Los primeros veinte minutos, con Drew Barrymore haciendo palomitas y hablando por teléfono con su asesino, son de lo mejor que se ha hecho en el género. En cuanto el asesino aparece en escena todo se desinfla y la película se nutre de todo aquello que hoy en día es elemento obligado en este tipo de cine: erotismo light, sangre, y adolescentes inmaduros. Mediocridad en estado puro.

La voz en off molesta y algún personaje está algo desdibujado, pero la fuerza de las imágenes, el desarrollo del protagonista, el magnífico personaje del oficial de la fuerza de élite y, sobre todo, la habilidad de Padilha para no caer en ningún tipo de sentimentalismo al narrar un relato tan brutal hacen de ésta una cinta áltamente recomendable.

De Invictus se pueden sacar dos conclusiones irrefutables; la primera es que Eastwood se maneja mejor en las historias sombrías donde no hay héroes claros o estos son perdedores, y la segunda que pocos directores actuales narran como él. Si bien la historia no es tan profunda como se podría esperar, lo cierto es que Clint Eastwood domina perfectamente los tiempos, introduce los elementos justos y necesarios para que ningún personaje se quede cojo y, lo más importante, sabe perfectamente como contar esta alegoría del perdón y de la búsqueda del progreso sin lecciones moralistas vacías de contenido. No pasará a la historia, no contiene escenas hipnóticas, no es redonda, pero encuentra la simpatía del espectador sin excesivos recursos condicionantes, y entretiene, que al final es de lo que se trata.

Si obviamos el tercio final, la película es perfecta: un guión inteligente, un ritmo perfecto, una banda sonora que acompaña ejemplarmente y, posiblemente, las mejores interpretaciones del reparto; una comedia refrescante, original, sin pretensiones de estilo en la que todo funciona como debe. El último tercio cae en la previsibilidad y empaña ligeramente el notable resultado final.

Lo primero que viene a la cabeza al ver este subconjunto de historias coral es su mil veces nombrada similitud con Vidas cruzadas, Traffic, o Syriana, las cuales recomiendo encarecidamente.
Crash se mueve en torno a un guión tan hábil como tramposo en el que aparecen unos personajes víctimas de sus circunstancias que tratan de sobrevivir como pueden en una sociedad que ha perdido el norte y que tienen una visión muy particular (aunque con puntos en común) acerca del racismo. Haggis trata de hacer girar su historia en torno a una frase que dice uno de los personajes casi de pasada: "¿crees que sabes quién eres?, no tienes ni idea", y en efecto en muchos de ellos no podemos hacernos un juicio de valor completo hasta casi el final del film, pero otros no consiguen ser sino meros estereotipos cuya supuesta doble cara no es sino un chiste metido con calzador, a pesar de ello estos personajes suelen contar con monólogos que plantean debate, lo cual siempre es bueno.
A este guión con grandes aciertos y ciertas debilidades se suma una dirección con un sentido del ritmo perfecto que, de nuevo, alterna secuencias de gran poderío e incluso desgarradoras con otras sensibleras, blandengues y políticamente correctas, que hace sospechar de una cierta estrategia para caer bien en la Academia.
Priman, por suerte, las primeras, apoyadas en unas grandísimas interpretaciones donde destacan, sin detrimento del resto del reparto, Don Cheadle (que no deja de demostrar lo buen actor que es) y un recuperado del cine de palomitas Matt Dillon, que en apenas seis escenas se instala en la retina del espectador de tal forma que es lo primero que viene a la mente al pensar de nuevo en la película.
Para lograr tanto el poderío de ciertas escenas como la blandenguería de otras, Haggis se sirve de una fotografía y una banda sonora muy sugerentes, sólo hay que apreciar el magnífico cambio de iluminación dependiendo de que historia se esté relatando o la canción final.
Se ha planteado que Crash "ofrece soluciones fáciles a cuestiones complejas", pero lo importante no es eso, sino que estimula al espectador a pensar y reflexionar sobre los temas que plantea, algo que siempre es de agradecer. El hecho de que las respuestas sean interpretadas como simples es subjetivo; bajo mi punto de vista el mensaje que manda es que el racista no es un estereotipo de persona, sino que se encuentra bajo cualquier apariencia, raza, sexo o religión y, sobre todo, que no hay que asociarlo con las malas personas, es un prejuicio como otro cualquiera. Lo cual, lejos de ser algo positivo, es una señal clara de lo lejos de la integración que está la sociedad , de lo fácil que resulta decir "no soy racista pero...".
En conclusión, las escenas menos agraciadas empañan pero no arruinan una visión ácida y fría de la ciudad de Los Angeles, y por extensión de toda nuestra sociedad