La visión de la faja.
La entrevista con Branagh.
El numerito con el teléfono.
Su subida de escaleras.
La forma de apartar a la gente al correr.
Y así continuamente.

El gato encerrado consiste, básicamente, en que a ti se te van todos los males, pero a cambio un ser querido recibe un castigo, normalmente la muerte. Nuestros protas, sin embargo, también tienen que padecer la presencia de fantasmas que les amargan un rato la existencia. Es aquí donde todo comienza a embrollarse: el bueno de Ananda va a investigar a ver si su tumba la ocupó otra persona y por eso la mujer misteriosa que se le aparece, etc. No me enteré muy bien, la verdad, el aburrimiento era tanto y el móvil estaba en mis manos... Al final ambos se vuelven a meter en ataudes y repiten la ceremonia (ahí le echan un par) para deshacer todo el desaguisado. Las pasan canutas por última vez, se reconcilian con los muertos en unos momento lacrimógenos bastante patéticos y a cámara lenta para que el espectador sufra también por partida doble, y ya está. Felices y a comer perdices. Dentro de lo que cabe, la calidad de la película supera un tanto la media de las pelis de este género tailandesas, pero no resulta demasiado interesante pasada la media hora.

Los personajes son, de por sí, idiotas. Cabe destacar a la pija que va con sus mejores galas, pero oye, llegado el momento te resulta simpática. Todos son unos inútiles cumpliendo con un juego que te meas, literalmente, buscando globos y chorradas así. El que parece el prota muere que da risa: el payaso le lanza una especie de flecha que le deja incrustado en la pared de un edificio, y eso que estaba en el suelo. Luego la chica mona se mapa al tocar un panel electrificado. Estúpida.

Pero ya la repanocha: resulta que todos están atrapados en un juego de supervivencia que se a vuelto real. Pero oye, te echas unas risas con el globo asesino gigante. La muerte del gordo al que le enchufan una manguera...

Para verla y echarte unas risas. Y con final sorpresa claro.