A mi entender, "Morir" parte de una premisa un tanto exagerada, por el afán del personaje de Andrés Gertrudix de aislarse del mundo ante la noticia de su grave enfermedad y su deseo finalmente no satisfecho de prescindir de tratamientos. Ello aboca necesariamente a la pareja protagonista a una situación de reproches e inculpaciones larvadas, que marcará su relación. Un recurso argumental quizá demasiado fácil. No obstante, una vez aceptado eso, Fernando Franco consigue retratar el dolor de una forma cruda y emocionante, sin caer en el sentimentalismo. Hay cuatro o cinco escenas verdaderamente desgarradoras, entre las que irremediablemente ha de incluirse el desenlace final.

Otro punto a destacar es la manera de desarrollar la narración. Fernando Franco hace avanzar la trama prescindiendo de los hitos narrativos que podrían ser más obvios. No hay diagnósticos, ni apenas médicos, ni conversaciones explícitas de la pareja sobre cómo afrontarán la desgracia que les ha tocado vivir. "Morir" es una película en la que los silencios dicen más que las palabras (bastante huecas en su mayoría). La austera puesta en escena y la expresividad contenida de unos actores en estado de gracia son las armas de las que el director se vale para que el espectador no se pierda detalle. Imposible verla sin dar vueltas a la cabeza sobre cómo afrontaríamos las distintas situaciones que se ven en la pantalla.

Una película discutible en todo, pero rotunda y honesta como pocas. Y sin ninguna concesión.

Bajo la apariencia de una comedia, el dúo Cohn-Duprat nos ofrece una aguda reflexión sobre temas tan diversos como la ética, la pertenencia al entorno, el reconocimiento social y el compromiso en la creación artística. Ah, y sobre la envidia, que por lo que veo no sólo es el pecado nacional de los españoles. Mantovani es un ídolo a seguir, pero también es un patito feo. El pasado no se reconstruye, como tampoco es posible remover de un día para otro las ideas preconcebidas, ni los amores de juventud, ni los odios enquistados. El protagonista vuelve a Salas para reconciliarse con su pueblo y también consigo mismo. Lo menos valiente de su comportamiento es que no lo habría hecho sin el Nobel, ni sin que lo hubiesen invitado. En el fondo, se trata de liberarse de cualquier halo de artista maldito, o de renegado.

Los personajes secundarios están muy logrados, aunque obedezcan a meros estereotipos para hacer de Salas una especie de microcosmos, un realismo mágico o mundo paralelo que constituye la excepción a un mundo que tiene a Mantovani por un escritor reconocido e íntegro. La anécdota del pueblerino que desea invitar a comer al protagonista, y la del que le solicita una ayuda para una silla de ruedas, constituyen una reflexión sobre el papel del arte en el mundo de hoy. Brillantísima la idea del concurso de pintura. Todo va in crescendo en esta película divertida pero nada autocomplaciente, llena de aristas y dobles sentidos.

El cine de zombies da poco juego. Sus premisas argumentales casi siempre encorsetan demasiado la historia. Es por ello habitual que cualquier cineasta que quiera enfrentarse a este subgénero se permita algunas licencias en forma de escenas sensibleras y comportamientos no del todo coherentes de los personajes y de los infectados... Yeon Sang-ho asume las reglas, y aun con todo consigue hacer una película trepidante. "Train to Busan" incluye todos los ingredientes tradicionales del cine zombie. Pero, además, introduce elementos en la historia como la metáfora del viaje, o la limitación del espacio, que enriquecen y acentúan la tensión dramática. Por el camino, hay un puñado de escenas de gran impacto visual. "Train to Busan" es una película febril que, aun ciñéndose con devoción exquisita a los códigos tradicionales del cine zombie, consigue enganchar a devotos y a profanos del género. A pesar del exceso de metraje, la película me ha mantenido siempre en vilo gracias a su lenguaje frenético y endiablado, sin pausas. Bonita escena final. Cine que engancha.

Interesante pero sobrevalorada película de Paul Verhoeven. El film es impactante y perverso desde su inicio, pero en mi opinión el desarrollo de la trama queda lejos de las ambiciosas intenciones del director.

Verhoeven intenta arrojar sobre la cara del espectador las contradicciones, caprichos y perversiones del ser humano. "Elle" es una crítica a los convencionalismos relatada de manera muy potente. La escena inicial de la agresión, con el gato como testigo mudo e impertérrito, es todo un logro. El problema es que pronto resulta que el pobre animal es el único que se comporta de un modo mínimamente lógico. La película avanza a base de jugar al despiste con el espectador, de una manera demasiado burda. Una cosa es que todos seamos contradictorios, o tengamos dentro de nosotros una criatura maléfica y políticamente incorrecta a la que nos esforzamos en ocultar... Y otra muy distinta es querer provocar la reflexión del espectador mediante meros bandazos o incoherencias en el comportamiento de los personajes. La atracción que el argumento me generaba en un principio acaba derivando en desinterés al ver que las decisiones de los personajes ante las situaciones a las que se enfrentan parece obedecer sólo al azar. Bien Isabelle Huppert (como siempre), y bien Verhoeven a la hora de crear una atmósfera agobiante y negra. Pero, más allá del estilo, el espectador (bueno, yo) acaba más confundido que otra cosa, y los devaneos mentales de los personajes (de todos) acaban resultando un juego histriónico y aleatorio. Y el final está a la altura de toda esta deriva...

Aunque marcó a toda una generación, "E.T." es una película que ha trascendido más allá del impacto que generó en su momento. La he visto recientemente, y el tiempo no pasa por ella. La película sigue igual de fresca, entretenida y emocionante. Spielberg nos ofrece una fábula de argumento fantástico para reflexionar sobre aspectos inherentes a la existencia humana como la amistad, la empatía o el respeto a la diferencia. Aunque los efectos especiales de la película pueden considerarse superados 35 años después de su estreno, el guión estudiado al milímetro (con sus dosis exactas de humor, aventura y tensión, todo marca de la casa) y la música siempre estremecedora de John Williams, hacen que el film siga provocando legítimas lágrimas entre el público de cualquier edad. Elliot es un niño inocente que se hace adulto a través de su amistad con un ser feo, patoso y entrañable. Y la criatura se nos sigue mostrando como el hermano que todos quisimos tener. Un blockbuster que respeta al público, con múltiples mensajes que afloran en cada visionado. Una lección para el espectador de cualquier edad. Un final para recordar. Una película hecha leyenda.