro), algo que la dota de mucha singularidad (tal es así que incluso ha servido para que se la nomine a la mejor fotografía en los prestigiosos premios Independent Spirit) pero puede no agradar a las nuevas generaciones, acostumbradas a obras menos exigentes; el ansia de internacionalidad no llega a comprenderse en ningún momento, desde el idioma (con un español muy deficiente) hasta la procedencia de los actores (con incursiones totalmente forzadas); el por qué de visionarse una secuencia lésbica en una historia como la que ocupa, si no es por morbo del responsable, escapa a toda lógica.

Daniel Espinosa
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3
29 de marzo de 2018
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la recuperación de icónicos elementos de la saga, tales como la matrícula del vehículo del antagonista (en la cual se lee “beatngu”) o varios escenarios pasados (la historia transcurre entre la primera y la segunda entrega, dándose el inicio inmediatamente después de una en la comisaría y el desenlace justamente antes de la otra), dotan a tan esperado regreso de cierta nostalgia; la negación con el índice de la mano derecha del mítico devorador de órganos ante la amenaza de ser disparado, una escena cuanto menos curiosa que dibuja una cómplice sonrisa en el espectador; el estreno, tanto en territorio americano (en formato doméstico y en el canal Syfy en su programación especial “31 day of Halloween”) como en español (en contadas salas y solo por un día), se antoja un ajusticiador hecho a tenor de la calidad de la obra aunque el mismo desprestigie una franquicia que, para sus miles de acérrimos seguidores, no ha encontrado (ni lo hará jamás) alternativa fílmica alguna, pero es que de su genuina esencia poco o nada resta.

Lo peor: el imperdonable pecado de haber sacrificado el hasta ahora tan alabable trabajo artesanal en virtud de la digitalización (bastante poco pionera, por cierto), lo cual se observa con especial horror en la autodefensiva camioneta automática del reptiliano engendro, una trampa mortal en toda regla sin un ápice de encanto audiovisual (al igual que sucede con el apreciado Creeper, quien parece engendrado ahora por un imaginario matrimonio entre los míticos Pinhead y Terminator para aumentar sus poderes y elevar su existencia a la de semidiós); la difuminación de las pretensiones originales de sobrecoger mediante recursos básicos (adjetivo para nada peyorativo sino todo lo contrario, empleado cual sinónimo de sinceridad), uno de tantos errores que corroboran la opinión de que la ocasión no es más que un aprovechamiento sin fundamento para añadir otra carnicería (cabe recordar que solamente acontecen cada veintitrés primaveras) a la lista; el vértigo que provoca imaginar una cuarta entrega (la aparición estelar de Gina Philips en los compases finales invita a pensar seriamente que verá la luz próximamente) y es que, tras visionar la presente, su consistencia resulta, cuanto menos, de costosa asunción.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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