Peca de querer dar una grandiosidad a todo lo que se muestra en pantalla. Pero todo amigos, no puede ser una obra de arte. Predominan los primeros planos mientras prepara esas suculentas comidas y cenas que, bien solo o acompañado, hemos podido casi saborear. Lo que pasa que después de verlo tantas veces, llega a cansar, al igual que llega a cansar el hecho de ralentizar planos o hacer que una escena se reproduzca hacia atrás. Quedan muy bien en montaje, pero son muestras de un guion que ha ido perdiendo fuerza y originalidad.
Además, otro hecho que no soporto es que en una población tan pequeña, hay muertes de asesinatos brutales casi a diario y nadie sospecha de Hannibal. Y cuando ya saben que es él, se comportan de forma tan idiota que siempre le permiten alejarse y escapar.
La primera temporada me gustó mucho, la segunda me aburrió otro tanto pese a los intentos de sorpresa final y la tercera no me quitó el enfado de ver como una serie que gusta a críticos especializados a mí no me llenaba.
Diálogos eternos, demasiado complejos quizás para mi pequeña inteligencia.
Eso sí, visualmente una pasada.
Y prefiero al Hannibal original, le pese a quien le pese. ¡Viva Anthony Hopkins, el verdadero Hannibal!

La película empieza de forma pausada, dando importancia a cosas, en un principio, algo más banales de lo que podríamos pensar, pero que luego pensándolo fríamente no lo son tanto.
Como por ejemplo está la respuesta a la pregunta de dónde sale el maldito libro. Yo he interpretado (no sé si bien o mal) que fue escrito por la madre, la cual sufre un grave trastorno desde la perdida de su marido en el accidente de tráfico. Tiene un sentimiento de culpa que la hace corroerse por dentro, y poco a poco por fuera. El niño es el único que conoce a su madre y por eso la quiere con tanta insistencia.
El final es una metáfora en sí. Unos días mejor, otros peor. Hoy no era un día tan malo al fin y al cabo.