Para no llevarnos a engaño: Héroes es una película mediocre.
Interpretaciones justitas; dirección artística de manual; situaciones inverosímiles, estereotipos y vicios de las películas con niños, buscando la sensiblería; banda sonora –pese a algunos hits ochenteros bien ensamblados- con un score sencillamente horroroso; escenas dramáticas de lo más tópico;...
Dicho esto, reconocer que la cinta presenta algunas virtudes que sería mezquino no destacar. La película se ve con agrado y se recuerda, pese a ese melodramático final, con una sonrisa. Y no sólo por su mensaje bienintencionado, más bien ingenuote, sino por una acertada combinación cómico-dramática. Unos ingredientes que convierten a Héroes en la película ideal para disfrutar en familia una tarde invernal de domingo.
Pero si una agradable sorpresa es de destacar en este film es el papel interpretado por Joan Sorribes. Ya era hora de que aparezca en una película un personaje con síndrome de down y que no se le utilice para generar lástima o un falsamente progre mensaje integrador. Rot es simplemente un personaje más. Sin discursos moralistas, se nos muestra como un componente más de un simpático grupo en el que, lejos de generar empatía fundadas en su condición física, se revela –¿o se rebela?- como un elemento cómico de primer orden. Magnifico su duelo interpretativo con un grande como Lluís Homar, en el que le roba el protagonismo con un sencillo y demoledor “No ¡si no te quiere!” Sin duda un mérito atribuible al buen hacer de Espinosa en el guión, no le faltan tablas en este tipo de suertes al muchacho. Se lo agradecemos.

Al parecer a Guédiguian le bastan sus actores (¡siempre los mismos!), sus temas e ideas (¡siempre l@s mism@s!), sus escenarios marselleses (¡siempre los mismos!) y una historia sencilla para deslumbrarnos contándola con esa misma sencillez en el aspecto técnico. Los únicos alardes son en el talento cinematográfico de su autor, quien capta enseguida la simpatía del espectador, y el buen oficio interpretativo de su troupe, los Meylan, Darrousin... pero sobretodo la extraordinaria Araine Ascaride.
Un consejo, vale para todo el cine, especialmente para el francés, pero indespensablemente en las películas de Guédiguian: por favor absetenganse de ver las patéticas versiones dobladas al castellano. En su versión original encontrarán multitud de matices, indetectables en las insulsas traducciones y extrañas cadencias sonoras sin gracia alguna.

Después de dos entregas iniciales más bien simplonas, sin duda aceptables películas pero que no pasaban de simpáticas, tenemos por fin una película de verdad. Ahora sí se puede incorporar a Harry Potter entre las sagas interesantes del cine fantástico. La película es fascinante en el aspecto visual, coherente en todo momento en el qué y el como de lo que se pretende narrar, con estilo propio. Es de entender que el giro estilístico hacia lo sombrío se debemos agradecer a Cuarón. El mexicano ha conseguido, tal vez porqué se ha atrevido a afrontarlo, exprimir todo el jugo de la historia que Rowling va tejiendo en sus novelas. Así pues, el reproche para Columbus y su equipo, que se quedaron en la explotación comercial de lo que ya era un evidente filón, en vez de tratar de ir más allá y crear algo realmente memorable.
Nos encontramos una trama simple, en la que la complejidad queda para el mundo interior de sus personajes. Cabe encontrar aquí los mayores defectos de esta entrega (y también del conjunto), que el guión se conforma con diálogos explicativos de manual para explicar la historia y que los actores principales (aunque tal vez Emma Watson apunta visos de enmienda) no están a la altura.
Cuarón a tenido habilidad suficiente para superar las convencionalidades, acentuar el humor e incorporarlo a las situaciones en lugar de forzar situaciones ajenas a la narración, sugerir durante todo el metraje. Las continuas referencias al paso del tiempo, el uso continuo de reflejos para confrontar a Harry consigo mismo, el contraste de luminosidad y sombra, los hallazgos artísticos en ciertos diseños... Y por fin se nos muestra la complejidad del protagonista sin suavizarla. Si bien la historia es el clásico enfrentamiento entre el bien y el mal, la innovación es no dar por sentado donde reside cada cosa. Por mucho que su historia se circunscriba a un mundo mágico sus impulsos son humanos, así Harry muestra odio y deseos de venganza. Se deja, pues, la conclusión moral a juicio del espectador.
Esto hace muy atractiva El prisionero de Azkaban, es una muestra de que se puede (y se debe) hacer una película con contenido didáctico para un público infantil tratándolos como seres inteligentes, apelando a su imaginación visual en vez de mostrárselo todo, dejando elementos para la reflexión en vez de consignas inamobibles y presentando una propuesta con estilo propio.

Tras maravillarme con Marius y Jeanette, me apetecía mucho reencontrarme con alguna cinta de Guédiguian. Y lo que me he encontrado es lo mismo (¡que no es poco!) una mirada a la clase obrera, a las relaciones familiares, a los problemas sociales, a los barrios bajos de Marsella, al amor, a la frustración, a ¡todos los mismos actores!, a mujeres fuertes que tratan de sacar a los suyos adelante...
Sólo una cosa cambia: en este caso no te da una sola posibilidad de esbozar una sonrisa.

Hay que comenzar diciendo que se trata de un espectáculo soberbio desde el punto de vista estético y que narrativamente es muy valorable. Mi valoración se mueve en los mismos terminos que otro apabullante espectáculo visual, hablo de 300, que te deja sin aliento tanto por la belleza gráfica que desprende como por la vacuidad de su propuesta, que no es más que este ejercicio estético en si mismo sin importar que el argumento estribe únicamente en la exaltación de unos valores más que discutibles. Personalmente estos ejercicios de idealización épica, aunque pueda disfrutar con su buena realización y la potencia de su imaginario (ese es el único motivo para haber puntuado positivamente ambos films), me generan un cierto rechazo. Tratándose de contar 1000 años en 8 minutos, no descubriré nada nuevo si afirmo que, desde el punto de vista histórico, se trata de una simplificación extrema. He ahí su mayor peligro. La rememoración histórica, tan maleable y susceptible de apropiación para uso político, requiere de exponer toda su complejidad, no sólo por una cuestión de rigor, sino para otorgar capacidad de juicio al espectador.