Elegante y bello film de pequeñas dimensiones que rebosa inteligencia y talento. Su director sabe rodearse de un equipo realmente equilibrado y bien compenetrado que partiendo de un espléndido guion (bien construido y lleno de diálogos ágiles) logran esa hazaña de realizar una gran película. Aunque la historia no deja de ser una de las más viejas del mundo nunca da la impresión de haberla visto antes. Con habilidad nos introduce en la vida de su protagonista y nos hace partícipes de su entusiasmo, de sus dudas y nos emociona con sus penas. No hay trampas en este film. Todo transmite verosimilitud y emoción real. Y para ello es fundamental el maravilloso y creíble trabajo de Carey Mulligan, que a pesar de su juventud sostiene media película, logrado una de las mejores interpretaciones del año. El resto queda en manos de su director, que sabe dosificar la información y apoyarse lo necesario en los actores y el guion sin olvidarse de su labor. Impecables la fotografía, música y vestuario. Da la sensación de ser un film muy compensado, casi ideal, que cuenta pocas cosas (no por eso menos importantes) pero que las cuenta con gracia, sentido común y con clase, mucha clase. Una pequeña maravilla.

Yimou vuelve a regalarnos un sensible y maravilloso retrato sobre algo tan simple y a la vez complejo de representar en cine como es el amor adolescente. La pericia del director hace que el resultado sea una elegante lección de cine íntimo, hermoso, elegante y lleno de matices. Es inevitable que venga a la memoria otra joya del director, El Camino a Casa (1999), con la que tiene evidentes puntos en común. Este poeta de los pequeños detalles cotidianos emociona con pocos elementos. Una pluma, un árbol, un plato, dos manos agarradas a un rama (extraordinaria escena). Lo sencillo del planteamiento no impide que el retrato de la china de la revolución cultural quede plasmado con su habitual compromiso y sentido crítico. Pero es evidente que donde Yimou centra sus esfuerzos, y consigue sus mayores aciertos, es en la conmovedora descripción de su protagonista, una pequeña oda a la inocencia y a la pureza de los sentimientos sin contaminar, a la altura de los mejores retratos femeninos de su autor. En 2010 se invirtieron millones de dólares para conseguir obras del nivel de The Social Network, Toy Story 3 o Inception (entre otras en este productivo año). Pero dos obras pequeñas en su formato y presupuesto como esta Amor Bajo el Espino Blanco y Another Year de Leigh demuestran que el talento auténtico no conoce límites de presupuesto. Un Yimou que regresa al terreno que mejor domina, los dramas rurales de calado intimista y en el que la máxima "menos es más" es su consigna. Simplemente magistral.

Buen trabajo del director americano, que sabe desligarse de los tópicos del género para centrarse en una muy interesante visión de la sociedad americana de los 70 a través de las historias de los dos protagonistas. Por un lado el de Denzel Washington, nos cuenta la subida en el negocio de la droga del chófer de un gangster negro tras la muerte de este. Por otro lado la de un policía incorruptible, Rusell Crowe, mal visto por sus propios compañeros, que pasa a formar un nuevo equipo de investigación exclusivamente dedicado a los narcóticos. Nada especialmente original, pero esta vez Scott se muestra ágil tras la cámara y lo que cuenta lo cuenta muy bien. Esto es especialmente evidente en el retrato social que hace, de perfecto sentido del ritmo en el montaje y magníficamente ambientado. Es en esta parte donde suma más puntos. Tampoco está mal las historias de Washington y Crowe, pero sin duda el mayor problema del film radica en ellas. Y no es ni por que estén mal escritas ni mal narradas, simplemente terminan por dejarte algo indiferente. Gladiator, por ejemplo, con sus defectos y virtudes, lograba mucho mejor llegar al espectador. Pero no quiero con ello echar tierra a este film plenamente recomendable que trae a un Scott en buena forma, que sigue sin acercarse al Scott que a finales de los 70 y principios de los 80 nos regalaba maravillas como Los Duelistas, Alien o Blade Runner, pero reconozco que con este me conformaba. El resto de los elementos están tan cuidados como suele ser habitual en el director, desde los actores hasta la fotografía y como ya he mencionado la espléndida ambientación. A pesar de estar precedida de menos revuelo que otros trabajos recientes del director, es sin duda de lo más interesante que ha hecho el director en los últimos años.

The Last Airbender es posiblemente la película más decepcionante de este año para mí. Desde las primeras noticias que tuve sobre la intención del director de hacer una fantasía épica de grandes dimensiones pensé que no era el proyecto ideal para un director con su sensibilidad para lo ordinario y lo íntimo. Pero con un autor tan personal, capaz de dar la vuelta a géneros muy establecidos, con esa singular habilidad para contarlos desde dentro, y sobre todo un talento extraordinario para la puesta en escena, hacían no perder del todo la esperanza. Pero no hay rastro de la personalidad de Shyamalan en este entretenimiento que podía haberlo realizado cualquier otro director del montón y a los que ya estamos acostumbrados. Hay un intento de lograr dos personajes con cierto interés, el príncipe desterrado y su tío, pero están tan pobremente descritos en el guion que casi pasan desapercibidos. El resto de los personajes simplemente existen por inercia, lo que es una pena porque casi todos tenían potencial de haber tenido un buen guion detrás. Todos están tan desaprovechados que sin duda componen uno de los peores guiones del año, a lo que se suma una labor de actores muy pobre en general. Pero la diferencia con otros guiones con altibajos (que no malos) del director, como La Joven del agua (Lady in the Water, 2006) o El Incidente (The Happening, 2008), es que Shyamalan no aporta nada a una dirección de una exasperante corrección: no hay ritmo, carece de sutilezas, no emociona, no hay intensidad ni atmósfera en lo que cuenta ni sugiere como antaño hiciera de forma magistral en todos sus trabajos y el film se resiente de todo eso, en especial de ese anticlimático final que empeora aún más la sensación negativa del conjunto. Eso sí, los efectos especiales son excelentes, salvo algún pequeño detalle, como era de esperarse de una superproducción de este tipo. Y en medio de la decepción general se erige con un talento fuera de lo común la banda sonora de James Newton Howard, que sí está a la altura del resto de sus colaboraciones con Shyamalan y nos regala un trabajo elaborado, complejo, a ratos hermoso a ratos vibrante, que desprende profesionalidad por los cuatro costados y que aporta la emoción que le falta al conjunto, como en esa escena final (Flow the Water), a la que aporta todo lo que le falta. Un genial destello de talento dentro de un film que brilla por su ausencia. Espero que Shyamalan vuelva a su terreno, porque con un buen guion y sin la desgana aquí apreciada, se convierte en uno de los directores con mayor interés del panorama americano. Pero en este caso, se encuentra como pez fuera del agua.

Esta primera etapa, la británica, sirve en el caso de Hitchcock, al igual que otro grande como Kurosawa, para cimentar un estilo que luego se mostrará como uno de los más personales e identificables de la historia del cine. Esto hace que la calidad de estos primeros títulos sea irregular pero estén llenos de interés para los amantes de la obra del director, lo que no impide incluso que ya logre cotas de calidad tan elevadas como en Inocencia y Juventud (Young and Innocent, 1937), Alarma en el Expreso (Lady Vanished, 1938) y 39 Escalones, tres films imprescindibles con ciertas características únicas de su época británica, que mezclaba con acierto thriller con comedia sofisticada. 39 Escalones es además de eso la película que mejor resume ya en esta época las constantes y obsesiones más comunes del director y que posteriormente perfeccionara en sus mejores títulos, pero que ya se encuentran plenamente desarrollados en este film. De hecho, en cierto modo Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959) sería una especie de revisión de los esquemas de 39 Escalones llevados al extremo y alcanzando una perfección insultante. A cambio, esta disfruta de cierta inocencia y frescura que ya no se aprecia en su faceta americana. Aún quedan ciertos vestigios del cine mudo, que pesa ligeramente sobre algunos actores, pero que beneficia notablemente al aspecto visual. El conjunto resultante es sorprendentemente equilibrado, utilizando sabiamente el macguffin, que no conocemos hasta el final, con unas situaciones muy logradas acompañadas por unos esplendidos diálogos, que ganan notablemente en su vertiente cómica y un cuidadísimo aspecto visual siempre pendiente de los detalles y el encuadre. Los actores están muy bien, en especial la pareja protagonista, aunque al resto se les nota mucho la época en que se rodó. Por lo demás es una película maravillosa, que se sigue viendo con facilidad y auténtico deleite hoy día a pesar de los años que tiene. Sin duda, otra película de obligada visión del genial director.