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Críticas de Strhoeimniano
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Críticas 110
Críticas ordenadas por utilidad
8
29 de abril de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando esta ópera prima se alzó con el Goya a la mejor película extranjera de habla hispana (sin duda, como diría Boris: uno de los “momentazos” de la ceremonia del 2014), mi curiosidad subió unos cuantos grados más al venir de una cinematografía prácticamente desconocida aquí en España. A diferencia de otros países donde el flujo de estrenos es más continuo, de Venezuela solo nos llegan aquí los ecos de Chávez (aún desde su tumba) y Maduro, la dividida oposición y esas telenovelas arrebatadas con protagonistas de nombres compuestos y altisonantes, que nada o poco tienen que ver con el pueblo que grita y combate en las calles.
“Azul y no tan rosa” no grita, pero cuenta y también combate. Y cuenta mucho, pues Miguel Ferrari, que también firma el guión, situará en esta historia distintas tramas y personajes que le permitirán tratar temas que, para una cinematografía como la de su país, son hasta cierto punto tabú: la homosexualidad, el transgénero, la homofobia, la violencia de género, la anorexia, tendrán asiento en esta película que se abre al debate sin caer, y eso es un gran mérito, en ningún tono que la acerque al panfleto puro y duro. Así, desde la mesura de un discurso tranquilo, Ferrari nos cuenta la historia de Diego (Guillermo García), un fotógrafo homosexual caraqueño que recibe, desde España, la imprevista visita de su hijo Armando (Ignacio Montes) al que no ve desde hace un lustro. La distancia entre ellos no está vacía, sino que desde el primer momento se llena de recriminaciones por parte de ese adolescente, aún en construcción, que siempre se sintió abandonado por un padre del que desconoce casi todo. En ese “casi todo” entra Fabrizio, la pareja de su padre, que le ha propuesto a este formalizar la relación e irse a vivir juntos. Pero ya sabemos cómo es la vida: las cartas están ahí, pero el azar que se encarga de barajarlas situará ese lamento cabrón que tienen los tangos en la brutal agresión que sufre Fabrizio. Ahora, tras esa quiebra, toca seguir, toca aprender…
Es muy estimable cómo Ferrari muestra el amor y cómo muestra el odio. Mientras que el primero es exhibido desde la normalidad y sin ningún tipo de subrayado, independientemente de la historia que cuente: como hace con la relación de Diego & Fabrizio (quizá la más “ideal” que muestra la película), o mismo los padres de Diego, o la enfermiza relación que sufre Perla Marina (Carolina Torres) con su pareja; el odio… este tiene más escaparates. El primero, público. A lo largo de la película, como telón de fondo alimentando la mentalidad de los que se congregan ante el televisor y que suponemos que son muchos pues interrumpe durante su emisión el discurrir de la vida, está Estrellita (Beatriz Valdés), una tóxica arpía que presenta el típico programa de testimonios que, mediante dos únicos carteles (“silencio” y “risas”), juzga y condena a toda aquella persona que sale de la norma aceptada. El segundo, privado. Es aquí, sobre la figura del agresor (Alexander da Silva), donde el discurso de Ferrari se hace más complejo y, en cierta medida, ambiguo. Desde la óptica muy calculada que muestra el director, los crímenes del odio son resultado del miedo, del desconocimiento, de esa falta de amor hacia uno y hacia los demás; pero también apunta (y dispara) la latente homosexualidad que ocultan estos comportamientos agresivos. Todo esto servido de la mano de un elenco de actrices y actores bastante acertados. Así tenemos al español, Ignacio Montes, que realiza un trabajo muy correcto encarnando el desamparo que se soporta durante la despedida de la adolescencia. Es emocionante ver como su mirada expresa, en ocasiones, más que un largo parlamento; también Guillermo García, que lleva la mayor parte del peso de esta propuesta, está espléndido con una actuación bastante comedida, pero llena de emociones. Sin embargo, es en los secundarios donde se esconden las verdaderas joyas. Y la corona de este gran tesoro yo la situaría en la maravillosa actuación de Hilda Abrahamz encarnando al transexual “Delirio del Río.” Su gestualidad, la tonalidad que imprime a los diálogos, las miradas, el vestuario… todo esto hace un cóctel sabrosísimo, que llena a este personaje al borde de lo estrafalario de una dignidad que solo puede estar escrita en mayúsculas, y eso, que la actriz proviene del fecundo campo de las telenovelas que, por lo que se ve, oculta vetas tan ricas en oro como ella. Otro tanto ocurre con Elba Escobar. También proviene del campo de las telenovelas, y su breve paso por la pantalla encarnando a la madre de Diego deja un agradable sabor de boca con esa naturalidad tan aplastante, pero tan difícil de conseguir cuando se pone una cámara enfrente; pero supongo que la dirección de Miguel Ferrari tiene mucho que ver con este resultado.
“Azul y no tan rosa” tiene ese aliento que tienen las óperas primas. Sus virtudes y defectos están repartidos para hacer una película que sin ser, ni pretender, ser magistral, es buena a fuerza de ser necesaria y valiente. Esto hace de ella una película honesta, de esas que te lleva a creer que no importa mucho si al final eres “azul” o “rosa,” pues entre estas dos gamas todo un mundo de matices nos permitirá encontrarnos. A disfrutarla.
Strhoeimniano
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10
12 de junio de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con guión del fabuloso novelista de ciencia ficción y terror, Richard Matherson (autor de una joya maravillosa: “El increíble hombre menguante”), debuta para el gran público el genial Steven Spielberg. Aunque aquí fue estrenada como película, es un telefilm realizado expresamente para la televisión, eso que en nuestra tierna infancia llamábamos “Estrenos TV.”
La historia no puede ser más inquietante: un viajante (maravillosamente interpretado por Dennis Weaver, que literalmente lleva todo el peso de la película), con el ánimo de ahorrar esfuerzo y tiempo, pasa de una carretera estatal a una comarcal (territorio desconocido); ahí empiezan sus problemas, pues sin ninguna razón aparente es atacado por un monstruoso camión.
El relato de Matherson es pleno en sugerencias, siguiendo al pie de la letra la ley del oro del terror: que un elemento extraño se cuele en la normalidad. Es la habilidad de Spielberg la que dota a este fantástico relato de resonancias oscuras. La película tiene un ritmo y un vigor apabullante, y está colmada de aciertos de dirección. Por ejemplo: la decisión de nunca mostrar al conductor del camión. Aunque aquí se tituló “El diablo sobre ruedas,” dando una ya una paternidad a ese mal que ni por asomo tenía. Lo cierto es que tal como lo muestra Spielberg el mal no tiene contornos ni rostro ni nombre; ni lo que es más importante: identidad. Al carecer de todos estos atributos, es un extraño, o lo que es lo mismo: un enemigo. Un enemigo que nos obliga a cambiar, a actuar de un modo tal que hace que se sienta extraño incluso para sí mismo. De ahí, la identificación suprema que tenemos con el protagonista a lo largo de toda la película.
Y todo esto con una producción mínima; pero ya vemos, cuando la idea es buena y la ejecución brillante, salen pequeñas joyas como esta, que incluso puede ser vista como un lejano (y secano) antecedente de su primer éxito mundial: “Tiburón”
En resumen: ¿Quieres pasar un buen rato viendo una pelicula? Pues ponte a tus anchas y viaja a este duelo magistral.
Strhoeimniano
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9
23 de abril de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
D. Reyes es convencido por su mejor amigo y antiguo amante para que lo sustituya como jurado, haciéndose pasar por este, en el festival de cine que se realiza en la antigua escuela de cine donde ambos estudiaron. En este mismo festival, y cuando era estudiante, el hoy fracasado director tuvo su mayor éxito hace quince años: “El beso de Judas,” que se alzó con el premio al mejor cortometraje. Hoy está al otro lado de la barrera, y es él quien tiene que juzgar a las nuevas promesas; pero antes de ese juicio hay que divertirse. Esa misma noche, en un club gay, se siente fuertemente atraído por un joven con el que termina acostándose. Al día siguiente, la sorpresa es mayúscula cuando el joven con el que se acostó es uno de los candidatos más firmes a ganar el premio del festival; pero la sorpresa, como en las matrioskas rusas, aún es mayor al identificarse ese joven como Daniel Reyes y presentar una obra rompedora a concurso: “El beso de Judas.”
J.T. Tepnapa, actor, director, productor y guionista, con una exitosa carrera en diversos festivales, nos presenta una película sobre la “segunda oportunidad” y las “identidades.” A diferencia de otros films que siguieron esta estela (estoy pensando en “Peggy Sue se casó”, o “Regreso al futuro,” por ejemplo), el planteamiento de Tepnapa es bastante original. De hecho, toda la película tiene ese aire fresco y rompedor que suelen tener las primeras obras de estos autores recién graduados de las escuelas de cine. El Daniel Reyes que nos ofrece Tepnapa no realiza un viaje en el tiempo en sentido estricto, sino un encuentro consigo mismo conviviendo en ese mismo momento el ambicioso joven que era con el fracasado hombre que es. Este viaje, como toda singladura que se realiza, los llevará no tanto a mudar todo y encontrar ese nuevo destino, sino, y ahí está uno de los aciertos de Tepnapa, a alcanzar la sabiduría. ¿Y cuál es esta? Pues una de las más difíciles de lograr en la vida: no ensuciar nunca nuestros sueños y confiar plenamente en uno mismo.
Pero los aciertos no se quedan solo en el guión. Hacer creíble una historia como esta no es fácil, pues entra de lleno en el terreno de lo fantástico; sin embargo, el director logra una historia coherente, sencilla en su realización y hasta ingeniosa a la hora de plasmar las originalidades que presenta esta historia, p.ej.: cómo ilustra el solapamiento de esos dos tiempos que conviven en la película. Otra de sus cualidades es la dirección de los actores. Un acierto la elección de Charlie David y Richard Harmon para los papeles principales. No sólo está el parecido asombroso que guardan entre ellos, lo que ayuda a hacer creíble que ambos sean un mismo personaje con identidades distintas en ese presente, sino que logran una interpretación transparente, llevada por las miradas que son auténticos escaparates de lo que cada uno de ellos siente ante la incertidumbre de este encuentro. Destacar también la actuación de Sean Paul Lockhart que interpreta a un antiguo ganador del festival que está enamorado de D. Reyes.
En resumen, una obra a descubrir, llevada por ese espíritu que tenían los films de Capra, aunque aquí los malos que haya que vencer los tenga uno en su propio espíritu.
Strhoeimniano
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9
7 de octubre de 2010
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dicen que todo, pasiones y comida, hace su digestión en el estómago rumiando como bovinos ese menú que se nos ofrece y al que llamamos vida. El brasileño Marcos Jorge nos presenta una historia donde la comida y la vida se unen en recetas que no siempre salen del gusto del que las prepara, pero que aún así hay que vivirlas para saborearlas. Lo maravilloso de la historia es que sin estar llena de grandes sucesos atrapa con el resabio que tienen las cosas sencillas y cotidianas. La película nos muestra las peripecias de Raimundo Nonato, una persona que, como su nombre indica, no ha nacido del todo, o cuando menos conserva la candidez e inocencia de un niño en el cuerpo de un hombre que, a primera vista, tiene más de víctima que de verdugo. Recién llegado del pueblo y por azares de la supervivencia, descubrirá la asombrosa mano que tiene para la cocina cambiando de este modo su vida y su destino, pues a partir de ese momento son sus habilidades culinarias las que garantizan desde su propia supervivencia a todo lo que le ocurrirá en la vida. Pero mientras que en la cocina el control sobre el proceso le garantiza los sabrosos resultados, no ocurre otro tanto en la vida y la “prueba del nueve” es que su corazón, hecho de la misma pureza que él, escogerá para amar y sufrir las carnes de una alegre prostituta: Iria. La habilidad de Marcos Jorge es presentarnos esta historia saltando por los aires la linealidad de la historia. Si en el cine el tiempo siempre es presente, la estudiada estructura de esta historia presenta un jugoso juego de tiempos en los que el flashback y el flashfoward se dan la mano con una gracilidad asombrosa sin que chirríen esos dos tempos, que no logras identificar muy bien casi hasta el final de la película. La dirección es sobria, sin grandes efectismos, pero disciplinada con lo que está contando y con una soberbia dirección del reparto.
Punto y aparte merece el protagonista, Nonato, interpretado por el actor brasileño João Miguel. Su mirada, el acercamiento a esta olla de pasiones que presenta la película es sostenido por la sinceridad y candidez de su interpretación, llena de diálogos de un lenguaje directo, sin sombra de entonación y que llega a sostener el peso de la película, estando ante uno de esos actores que parece nacido para esa para ese papel y sin cuya presencia la película perdería ese gusto de alta gastronomía que deja la contemplación de un película sencilla, pero sin ninguna duda sabrosa.
Strhoeimniano
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10
31 de mayo de 2005
14 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Peggy Sue se casó” es considerada como una de las obras menores de Ford Coppola; claro que las “obras menores” de Ford Coppola , debido a la altura de su filmografía, cobran un vuelo que no consiguen las obras mayores de otros autores. Mi opinión es que estamos ante una de sus mejores películas, sobresaliente por su falta de pretensión, por su sencillez de fábula no despejada aún así de una visión profunda e irónica.
La película narra el viaje de Peggy Sue, una mujer frustrada en su madurez y recién divorciada, a su adolescencia (se estreno al tiempo que “Regreso al futuro”, que planteaba premisas similares pero que estaba carente de la genialidad de este guión). Muchos, en alguna ocasión, nos hemos hecho la pregunta de qué haríamos si tuviéramos una segunda oportunidad; la respuesta que da Peggy Sue es la que todos daríamos: dado el presente del que viene, cambiar todo. Sin embargo, y ahí radica el acierto de la película, Peggy en este viaje melancólico que realiza poco podrá cambiar, pero si tendrá el premio de comprender todo lo que había vivido.
Pasado el shock de ver a una Kathleen Turner, ya treinteañera, como una adolescente de teenager, uno aprecia la actuación tan maravillosa que realiza, llena de instantes conmovedores en los que muestra, aún no perdiendo la memoria del presente que ha dejado, el hechizo que un adolescente siente ante la vida. A su lado, un Nicolas Cage intentando estar a la altura de esta gran actriz y consiguiéndolo por momentos; también podemos disfrutar de Barbara Harris realizando el papel de madre de Peggy Sue. Como curiosidad sale muy brevemente, lo que tenemos que agradecer, el indigesto Jim Carrey.
En resumen una película de esas que una vez vista calificaríamos de preciosa.
Strhoeimniano
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