La publicación de la novela gráfica "Ciudad"  del dibujante de cómics Ande Parks en la que se basa la película coincide en el tiempo, 2014, con el estreno de "John Wick". Gente solucionando entuertos (generalmente hombres) a base de repartir estopa viene de antiguo. Una catarsis general que siempre da pingües beneficios de taquilla. La industria del porno descubrió en un momento dado que no hacía falta una historia para "servir la carne". Las pelis de acción han llegado a la misma conclusión. La cosa es cargarse contrarios, cuantos más mejor, a ritmo vertiginoso y espectacular por mucho que el "héroe" siempre guarde en su manga un trauma que le justifique y redima.

Así pues los exitosos hermanos  Russo invierten en ello y confían las riendas del asunto a imagen y semejanza de "John Wick" a quienes mejor saben de esto de "dar y recibir": los especialistas en coreografiar tiros y mamporros, muchos de ellos doblando a los protagonistas. Ahora resulta que cuando se pensaba que a estos profesionales se les acababa el curro por la irrupción digital, están de moda y los actores protagonista llevan a gala ser ellos mismos los que se ponen las pilas para que no les quiten el puesto.

Sam Hargrave que venía haciendo lo propio en MARVEL hace a la perfección su trabajo (con algunas secuencias sobresalientes) y nos da lo que promete en su estreno como director: una versión de videojuego adrenalítico de "shooter" a mayor gloria de Hemsworth que obra el milagro en los escasos segundos que le dejan de ponerle alma a su personaje. El caótico laberinto de Dhaka, capital de Bangladesh, rodado en Tailandia, pone el marco apropiado y subraya las diferencias sociales sangrantes. Dhaka se quejó lógicamente de esta visión de su ciudad.

En NETFLIX lo ha petado, así es que, secuela, universo propio, franquicia..., lo que haga falta.

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Algunos gags más o menos afortunados en su planteamiento inicial y la inevitable reflexión sobre el uso de la vida de cada cual que plantea el argumento no son a mi juicio suficientes para implicarme con este tipo patético, egoísta, infantil y machista con el que Luchetti pretende que nos identifiquemos. Tampoco es que ayude PIF, un actor al que no acabo de encontrarle la gracia y como ya demostró en "Amor a la siciliana" (2016) que dirigió y protagonizó carece de la vis cómica necesaria para estos personajes. El aroma al cine de Moretti del que Luchetti fue ayudante en un par de películas se disipa pronto.

El subgénero de segundas oportunidades celestiales ha dado un puñado de títulos mejores que este, en el que la melancolía se apodera repetitivamente del metraje con un señor que buena parte de su vida la ha dedicado a ponerle los cuernos a su mujer (no sé qué le ven) y a pasar de su hogar y sus hijos. No creo que se merezca ni un minuto más entre los vivos, pero ya se sabe que los caminos del Señor son inescrutables.

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Descubro con sorpresa y agrado a los hermanos Safdie. Judíos neoyorquinos nacidos a mediados de los 80 que llevan cinco películas en la última década haciendo valer su estilo e independencia. Eso dicen y a tenor de lo visto habrá que revisitar sus anteriores trabajos y estar atentos a lo futuros. Tocan casi todos los palos: dirección,actuación, montaje, filmación, producción, guión...

Aquí nos cuentan con brío adrenalítico la historia de un perdedor que cada segundo sueña con dejar de serlo en un Nueva York inmisericorde y frenético. El thriller corre y nunca mejor dicho en paralelo a un estudio psicológico de personaje que no nos deja tregua. Un personaje tan patético como admirable en su empeño de ser feliz encarnado por un Adam Sandler que se reivindica como actor no solo de comedias y que es capaz de contagiarnos su angustia vital y al que no podemos dejar de seguir en el laberinto de ratón que los hermanos Safdie y Ronald Bronstein le han creado.

El ritmo narrativo apenas nos deja tiempo, pero si la sensación, para darnos cuenta que hay un trabajo de dirección y fotografía que merece un segundo visionado por sí solo, una vez que ya estamos liberados de la trama. Un buen hacer en el elenco de secundarios cierra un trabajo notable.

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! Ah....., las series B !. Algunas de las películas que más huella han dejado en la historia del cine han sido de serie B. Podríamos poner como máximo ejemplo "Casablanca", pero es sobre todo en el género fantástico donde han medrado mejor: "La invasión de los ladrones de cuerpos" (1956), "Ultimatum a la tierra" (1951), "Planeta prohibido" (1956), "La mujer pantera" (1942)....., por citar solo algunos títulos clásicos de una lista mucho más extensa.


La que nos ocupa no aspira a tanto pero sigue la tradición y es muy entretenida, un adjetivo al que dados los tiempos que corren no hay que minusvalorar en absoluto. Ahora las amenazas no vienen del espacio exterior sino de la nuevas tecnologias que pueden acabar sino lo han hecho ya por controlarnos. "Upgrade" en este sentido entronca con "Matrix" y parafraseando al gran y recientemente desaparecido Jose Luis Cuerda el ser humano puede llegar a ser contingente pero limitadamente necesario, ante una IA que así lo "decida" en su autoaprendizaje.

Con cuarto y mitad de medios, el australiano Whannell, que este año nos dejó un buen sabor de boca con "El hombre invisible", construye un fábula en un futuro muy cercano (los cyborgs están ya a la vuelta de la esquina) sobre un guión estandard al que le saca su jugo tanto en la acción como en la reflexión con un final a la altura. Hay que hacerla un hueco en la estantería.

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Nakache y Toledano abandonan su zona de confort de comedias taquilleras y se ponen serios sin melodramas para hacer foco sobre esas personas que sacrifican su vida en aras de ayudar a los demás. Dos años pasaron junto a estas dos asociaciones que llegan fuera del sistema allá donde el propio sistema abandona a unos seres que necesitan más cariño, atención y dedicación que burocracia.

La mirada sobre los autistas extremos y las gentes, muchos de ellos voluntarios, que se encargan de su cuidado, es siempre respetuosa entresacada de situaciones reales. No se juzga a nadie aunque la crítica social va de suyo. Reda Kateb y sobre todo Vincente Cassel están impecables y nos emocionan tanto como aquellos a los que se dedican.

Es cierto que puede ser algo repetitiva y que su estructura narrativa, entre la ficción y el documental nos lleva a un equilibrio al que hay que acostumbrarse pero el conjunto es notable y al menos en mi memoria deja momentos inolvidables. 

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