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Críticas de Argoderse
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Críticas 254
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
4
24 de febrero de 2023
21 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Era la primera aproximación a Ruben Östlund. Palma de Oro en Cannes y tres nominaciones a los Oscar. Menuda carta de presentación la de El triángulo de la tristeza. Una sátira, comedia ácida sobre la 'élite' capitalista. Vamos, los ricos. Tampoco quise saber más, por no ir condicionado. Y el resultado, una decepción absoluta. Otro pastiche al estilo 'No mires arriba', de un director pomposo, petulante, pretencioso y encantado de conocerse. Al menos en esta película.

Más de dos horas y media de excesos, mal gusto -la vomitona solo tiene gracia con el 'culo grasa' de Cuenta Conmigo'- y estridencias repetitivas que me cansan. No veo la chispa ni la gracia por ningún lado, salvo contadas excepciones que evitan un absoluto descalabro. Por ejemplo, las aportaciones de un Woody Harrelson pasado de rosca; ó ese ruso camaleónico.
Por lo demás, los diálogos son insustanciales, convirtiéndose precisamente en aquello que quiere denunciar: la vacuidad de los discursos de nuestro tiempo, de personajes elevados a los altares del dinero, tontos redomados, multimillonarios podridos de dinero hacia afuera y de miseria de puertas para dentro. No sé todavía qué hay de original en eso. ¿Una sociedad a lo Dorian Gray, más preocupada de la fachada que de la esencia del alma? ¿Acaso La Dolce Vita?

Siempre me ha hecho gracia, hasta es fascinante, eso de intentar mostrar las mezquindades del capitalismo, sirviéndote de él. Lo que llamaríamos comunistas de salón. Me gustaría saber si la cámara con la que rueda Ruben Östlund está hecha de cáñamo, o los actores han sido remunerados con aire. ¿No debe el cine, acaso, su existencia al progreso industrial?

El capitalismo salvaje y extremo es asqueroso, obvio; como también alimentarse solo de kiwis y brócoli. Corres el riesgo de palmarla. Es lo que tienen los extremos llevados al absurdo. No compro el discurso de que los seres humanos somos malos por naturaleza y sale a reducir en cuanto tenemos 'algo' de poder ¿Y hacían falta dos horas y media de excentricidades y excesos varios? Francamente, no lo creo. Ya teníamos con mucho mejor gusto a los Fellini o Kusturica para hacer del surrealismo séptimo arte. Y oiga, que el esperpento es de nuestro Valle Inclán.

Pero es el tiempo que nos ha tocado vivir, el de necios 'influencers' o pedantes disfrazados de artistas venidos a más, que se suben al pedestal del foro para dar lecciones de no sé qué. Puros hipócritas, mentecatos y berzotas que pasan por ser la élite del siglo XXI. Y así nos luce el pelo. Tal vez siempre fue así, pero en fin, otra vez será.
Argoderse
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8
7 de febrero de 2023
9 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estaremos de acuerdo con Paul McCartney, en que las ballenas son hermosas criaturas, maltratadas por el ser humano, cazadas de forma despiadada hasta el borde de la extinción. Sin embargo ahí siguen, afortunadamente, inasequibles al desaliento. Como plasmara Henry Melville en Moby Dick: "No hay locura de los animales de este mundo que no quede infinitamente superada por la locura de los hombres".

Con esa tenacidad, entre la locura y la cordura, se ha mantenido Brendan Fraser, un actor que lo tuvo todo y bajó a los infiernos de la forma más cruel posible. Del fondo ha salido a la superficie, como un magnífico ejemplar, en The Whale (La ballena). El actor ha resucitado, literalmente, de la mano de Darren Aronofsky, que ya tendió su mano a otra gloria como Mickey Rourke en El luchador. Y en verdad hay varios paralelismos entre una y otra cinta.

En The Whale, Aronofsky sigue esa senda espiritual de su último trabajo, Madre!, poniendo en pantalla a un profesor enfermo, con obesidad mórbida, que busca el perdón de aquellos a los que un día falló, principalmente su hija: la insoportable Sadie Sink. Desde Stranger Things, no puedo con ella.

Pero hablamos de Fraser, una hermosa criatura que se sumerge y toma aire, el poco que le queda, en un océano de dolor y sufrimiento, representado en esa agobiante casa en la que se esconde, aprovechando las "bondades" de la era digital. Una atmósfera asfixiante de excesos, propios de una sociedad hiperconsumista y desbordada, sin empatía ni simpatía. Sus decisiones del pasado le persiguen, acechado por la pena de la pérdida y la incomprensión.

No es el único que peca de esos excesos. Absolutamente todos los personajes tienen una culpa que buscan expiar: desde el ladrón que se fugó de casa y se esconde en una secta religiosa de buenas intenciones; la enfermera y amiga del protagonista, hija no colmada por un padre intolerante; el propio fantasma de un amante anoréxico (nótese la paradoja); una hija rebelde, intransigente, abandonada por su padre homosexual; y una exmujer alcohólica (cuánto tiempo hacía de la última vez, Samantha Morton).

La verdad que el cuadro dibujado por Darren Aronofsky no puede ser más triste, a priori. Y sin embargo, todavía queda hueco para la redención, para otra oportunidad, para no ahogarse en unas aguas contaminadas de dolor y rabia. De ese sufrimiento, el director de Cisne negro, Noé o Réquiem por un sueño construye una pieza teatral predominantemente oscura. The Whale es una película desagradable por momentos, difícil de ver. No sé si realista, pero a veces quieres no mirar la pantalla.

Y al mismo simbólica, cómo todas sus películas; cristalina, como ese agua que no deja de caer en forma de lluvia. Empapa porque es provocadora, no puedes quedarte impasible. Pero sobre todo es la oportunidad de dejar brilla a un actor, Brendan Fraser, con el que tengo algo especial, protagonista de una de mis películas favoritas: La Momia. Culto al cine de aventuras, una auténtica pasada, hasta su breve novela en inglés que pude leer en el instituto.

Obviamente ha sido más en esto del celuloide. No solo un pazguato gracioso en Al diablo con el diablo, Cabezas huecas o buscando a Eva. En el apartado dramático también ha sabido dar el do de pecho, como en El americano impasible o una joya escondida: De dioses y monstruos, mano a mano con un gran Ian McKellen bajo la batuta de Bill Condon. Después llegarían Crash y, recientemente, Sin movimientos bruscos.

Con The Whale, Fraser da una fuerte bocanada de aire a una carrera que parecía arponada de muerte por una trituradora industrial. Una película, insisto, espiritual, que habla de los dioses y los monstruos que nos rodean, empezando por uno mismo; de caerse y levantarse; de perseguir siempre oportunidades y vivir, a pesar de todo.

ARGODERSE
Argoderse
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Arny. Historia de una infamia (Miniserie de TV)
MiniserieDocumental
España2023
6,3
1.227
Documental
6
7 de febrero de 2023
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Este es uno de los principios que consagra cualquier democracia que se digne de serlo, cualquier sociedad libre y donde el único imperio es el de la Ley. Lo contrario es la jungla, la barbarie, y ahí está la televisión, donde eres culpable, pese a que demuestres por activa y por pasiva tu inocencia.

Una triste lectura que resume uno de tantos escándalos de aquella España de los 90, como fue el del pub Arny, en Sevilla, que lejos de esclarecer lo que ocurrió de verdad, se convirtió en una auténtica caza de brujas y una cruzada contra la homosexualidad, considerada delito apenas unas décadas antes de que estallará el caso.

Hablamos de un trabajo documental con un primer episodio que actúa de gancho, capta la atención enseguida con archivos audiovisuales de la época y testimonios pasados y presentes de algunos de los afectados, como el propio Jesús Vázquez, que sale a pecho descubierto, sin guardarse ningún sentimiento. Símbolo de la impotencia de un inocente, que sabe que lo es, pero vive con la espada de Damocles y la eterna duda por cuestiones interesadas.

En el debe de Arny. Historia de una infamia, en cambio, está el prolongarse demasiado en el tiempo, ser reiterativo con determinadas imágenes del propio pub, incluso algunos testimonios, sin profundizar demasiado en qué había detrás para que este caso, cogido con pinzas, durará años en los juzgados y la opinión pública. A quién interesaba esta cortina de humo es una pregunta que se responde en apenas un par de secuencias, dejando escapar una oportunidad de investigación, cuando realmente es lo mollar del asunto.

Triunfa, eso sí, en su crítica feroz, demoledora y merecida a los medios de comunicación, que abusan de las filtraciones y estiran el chicle sensacionalista sin pensar en las consecuencias que eso acarrea para las auténticas víctimas. E, incluso, los jueces (o juezas en este caso) estrella, muy dados allá por los noventa, que salían de las bambalinas de sus despachos por un minuto de 'gloria' mediática.

Arny. Historia de una infamia es interesante por reflejar el fracaso de un país, de una sociedad cainita, del Gran Carnaval y unas instituciones incapaces de proteger a los inocentes; de unos medios de comunicación deplorables, que viven de las entrañas ajenas. Sin embargo, a veces cae en precisamente eso que critica, queriendo mantener una atención que ya tenía ganada desde el principio.

En definitiva, una miniserie necesaria por recordarnos el valor de la palabra inocente, del derecho al olvido, con unos silencios más atronadores que los propios testimonios, como son la no participación de quienes en su día se hicieron de oro con el escándalo mediático. Ahora bien, con otra estructura narrativa, más ágil, estaríamos hablando del documental del año y eso, hoy, no se lo merece.
Argoderse
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5
4 de enero de 2023
67 de 78 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dejo dicho de primeras que me gusta Guy Ritchie. Matizo: el de Lock & Stock, Snatch, Sherlock Holmes y The Gentlemen. Esta última, de hecho, fue mi última y grata experiencia con el británico. Una sensación que, por el contrario, no me ha despertado Operación Fortune: El gran engaño.

Enredos, giros, de guion, un poco de acción, socarronería y chascarrillos varios, con algo de insinuación y provocación. El plato está servido pero, a modo de símil, a Ritchie se le ha olvidado echar sal. El gancho de la película es un tanto burdo: una máquina suprema para gobernarlos a todos ha sido robada, varias piezas forman el puzzle para resolver el misterio, salvar a la humanidad e irse de vacaciones, pero no hay una química que enganche más allá de un mero producto de entretenimiento que, a un director con semejantes películas como las anteriores, se le ha de pedir como mínimo.

Incluso hay momentos en los que de repente despiertas y dices: ¿De qué iba todo esto? Pues la narración se ha perdido entre tanto intento de sorprender con giros y reflexiones sobre un gobernado por y para el dinero, donde las acciones solidarias son meras pilas en las que lavar con jabón de lagarto la ropa sucia. Pero ni ese trasfondo es satisfactorio.

Jason Statham está bien para dar mamporros, pero carece de todo sexappeal como para mantener un juego erótico festivo con la 'explosiva' cerebrito Aubrey Plaza (con Charlie Hunnam, por ejemplo... Harina de otro costal). Es evidente que hay intención de tonteo, pero no cuela. No obstante, ella sí está convincente en su rol y los primeros planos al micrófono son como una marcha más fuera de todo el piloto automático que ha enchufado el cineasta británico, siendo ésta la primera decepción del año.

Igual de resultón está Josh Hartnett haciendo de la típica 'estrellita' hollywodiense; o Cary Elwes (La princesa prometida siempre hace que se le recuerde con cariño), de enlace entre el equipo de agentes y el jefe del cotarro, Eddie Marsan.

Pero sin duda el mejor es Hugh Grant, en esta nueva faceta suya. Ya en The Gentleman me entusiasmó a las ordenes de Guy Ritchie, y aquí es el único que parece aceptar lo que hay y dejarse llevar sin más intención que participar en un producto para ver, sonreír lo justo y meter en el cajón del olvido de un director que, a pesar de todo, me sigue gustando.
Argoderse
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8
3 de enero de 2023
43 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Suena el despertador, comienza un nuevo día; te levantas; si acaso, desayunas; te acicalas; coges el transporte para ir a trabajar; buenos días a esas caras conocidas, como algo automático; a veces, ni eso. Comes; llega la tarde; sales del trabajo, alguna actividad complementaria (y ni eso, en ocasiones); cenas, te duermes y vuelta a empezar.

¡Qué anodino! ¡Qué triste!. Desgraciadamente es el día a día de muchos, en esa especie de piloto automático. Ni siquiera somos conscientes de la respiración. Es algo involuntario que se hace por no morir, cuando en verdad se está muerto en vida. Los zombies existen, sí.

De repente un día te das cuenta de que el reloj se apaga, tiene fecha de caducidad. Vas a morir y tu vida se ha esfumado. ¿Qué has hecho? Absolutamente nada. Una pobre existencia y similar legado. Pero eso puede cambiar. Cada segundo, minuto, hora y día es una aventura; o puede serlo. Ese es el propósito de la vida, vivirla como venga, sin más. Aceptar los momentos anodinos y transformarlos en odiseas hacia ningún lugar en particular. Empezando, por ejemplo, por ser consciente de la respiración. Un gesto tan básico y que significa todo. Nota como entra y sale el aire de tu cuerpo y date cuenta de que estás vivo y el tiempo es relativo.

Como le ocurre a Bill Nighy en Living, remake de 'Vivir' de Akira Kurosawa, dirigido por Oliver Hermanus. Una película pesimista y vitalista por igual, que navega entre ambas orillas. La historia se desarrolla en esa Londres devastada por la II Guerra Mundial, que empieza a levantarse de entre las ruinas. Una similitud que se da en el personaje principal de la película, el cual de la aparente negatividad de la muerte, trasciende y halla el verdadero propósito de esta vida: vivirla.

La evolución de la devastación a la reconstrucción es evidente. Eso que Jacques Derrida llamaba deconstrucción. La regeneración de Bill Nighy viene, no solo por la aparente enfermedad, que paradójicamente sirve de revulsivo a una vida no vivida, sino también de aquellos que le rodean. Fundamentalmente, Aimee Lou Wood y Alex Sharp. Ellos tienen intacta esa chispa vital que también enciende la del protagonista. Sobre todo la primera, que forma una pareja deliciosa con el veterano actor.

Un intérprete por cierto, Nighy, que está sobresaliente. Transforma un personaje insulso, carente de cualquier emoción, en otro radicalmente opuesto. Alguien 'contagioso', con otro tipo de energía. Ya no tiene nada que perder y eso le da un giro a toda la obra, como se evidencia en el vagón del tren, donde sus compañeros de trabajo parecen florecer. Como ocurre con las plantas, esa vitalidad hay que regarla día a día, si no marchita.

En su banda sonora encontramos otro de los fuertes del trabajo de . Desde el principio, con la presentación de esa Londres en construcción, a un portentoso final, igual de simbólico. Aquí, música e imagen se funden en un todo casi espiritual, embriagador y reconfortante, que convierte a Living en una película para el alma y un notable punto de partida de este 2023. Un filme que va de menos a más y que deja poso con el paso de los días.

Por cierto, como apunte, no es necesario saber que se va a morir para empezar a vivir. ¡Hagámoslo ya! Esa es la única responsabilidad, con todo lo que eso conlleva.
Argoderse
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