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Críticas de Quatermain80
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Críticas 406
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
21 de agosto de 2016
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
A propósito de Jacques Deray y de su película Historia de un policía (Un Flic), recuerdo haber hecho un elogio del oficio que caracterizaba la labor de este realizador, que sin ser brillante ni original, buscando sin rubor la comercialidad, no por ello dejaba de hacer buen cine, casi siempre dentro de los códigos del noir o aledaños.

En este caso, partiendo de una novela de Gilles Perrault adaptada por el también escritor, guionista y realizador José Giovanni, se nos ofrece una clásica película de espías ambientada en la Guerra Fría, concretamente en Viena, ya para siempre ligada a estas temáticas desde la mítica El Tercer Hombre de Carol Reed. En esencia el argumento bucea en las oscuras aguas de las redes de espionaje y en las dudas que un agente francés (Margeri) despierta en sus superiores, que envían a otro espía (Fabre, viejo amigo del anterior) para cerciorarse de su lealtad. Evidentemente, desde el otro lado, habrá quienes también estén tras la pista del primero con el fin de desmantelar su red, por lo que entre estos últimos (numerosos, bien organizados) y Fabre (que actúa en solitario) se desencadenará la inevitable disputa.

Correctamente realizada, recurriendo a los habituales recorridos por la ciudad tan característicos en este tipo de filmes, el guión apenas perfila el carácter de los personajes, subrayando tan sólo la seguridad y tozudez de Fabre, retratado como un profesional al que no le tiembla el pulso en ninguna situación. Aunque el relato es siempre inteligible, hay algún cabo suelto, alguna derivada narrativa en la que la continuidad no siempre resulta afortunada. Hay que aclarar, además, que el comienzo del filme es deliberadamente moroso a la hora de ir revelando detalles, con el objetivo de mantener cierta intriga. Las secuencias violentas son más bien breves, pero por eso mismo frías y creíbles. Resulta algo molesta la música, no en sí misma, sino por el abuso que se hace de ella en algunos momentos en los que el mero silencio podría resultar más adecuado, o en otros, por el afán de subrayar con sonidos estridentes la inminencia de alguna amenaza. Las interpretaciones son de lo mejor de la cinta, que cuenta con actores excelentes, empezando por Lino Ventura (con un personaje escrito y caracterizado para él y que interpretará mil veces) y siguiendo por ese excelente secundario que fue Jean Bouise (a la postre el centro de la trama, y el personaje que concentra mayor ambigüedad) o los también notables Jean Servais y Wolfgang Preiss.

Aunque este tipo de historias no son las más habituales de Giovanni, por lo general inclinado al Polar, sí hay un aspecto en la película que es característico de sus preocupaciones e inquietudes: la lealtad que se establece entre los amigos o los iguales. Su perspectiva sobre la misma queda clara una vez más en las últimas secuencias, humanizando a los personajes (especialmente Fabre).

Sin más que añadir, una entretenida cinta de género, que sirve para reivindicar el oficio de cineastas como Deray (véanse la citada Historia de un Policía, y sobre todo La piscina, de la que se ha hecho recientemente un remake) y Giovanni (Último domicilio conocido, Dos hombres en la ciudad, sin olvidar que fue el autor y guionista de La Evasión, obra maestra de Becker).
Quatermain80
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3
9 de agosto de 2016
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es peligroso el verano; abunda el tiempo libre, aprieta el calor, y las programaciones televisivas de sobremesa se pueblan de entes cinematográficos no identificados. Si a ello unimos que las habituales prevenciones del espectador se ven dramáticamente disminuidas a causa de la inevitable bajada de defensas que el calor provoca, el incauto televidente puede ser abducido por historias que habitualmente desdeñaría, y es así que películas como la presente encuentran su momento.

En estos tiempos que vivimos, con la cinematografía mundial rendida a las historias de superhéroes, están faltando en nuestro solar patrio arrojados cineastas que se atrevan a abordar el género como aquí lo hizo –con más empeño que acierto, eso sí- Juan Piquer Simón.

Haciendo gala del mejor eclecticismo argumental y visual nos despacha una historia en la que un extraterrestre es enviado a nuestro planeta a desfacer entuertos y salvar doncellas, siendo su némesis un malo malísimo a la moda Spectra (uniforme negro con puños y cuello Mao verdes, complementado con secuaces a juego), poseedor de una gran organización, cómoda y amplia guarida (aunque en el extrarradio) y un robot multiusos (incineración, lanzamisiles, fumigación) con aires de máquina expendedora. Frente a su afán destructor, nuestro héroe cuenta con el poder de las galaxias, al que accede cómodamente por medio de su reloj de pulsera, al cual suponemos también provisto de cronómetro y resistencia al agua. Su uniforme infunde general espanto, ya sea en los villanos o en los espectadores, víctimas todos ellos de la feroz combinación de rojo y azul, culminada por los brillos cegadores de su máscara de fantasía. Entre sus poderes se incluyen el vuelo (supersónico, claro, y con hilo musical incorporado), una fuerza y resistencia sobrehumanas (sólo es vulnerable ante los ultrasonidos, como los perros), y la asombrosa capacidad de hacer desaparecer objetos o de transformarlos en comida (memorable la transmutación de una pistola en un plátano; no se había visto nada igual desde los tiempos bíblicos, y aquello fue más fácil, pues sólo había que multiplicar panes y peces). Aparte de estos dos grandes personajes aparecen otros, claramente oscurecidos, como el profesor Morgan (José María Caffarel, ganándose el pan) y su hija, la guapa de turno, cuya importancia en la historia es ínfima, pues lo fundamental es lo que hacen los protagonistas.

Es digno de alabanza el espíritu inasequible al desaliento del que hace gala el realizador, que no se priva de incluir explosiones (a veces insólitas, como ese coche que se volatiliza por salirse del camino); efectos visuales (rayos laser estilo Star Wars); localizaciones (todas ellas intentando que en todo momento parezca que estamos en Nueva York y alrededores); máquinas y objetos (sacados de la sección de juguetes de unos grandes almacenes en temporada de rebajas), todo ello sin importarle lo más mínimo si son necesarios en la historia o si dan al menos el pego.

Deben destacarse secuencias como el ataque a las instalaciones (se supone que atómicas) del inicio, con la genial aparición del robot-expendedor, que es lento pero seguro. La pelea en el bar, evidente lapsus del director, que se creyó que estaba rodando un western con genuino altercado de Saloon. Por último, son inolvidables las secuencias de vuelo, en las que nuestro héroe, más rígido que un palo, sobrevuela Nueva York (aunque el rascacielos desde el que se lanza es el Cuzco IV, en pleno Paseo de la Castellana) al son de la canción del verano, que martilleará por siempre jamás al espectador con su soniquete setentero, digno de Fiebre del Sábado Noche (“Supersonic man, I wanna be…”).

En toda su cutrez, una película entrañable, fruto de otros tiempos en los que los superhéroes eran menos trascendentes, y algo más divertidos.
Quatermain80
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7
5 de julio de 2016
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Viene muy al caso recurrir, como título de este comentario, al que fue el primer filme que vi de este realizador (Them!: La humanidad en peligro, 1954.), y del cual sigo guardando un estupendo recuerdo, a pesar de los años transcurridos, con esas hormigas gigantes, verdadera gran amenaza latente. Y es que los paralelismos entre ambas películas son, aunque seguramente no buscados, sí muy sugerentes, partiendo de la idea de que el enemigo acecha, secretamente, entre nosotros, y de que el telón de fondo de su amenaza es de origen atómico, siendo imprescindibles las fuerzas del orden para conjurarlo.

En el filme que nos ocupa la amenaza no podía ser otra que la comunista, siendo el año de realización importante, en tanto que 1948 fue el de la verdadera cristalización de la Guerra Fría, término que si bien había sido acuñado con anterioridad, tuvo ahora su primera plasmación de la mano del bloqueo de Berlín y otros acontecimientos. El surgimiento de este nuevo enemigo tuvo una rápida respuesta cultural en EEUU, y especialmente en su cinematografía; así, ese mismo año se inauguraría una serie de películas anticomunistas (aparte del título que aquí se comenta, fue pionero también El Telón de Acero, realizado por William Wellmann), que amparándose en las formas y argumentos del cine negro de tono verista al estilo Hathaway (como bien apunta mi predecesor), aprovechaba para emprender una eficaz labor propagandística, que aparte de demonizar a los temibles rojos, encomiaba la labor de las fuerzas del orden.

Que la película sea claramente tendenciosa no es óbice para apreciar su calidad, que en este caso es notable, siendo este uno de los mejores filmes de su clase, a lo que sin duda contribuye el que sea la pesquisa, la labor investigadora de sus dos protagonistas (ejemplo temprano de esa “relación especial” entre el Reino Unido y EEUU), la que capitalice la narración, y no solo la propaganda anticomunista (que también la hay, como no podía ser de otra manera). El argumento, en el que intervienen secretos atómicos y redes de espías filtradores de los mismos, resulta muy oportuno, pues al año siguiente la URSS probaría con éxito su primera bomba atómica, y por esos mismos años ya se había comenzado a desentrañar la labor del espionaje soviético (el caso Fuchs, y más tarde el del matrimonio Rosenberg).

La realización resulta afortunada, con una fotografía típica del género negro, contrastada y casi tenebrista en ocasiones, y con un dominio total del ritmo narrativo, al que ni siquiera entorpece la casi siempre enojosa voz en off, muchas veces innecesaria. A destacar también los eficaces diálogos, no exentos de cierta ironía en torno a los tonos rojos de ciertos importantes cuadros, y ese toque callejero –especialmente en San Francisco- que tanto bien hace a estas historias, y que está tomado de ese cine negro de corte documental tan en boga por aquellos años. Correctas interpretaciones completan esta cinta, recomendable para comprender una época de extremos como fue la Guerra Fría, y que en todo caso debe ser estimada por sus indudables valores cinematográficos.

Para concluir, recordar que este mismo realizador, que desarrolló una larga carrera, fue el responsable de dos hermosos y peculiares westerns que merecen mucho la pena: Río Conchos (1964) y Chuka (1967).
Quatermain80
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7
8 de mayo de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Embarcado ya desde comienzos de los cincuenta en el rodaje de los sucesivos westerns por los que hoy es más recordado, Anthony Mann regresaba, de la mano de esta película, a los temas que más había frecuentado en sus inicios, por lo general enmarcados en el thriller y/o el género negro. Además, esta película supone también una vuelta a las estrecheces características de la serie B, en las que Mann había demostrado sobradamente su capacidad de adaptación y su inventiva, factores fundamentales que pronto le revelaron como uno de los grandes narradores cinematográficos de su generación (y de todas, podríamos decir).

El argumento mezcla elementos propios de un thriller político (el ambiente prebélico, las tensiones ideológicas, las conspiraciones) con los de la pura intriga (la pesquisa en pos de los potenciales magnicidas, los equívocos y sospechas sugeridos por la galería de personajes), y lo hace concentrándolos en un espacio cerrado, un tren, que se convierte en el vehículo narrativo esencial de la película. Y es que lo verdaderamente fantástico de este filme no son tanto las líneas fundamentales de la historia, los personajes o el suspense (estando bien servido de todos ellos), sino la brillantez con la que Mann conjuga tales elementos haciendo un uso dramático del espacio en el que transcurren. En efecto, el tren no es un lugar neutro, sino que condiciona todo el desarrollo de la historia, y sus distintas partes (los techos, pasillos, bajos, compartimentos, vagones de carga, etc.) cumplen siempre una función narrativa y dramática de primer orden.

La crítica ha señalado que esta película es una peculiar mezcla de western y cine negro, y hace un paralelismo con la combinación de géneros que también había practicado Mann en un título anterior, el estupendo El reinado del terror. En mi opinión, de la misma manera que esta última cinta tomaba un marco extraño (la revolución francesa) pero en cambio desarrollaba un argumento típicamente negro, la presente película responde a similares esquemas. Puede sorprendernos que un thriller político o filme de intriga como este se ambiente en los años sesenta del siglo XIX, pero yo no veo elementos en él que lo emparenten directamente con un western; es más, si la acción se hubiera desarrollado un siglo después, no habría variado prácticamente nada en el filme. Puestos a buscar relaciones entre ambos géneros en la filmografía de Mann yo los buscaría mejor en títulos universalmente estimados como westerns, por ejemplo, Colorado Jim.

Correctamente interpretada por un amplio reparto, tal vez el personaje más soso sea el protagonista, más bien por su concepción (es un hombre obsesionado por cumplir su misión, pero no se nos dice nada más de él) que por el trabajo de Dick Powell (que cumple). Más brillante resulta Adolphe Menjou, excelente en su ambiguo y desenfadado papel de coronel, que trae a la memoria su magnífica actuación en Senderos de Gloria (también como cínico y aparentemente afable militar).

Para concluir, debe destacarse la impactante calidad formal de la película, con una fotografía excelente de Paul Vogel que recuerda las brillantes colaboraciones que ya estableciera Mann con otros directores de fotografía, como John Alton. La combinación de los reducidos espacios del tren con el empleo dramático de los focos de luz, la composición de los planos (haciendo uso de los ángulos precisos en cada momento) así como la continuidad entre las secuencias, dotan al filme de un ritmo excelente y de una coherencia visual ejemplar, que sin duda ha debido ser un modelo a seguir por realizadores posteriores.
Quatermain80
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9
24 de abril de 2016
29 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin ninguna duda, esta poco conocida serie es una de las mejores historias de espionaje que me han contado, y ha sido un verdadero placer descubrirla gracias a la reciente y oportuna edición en castellano de la novela homónima en la que se basa, en cuyo prólogo se hacía mención a la existencia de una exitosa versión televisiva.

A lo largo de doce capítulos de algo más de una hora de duración, la serie nos introduce en los meses finales de la Segunda Guerra Mundial, y más concretamente en Berlín, sede de un agonizante pero aún temible tercer Reich en el que sus principales figurones, sabedores de que su derrota es inminente, empiezan a maniobrar con el evidente objetivo de salvarse de la quema. El argumento se centra en la arriesgada labor desarrollada por un topo soviético (Stirlitz) que, infiltrado en la inteligencia nazi, intentará torpedear los intentos de los mencionados jerarcas por lograr una paz por separado con las potencias occidentales, al margen de los soviéticos.

Aparte de una historia apasionante y con altas dosis de verosimilitud en cuanto al fondo, la serie destaca por la fidelidad con la que adapta la novela original, circunstancia debida a que el guión fue escrito por el autor de la misma, Yulian Semyonov, y a que la dirección, a cargo de Tatyana Lioznova, supo evitar apresuramientos, jugando magistralmente con un tempo narrativo que alterna momentos de tensión y de reflexión. Otro aspecto de interés es el retrato que se hace de los líderes nazis, alejado de exageraciones y evitando caer en el trazo grueso. Por el contrario, nos son presentados de forma desapasionada y con verdadero interés por captar sus diversas personalidades, matices psicológicos y estrategias. Este sutil tratamiento se hace extensivo a los secundarios, de quienes siempre se aportan rasgos distintivos que ayudan al espectador a entender sus decisiones y su carácter. En este sentido, el personaje más difícil de abordar era el propio Stirlitz, por cuanto su papel se basa en la continua ocultación, en una aparente frialdad a toda prueba. Son los momentos en que se encuentra en soledad los que sirven para sugerir sus preocupaciones, sentimientos y recuerdos, y es de justicia destacar la brillantez con que son introducidos por la realizadora.

Rodada en blanco y negro, con una excelente ambientación en cuanto a localizaciones, decorados y vestuario, cuenta con un narrador en off, recurso que suele resultarme molesto, pero que en este caso cobra sentido, pues aclara el contexto (asimismo enriquecido por breves imágenes de archivo) en el que actúan los personajes y algunas motivaciones ocultas de los mismos. Además, la música, que oscila entre la sugerencia de la intriga y la evocación nostálgica, se ajusta como un guante a las imágenes, potenciando las sensaciones requeridas en el espectador. Carente de secuencias de acción espectaculares, pues son más bien escasas y breves, la serie cuenta con momentos brillantes centrados en los sentimientos de los personajes, destacando el recuerdo evocado por Stirlitz en un bar (a propósito de su esposa), de una sencillez y sensibilidad exquisitas.

Si el argumento es excelente y la realización muy notable, las interpretaciones rayan a gran altura en todo el reparto, haciéndose difícil destacar a alguno por encima del resto; no obstante, me parecieron singularmente meritorias las interpretaciones de Leonid Bronevoy (Müller) y Oleg Tabakov (Schellenberg), por lo bien que sugieren los principales rasgos psicológicos de sus personajes.

En esta llamada época dorada de las series, no está de más recordar que ya hace muchos años se hacían obras brillantes como la presente, y animo a todos los aficionados a que la disfruten, pues en opinión de quien esto escribe, se trata de la mejor serie de espionaje que ha visto nunca.
Quatermain80
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