No es sólo la terraza del apartamento la que nos evoca la terraza de Scola con sus fiestas de intelectuales y sus dilemas existenciales. Hay muchas referencias a gran parte del cine italiano de todos los tiempos. Fellini y su ambiente evocador provocador con referencias continuas a la iglesia, a la nobleza decadente, a la burguesía perdida. También tiene de Gassman y su escapada en el aire elegante, vividor del protagonista. A diferencia sin embargo de Vittorio Gassman, aquí el personaje pertenece a una generación que ha heredado el desencanto del desencanto y que lógicamente sólo puede buscar un imposible, una vuelta a los clásicos, la belleza más pura y hedonista. Es una película muy seria con un toque a cine de toda la vida, con elementos novedosos como los coros al más puro estilo Malick. Y de fondo, cómo no, la gran fagocítica, la loba que devora a sus cachorros. Típicos y tópicos que no pierden vigencia y que muestran una sociedad oculta que pasea sus galas con olor a alcanfor y naftalina por la ciudad eterna.

Sorprendente cruce de caminos, cruce de vías virtual, irreal, onírico y etéreo. Hay un poco de Kundera, otro poco de Truffaut y un mucho, un muchísimo de esa crema en la que nada la sociedad de la maravillosa y gris Europa del Este. Un canto a la belleza, al encuentro, a la música y al lirismo a través de los ojos dulces de la(s) protagonista(s).

En los turbios años de la depresión americana, soñar puede ser la única válvula de escape. Eso al menos es lo que piensa Cecilia, su vida se escapa por el retrete de su casucha de New Jersey mientras atiende la barra de un restarantucho y a un marido fanfarrón, borracho y maltratador... El cine por el cine es el motivo de esta magistral película, hablar del cine como ya habían hecho muchas otras y aun lo seguirán haciendo con el paso de los años. Aquí lo original es, valga la redundancia, la originalidad del guión, la búsqueda de una vida plena por parte del protagonista explorador que contrasta punto por punto con la búsqueda de una vida de paja de Cecilia. Con un blanco y negro que redunda en la belleza de la grabación, los actores están soberbios, Mia Farrow no la descubrimos, pero para los que hemos crecido con subproductos como "Dos tontos muy tontos", ver a Jeff Daniels interpretando dos papeles nos parece maravilloso... Lo dicho, los sueños son tan sencillos que soñar no cuesta dinero...

Quizá el director deja de lado la vertiente menos estética, para adentrarse en la ética de las relaciones humanas. Amparado en la sombra que proyecta por donde va pasando, el personaje se nos muestra como un fantasma benefactor que deja por donde va una señal invisible de su paso, una muesca indeleble de su estancia en hogares ajenos. La historia de amor con la mujer maltratada me recuerda a Hanna-Bi en cierto modo. Para mi gusto, flojea en la parte en que es interrogado por la policía, pero no deja de ser una pelúcla hermosa.

Guendalina. Supuestamente una película no debiera terminar como termina esta y sin embargo, esta película se ajusta más a la vida misma que la propia vida. Una película pequeñita contada con inteligencia, un amor adolescente que crece entre la playa y la desidia de los padres. Una relación imposible entre dos mundos inmiscibles, la ilusión que se genera poquito a poco y la ilusión que se desvanece de golpe. Pues sí, hay mucho más de lo que parece tras este título demodé, anacronismos de los sesenta en un tema atemporal, los amores de Iseo y Tristán o los amores de guendalina y Oberdan. Me recuerda, ligeramente, a la muchacha de la maleta, aunque aquí el salto social no está marcado de forma tan brutal o cruel sino que digamos, que la vida es así, como es, como una peliculita menor que escondiera mensajes mayores. Por cierto que los actores adolescentes lo bordan, aparte de Raf Vallone, casi interpretándose a sí mismo. Me ha gustado. Es casi una película navideña sin mensaje navideño, un huevo Kinder vacío o una porción de mazapán con el borde amargo