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Polonia Polonia · Terrassa
Críticas de Taylor
Críticas 702
Críticas ordenadas por utilidad
9
22 de septiembre de 2009
74 de 84 usuarios han encontrado esta crítica útil
Según parece, graves problemas financieros impidieron que Erice pudiera finalizar “El sur” y, a instancias del productor, se vio obligado a montar la peli con el material del que disponía. Obviamente, nadie sabrá jamás qué habría podido hacer Erice de haber podido consumar su proyecto inicial, pero dudo mucho que su propuesta original hubiera podido superar la que es, para mi, una de las mejores películas españolas de todos los tiempos.

Lo digo así, con tanta contundencia, porque muy pocas veces podremos asistir a una comunión de fondo y forma tan armónica. Y eso, a mi juicio, es lo que debe ser el cine. Una obra de arte en la que fondo y forma compongan un todo indisoluble. Algo que Erice ya alcanzó con “El espíritu de la colmena” y que -merced a ese cine sutil, sereno y plácido que le caracteriza- refrendó nuevamente con “El sur”. Con ese cine suyo que hipnotiza, que fascina, que cala extraordinariamente hondo a través de exquisitas y poéticas imágenes preñadas de sentimiento. Cine de susurros, secretos, melancolía, neblina, pámpanos y hojarasca en el que la brújula de su patrón no pierde nunca el norte... ni el sur.
Taylor
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9
18 de enero de 2008
74 de 84 usuarios han encontrado esta crítica útil
Películas como la De Sica nos hacen retroceder hasta aquella época en la que el cine de calidad no estaba reñido, en absoluto, con todo aquello natural, simple y meridiano. Sin embargo, parece como si hoy en día la genialidad fuera parcela exclusiva de aquellos cineastas que tan sólo conciben el cine como una obra de arte inevitablemente densa, plúmbea y abstrusa. Parece como si para Lynch y sus acólitos el cine deba entrañar ineludiblemente laberínticos mensajes, metafísicos propósitos y extravagantes propuestas estéticas. Y todo eso está muy bien, por supuesto. Es legítimo y necesario, incluso. Siempre y cuando todo ello sea fruto de un estudio previo, de un bagaje, de una evolución. Y siempre y cuando uno lleve bien ajustadas las gafas de pasta, claro. Pero regresemos a “Ladrón de bicicletas”. Regresemos a esa concepción artística del cine realista, descarnada, cotidiana. La peli de Sica constituye, en ese sentido, un emblemático patrón de un neorrealismo italiano que nos legó un buen puñado de joyas cinematográficas.

De Sica nos sumerge en la Roma de los cuarenta a través de los ojos de Antonio Ricci, un fijador de carteles, y Bruno, su hijo. La casa de empeños, los mercadillos ambulantes, las largas colas para coger el autobús, el atestado piso de la vidente, los locales de beneficiencia, los tumultos callejeros... todos esos escenarios nos ayudan a pulsar progresivamente la miseria, la penuria, la desesperación que embarga a Antonio (“maldito sea el día en que nací”). De Sica y el neorrealismo italiano en general demuestran fehacientemente como cualquier penalidad cotidiana como el robo de una bicicleta puede llegar a condensar efectos tan devastadores como los que originaría la peor tragedia conocida. Por lo demás, la peli funciona como un reloj suizo. La música aporta la correspondiente tensión dramática, la fotografía esculpe la pobreza y el virtuoso ritmo narrativo del film nos arrastra torrencialmente a las despiadadas condiciones de vida de la jungla de asfalto romana. El único fulgor de esperanza, la única concesión balsámica que De Sica se permite brindar al espectador es Bruno, el chiquillo. Un angelote. Para mi quisiera un vástago así.

Sencillamente soberbia.
Taylor
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8
9 de julio de 2009
82 de 101 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizás no sea una gran actriz, de acuerdo, pero Monica Bellucci es -hoy por hoy- la mujer más bella y sensual de la Vía Láctea. De eso no me cabe la menor duda. Quien diga lo contrario, miente como un bellaco. Ninguna mujer, repito, ninguna mujer de este planeta ni de cualquier otro admite comparación con esta diosa terrenal. Ninguna. Lo podría decir más alto pero no más claro. Es más, si dudáis de mi estoy dispuesto a jurarlo sobre la Biblia y a someterme al dictamen del polígrafo. Si dicho esto seguís creyendo que exagero, que no hay para tanto, es probablemente porque aún no habéis visto “Malèna”.

El día que lo hagáis, si no lo habéis hecho ya, corroboraréis mis palabras. Lo más probable es que Monica os deje estupefactos en su primera aparición y que vuestra expresión facial no cambie hasta los títulos de crédito finales. Permaneceréis un par de horitas con la mirada fija, clavada en la pantalla. Posiblemente se os descolgará levemente el maxilar inferior. En tal caso, os recomiendo un babero para no mancharos la camisa. A los asmáticos les aconsejo que tengan el ventolín a mano. La secuencia en la que a Malena le resbala la tira del negligé por el hombro dejando al descubierto su turgente seno diestro no es apta para cardíacos. Ni para personas con problemas respiratorios. Si superáis con éxito tan taquicárdico trance, estaréis prácticamente salvados. Habréis pasado la prueba de fuego y estaréis capacitados para disfrutar de un verdadero festín a base de contoneos y desfiles pueblo arriba, pueblo abajo. Un auténtico festival de tacones, medias, ligas, faldas ajustadas, camisas entreabiertas, labios carnosos y miradas voluptuosas. Sencillamente espectacular.

Saciados vuestros instintos visuales más primarios, tal vez vaya siendo hora de prestar algo más de atención a otros aspectos de la peli. Y aunque dicho lo dicho “Malèna” pueda parecer una simple peli-escaparate, nada más lejos de la realidad. Para empezar, está dirigida por Giuseppe Tornatore. Sí, el de “Cinema Paradiso”. Con ello quiero decir que -aunque “Malèna” no está al nivel de la peli con la que Tornatore se dio a conocer- un mínimo de calité sí lo tiene. Pero no sólo eso. “Malèna” cuenta con una fotografía (Lajos Koltai) y una banda sonora (Ennio Morricone) excepcional. En resumidas cuentas: 10 estrellas a Monica y 6 a todo lo demás dan como media 8 estrellas. Pues eso, un 8. Notable.
Taylor
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9
16 de mayo de 2008
76 de 89 usuarios han encontrado esta crítica útil
La peli de Henri-Georges Clouzot viene a corroborar que antes de que llegaran Truffaut, Godard, Rohmmer y otros gurús de la estrepitosa ‘nouvelle vague’ la calidad del cine que se hacía al otro lado de los pirineos estaba fuera de toda duda.

Atribuir tópicos es una tendencia intrínseca de las sociedades avanzadas pero también es cierto que, como dijo Keyserling ‘generalizar es equivocarse siempre’. Ello explica, por ejemplo, que dentro de la mediocridad absoluta del cine español de los cincuenta pudieran aparecer obras como “El verdugo”, “La caza” o “Calle Mayor” y que, poco antes de que el cine francés se convirtiera en sinónimo de cine extravagante, sesudo o propenso al bostezo, el país vecino fuera capaz de gestar thrillers tan inquietantes como “El salario del miedo”, “Rififi” o la peli que hoy nos ocupa: “Las diabólicas”.

Clouzot bebe de la más genuina tradición hitchcockiana y consigue trasladar al cine, de forma impoluta, la intrigante y aterradora novela de Boileau y Narcejac (autores de “Vértigo”). Y a pesar de que el guión parte de una materia prima de indudable calidad, todos sabemos que eso no siempre constituye garantía de éxito y que existen multitud de pelis lamentables basadas en obras literarias de renombre. Obviamente, no es el caso de “Las diabólicas”.

Una buena adaptación requiere ritmo, coherencia y magnetismo. Y os puedo asegurar que Clouzot consigue ajustar todas esas piezas y hacerlas funcionar con la precisión de un reloj suizo. Tic tac tic tac tic tac... Una modélica demostración de cómo se teje una peli de suspense con final abierto incluido. Sin cabos sueltos, sin bajones, sin relleno, sin imprecisiones. Impecable. Me sorprende, además, la frescura y naturalidad de alguna de sus situaciones y diálogos. Sobre todo porque si “Las diabólicas” se hubiera rodado en Estados Unidos o en España, el puritanismo yankee o la tenaza franquista lo habrían hecho inviable.

Un clásico, en suma, absolutamente recomendable para cualquier cinéfilo en ciernes .
Taylor
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9
4 de mayo de 2011
70 de 77 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cada vez que veo “Solo ante el peligro” recuerdo, inevitablemente, esa tarde primaveral de mil novecientos ochenta y pocos en la que mi compañero Xavi se enfrentó a tres quinquis que se habían pasado un buen rato mofándose de nosotros mientras jugábamos nuestro habitual partido de fulbito de los jueves.

Tenían mala pinta, sí, y quizás también un par de años más que nosotros. Pero eran tres. Sólo tres. Y nosotros, no sé, pero ocho o diez, fijo. Supongo que por eso mismo Xavi, el más gallito del grupo, se revistió de valor y les replicó no sin poca contundencia. Automáticamente, los tres maleantes saltaron la baranda y se acercaron a mi colega. Sin prisa pero sin pausa. Con la típica sonrisita burlona que tan malos augurios suele vaticinar en este tipo de circunstancias.

La disputa verbal fue breve. Tan breve que ni tan sólo alcancé a escuchar la voz del líder garrulo. Lo que sí escuché, y en estéreo, fue el tremendo bofetón que éste le arreó a mi compañero. Un bofetón que dispersó instantáneamente a los de nuestro grupo y que principió —si no una paliza— sí una buena somanta de palos. Xavi, obviamente, intentaba defenderse. Pero sus tímidos puñetazos al aire no parecían impresionar demasiado a su contendiente. Y, mucho menos, nuestras patéticas increpaciones. Cuando todo acabó y acudimos a socorrerlo me sentí el ser humano más mezquino y cobarde del universo. Xavi había perdido ese combate sí, pero lo que perdimos los demás esa misma tarde fue mucho peor. Os lo aseguro.

Nueve incuestionables estrellitas, pues, para un western fuera de categoría que al margen de obsequiarnos con una narración impecable, una banda sonora sublime y un Will Kane mítico, profundiza como pocas pelis lo han hecho en dos conceptos antagónicos indisolublemente arraigados a la especie humana: el miedo y el valor.
Taylor
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