Veo "Si la cosa funciona" y tengo la impresión de que el tiempo no ha pasado, de que Allen ha vuelto a hacer la misma película. Y ciertamente es así porque parte de un guión escrito en los año 70 para un actor que ya ha muerto y que debía ser como el hermano mayor del director.
Una vez hechas las 4 películas "europeas", entre las que destaca Macht Point, Allen vuelve a sus orígenes ,esos que le auparon a un puesto imprescindible en la historia del cine y que, si sigue repitiendo la fórmula, le puede devolver a un cierto ostracismo.
Nunca renegaré de Allen pero un cine donde lo único importante es desarrollar una neurótica manera de ver a los demás y la realidad que le rodea está algo trasnochado.
Aunque si uno se mete en la historia y comparte esta forma de hacer cine, tiene que alabar los diálogos rápidos y desternillantes del protagonista.
Por otra parte, y seguro que eso ha influido sobremanera en mi posición negativa, la visión de la película doblada ha hecho mucho en la percepción negativa de la película. Las voces elegidas predisponen negativamente ante muchos de los personajes de la historia. La voz histriónica de Melody hace rechazar, literalmente, su personaje.
La visión de la misma historia alleniana una y otra vez se vió trastocada por los cuatro films europeos e hizo que Allen se convirtiera nuevamente en un director fresco y atractivo. Si después de ello vuelve a los mismos parámetros de antes, el crédito de Allen puede verse afectado para el futuro. El maravilloso pasado de sus historias siempre quedarán en nuestras retinas.

El resultado final es pasable pero más bien no por la capacidad de la historia en contarnos cosas sobre el mundo rural peruano sino por esa extraña mezcla que Claudia Llosa nos trnsmite con su película. Dentro de una historia narrativa convencional, incorpora elementos antropológicos que dotan a la película de una aire pseudodocumental que divide el poder de Madeinusa en detractores y defensores del documento. Y aunque hay mucha imaginación en la composición final de la historia no hay que alarmarse por el sentido que Llosa quiere darle a la descripción de la vida rural del Perú andino: el alcohol, las prácticas religiosas...son características de un mundo cerrado al exterior y con condiciones sociales de las mujeres que dejan mucho que desear. De todas formas es recomendable por la visión de un mundo bastante abandonado y escondido de los grandes titulares de prensa.

Todo en la película transmite poesía, las tres historias, la música, las interpretaciones, los tránsitos entre las escenas de las diferentes historias. Es una maravillosa película donde se habla de mujeres y de sus sentimientos, de su forma de entender el sufrimiento, el amor, el desarraigo...¡como se nota que está Zentropa detrás de esta producción!
Las tres historias se entrelazan para darnos un mosaico de lo que la mujer puede sobrellevar encima de sus hombros en momentos críticos de su vida.
La elección de la música es, casi siempre, bien precisa y no enfatiza los sentimientos sino que ayuda a entender los sentimientos de las tres protagonistas. Inmensa la canción de Fito Páez cantada por Carmen París para terminar las tres historias narradas.

Se habla en la actualidad de un nuevo cine español, amparado en nuevas visiones de los artistas tanto en sus formas narrativas como en la forma de llevar sus trabajos al público, ávido de encontrar nuevos referentes cinematográficos atractivos. Dentro de esos “nuevos” nombres encontramos a Manuel Martín Cuenca, un cineasta con muchos años de experiencia a sus espaldas y que con este Caníbal ha encontrado un hueco en esa nueva avanzadilla del cine español, tan apreciado fuera de nuestras fronteras como ninguneado dentro de ellas por el público.
Caníbal es la crónica de un hombre normal, un hombre incrustado en una sociedad de provincias donde la vida personal de cada uno importa poco al resto. Es la historia de un personaje solitario, introvertido, pero con una razón de ser y de vida que al no ser públicas, no afectan a su relación social con los clientes de su sastrería, por ejemplo. Su mundo es pulcro, impoluto, perfecto para el exterior pero esconde una profunda fractura cuyo origen desconocemos.
Manuel Martín Cuenca comienza con un ejercicio narrativo que avisa de lo que vamos a ver, de lo que vamos a sentir en la piel del asesino. Porque la historia nos desvela el nudo de la película desde los primeros cinco minutos, esos en los que la ventanilla del coche de Carlos sube para iniciar la persecución de la primera víctima que vamos a conocer. Y ese mundo personal que vamos desvelando poco a poco (como hacía en sus anteriores largos, Malas temporadas y La mitad de Óscar) solo lo irá conociendo el espectador. Éste va descubriendo cosas en la misma medida que el propio protagonista sin que los personajes que se van incorporando a la historia tengan tanta información.
Pero la historia no sería la misma sin 2 puntales como son la impactante fotografía de Pau Esteva y la soberbia interpretación de Antonio de la Torre, que con su aparente hieratismo y su definición gestual, hacen de Carlos uno de los personajes más atractivos del último cine español. La conjunción de los dos más un guión y unos diálogos intensos pero sencillos, secos, sin estridencias pero que van dando una definición precisa al “caníbal”, hacen de esta película una de las más sugerentes de la cartelera actual. A ello contribuyen escenas como la de la muerte de una de las mujeres nadando hacia la oscuridad donde nuestro sastre provoca el terror con una simple mirada y una iluminación asfixiante.
Todo el trabajo está definido para hacer de Carlos el omnipresente protagonista de esta historia. Su interacción con las 2 hermanas (con un cambio de registro en el trato con cada una de ellas) hace que se vaya definiendo poco a poco, que los actos le vayan moldeando pero que, en definitiva, no acabe de comprender su propio comportamiento y termine de sufrir la muerte de la hermana cuando es la única que no deseaba. ¿Habrá cambiado Carlos con la llegada de una mujer de la que aparentemente se ha enamorado? Eso lo sabrá él, exclusivamente, al paso de la procesión por delante del refugio que supone el local donde, ahí sí, desarrolla su vida normal de sastre.

Vistas las anteriores películas de este magnífico director francés uno se da cuenta de que el estilo de cada uno se conforma con las sucesión de películas que nos cuentas variaciones sobre los mismos temas recurrentes de cada uno de ellos.
Chéreau confirma con esta sobria Gabrielle sus decididas apuestas por el tema de la relación entre dos, por el amor y el desamor, por el amor como complemento del sexo o por la disparidad entre estos dos últimos conceptos. Ya en Intimidad Chéreau nos habla de la difícil relación entre hombre y mujer y lo difícil que es compatibilizar el sexo con el amor y viceversa, o en Su hermano la difícil relación de dos hermanos en los momentos difíciles de su relación.
En Gabrielle, pecando en su puesta en escena absolutamente teatral pero con leves contenidos cinematográficos, Chéreau ahonda todavía más en esa relación amor-odio entre un matrimonio con deseos divergentes. El drama entre estos dos personajes que derivan, cada uno de ellos, hacia mundos personales diferentes, está espectacularmente interpretados por una Isabelle Huppert, que ahonda en esos personajes hieráticos, llenos de amargura y tristeza y un Pascal Greggory, que transmite la desesperación de u personaje que comienza seguro de sí mismo y todo lo que le rodea y acaba desesperanzado de la vida y sin lo que más desea. Cuando, al principio maneja los hilos de sus vida personal y sus negocios de forma convincente y segrua nadie puede esperar su hundimiento, pero es que siempre hay que cuidar lo que se tiene y no cuendo ves que se te escapa de las manos.
Chéreau transmite sus inquietudes a través de unos personajes y unos actores soberbios pero el conjunto formal nos deja con una sensación de fatiga que impide asistir en su totalidad a todo el discurso del director.