Mi hipótesis es que nadie ha sabido adaptar mejor a los grandes escritores rusos que los mismos rusos.
Ninguna adaptación de Tolstoi, Dostoievski, Gógol, Turgueniev, Sholojov, Bulgakov, Gorki o Chéjov, hecha en Occidente, contiene la verdad, la poesía, la verosimilitud, el espíritu del tiempo, el paisaje o la naturalidad que desprenden las películas rusas sobre su literatura nacional.
En eso, esta versión de Vida y destino confirma mi postulado. Sin más, estamos ante un peliculón.
La adaptación se toma el tiempo suficiente, casi quinientos minutos, para contar una novela río, una epopeya nacional de tomo y lomo, ambientada en los duros años de 1942-1943.
Aunque el protagonista principal es un físico teórico que investiga partículas subatómicas, estamos ante una historia coral en la que muchos personajes de distintos estamentos sociales luchan, aman, sufren e intentan sobrevivir a una guerra atroz y devastadora. La serie nos presenta de una manera bastante fiel lo que ya estaba en la novela, cómo personas comunes viven los eventos históricos, cómo hacen la historia al tiempo que van siendo moldeados por ella. Así, las cuestiones centrales que plantea giran en torno al heroísmo, el sentimiento nacional, la fe en el futuro, la ideología como articuladora de la acción colectiva, la burocracia estatal, el culto a la personalidad del líder, la moral o el amor en tiempos convulsos. En últimas, la pregunta sobre por qué se vive y para qué se vive. Todo ello mostrado con una calidad en el hacer que, en ciertos momentos, es mera poesía.
La fotografía, los decorados, el casting, las actuaciones, la música, están muy bien.
Una serie ideal para los fanáticos de las historias que se toman su tiempo.

O canto de mar parece la suma de otras películas vistas antes o después. Es heredera de un cine anterior (Piénsese en Las hurdes de Buñuel o La terra trema de Visconti), al tiempo que anuncia otro cine por venir, el cinema novo que asaltaría las pantallas de medio mundo una década después, a caballo de películas como Barravento de Glauber Rocha o Vidas secas de Nelson Pereira.
Es también la película más brasileña de un autor que hizo carrera entre Francia e Inglaterra y que aquí vuelve a encontrarse con los temas, las imágenes, los personajes, de una tradición propia: las narrativas del sertón nordestino.
Cavalcanti cuenta el drama de una familia pobre que intenta sobrevivir a otro verano, mientras arrastran todas las taras y sueños de las familias pobres latinoamericanas. Madre lavandera y abnegada. Padre loco. Hijos jóvenes que sueñan otra vida en el Sur y que están dispuestos a cualquier cosa por lograrla, la prostitución o el crimen. Niños víctimas de las condiciones insalubres del lugar en donde viven. Tenemos así todos los ingredientes de un conflicto social en el que cada personaje se mueve al límite de sus posibilidades, en un mundo carnavalesco donde la muerte y la vida bailan agarradas de la mano. Hay risa y música y faenas del trabajo y danza y rituales afros y, al final, la lluvia otra vez.
Y está el mar como límite que contiene la marejada de los sueños y obstáculo para alcanzar un Sur moderno donde quizá resida la felicidad.
En el apartado técnico merece una atención especial la fotografía. Cavalcanti sabe dónde poner la cámara, cómo explorar los mejores ángulos del paisaje, la fotogenia de sus actores, muchos de ellos campesinos del lugar. La música, llena de motivos folclóricos y cantos criollos, también es un punto alto de una película parteaguas en la cinematografía nacional brasileña, que todavía se deja ver con agrado.

Una película bastante insulsa. Bortko, que demostró maneras para hacer series basadas en clásicos de la literatura rusa y que dirigió con bastante tino una versión de Taras Bulba, aquí dirige un drama de infidelidad contemporánea a la que le falta garra. El trío protagonista de este triángulo amoroso en una San Petersburgo de postal se queda en meros personajes sin alma. No se les adivina humanidad. Hay gritos, lágrimas y bastante sexo, mal filmado a propósito, pero la película no despega. Se puede pensar que la película busca actualizar el drama burgués de la infidelidad en los tiempos del poliamor y la globalización, pero que se despeña en el vacío de manera irremediable. Completamente olvidable.