En aquellos años poco se podía elegir.
Aquella serie contó con sus adeptos y sus seguidores pero era difícil de asimilar para gente que no comulgaba con esos entusiasmos.
Unas clases de trabajo duro, como decía la profesora seriamente, para aprender a bailar, música y arte dramático, con historias entre los alumnos más o menos variadas en las que al final, Leroy, el negro fuerte bailarín tenía la voz cantante.
Pero el fondo era lo que se sentía en realidad al ver esos episodios. Yo nunca me hubiera apuntado a esas clases. Un ambiente rancio predominaba los escenarios; los alumnos eran en realidad viejos achacosos disfrazados de jóvenes, de jóvenes resabiados e interesados en aparentar una personalidad valiente y confiada en el mundo que ni mucho menos eran; unas clases de competitividad a base de órdenes secas como los gestos de la profesora de baile, más seca que la arena del desierto que no hacía más que declarar a gritos su oculta frigidez. Un ambiente amargado y tenebroso, dramático y aburrido como el profesor de música, que parecía que llevaba en aquella clase siglos y siglos, como el guardián del calabozo, y que jamás avanzaría ni en su edad ni en sus conocimientos de por sí justitos, ni en su filosofía esotérica y demoníaca.
Cuando acababa el episodio era necesario salir a la calle a respirar una honda bocanada de aire puro porque el opresivo ambiente de esas clases agobiaba de una forma extraña e inquietante.
Tenebrosa, capaz de levantar un cierto terror primitivo en lo más hondo del alma. Para salir corriendo nada más ver a uno de esos alumnos sempiternos y con un punto siniestro, como de sociedad de vampiros, pero tampoco se la puede condenar con la nota mínima porque trabajar, trabajaban.

Igual que hay películas malas que te hacen gracia y te distraen, hay películas buenas que te mosquean. La página en blanco del título es más bien: las páginas en blanco, y son las que tiene el mayordomo de la casa-museo escribiendo su novela. No se le ocurre nada que escribir, está en blanco. Lo que sí se le ocurre es comentar a milord que trabaja muy poco y que le deberían rebajar el sueldo.

Entonces es cuando un turista americano se mete en las habitaciones privadas del museo y sorprende a la señora que está allí tan tranquila sentada en el sofá. Es un encuentro típico de películas de este género, muy elegante: Qué si perdone usted, que cierre la puerta por fuera, por favor, que si tal, y al final se enamoran. Tampoco hay nada en contra de rodar en plan teatral, ni en la extravagancia de los diálogos.

Todo muy agradable, las actuaciones sobre todo, pero es un humor muy particular y aunque no tenga un argumento en blanco no pasa de ser simplemente agradable; y nada más.
Por cierto, la escena del duelo es incomprensible. No terminas de entender las explicaciones que dan y estropea un poco la línea de la película.

En mis excursiones por los sucios caminos de este asqueroso y pequeño mundo no hay más que me llame la atención, en lo que respecta al cine, que la cantidad de premios que tienen algunas películas en especial afamadas, pero ésta es el caso que me ocupa.
Siendo objetivo hay una razón, la película presenta a un yanqui en tierra extraña aspirante perpetuo a Núñez Cabeza de Vaca, de fácil argumento, y buena en aspecto técnico. Correcta en vestuario, ambientación y fotografía, teniendo en cuenta que tampoco dice mucho de la fotografía porque un profesional todo el rato enfocando el árido desierto tampoco es que vaya a romperse la cabeza discurriendo tomas.
Lo inaguantable es la cantidad de vaselina que se da el amigo Kevin contando una del Alicia en el País de las Maravillas. Un yanqui que termina como coleguita de unos indios que lo primero que hacen es llenar de flechas el cuerpo de un pobre y solitario chamarilero. Me ha dado pena porque ha sido a mayor gloria del señor Kevin, es evidente. Ahí acaba todo lo auténtico.
Si el lobo ese estepario que hace acto de presencia para dar razón al título de la película, ve, con sus amarillos ojos, al chamarilero, seguro que se lo come. A Kevin, no. De Kevin se enamora. Como los indios se enamoran también.
No contento el señor Kevin con estar por encima de esas desgracias ajenas y para darse un poquito más de miel sobre sus hojuelas, aparece una tía de ensueño que como es de suponer, y así resulta, anima el espíritu solitario del soldado. Soldado bienaventurado. La bella morena de hirsuta cabellera le proporciona proyectos de noches al calor de su compañía y le es presentada como traductora colegiada con amplia experiencia. Todo es maravilloso para él, menos para el chamarilero que se fue al otro mundo torturado y pobre. Desgraciado. Así es la vida y eso es lo que tiene de real, lo demás, misticismo del señor Kevin.
Pero claro, es tal el beneplácito para el pueblo yanqui la presente película al lavarles la cara durante un buen rato, y hacerles sentir que su pueblo fue siempre un corazón noble en su amplitud de miras para "adelantar" territorios, que no les queda otra que premiar el film por el buen disfraz mostrado.
Centauros del desierto y John Wayne dando caña desde el principio. Ese es el auténtico americano de las praderas. Búfalo Bill y el general Custer. La vida. El odio. Y no este petardo con ínfulas sobre la vida de un santo.

No conozco la obra de Sorrentino especialmente, lo digo porque por aquí hablan de él como si le conocieran de toda la vida, que si su sensibilidad, su delicadeza, sus sugerentes puntos de vista, en fin, que luego no quita que sea un guarro en su vida privada. He visto esta película suya por la tía de la foto (me avergüenza decirlo), y por el Sr. Caine, sí, pues también, son tantos años viéndole... Bueno, y también por el Sr. Keitel. Insisto, la gente dicen sus películas al dedillo, yo no le conozco ni me voy a molestar en conocerlo. Eso sí, a lo mejor un día coincido con él en un simposio, o en una fiesta, y resulta que me lo presentan.

Pero puedo hablar de La giovinezza y decir que es grandiosamente superficial al mismo tiempo que evocadora y además logra el efecto deseado. Es superficial en sentido macrocosmos e íntima en algunos microcosmos, por lo tanto diré que esta película es de 10 como puede ser de 1. Lo que me decide por un extremo es la exposición desordenada de las acciones y reacciones tan bien representadas en ritmo, cadencia y bellas imágenes.

Otro punto a favor es que pueda ser tachada de petulante, presumida, pedante, pretenciosa… Justo lo que es. Qué obvios pueden llegar a ser los comentarios. Pero es que vamos a ver… ¿Dónde estamos, con quién estamos? ¿De qué hablan? Hay que contemplar el mundo desde fuera, de forma neutral, desde arriba, desde la más profunda humildad, levitar si es necesario, reconocer y sopesar todas las posibilidades que ofrece la vida, sin prejuicios, en plan contemplativo si no se puede llegar a poseer el conocimiento. Esto es lo que he vislumbrado por aquí, contado con mucha suavidad y de forma interesante. Una buena obra de este señor tan conocido.

Este pequeño cuento de enseñanza esquiva tiene su encanto en el relato en sí. En un mundo fantástico el hombre sin cabeza vive en una torre inmensa de cemento, algo aislado del mundo.

Recibe 2 invitaciones. No tiene cabeza pero ve y oye y de seguro que puede oler y comer también.

El hombre sin cabeza viste elegantemente… Dos mujeres se cruzan por su camino y le miran con notable desprecio ¿Cuál es la razón pues no se le ve la cara? Tres mozos portuarios que están a lo suyo pasan de él, uno le dice que siga recto que no moleste. ¿Por qué ese rechazo si el hecho de ir sin cabeza no acojona?

En cambio, el comerciante le atiende gustoso, para él no existen piltrafillas si uno viene a dejarse la pasta.

Qué difícil es elegir en la vida, eso lo tengo claro que es verdad.