Esta aclamada serie se puede encuadrar en dos géneros. El más obvio es el policial, con subtramas de drama. A mí me gusta más verla al revés: drama, con subtramas de policial.

¿Por qué digo esto? Porque en la construcción dramática de los personajes, la serie brilla con total intensidad. Para armar la trama policial, falla un poco en mi opinión.

La serie empieza con la presentación de Mare (Kate Winslet simplemente brillante). Ella es una policía del condado de Easttown, PA. Su accionar es rudo, su mirada pétrea, sus sentimientos están ocultos y hasta las cosas simples del día a día, como conversar con su madre, se ven complicadas. Y donde realmente brilla la serie es mostrándonos, a lo largo de los siete capítulos, por qué la mochila de Mare es tan pesada.

Sus conversaciones con su madre, ex esposo, psicóloga, amigas, su pareja o compañeros de trabajo son como las capas de una cebolla que se van cayendo para acercarnos a su dura realidad.

Paralelamente, se desarrolla una trama policial. En Easttown, ha desaparecido una adolescente. Otra muere en el primer capítulo y Mare encabeza la investigación en busca del (o los) culpables.

En esa trama son una constante los giros en el guión que nos van cambiando la percepción de quién puede ser el responsable de las desapariciones y asesinatos. Ya sé que la serie está en plataformas de streaming y que se proyectan temporadas de por lo menos 6 capítulos. Toda idea debe ser alargada al máximo. Pero tantos giros se me hacen demasiados. No es creíble que haya tantos sospechosos en un pueblo chico. A menos que sea un infierno demasiado grande.

Carlo Ponzi fue un inmigrante italiano que en Estados Unidos estafó a miles de personas con un esquema de inversiones fraudulento. Se aprovechó de muchos humildes inmigrantes como él, que le depositaron sus ahorros y su confianza. Corría el año de 1920 donde un discurso prometedor quizá valía como herramienta de convencimiento.
Su nombre se inmortalizó, de manera negativa, al llamarse “Esquema Ponzi” o “Ponzi Scheme” a todo tipo de estafa de características similares.

Bernard Madoff uso un esquema Ponzi para engañar y estafar a inversores estadounidenses por un total de 52,000 millones de dólares. La diferencia es que lo hizo en el siglo XXI, en la era en que se sabe todo de todos, y no sólo engaño a personas, sino también a entidades bancarias y fondos de inversión.

The Wizard of Lies es la historia de Bernie Madoff, contada con un buen pulso por Barry Levinson. Robert de Niro lo personifica en un papel muy medido, sin las explosiones emocionales a las que nos tiene acostumbrados en sus papeles biográficos. De Niro borda un papel con una sobriedad absoluta; papel que intenta descifrar en la codicia de los seres humanos las razones de semejante historia.

Michelle Pfeiffer hace de su esposa, una sexagenaria que no se entrometía en los negocios y estaba acostumbrada a una vida de lujos en la Manhattan que no llegan a ver los turistas. Además de poner de manifiesto que todos estamos viejos si Michelle Pfeiffer ya hace de sexagenaria, la actuación de Pfeiffer es interesante. También en un tono mesurado, nos muestra como su vida se derrumba y como toda su familia empieza a descomponerse.

Conviene no googlear a Madoff ni enterarse los pormenores de la historia. Levison hace una buena tarea también con los personajes secundarios que también sufren, en mayor y menor medida, ante el derrumbe del castillo de naipes que Madoff por más de 20 años supo conservar.

Sam Esmail (Mr Robot, Homecoming) ya tiene un nombre sólido en la industria del entretenimiento. Nombre que le permite juntar a un reparto de nombres importantes para presentar en Netflix “Deja el mundo atrás”. Sólo creadores con el peso necesario como Esmail pueden pararse ante Netflix y lograr subir a la plataforma una película en donde se ve que el director estuvo en control de todo.

Se respira la atmósfera de clásicos modernos como, entre muchos ejemplos, Guerra Mundial Z, the Last of US o Black Mirror. Por momentos, parece una película de Shyamalan. Al rato, asoma el estilo de Jordan Peele. Todo parece transitar caminos ya vistos, historias ya contadas. Pero el gran hallazgo de esta película es basarse en narrativas muy conocidas para empaquetarlas en una trama donde la tensión se inocula a cuentagotas, evitando la acción trepidante para manejarse en un plano de suspenso psicológico.

Ahí en donde brilla Esmail. Donde puede husmear en los villanos que manejan los hilos del mundo en vez de mostrar a los super héroes que lo salvan.

Deja los prejuicios atrás. Sumérgete en la trama. Mastícala. Digiérela. Más que divertirte, te hará reflexionar. Que son reflexiones lo que necesitaría cualquier colapso de la humanidad.

Para entender un poco más el contexto de este documental, conviene señalar que Michael Jackson fue, entre 1982 y 1995, la estrella pop más relevante del planeta: un artista repleto de talento, fabricante imparable de hits, el tren a donde todas las marcas querían subirse, un icono global que generaba dinero en tales cantidades que sus comportamientos bizarros sólo se veían como excentricidades

Las cuatro horas del documental funcionan como catarsis de dos hombres adultos que cuentan, de forma totalmente abierta, cómo fue su relación, de niños, con el Rey del Pop.

Pero en donde el documental hace un trabajo brillante es contando cómo el Rey del Pop también era el Rey de la Manipulación. Queda súper claro cómo el brillo de su fama encegueció a las familias de estos niños y cómo Michael armaba una seductora telaraña que permite ahora tener una respuesta la pregunta del millón: “Cómo un padre o una madre permitiría que su hijo se quede a dormir con Michael Jackson en Neverland?

Con un gran enfoque en lo humano y con la duración necesaria para contar las cosas sin apuro (100% el estilo de HBO), Leaving Neverland nos deja claro que muchos de los mundos de fantasía pueden encerrar realidades que pueden transformase en la peor de las pesadillas.

Los que no tenían internet. Ni celulares. Ni laptops. Los que usaban pelucas y tenían que sacar fotos con unas camaritas que escondían donde podían.

The Americans relata, sin prisa y sin pausa, cómo fue la verdadera vida de los espías en la guerra fría. Cero glamour. Cero martinis. Disposición 24/7.
Se agradece seguir una serie que no está obligada a mostrarte 25 explosiones por capítulo y donde una mirada o una intriga encubierta puede ser más poderosa que cualquier arma.

Keri Russel y Matthew Rhys sobresalen interpretando a la pareja que le da el título a la serie. Y le ponen el cuerpo (metafórica y literalmente) a su trabajo. A partir de la temporada 3, Frank Langella hace un trabajo soberbio representando a su contacto en USA con la central. Ese ente anónimo y muchas veces despiadado que representa la inteligencia soviética.