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España España · Córdoba
Críticas de Tavarel
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Críticas 14
Críticas ordenadas por utilidad
8
6 de febrero de 2010
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tengo que reconocerlo: hace mucho que no vuelvo a ver esta película. Pero es que uno está ya mayor, y empieza a tener problemas tanto en la espalda –que impiden a uno tanto bailar con los deshollinadores como bajar por sus chimeneas- como con la dentadura –que me impide reír a carcajada estruendosa. Además, claro está, acechan problemas económicos, lo que me imposibilita, entre otras cosas, contratar los servicios de una bruja-niñera “supercalifragilísticaespialidosa”. Pero, lo que aun no he perdido –y por eso estoy aquí- es la memoria, y sus añorados recuerdos.
Esta película significo mucho y supongo que seguirá haciéndolo para aquellos que la vieron con la edad adecuada para disfrutarla plenamente, y eso es motivo suficiente como para catalogarla con tan altas notas como muchos hacen por aquí. No obstante, esta obra infantil –ojala todas fueran tan buenas o la mitad de buenas que ésta- esconde una enseñanza puramente real y, a su vez, caricaturesca que bien podrían vislumbrar todos aquellos que no entienden o se han visto afectados por la actual crisis económica. Siempre lo digo: recuerden la escena del pequeño Michel en el banco en pos de su penique, y entenderán a Madoff.
Pero esto no queda ahí.
Yo, por mi parte, soy partidario de, en las embelesadas, analfabetas y adormecidas facultades de economía, proyectar tal película para que los endiosados economistas, entre otras cosas, despierten y entiendan un poco que cojones pasa en este mundo. Porque, a veces, la realidad es muy sencilla; tanto, que la entendería hasta un niño.
Tavarel
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7
29 de enero de 2010
15 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llevaba mucho tiempo deseando disfrutar de “El mundo en sus manos” y, ahora que ya la he visionado, debo decir que la película me ha decepcionado moderada y sorprendentemente. Tanto su reparto y dirección como la temática y la época en que se localiza hacían presagiar que me encontraría con la joya del género de aventuras que me vendían, mas por desgracia no ha sido así.
Por una parte, la película adolece tanto de simplismo como de falta de ritmo en alguna de sus partes (principalmente la primera media hora que, salvo esporádicas secuencias, no llega a ofrecer lo que prometían sus situaciones; desperdiciadas, para mi gusto); por otro lado, toda buena película de aventuras que se precie requiere necesariamente, sobre todo en la época del Hollywood clásico, de buenos e ingeniosos diálogos que tanto construyan como aderecen la historia, de los que carece la película, por desgracia, en todo su metraje (como ya se ha sugerido, duele especialmente esta insuficiencia en toda la escena inicial de la fiesta que, sin ofrecer nunca malos diálogos, no relucen lo esperado, por lo que no perduran). Más aun, los personajes adolecen de falta de carisma –sobre todo Peck, puede que por tópico- e incluso definición -por ejemplo Quinn; sus relaciones con el capitán resultan forzosas y artificiales, difíciles de aceptar a pesar del tono jocoso de la historia.
No obstante, la película no es mala en absoluto fundamentalmente por la simpatía que transmite y las convincentes actuaciones del elenco protagónico. La película retoma el vuelo en su segunda parte, más dinámica y entretenida que la anterior aunque también aun más tópica y previsible (malos muy malos contra buenos muy buenos, todo ellos acompañados de resultones bufones), pero como esta mejor acabada y llevada no importa demasiado. Hace apología de la bebida y el juego, el tabaco y la juerga, el correr deprisa y siempre ebrio, lo cual siempre se agradece si te corre un poco de sangre por las venas.
Película recomendable si eres seguidor del género que nos ocupa, que se disfruta con una sonrisa en el rostro (tampoco muy pronunciada), pero que se encuentra muy, muy lejos de ser una obra maestra. Lástima, quizás la próxima vez.
Tavarel
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8
5 de febrero de 2010
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
El hombre es el único ser del planeta Tierra que, como saben, liga toda su vida a la contingencia del futuro. Su existencia tiene la capacidad de traspasar las barreras del espacio para enmarcarse en los límites difusos del tiempo; y ello, que tan profusamente le otorga poderes insospechados, le atormenta profundamente. Y no me refiero sólo a la muerte, sino a la muerte en vida, a la consumación de los mayores temores de su existencia, como la pérdida de su encauzamiento. Si una cultura pierde sus principios, sus bases cohesivas, con ella se pierde toda integridad moralizante, al encontrarse frente a las puertas del vacío; al igual, toda persona, en el tránsito de su vida, está expuesta a la inquietud constante del derrumbe de sus valores por la incidencia de un entorno hostil.
Todos conocemos que el dualismo sempiterno del bien y el mal, la polaridad de la valía, se origina en gran medida por las circunstancias, por el contexto en el que nos hayamos criado. Lo bueno, nos dicen, es lo bueno para la sociedad, para su propia supervivencia y, con su prosperidad, se originará la tuya propia. El bien se identifica con la conservación de un modelo activo, con una vida que se pretende próspera y repleta de propósitos existenciales. Su concepto variará, hasta puede que cuasi diametralmente, en función de nuestra cultura, de nuestros propósitos vitales –los que nos han inculcado.
El mal, por opuesto, se relacionaría con los actos más impíos para la supervivencia de lo que hay, de la identidad de lo que existe.
Todo ello no hace más que responder, ante todo, a una sencilla premisa: recorremos un camino que creemos cierto y del que se espera un final que nos libere de él, un camino con una dirección que creemos que, por ende, le otorga un sentido.

Cormac McCarthy, por desgracia, nos muestra un mundo donde ha florecido un Apocalipsis que requiere de la negación de los valores y toda moralidad anterior para una hipotética supervivencia. La mayoría de los hombres, débiles y comprometidos, se derrumban ante tamaño desafío. Otros, no obstante, atienden a las nuevas exigencias del nuevo mundo, un mundo desalentador que evoca al acto las cuestiones más pesimistas en toda mente esperanzada. El nuevo poder sólo atiende a las exigencias más básicas de su condición, a la supervivencia a toda costa.

(Continúa en el Spoiler por falta de espacio, sin destripes)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tavarel
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Tocando el vacío
Documental
Reino Unido2003
7,5
3.953
Documental, Intervenciones de: Brendan Mackey, Nicholas Aaron, Joe Simpson
8
21 de septiembre de 2009
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
El arte tiene un compromiso por propia naturaleza con la trascendencia o, lo que es lo mismo, con el sentido. Los temas que describe son perfectos en esencia, es decir, forman parte de un mundo, equivocado o no, que se entiende por su coherencia y razonamiento interno, donde todo tiene un comienzo y un fin pero, sobre todo, un propósito o finalidad. En el arte, Dios es una presencia insalvable e irremplazable como garante de su propia realidad existencial.

En el cine, como arte que es (para muchos, bien llevado, el arte supremo), este componente esencial es más evidente o se muestra de forma más presencial o inteligible. Toda narración muestra a unos personajes tocados por el destino, no son libres de rebelarse a la propia tiranía de su mundo y de su creador. Siempre existe, por tanto, algo que supera la naturaleza de esos personajes. La deidad, pienso entonces, está presente siempre en el mundo cinematográfico, incluso cuando se pretende tocar temas ateístas, que bien poco importan.
A un personaje de ficción el sentido de su propia existencia se le escapa, pero existe ese sentido, ideado por el creador, para que su vida tenga dirección y finalidad, para que sus pasos no se pierdan entre la niebla.

En un documental, se trata un tema real pero que se nutre de la sabia cinematográfica, artística, que le dota de poder transgresor, de un propósito igualmente trascendente.

En Touching the Void, una persona, cual personaje de ficción, se encuentra acorralado por su propio destino. El documental, entonces, nos muestra el grado de fatalismo que atesora el personaje:
El alpinista Joe Simpson, junto a otro colega, suben la pared vertical del Siula Grande hasta llegar a su cima. No ha habido barreras trascendentales que sobrepasar. Su esfuerzo, determinación y, al cabo, objetivo entran dentro de toda lógica y coherencia mundana. Se trata de una misión con significación real, se lleve o no al éxito.

Pero entonces el documental cambia de rumbo. Joe Simpson se rompe una pierna en plena bajada de la cima, cayendo por una grieta de dimensiones oscuras y desconocidas. Se nos explica que, en tales situaciones, el alpinista queda abandonado a su suerte, queda en manos de lo que su destino haya prefijado; es decir, queda en manos de Dios.

Pero esto es un documental, un medio donde se muestra la vida real. Joe Simpson, tras su funesto accidente, desesperado, se pregunta sobre la existencia de Dios, sobre disponer su vida o no a sus designios. Decide no creer en Dios y bajar hacia los infiernos de la grieta, en busca de la luz de su salvación.
El documental entra entonces en el terreno de lo desconocido. Para creer en Dios hay que subir a los cielos, pero para tocarlo, para ser como Él, hay que bajar de ellos.
Joe Simpson ha superado leyes de la física y la supervivencia. Es su historia, y alcanza un sentido.
Joe Simpson, superando toda lógica y coherencia mundana, toca a Dios en este documental.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tavarel
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8
21 de septiembre de 2009
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Unos pequeños niños, tras una funesta tormenta tropical que ha arremetido contra los mares y la isla tropical de Jamaica, parten de su colonia rumbo hacia la civilización cuando su embarcación es ingenuamente asaltada por unos sucios y desaliñados piratas que, como parte inesperada del botín, asumen provisionalmente la propiedad de los pequeños infantes en su embarcación. Los niños, dudosos e ingenuos de que sus raptores sean realmente unos rudos y peligrosos piratas, pasaran el tiempo entre proa y babor trazando y librando juegos que colmarán la paciencia de los supersticiosos filibusteros, ya que se cree por esos mares que llevar niños a bordo de un navío trae mala suerte.
Sin duda, una obra mayor dentro del género de aventuras y, probablemente, la mejor película de su director Alexander Mackendrick. La inesperada introspección a la naturaleza de la infancia que se lleva acabo sobre todo durante la segunda parte del metraje, tratándose en principio e ingenuamente de una aventura bondadosa más como tantas que se encuentran por aquella época, deja ver el lado más inocente de la niñez pero con sus irremediables consecuencias o, lo que es lo mismo, muestra la cara más oscura de la añorada candidez irreflexiva de la infancia.
El niño sólo puede ser libre y despreocupado, cayendo toda la responsabilidad del recuerdo, añoranza, moral y compromiso en el adulto. Si además tratamos con un viejo bonachón pirata con cierto misticismo o bruto romanticismo, éste no queda más que expuesto e indefenso ante las suaves y limpias manos de una adorable niña.
Altamente recomendable, se trata de una mirada diferente e inesperada de la infancia que desmonta quizás cierto misticismo hacia esa época de la vida de cada uno, la más recordada y añorada por todos, como bien nos hace ver el pirata Chávez, fantásticamente interpretado por Anthony Quinn.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tavarel
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