Un investigador privado que se especializa en encontrar personas desaparecidas, encarnado por Patrick Kenzie(Casey Affleck), es contratado por los tíos de una niña pequeña, quien aparentemente ha sido secuestrada en circunstancias misteriosas, para que haga un trabajo paralelo de búsqueda al que hace la policía cuyo Jefe encargado es Jack Doyle(Morgan Freeman) y sus lugartenientes Remy Bressant (Ed Harris) y Nick Poole.
El hilo de la madeja está en el hecho de que la madre Helen (Amy Ryan) es drogadicta y la película sigue el itinerario y raciocinio de Patrick, quien trabaja junto a su pareja Angie (Michelle Monaghan) y es también narrador de voz de la cinta.
El filme describe el entorno y a los habitantes de los barrios obreros de Boston y utiliza tintes oscuros cuando la cámara se mete en los bares y casas donde la delincuencia, las armas en ristre y la sangre imperan; denotando un lenguaje visual sobre la dualidad entre el bien y el mal del espíritu humano que se proyecta hasta en el mismo protagonista, la madre y los policías. Igualmente, arma todo un foro de discusión ética acerca de la eficiencia de las leyes y de las convenciones sociales.
Pero también refleja el deseo de un director primerizo de querer hacer un thriller “que haga pensar al espectador” en el sentido que el gran público utiliza esta frase cliché para adivinar finales. Y aquí es donde la película tiene su debilidad más importante porque si bien se utiliza el elemento sorpresa en varios pasajes, para cuando se llega al desenlace, la historia ha perdido fuerza y credibilidad.
Se nota también que Casey Affleck no logró despojarse totalmente del papel de Robert Ford en “El asesinato de Jesse James por…” que hizo el mismo año que se rodó esta cinta de su hermano Ben.
Descontadas estas atingencias hay que decir que se mantiene un buen nivel en la mayor parte del filme, los personajes secundarios cumplen y las escenas finales retoman el espíritu de debate que es lo mejor que nos ofrece Affleck.

"Avatar" se nutre de los westerns que tratan sobre la última frontera y la conexión con la fauna salvaje y con la naturaleza. Especialmente me hace recordar a "Danza con Lobos" la película de Kevin Costner por la que será mejor recordado ya que allí trabajó como actor, director y productor.
Pero también tiene de "Apocalipsis now" de Francis Ford Coppola donde el soldado interpretado por Martin Sheen se interna en la Selva de Camboya para una misión imposible que le sirve de redescubrimiento personal.
Tenemos una historia que nos parece conocida pero con una contundente propuesta visual que marca la diferencia en todas las escenas del espectáculo del filme. Tanto es así que, luego de verla, es difícil apreciar otras cintas, su efecto es análogo al que ocurre cuando probamos un penetrante perfume y es necesario oler café si queremos apreciar otros aromas.En este caso, el café equivale a verla de nuevo una y otra vez y si es en 3D mucho mejor, para descubrir los detalles que se nos escapan y satisfacer así nuestros sentidos.
Si bien los personajes carecen de complejidad y matices, eso no importa mucho en la película porque el tratamiento va más por la descripción del bosque, de la fauna, la flora, las montañas "flotantes" y por el aspecto físico de los nativos y los humanos que nos dice mucho. Por ejemplo, el color azulado de los Na' vi hace referencia a nuestro planeta y a la cada vez más disminuida capa de ozono. Igualmente el hecho de que los nativos sean mucho más altos, fuertes y resistentes tiene que ver con una proyección del ser humano tal como habría evolucionado si hubiera vivido en mayor armonía con la naturaleza. Por su lado, los humanos son presentados indesligados de las máquinas de destrucción que representan lo que nuestra raza ha desarrollado más a través de la historia y la fusión hombre y robot es especialmente significativa porque el primero no se vale por sí solo.
Asimismo, se nota un trasfondo moral y religioso en el filme que, aunque elemental, no deja de ser válido.
Lástima, eso sí, que el director James Cameron no sea un guionista que logre diálogos más inspirados y que huya de los convencionalismos. Y que la historia se parezca mucho a la del "elegido" Neo de "Matrix" pero no podemos dejar de reconocer el esfuerzo por entregarnos un trabajo de calidad indiscutible.

Es prácticamente imposible no emocionarse con esta película pero no de manera gratuita sino como consecuencia de un guión encaminado a desatar los sentimientos del público con una muy buena puesta en escena ayudada por la música que compuso Clint Eastwood especialmente para el filme.
En efecto, este melodrama no es simplemente un típico producto de género, es también una "road movie" de redescubrimiento y aprendizaje familiar muy consistente,con fallas mínimas y con muchas escenas que tienen valor por sí mismas sin incurrir en excesos.
Pero sobre todo representa un poderoso alegato anti bélico, en el contexto de los EEUU de George Bush y su guerra en Irak, que remueve conciencias y corazones.

Dicen algunos críticos que Isabel Coixet es una directora sobrevalorada, pero luego de ver “Mi vida sin mí”, sentí que no se le valoraba suficientemente. Por eso entré decidido y entusiasmado a ver su penúltima película que en Lima se distribuyó como “Lecciones de amor”, seguramente en alusión a la actividad del personaje principal compuesto por el actor Ben Kingsley. Y no me decepcioné.
Y es que la directora catalana ha sido capaz de crear un universo propio en el que se hace reconocible a través de su tono intimista, trascendente, de una delicada estética. Su temática de fondo se repite y tiene que ver con la relatividad de las relaciones humanas y la poca importancia que reviste que las mismas sean exitosas o fallidas si realmente no controlamos ni sabemos nada de la vida por más eruditos que pudiéramos ser. Somos igual de mortales aunque nos cueste creerlo y lo que más nos conviene es la felicidad instantánea, en sobrecitos, aunque esto suponga romper los tabúes, las barreras sociales y hasta las morales.
De esto se trata también el filme que comentamos en el contexto de la historia del profesor y comentarista de arte (Ben Kingsley) que se enamora de su alumna (Penélope Cruz), bastante menor que él, cuya belleza le hace recordar a una célebre pintura. Su enamoramiento es la de aquella persona que tiene el remordimiento de estar poseyendo y robándose un objeto de arte y que tarde o temprano tendrá que devolver o se lo quitarán.
Coixet se acerca a la maestría en la puesta en escena con una eficiencia que va de menos a más con algunos puntos de inflexión que tienen que ver con el personaje de su hijo y con algunos regodeos innecesarios y con su punto más alto en la emocionante escena del reencuentro antes de año nuevo que tiene la belleza de un canto de cisne.
No se trata simplemente de un sentimental romance veraniego u otoñal, o de un testimonio de contemplación de la vida desde un punto de vista masculino y maduro. Tiene de los dos pero es mucho más que eso.

Toda la película trata de conflicto de intereses a nivel personal, institucional y nacional con un guión que utiliza un microcosmos como es la redacción de un diario y donde dos periodistas que funcionan como dupla, tratan la noticia de una manera poco ortodoxa yendo más allá de sus funciones para cuestionar el poder en todos los sentidos. Este esquema no es nuevo, ya lo vimos en “Todos los hombres del Presidente” de Alan Pakula, el filme sobre el caso Watergate que es mencionado en esta cinta varias veces.
Hay buenos diálogos y la puesta en escena presenta una sobriedad destacable. Sin embargo, la película está llena de convencionalismos que desdibujan sus intenciones no escapando de ser un mediano thriller periodístico-político-policial que actores reconocidos como Helen Mirren o Russel Crowe no pueden levantar. Es decir que en vez de aproximarse a Pakula, la película se emparienta más al final a una efectista pero más entretenida “La vida de David Gale” de Alan Parker.