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Críticas de Karlés Llord
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Críticas 85
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
2 de abril de 2010
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces siento que hay cineastas que están en contra de la existencia del ser humano sobre este planeta. Hay artistas que cantan no solo la muerte, que es renovación, sino la devastación, que es negatividad pura. Yo creo en un arte que le quite a la muerte sus grilletes corruptores, pero la devastación es otra cosa. La devastación es un sentimiento extraartístico, una estocada mortal al instinto de vida, y los gobiernos deberían encerrar a quienes la practican. Lars von Trier no debería estar suelto por las calles de este planeta.

A mi juicio, el nivel de fascinación de una película es una ecuación mágica, resultante del equilibrio entre el espacio de misterio que abre y la porción que muestra de ese mismo misterio. Una película sin misterio es como un esqueleto sin carne, y un misterio sobreexpuesto es como un pavo al horno chamuscado. Lograr crear un espacio misterioso, y mostrarnos de él apenas lo necesario para que imaginemos todo lo demás, es propio de un artista mayor. Por eso, aunque sé que “Anticristo” será uno de los grandes clásicos del cine de terror del futuro, quedará como documento para debatir acerca de los límites del arte. No del arte en cuanto a creación, pues cada quien es libre de crear lo que se le antoje; me refiero al arte en cuanto “instrumento”: no deberían las manifestaciones devastadoras exhibirse en los cuatro puntos del orbe, si todavía queremos salvar algo de conciencia de especie, conciencia estética y conciencia del intenso misterio de la existencia, tal como podemos apreciarlas en las películas de Andrei Tarkovski, a quien está dedicada esta película.

Hasta la hora con cinco minutos, me fascinó “Anticristo”. David Lynch y Tarkovski combinados, algo inusual, que roza los límites del milagro. De ahí en adelante, pulsé nervioso el control remoto buscando grietas de cordura entre tanto destrozo. No, más bien busqué grietas de vida, grietas-Tarkovski o grietas-Lynch entre tanta devastación inconsciente.

Los primeros 60 o 70 minutos, los vi varias veces antes de internarme en una selva de efectismo gratuito. Creo que una rosca se le soltó a Trier y su equipo pasada esa frontera. Lástima, porque la primera parte de la película es del mejor cine que he paladeado en mi vida. Es –zorro hablante incluido- un alarde de tensión e imagen, de parte de un virtuoso del sonido, de la perspectiva y del espacio (un músico-pintor-filósofo de indescriptible genio).

(sigue en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Karlés Llord
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10
24 de marzo de 2010
20 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
En cada pueblo perdido en los márgenes de la civilización, la sencillez y la bondad se rodean de un halo negro de misterio...
Ningún instrumento como el Cine para llegar con su bisturí o su sonda a esa negrura y convertirla en estremecimiento, en belleza.
Ningún director como David Lynch para subvertir los cánones de la realidad y mostrarnos el doble fantasmagórico de lo que existe.
Twin Peaks es un documento de excepción, donde el absurdo se entrelaza con el drama más profundo y humano, sin que en ningún momento se noten 'las costuras'.
Todos los personajes, inolvidables.
¿Situaciones para destacar? Casi todas.
Karlés Llord
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7
20 de marzo de 2010
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tomás Gutiérrez Alea es sin duda el director limítrofe por excelencia.
Sus películas nos hablan de esa frágil línea divisoria que existe entre la revolución y
la degradación, entre el hombre como lobo del hombre y el hombre como creador de su propio mito, entre el disfraz y la osamenta.

En Los sobrevivientes, nos muestra un mundo en el que el tiempo parece haberse perdido, o más bien ‘dilapidado’, ‘desperdiciado’. Los personajes principales son entelequias, marionetas de un orden social endeble, y portadores de una psicología ni siquiera aberrante, sino lechosa, aguachenta, subhumana. De algún modo, vuelve a mi mente el síndrome de Macondo, que contamina a todos los países latinoamericanos en un inmenso porcentaje, y que ninguna revolución puede abolir, a menos que sea una revolución de las conciencias.

¿Y cómo revolucionar las conciencias? El cine de Alea nos remite a una cierta pasividad de sus personajes, envolviendo sus decisiones en una mitología coherente y nada remilgada, pero dejándolos siempre en manos de un destino que desconocen. Y es que la conciencia no se cambia desde afuera, sino desde los mismos cimientos. La aventura del hombre frente a lo desconocido, que podría ser el lema central de una historia verdaderamente humana del Cine, no pasa, en este filme, de una crítica a los instintos acartonados que rodean toda existencia sin propósito.

Los primeros años de la Revolución Cubana fueron argonáuticos, míticos. Todo estaba por hacer, el poder era simplemente una bola de fuego y no el báculo del Profeta. Testigo privilegiado de esa época, Gutiérrez Alea pudo hacer un cine desinhibido que daba cuenta de esa fricción entre dos mundos, uno que se acababa y otro que llegaba para quedarse. Como esferas coalescentes, esos dos mundos (lo he vivido por mi propia experiencia) viven uno dentro de otro, aún hoy en día, deformados y estigmatizados hasta lo indecible.

Pues, en Cuba, de algún misterioso modo, la revolución del 59 nos convirtió a nosotros, nacidos dentro de ella, en náufragos de dos mundos, y hasta que otra revolución no venga a derogar las ruinas de esa Rueda Mítica que se detuvo (“El día que la revolución se detuvo”, título para un posible remake de inusitada actualidad), los cubanos en Cuba seguirán siendo nada más que sobrevivientes.
Karlés Llord
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10
19 de marzo de 2010
15 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la antigüedad hindú, los himnos védicos cantaron la gloria de la naturaleza –sideral y terrestre-; siglos después, los brahmanes fragmentaron esos cánticos puros y los convirtieron en doctrina que sustentaba un sistema de castas. Más adelante, la voluntad democrática del budismo atrajo a miles de hombres de toda condición, demostrando que la salvación era cosa de actitud y no de predestinación. Para resistir el embate oceánico de la doctrina budista, los Brahmanes tomaron los antiguos dioses védicos y, sometiéndolos a una sofisticada metamorfosis, construyeron un panteón que conciliaba las más diversas facetas del alma polimorfa de la India.

La mitología de LOST, temporada a temporada, parece haber transitado por etapas semejantes, lo que pareciera ser el destino de toda mitología.

Primero, la isla desierta con sus temerosos náufragos que poco a poco empiezan a comulgar con el misterio, alimentándose de mangos, recuerdos y esperanza (etapa védica). Después, la elaboración de jerarquías y mandamientos, donde cada uno toma lugar y se consolidan los diversos estratos o castas (etapa brahmánica). Los Otros, misteriosos habitantes antiguos de la isla, serían los brahmanes, o la casta sacerdotal; el círculo activo de los náufragos, sería la casta guerrera, los que siempre toman pistola y van selva adentro, pase lo que pase. Luego vendrían los magos, los agoreros, los técnicos (Iniciativa Dharma), y por último los siervos, esos que hacen las labores domésticas en el campamento playero, y que nunca dicen una palabra.

La etapa budista estaría marcada por el surgimiento de un revolucionario, un rebelde que pone en duda todas las creencias hasta ahora aceptadas (John Locke), y funda un nuevo orden a partir de arengas provenientes, como dulces destellos, de un proceso de transformación personal (equívoco en este caso, como corresponde a toda criba postomoderna de un mito). En una cuarta etapa, los sacerdotes, guardianes del Misterio (Los Otros), se ven en la obligación de reconfigurar cada uno de sus dioses, jerarquías y reglas, a fin de hacer frente a la marea igualitaria e irracional del inesperado caudillo.

Sin duda LOST, con todos sus clichés y sus carreras forzadas a campo traviesa, sus escotillas con circuito cerrado de televisión, sus humaredas asesinas, sus retrogradaciones y sus superposiciones temporales, sus personajes patéticos o inspirados, sus tribus perdurables o momentáneas, es un muy refinado manjar para el paladar de los aventureros de la Edad Tecnológica. En la estrechez intelectual de las mitologías urbanas, en la estrechez espacial de nuestras ágoras y en la estrechez simbólica de nuestros ídolos, LOST nos brinda mucho espacio libre para respirar, correr, soñar, y eso sin renunciar a cierto grado de ‘habitabilidad civilizada’ que convierte una misteriosa isla desierta en un purgatorio nada indeseable para los escapistas.
Karlés Llord
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7
14 de marzo de 2010
10 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
AGUA 'MÁGICA' ENCONTRADA CERCA DE DELHI

En la aldea de Nadana, aproximadamente a 150 kilómetros al norte de Delhi, India, el agua comenzó a fluir a borbotones de una tubería de pozo abandonada el pasado septiembre.

Algunos aldeanos del lugar que se bañaron en el agua informaron que las cualidades 'medicinales' y 'mágicas' del pozo le habían curado sus enfermedades cutáneas. La voz se corrió rápidamente, y ahora un flujo constante de gente visita la aldea diariamente para aprovecharse de las cualidades del agua.

(http://www.share-es.org/nadana.htm)

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Los rostros, los planos, la escenografía y la luz, expresan en esta película el drama puro del cine. El tema mismo es intrascendente. El hecho de que no podamos escuchar la voz de los personajes, confiere a la cinta un grado de extrañeza que se transfiere, por ocultas vías, al goce estético. Es lo que hace del cine mudo un gran instrumento expresivo, no siempre aprovechado, por lo demás.

Dice Baudrillard:
“Nos acercamos cada vez más a eso que llaman la «alta definición» de la imagen, es decir, a la perfección inútil de la imagen. A fuerza de ser real, a fuerza de producirse en tiempo real, mientras más lograda la definición absoluta, la perfección realista de la imagen, más se pierde el poder de la ilusión.
Basta pensar en un teatro como la ópera de Pekín, antes. Cómo en una escena de barcas en un río, con el solo movimiento de los cuerpos se adivina el río, se adivina el movimiento del río; o cómo en una escena de un duelo, los dos cuerpos, sin siquiera tocarse, simplemente rozándose, dan la idea, la visión escénica de la oscuridad en la que se desenvuelve el duelo. En estos casos la ilusión es total e intensa, y es más que estética: es una especie de éxtasis físico, justamente porque se ha obviado la presencia realista del río o de la noche, y sólo los cuerpos se encargan de la ilusión natural. Hoy, esto se representaría con toneladas de agua en el escenario, o bien se filmaría el duelo en infrarrojo, etcétera”
(Baudrillard, La ilusión y la desilusión estéticas)

Cuando el rostro del actor principal mismo irradia luz (como en el caso de Louise Brooks), la mudez de la película pasa a convertirse en una apreciable ventaja. La densidad de la expresión artística, se logra, como bien dice Baudrillard, por omisión y no por adición. Un caso ideal sería La Jetée, de Chris Marker, hecha únicamente en base a cuadros fijos. Nunca se ha dicho tanto con tan poco en la historia del cine.
Karlés Llord
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