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Críticas de Juan Marey
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Críticas 630
Críticas ordenadas por utilidad
8
1 de junio de 2014
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una violenta historia sobre el odio racial en la que vemos a un tontaina racista (Richard Widmark) que hace que sus amigotes, tan racistas y descerebrados como él, venguen la muerte de su hermano mediante la provocación de una convulsión racial. Una historia de contrastes entre el bien y el mal, el deber y el sentir, pero sobre todo sobre la oposición racial entre los negros y los blancos de las bajas esferas sociales en los Estados Unidos de la década de 1950. Una pareja de hermanos, liderada por el siempre grande Richard Widmark, tras una persecución policial, son ingresados en un hospital heridos por los disparos de la policía y son atendidos por un doctor negro (Sydney Poitier), cuando el doctor está cuidando y tratando a uno de los hermanos éste muere, testigo de este infortunado incidente es el tontaina racista antes mencionado, cuya ceguera racial le hace creer que Poitier mató a su hermano a propósito, desde ese giro, el argumento va a avanzar con el médico intentando probar su inocencia y el malhechor culpándolo de mala praxis.

Sidney Poitier, que debutaba (y de qué forma) en el cine con esta película, encarna al joven médico y Richard Widmark al paciente que le acusa de asesinato. Poitier está estupendo como el protagonista principal de la historia, mientras que Widmark vuelve a sorprender con su versatilidad como intérprete en un papel magnífico como un malo malísimo, un delincuente de barrios bajos con un racismo rozando lo patológico, que finalmente logra presentarse como víctima y que de alguna manera se entienda su carácter. Otra agradable sorpresa es una Linda Darnell como una mujer que también ha llevado una vida dura y en barrio deprimido, pero que trata de huir de sus orígenes y sobrevivir a toda costa, aparece y se comporta como mujer fatal y dura de corazón, pero se va transformando y toma conciencia. El director y coguionista es el gran Joseph L. Mankiewicz, un enorme director de cine que ponía su creatividad al servicio de películas redondas, no se le resistía género alguno y casi siempre daba en el clavo a la hora de rodar, escribir y crear.

“Un rayo de luz”, una elegante película que no pierde en ningún momento su ritmo y que se adelantó a su época, a día de hoy día sigue siendo impresionante. Algo más que un drama sobre la estupidez del racismo.
Juan Marey
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9
9 de febrero de 2014
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Pépé le Moko” es uno de los grandes clásicos del cine francés de entre guerras y una de las mejores realizaciones de Julien Duvivier, que en ese momento encadenó uno tras otro títulos que hoy son célebres, como es el caso de “La belle équipe”, “Carnet de baile”, o “La bandera”. La película que os comento a continuación mezcla con talento el material documental que sirve para las secuencias de obertura y que la sitúan en el contexto del laberinto de la Casbah argelina, con las tomas realizadas en estudio y en unos estupendos decorados del gran Alexandre Trauner. Se trata de evocar con precisión un mundo imaginario, el universo de las callejuelas exóticas de una ciudad árabe del norte de África, refugio y prisión de un gánster elegante interpretado por Jean Gabin, un “Pépé le Moko” que siente nostalgia de París, de la Rue de la Valette en la que creció, y sólo puede sosegar esa añoranza besando los labios de Gaby, una prostituta de lujo de paso por Argel del brazo de un gordo y sudoroso millonario, en los brazos de ella siente el sabor de los croissants de su infancia, el aroma del café de sus padres, el rumor del metro.

Todo ésto es lo que cuenta el film de Duvivier, dentro de un esquema policíaco sencillo y hábil que le permite desarrollar el espíritu de romanticismo canalla que necesita la historia. Los diálogos de Henri Jeanson son estupendos, Gabin es un ladrón con mucho encanto, Lucas Gridoux inventa un policía viscoso de categoría, los dos traidores, Dalio y Fernand Charpin, son excelentes, por no mencionar a un gran Saturnin Fabre, el grandilocuente “Grand Père”. Las tres actrices principales, Mireille Balin, Line Noro y Fréhel, dan vida a ideas absolutas, la primera es el deseo, la segunda la paz conyugal y la tercera canta los paraísos perdidos.

“Pépé le Moko” se estrenó en Francia en 1937 y enseguida obtuvo un éxito enorme, desde entonces el film ha sido repuesto en varias oportunidades y las televisiones galas lo programaban con regularidad. Si ya lo conocéis, os complacerá reencontraros con él, si no sabíais de él, a partir de ahora tendréis que añadirlo al pequeño santoral de vuestros mitos de celuloide.
Juan Marey
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8
5 de enero de 2014
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Howard Koach y John Huston escribieron el guión de esta película a partir de un relato de Huston, cuya inspiración según parece le vino después de la compra de una estatua china de madera en una tienda de antigüedades y de una conversación a propósito de unos boletos de carreras de caballos en Irlanda. La película es una fábula sobre el karma, sobre la mezquindad humana y sobre la inevitabilidad del destino, ese fatalismo inherente al cine negro y que tan fantástico nos resulta. Nos situamos en Londres, Crystal Shackleford (Geraldine Fitzgerald) quiere averiguar si la leyenda de una estatua china es cierta, para ello decide reunir a dos extraños, Peter Lorre (Johnny) y Sydney Greenstreet (Jerome), los tres hacen un trato, apuestan por un caballo a las carreras, y el dinero conseguido, si es que ganan, lo invertirán en una nueva carrera al mismo caballo.

Ambigua e irónica, el film cuenta con una dirección fluida y elegante por parte de Negulesco que se mezcla a la perfección con las dosis de cinismo, pesimismo y misoginia del relato Huston. La ligereza del conjunto no debe confundir en relación a lo descorazonador de sus conclusiones, aquí todo el mundo pierde, aunque algunos en menor grado, como el personaje encarnado por un Lorre genial, como siempre.

La ambientación es fascinante: en casa de Crystal, en las oficinas de Jerome o de okupas en unas ruinas con Johnny y Gaby, estamos siempre en un no-lugar. La música de Adolph Deutsch acompaña el misterio. Los actores, todos fantásticos, pero es Peter Lorre (Johnny) quien realmente marca el ritmo de la película. Por último, la fotografía excelente del veterano Arthur Edeson da a este cuento esotérico la atmósfera negra que le conviene.

Una de las obras más desconocidas de este director de origen rumano Jean Negulesco que consigue dotar al film de un ambiente de misterio y extrañeza que no decae nunca. Una película a recuperar que se ve con fascinación.
Juan Marey
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8
6 de marzo de 2016
18 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un tiempo en donde cualquier realizador con apenas un par de películas, en la mayoría de las ocasiones de calidades muy discutibles, se ponen de moda, son entrevistados en todas partes o se les dedican generosamente libros, nunca es tarde para evocar a uno de los grandes del cine clásico de Hollywood, Jacques Tourneur, un director de culto, un artista de paladares selectos, un cineasta excepcional que nunca disfrutó de un especial reconocimiento en el engranaje de Hollywood. Un director perfectamente dotado para crear atmósferas de lo más turbio, y en las que se daban la mano todo tipo de temas, películas como ‘La noche del demonio’ (‘Night of the Demon’, 1957), ‘Retorno el pasado’ (‘Out of the Past’, 1947) —una de las cumbres del Film Noir—, y sobre todo ‘La mujer pantera’(‘Cat People’, 1942), ‘Yo anduve con un zombie’ (‘I Walked with a Zombie’, 1943) y ‘El hombre leopardo’ (‘The Leopard Man’, 1943) —excepcional trilogía temática de índole fantástica—, entre las más conocidas, respaldan a un director al que le gustaba más sugerir que mostrar, la sutileza por encima de la evidencia.

Adaptación de una novela de Margaret Carpenter que seguía un esquema similar al de ‘Luz de gas’, ‘Noche en el alma’ (‘Experiment Perilous’, 1944) pertenece a la gloriosa época de la productora RKO, productora que duró desde 1928 hasta 1953, y por la que pasaron algunos de los directores y actores más famosos de aquellos años, desde Orson Welles a Alfred Hitchcock, pasando por Katharine Hepburn o Cary Grant, y cómo no, el insigne Val Lewton, especializado en producciones de terror. El presente es el primer film producido por el escritor Warren Duff, que también se encarga del guion, un drama de suspense psicológico, como gustaban de hacer en aquellos años, de resultado estimable aunque sin llegar, claro está, a la perfección de las citadas.

Fantasía y realidad se unen al más puro estilo y gusto de Tourneur en una película construida con un notable sentido de la atmósfera opresiva, con resultados realmente inquietantes. Todo en ‘Noche en el alma’ resulta extraño, acorde con el tono de la historia. El encuentro de Bailey (Brent) con el extraño personaje de Cissie (Olive Blakeney) en el tren, en el que ella se muestra especialmente preocupada; más tarde la repentina muerte de ella, el entierro, el encargo a Bailey, por parte de Nick (Lukas), de que estudie y diagnostique a su esposa; y cómo no, la fascinación que Allida (Lamarr) despierta en todo hombre que se le acerca. A la actriz le toca el personaje más complejo de la función, mezcla de inocencia y siniestra madurez, y sobre la que, hasta el final, no sabemos si es así, si está loca, o sufre algún tipo de conspiración marital. Brent no luce demasiado bien como héroe de la función, incluso no resulta convincente en sus teorías sobre psicología, y pierde la “batalla” actoral frente a un camaleónico Paul Lukas, que borda un personaje muy cambiante y decisivo, la normalidad y la locura dándose la mano en un rol que pasea libre por los góticos decorados, nominados al Oscar.

Una muy curiosa mezcla de drama, romance y suspense, una excelente muestra del talento de un realizador que no siempre ha sido valorado en su justa medida.
Juan Marey
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8
5 de junio de 2016
17 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque no esté dentro de las numerosas obras maestras con las que cuenta la productiva filmografía de John Ford, “Corazones indomables” es una brillante película. Ford, basándose en la novela de Walter D. Edmonds ‘Drums along the Mohawk’, quiso realizar su particular homenaje al mencionado valle, un enclave fronterizo que resistió por sí mismo hasta la llegada de las tropas del general George Washington.

En esta película encontraremos muchas de las constantes del cine de John Ford: acción, drama, humor, amor… Sin ser una película redonda del tuerto genial, es una película maravillosa, realizada con un inmenso cariño por la historia de los Estados Unidos. Para ello, contó con una fotografía en color de Bert Glennon y Ray Rennahan que, casi, se convierte en un personaje más de la historia, la belleza y el cromatismo de unas imágenes dominadas por tonos azules es asombrosa y se impone y al propio tiempo se integra en las intenciones puestas por el maestro norteamericano a partir de un estupendo guión. Fue tan terminante este trabajo que Ford tardó casi diez años en volver a rodar en color por miedo a no igualar los resultados de ésta (el tiempo demostró que pudo superarlos).

Por poner algún pero y en contraposición con la estupenda actuación de Henry Fonda en el papel protagonista, nos fijaremos en la inadecuada elección de Claudette Colbert como su oponente femenina. Colbert, una mujer que formaba parte de manera tradicional de los fotogramas sofisticados y llenos de glamour, se daba de bruces con la imagen de los pioneros que se retratan aquí, además de todo ello, tuvo una penosa relación en el rodaje con el propio Ford aumentada por la camaradería que demostraba el director con Edna May Oliver, fantástica, inconmesurable en el papel de Sarah McKlennar. Y aunque pueda parecer un tópico, los personajes secundarios vuelven a brillar con luz propia en una película de John Ford, como Caldwell, el indio Blue Back, o el introvertido doctor Petry (Russell Simpson), o el animoso Adam Hartman (Ward Bond), pero por encima de todos, como ya hemos comentado, brilla con luz propia la viuda McKlennar, interpretada por Edna May Oliver, nominada al Oscar a la mejor actriz de reparto, el papel de Edna, que se definía a sí misma como “una mujer con cara de caballo”, es memorable: divertido, agrio y entrañable a partes iguales.

Otra estupenda película de Ford, sin sentimentalismos gratuitos, además de un pequeño manual de historia de la fundación de los Estados Unidos a través de los hipnóticos ojos azules de Henry Fonda. Con sencillez y humanidad una vez más el viejo maestro logra transmitir la magia eterna de un artista que entre un plano a otro podía llegar a emocionarte y al siguiente, y con lágrimas en los ojos, abrirte una sonrisa. Siempre… siempre merece la pena ver una película dirigida por John Ford… aunque no sea de las mejores que hizo.
Juan Marey
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