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España España · Córdoba
Críticas de poverello
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Críticas 127
Críticas ordenadas por utilidad
5
14 de noviembre de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin palabras.

Puedo jurar que me encantaría extenderme gozosamente en mi crítica; ¡si soy de los que en variadas ocasiones he sacralizado a Von Trier!, casi me parece cruel no escribir más de dos o tres párrafos, pero es que donde no hay no se puede sacar. El caso: más de dos horas sentadito y esperando el gozo en algún lugar recóndito, y, leches, que no llega, ni siquiera la punzante depresión que caracteriza al danés dogmático; tan sólo me asalta a la mente la idea: ¿pero qué broma es esta?

Os aseguro que me encanta Tarkovsky, Bergman, las paranoias surrealistas de Buñuel, pero este híbrido que empieza a semejanza de Celebración de Vinterberg, continúa como ensayo y destroce de Sacrificio del nombrado Tarkovsky y finaliza como una entelequia metafísica de cualquier mala película de catástrofes, me ha dejado de piedra y con cara de tonto (porque debo de ser mu' tonto, ya que no entiendo la necesidad de tanta parafernalia y buen hacer para no contar casi nada).

Y bueno, eso la salva y la alza a un 5, que está pero que muy bien hecha y tanto Dunst como Gainsbourg lo clavan, gracias a lo cual (o por desgracia) la he visto de terminar.

Prefiero la crueldad de Los Idiotas a esta idiotez. Disculpad. ¡Qué disgusto tengo!
poverello
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3
1 de julio de 2008
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para meterle mano a esto sin correr el riesgo primero de que muchas personas me las corten he de decir que mi superhéroe predilecto de toda la vida ha sido La Masa (perdonen mi incorrección política, pero de toda la vida se llamó así), tal vez porque no era un héroe sino todo lo contrario, un ser sumido en el caos que había de apañárselas para tirar para adelante siendo odiado por cuasi todos. Por eso aluciné con el Hulk de Ang Lee, porque no se andaba jugando a hacer efectos especiales increíbles (Hulk ya es increíble) y su gigante verde era lo que me imaginé siempre (el de Lou Ferrigno era un manteca, todo hay que decirlo), verde verde con pinta de cómic y sin demasiados alardes de destrucción masiva.
Dicho esto he de lamentar que el polo opuesto me muestra Leterrier en ésta Hulk 2, por mucho que quieran decir que no lo es con la estúpida e innecesaria secuencia inicial durante los títulos de crédito (que, por cierto, nada tiene que ver con la verdad mostrada por Lee). Los efectos especiales son realmente espectaculares, pero ¿son necesarios? Cierto que este film hará las delicias de quienes se quedaron en ascuas y cariacontecidos con la entrega del director de origen asiático, de los fieles que piensan que las pelis de superhéroes no son para pensar ni para hacer cosas raras (como la más que original propuesta aviñetada de Ang Lee o su vivaz planificación y puesta en escena que aquí no veo algo similar por ninguna vera), sino para divertirse aunque el guión sea prácticamente una calcomanía de la que no gustó a casi nadie hace cinco años, por mucho que pretendan sorprender con algún pequeño cambio de registro (algunos estilo King Kong como para echarse a llorar).
Eso sí, Norton es Banner, tan perfecto y dolorido como jamás soñó ser Bana (aunque su apellido se parezca un huevo); pero ahí va, no me extraña que el actor no quisiera ni saber nada después de ver el primer montaje (a la postre nada más se sabe).
Muy entretenida sí, que no te aburres, vaya, pero Hulk ni siquiera es verde (supongo que porque mataría el realismo por otro lado inexistente), y mi Masa, mi querido monstruo esmeralda de los 70 era verde y torpe, saltarín y corredor, como el de Lee... y éste de Leterrier, tan digital y tecnológico, me recuerda curiosamente más al de color gris de sus inicios que hubo de ser cambiado de color por motivos de entintado.

Pero, claro, tampoco Leterrier es Lee... ni Singer (aunque la cagara con la última de Supermán), ni Burton o Nolan. Ni...
poverello
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7
6 de noviembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Francis Ford Coppola, con su humildad habitual, comentó en el Festival de Cannes tras el estreno de su mítico filme Apocalypse Now que «ésta no es una película sobre la Guerra de Vietnam, esto es Vietnam». Si tomamos como referencia la invasión de Iraq, aunque el documentalista Nick Broomfield no dijera nada a ese respecto, su cinta La batalla de Hadiza, rodada con soldados profesionales, se parece mucho a tener la impresión de que va a salir un tiro de la pantalla para mandarte al otro barrio.

Ahora toca Siria, claro, y el director Philippe Van Leeuw, quien ya demostrara sobradamente su oficio al hablar sobre dramas humanos y bélicos con su Opera prima El día en el que Dios se fue de viaje (2009), nos sorprende de nuevo con Alma Mater, una película seca, con buena parte de su metraje rodado en planos secuencia desarrollados dentro de una vivienda y que muestra con la sencillez de la realidad objetiva algunos de los motivos terribles por los que cientos de refugiados se juegan la vida en el mar y malviven como si fueran criminales al otro lado de nuestras fronteras.

Protagoniza la película magistralmente la directora y actriz palestina de nacionalidad israelí Hiam Abbass, quien ha alternado en su carrera papeles brillantes (Los limoneros, 2008 o Paradise Now, 2005) con otros de los que difícilmente se puede salir airosa (Exodus: Dioses y reyes, 2014). Obviamente Alma Mater, el título escasamente afortunado con el que ha aparecido en las carteleras de nuestro país, hace referencia a Oum Yazan, el personaje que interpreta Abbass, alma de la fiesta, pero en buena medida puede minimizar el trasfondo real del drama acerca de la imposibilidad de mostrar sensibilidad en mitad de una barbarie donde parece que lo único sensato es racionalizar el caos.

Habrá que mantenerse atento a la próxima película de Van Leeuw. Ya no será una promesa.
poverello
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8
14 de enero de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si eres mujer, de Mongolia, te da por dedicarte al cine y encima haces semidocumentales tienes que ser muy buena para hacerte un hueco y ser además nominada a los Óscar.

Todo eso en su conjunto lo tiene de sobras la directora Byambasuren Davaa, que con un estilo tan delicado como ausente de artificios sumerge al espectador en medio del desierto mongol y lo hace observador impaciente de pueblos que ya han sido olvidados y fagocitados por la sociedad de consumo capitalista.

Codirigida por el director italiano Luigi Falorni, a quien conociera en Munich, «La historia del camello que llora» es el paradigma del lugar en el que pone la nota la directora y guionista residente en Alemania, tal y como volvería a mostrar al público con «El perro mongol»: hacerlo partícipe de la vida sencilla de los nómadas que habita en una yurta en mitad del desierto del Gobi. La excusa que le sirve de preludio es el nacimiento de una cría de camella albina que la madre rechaza sin que lleguemos a saber muy bien por qué. Antes, durante y después de dicho suceso, Davaa nos golpea la mente una y otra vez con la trascendencia de en dónde reside lo verdaderamente importante para tener una vida plena. Y no son los recursos, ni el progreso, ni un trabajo estable… sino el amor y el respeto a la naturaleza, a aquellas tradiciones que no han perdido ni su cordura ni su belleza; en definitiva, hacia toda realidad con la que nos relacionamos a diario y hacia la que debiéramos quizá hacer un mayor esfuerzo por comprender, como la única forma viable de hallar una solución o asumir con tranquilidad no lograr hallarla.

Es difícil conjuntar en tan mínimo espacio sensibilidad, austeridad y emoción. Da tiempo hasta de sonreír:
–Cuando regrese le pediré a nuestros padres que compren un televisor –le pregunta el menor de la familia a su hermano de camino a casa tras comprar algunas cosas en un bazar del pueblo más cercano.
–Eso costará al menos 20 o 30 ovejas.
–Pero tenemos muchas ovejas.
–También necesitarás electricidad y para eso hará falta todo un rebaño.

No desiste el niño, pero no patalea, ni necesita, ni se le ve amargado… es residual su deseo en medio de la obvia paz que lo rodea. Es totalmente aleatorio que se cumpla o no.

Elenco no profesional, estilo documental, mucha arena y más amor. No sabemos por qué llora la camella, pero quizá la pregunta de rigor, la más sensata debería de ser por qué lloramos nosotros, por qué llora occidente.
poverello
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8
17 de junio de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es difícil hablar con propiedad de determinadas películas. Hay películas que destilan tanta emoción que sólo pueden contemplarse. Sin duda “Pelle, el conquistador”, del danés Bille August, es una de ellas.

Podría resumirse el significado, la profundidad de la historia en una única pregunta que proviene del propio título y quizá deberíamos hacernos no sólo al terminar de ver el filme, sino a lo largo de nuestra vida, con las personas que conocemos y que nos puede hacer conscientes de a qué personajes le damos valor. ¿Qué es conquistar?

Cuando estrenaron la cinta de August aún era yo adolescente, de esos que disfrutan con las pelis de aventuras, de guerras infinitas y acción. No hace falta hilar muy fino para reconocer en qué piensa uno cuando lee un título como el que nos ocupa. Seguro que es de un guerrero parecido a Atila, o a Alejandro Magno, o a Julio César…

La verdad es que Pelle es un niño, inocente y confiado cuando, procedente de Suecia, llega con su padre a la isla danesa de Bornholm, ambos esperanzados en una vida respetable con que dar cumplimiento a sus sueños. No es distinto en su bondad Lasse Karlsson -un inconmensurable Max Von Sydow-, al que ni se le pasa por la cabeza la situación de esclavitud e indignidad a la que se verán sometidos, de las que parece imposible escapar.

Pelle demuestra una y otra vez, en mitad de la miseria y de las opciones imperfectas, que conquistar no consiste en invadir países, en someter a pueblos, en descubrir continentes. Conquistar es dejarse invadir a uno mismo, redescubrirse y lograr sobrevivir con dignidad a la pobreza más inmunda sin necesidad de reprochar ni echar nada en cara.

Comparar la historia de Pelle y Lasse con el sufrimiento y el drama de esperanzas fallidas presentes en la inmigración actual, en la realidad de los refugiados es tan fácil que da casi grima lo poco que pueden haber cambiado los seres humanos a lo largo de los siglos. Quizá la indignidad más terrible de la pobreza es esperar milagros que los ricos pueden crear. Y no suelen estar demasiado predispuestos a hacerlo.

Los méritos cinematográficos de “Pelle, el conquistador” son evidentes, desde la medida puesta en escena hasta la magnífica fotografía pasando por la increíble capacidad de transmitir emociones de los dos protagonistas principales. Un filme que, por contención y equilibrio, puede considerarse deudor del verdadero cine clásico.

Lo pasa uno mal, vaya, pero no está de más. Por lo menos que suframos con algo que justifique nuestra usual pasividad. Que podamos creer aunque sea durante dos horas y algo que tenemos sentimientos. Lo de los refugiados, la inmigración, la explotación de seres humanos en países empobrecidos es otra cosa.
poverello
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