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España España · Salamanca
Críticas de La Maga
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Críticas 190
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
30 de noviembre de 2014
152 de 166 usuarios han encontrado esta crítica útil
Reconozco que el actor de Donnie Darko siempre atrajo mi interés, tiene un cierto magnetismo y es de los actores más camaleónicos del panorama actual. Pero lo que más me gusta de él es la osadía que demuestra embarcándose últimamente en los proyectos más arriesgados (Prisioneros, Enemy, Sin tregua, Zodiac, Brokeback Mountain...). Pues bien, de nuevo la ha vuelto a clavar, demostrando el buen ojo que tiene para los guiones, esta vez de la mano de otro gran debutante (todavía hay esperanza en Hollywood, gente de talento que, cuando se lo permiten, sabe crear historias o sacarlas de la propia realidad, ¡gracias a Dios!).
Jake Gyllenhaal borda un papel que toca muchas fibras de nuestro mundo moderno mediatizado donde los sucesos y sus víctimas se vuelven carnaza para conseguir subir las audiencias. Obra de culto desde este momento, podría suponer el bombazo que supuso Drive, pero no piensen que es una copia, no tiene nada que ver, Nightcrawler tiene su propio sello, una cinta que bebe del Peeping Tom de Michael Powell, clásico de terror de 1960, y El ojo público de Howard Franklin (1992), con esa L.A. que el propio Michael Mann o David Fincher habrían firmado. Seguramente este servidor no haya visto un análisis sobre el poder de la televisión tan certero y penetrante desde el Network de Lumet, y a su manera, con un humor negro marca de la casa, con una factura visual que apela a iconografías modernas, hace que nos encontremos desde ya ante un pequeño clásico en potencia. Por momentos, es como si juntáramos a un antihéroe wilderiano en escenarios de Lynch, casi nada, pero con la ligereza que tienen los debuts. Nightcrawler interpela al espectador acerca de la basura en que se ha convertido nuestra sociedad, nuestro tiempo, y con un ritmo frenético y ascendente, incomoda con ojo avizor. Lou Bloom es el nuevo Travis Bickle de nuestra era.
La Maga
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9
18 de diciembre de 2012
35 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
De un tiempo a esta parte, sigo con curiosidad el cine proveniente de Canadá. Reconozco que mi deseo sigiloso de averiguar más procede de la grata impresión que me produjo, hará ya diez años, aquel título lleno de mala baba y desencanto lúcido llamado Las invasiones bárbaras. Su director, Denys Arcand, hizo que pusiera en mi mapa cinéfilo una chincheta más, y desde entonces, de vez en cuando la modesta industria canadiense me regala una buena sonrisa, de esas que me produce el cine clásico cuando deseo fervientemente recuperar mi idilio con el cine, sitiado y putrefacto últimamente, en aras de una renovación mal entendida.
Pues bien, gracias otro año más a la inestimable programación del festival internacional de Tallinn (Estonia), mi relación con la cinematografía canadiense se hace cada vez más estrecha. En esta ocasión, el culpable en cuestión recibe el nombre de Laurence anyways, y se me antoja que dará mucho que hablar de aquí a un tiempo, dado su potencial de película de culto al instante, icono seguramente de minorías y producto revisionista y nostálgico de un cine apegado a realidades en ocasiones denostadas.
Xavier Dolán ya tenía dos trabajos anteriores. Mientras que en I killed my mother (2009) diseccionaba la relación subyugante entre una madre y su vástago, debutando a la increíble edad de diecinueve años, en Les amours imaginairies (Heartbeats) (2010) continuaba haciendo lo propio con un triángulo amoroso. Pocas veces un director llega a una madurez en su tercer proyecto, y hacerlo con veintidós años debería centrar nuestras miradas. Y lo hace a lo grande, sin miramientos, sin miedo al qué dirán, con un exceso tan seguro de sí mismo que otras obras similares palidecen en el mayor de los ridículos frente a ella. Casi tres horas de metraje hechas en sazón, llenas, al igual que su protagonista “masculino”, de determinación, con un despliegue tan envolvente que aúna lo mejor del cine europeo y USA a partes iguales, esquivando al mismo tiempo todos sus defectos.
Laurence anyways tira de audacia, estética videoclipera (sobre todo de los ochenta) y técnicas publicitarias para elaborar un cóctel explosivo, pero sorpresivamente, no se queda en la mera pose, en la fachada, ni se desinfla al poco de despegar, como le suele suceder a este tipo de productos, que acaban optando por un amarillismo a todas luces resultón, facilón y a la postre vacío. No, Laurence anyways va más allá, no sólo se sostiene en su discurso, sino que lo engrandece a medida que transcurre, llevándolo a cotas pocas veces transitadas con asuntos como el que trata, a saber, la búsqueda de una identidad sexual.
Es como si juntáramos en una misma cinta varias tendencias artísticas muy reconocibles a los ojos de los cinéfilos, en su mayoría de los últimos treinta años. Xavier Dolán recurre a un estilismo desaforado – con reminiscencias al cine de Wong Kar-Wai o el mismísimo Pedro Almodóvar, apuesto que ferviente seguidor de esta cinta -, y a un cariño inusitado por personajes sexual y amorosamente desorientados. Mas lo que la hace particularmente singular es la profundidad y lucidez de su relato, no exento de una vertiente ensayística que lo podría emparentar con dos polos diametralmente opuestos. Me refiero, por una parte, a la capacidad analítica en cuestión de relaciones amatorias del cineasta sueco Ingmar Bergman, y por otra, a la aptitud transgresora de los límites contemporáneos, abordados por el radical, a la par que refrescante, director de culto John Cameron Mitchell.
Lo que Dolán parece decirnos es que ha llegado la hora de derribar tabúes, tal vez consciente de que la sociedad, ahora sí, parece más pertrechada para acercarse a una existencia que, por otro lado, no deja de ser otra cosa que una gran historia de amor, quizás del amor a uno mismo, por encima de todas las cosas, y de todas las personas, por mucho que las queramos. Generalmente, este tipo de largometrajes tienden a dar por perdido a gran parte del público, no aquí, ya que el verdadero y enorme triunfo de Laurence es conseguir hacernos partícipes a todos de su odisea, engancharnos sea cual sea nuestra orientación sexual o el límite de nuestros prejuicios sociales. Porque esta hermosa película no sólo trata de identidad sexual, sino de la búsqueda de uno mismo, de la autenticidad, del precio que hay que pagar para no ser uno más del rebaño, a trancas y barrancas, encarando los obstáculos, aun a costa de renunciar al amor. Laurence cree en un alma gemela, lucha por estar junto a ella, sin embargo, todo tiene un coste. ¿Triunfará el amor de pareja o prevalecerá el amor a uno mismo? Dilemas actuales en medio de una sociedad contemporánea que esclaviza hasta nuestros sentidos, y por ende, nuestros sentimientos. Como dijo Calderón de la Barca: “Que cuando el amor no es locura, no es amor.” Disfruten de este clásico de culto en potencia.
La Maga
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4
14 de diciembre de 2010
19 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Reconozco que me las prometía muy felices. Después de haber oído los buenos resultados cosechados en Sitges, la fiebre provocada en Japón, y su casi segura selección para representar al país nipón en la próxima edición de los Oscar la cosa no podía pintar mejor. Prólogo, directo, quedo noqueado por su brillante estilo visual, y de dicción, por su descarada ironía, por su relamido sarcasmo, por lo actual de su discurso: el vacío desarrollado en las sociedades avanzadas, la pérdida de valores, la desorientación, la venganza como intelecto, la ignorancia supina, la indiferencia ante el otro, un igual, convertido en mero paria o parásito, sólo aprovechable como pasatiempo o medio para el ascenso en la escala social y material inculcada por el capitalismo globalizador, la desconexión entre adultos y adolescentes, entre padres e hijos, la infantilización de los mayores y los aires de superioridad de los jóvenes, la noticia impactante (ya nada asombra) convertida en carnaza sensacionalista por los medios, y finalmente, el progreso mal entendido, su cortocircuito, la hecatombe humanizadora, el nihilismo al que estamos abocados. Con todas estas premisas, uno no puede sino dejarse llevar, prestar atención, o mejor diría, pegar la oreja ante tamaña presentación, pues asistir a este engendro es como asistir a una lectura literaria (no me siento en una butaca para que me piten los oídos ante tal exceso literario). No se lo crean, son fuegos de artificio que acaban provocando el desquiciamiento del espectador, al menos al curtido. Existe una regla sagrada en el cine, a menos que seas un Allen, o un Bergman, que seguramente las nuevas generaciones no se molestarán en acercarse a ella: menos es más. La seleccionada el año pasado por Japón, Okuribito (Departures), lo entendía a la perfección, son los extremos que a veces se tocan, pero muy raramente. Es imposible ser más obtuso, envalentonado y cargante que la mano de este director. Echa abajo todas sus virtudes, esas pinceladas descomunales de verdad actual, en aras del exceso, un problema bastante arraigado en cierto tipo de cintas orientales. Y el espectador no siente más que impotencia, y unas ganas apremiantes por abandonar la sala cuanto antes. El desarrollo y el clímax de esta película son tan interminables como aquellos conejitos de las pilas de Duracell, o el papel higiénico de Scotex. Y en definitiva, su cáncer, que nace a los veinte minutos de proyección, con una modernidad mal entendida, y se prolonga indefinidamente convirtiendo a Confessions en una de las mayores torturas que haya sufrido en el cine últimamente. Es como el discurso cargado del joven que parece que se va a comer el mundo... hasta que se da de morros contra el suelo, contra la realidad.
(Lo siento, pero me dicen que mi crítica es demasiado larga, por lo que te animo a continuarla en la crítica con spoiler, pero tranquilo, no cuenta nada del argumento).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
La Maga
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8
4 de diciembre de 2007
84 de 99 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siento discrepar con mi compañero José Carlos. Acabo de ver Lust, caution en el Pöff, Festival de Cine de Tallinn, y, sinceramente, me parece, sin ningún atisbo de duda, de lo mejor que he visto este año. Ang Lee se confirma para mí como uno de los más talentosos autores del momento (ya lo demostró el año pasado con Brokeback Mountain, la obra maestra de la temporada, con la que Lust, caution comparte muchas señas de identidad e inquietudes). Y sí, damas y caballeros, digo autor porque es indudable y envidiable el oficio que este director ha mamado con el tiempo. Si al principio la película nos adentra en los cachivaches artísticos de unos sencillos universitarios con ínfulas patrióticas, poco a poco Ang Lee nos sumerge en una historia de espías y amantes con más aristas que La Casa Blanca. Mención especial merecen las interpretaciones de los dos protagonistas - pareja a recordar -, un Tony Leung capaz de desquitarse de su lado más bonachón y romántico (In the mood for love) y una Joan Chen que enamora, emociona y desgarra a partes iguales. No pretendo hacer una crítica, simplemente son unos apuntes, pero si son de paladares finos, y les gusta saborear las cosas sin prisas, no lo duden y denle una oportunidad a esta clase magistral de dirección. Sólo flojea en algunos instantes, pero son leves dispersiones, pues la obra posee tan buen gusto por los clásicos de siempre (Casablanca), que uno al final no puede sino rendirse ante las evidencias: estamos ante uno de los directores con más buen porvenir y peso en la industria del cine. Con Ang Lee, el clasicismo, en el buen sentido de la palabra, está a salvo (muchos dólares tienen que ofrecerle para que se traicione), dejando a la altura del betún el ejercicio onanista (El buen alemán) del sobrevalorado Soderbergh. Viejos combatientes del celuloide, degusten unos minutos que pasan volando gracias a una exquisita planificación (hay secuencias de escuela, para enmarcar), y si algunas tramas secundarias flojean, todo sea porque, al final, lo único que importa es que el amor es la única patria.
La Maga
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2
21 de junio de 2007
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wes Carven (Scream) fabrica un producto ideal para aquéllos que suelen dar la tabarra en el cine.
En Hollywood una pareja de hermanos que han perdido recientemente a sus padres son atacados por un hombre lobo. Desde ese momento ambos deberán luchar contra algo totalmente incontrolable: su insaciable apetito en las noches de luna llena. Aunque no lo crean, ésta es toda la profundidad que encontrarán en la última revisión acerca del mito del hombre lobo.
Referentes del despropósito
El último trabajo de la pareja formada por Wes Craven y su guionista más exitoso, Kevin Dawson crece Williamson, culpable también del libreto de Scream, está más cerca de Un hombre lobo americano en París (1997) que de Un hombre lobo americano en Londres (1981), referente de culto y de calidad. Pero es que ni eso. Es la peor lectura que se haya hecho de los licántropos en mucho tiempo, un despropósito en el que ni siquiera los efectos especiales producen terror alguno, y por la que Wes Craven merece que sus seguidores le den la espalda por un largo período de tiempo. Sólo cuando la película recuerda al tono de Teen Wolf, es decir, cuando los hermanos de turno ganan en sex-appeal, es cuando el espectador puede soltar las únicas carcajadas de la función. Diálogos malísimos, desarrollo deslavazado, personajes arquetípicos y lineales, y un final que deja bastante que desear. Y si hay que salvar algo, tal vez tres secuencias: la persecución en el garaje, los primeros síntomas de la maldición en la oficina y la transformación del indefenso perrito. Pero nada más, no busquen nada más porque no lo encontrarán.
Cuando la película comenzó a rodarse, el reparto incluía a otros actores. Despedidos, se rodó de nuevo prácticamente toda la película. No es de extrañar viendo los resultados. Por suerte, la época en la que casi todo el mundo proclamaba a Kevin Williamson como el nuevo rey del cine de terror ha pasado a mejor vida. Este fiasco lo corrobora. Los amantes del cine de terror será mejor que se olviden del asunto, ya que los sustos resultan totalmente previsibles, basándose todos ellos en la repentina aparición de una persona en la pantalla o en mostrarnos a criaturas que, en teoría, tendrían que causarnos verdadero pavor. Del director mejor no hablar, pues Craven emplea todo tipo de convencionalismos a la hora de intentar que el espectador se quede agarrotado en su butaca, algo que no consigue en ningún momento. Lo peor de todo es que utiliza tomas muy breves en algunas secuencias de acción, no sé si para apuntarse a una moda o para ahorrar algo de dinero en los efectos especiales.
La Maga
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