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España España · Madrid
Críticas de Charles
Críticas 1.065
Críticas ordenadas por utilidad
5
11 de junio de 2018
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Es admirable, en serio.
¿Qué nacemos a rebufo de Michael Myers?
No te cortes en copiar todo lo posible.
¿Qué hay que dar pie a secuela?
Inventa como puedas.
¡HAZME LA SIGUIENTE EN 3D Y YA TENEMOS EXCUSA!

'Viernes 13: 3º Parte' es tan increíblemente pesetera que, donde otras meterían un breve recordatorio, ella te mete casi la anterior peli entera.
Por si acaso, por si te has olvidado de una cronología que no importa.
Luego te ponemos esos créditos molones saliendo de plano con música punchi-punchi y verás que bien.

Da hasta cierta ternura ver cómo se aprovecha cualquier elemento sobresaliente para meter el timazo bueno y hacer creer que todavía queda fuelle aquí.
Mismos adolescentes, mismo campamento, distintas muertes, pero nada que no huela a muerto.

Lo flipante es lo de la máscara.
Un icono repetido en infinitas fotos, merchandising, la cara de un imperio que es casi leyenda... viene por el típico cuñao al que nadie le ríe las gracias.
Gran ironía que las mejores ocurrencias de la saga vengan por casualidad.

Al menos, el mérito de Jason es vestirla como nadie: cuando sale, se te queda grabado en la cabeza.
Una pena que el resto ni te acordarás de cómo empieza.
Charles
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7
16 de mayo de 2018
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Como cuesta seguir adelante, cuando se tiene todo en contra.
Y cuántas veces necesitamos una mano amiga, que nos diga lo que valemos y lo mucho que merece la pena levantarnos cada día.

'Descubriendo a los Robinsons', al contrario que muchas propuestas similares, esconde un estimable mensaje bajo su brillante carcasa: nadie vendrá a salvarte.
No puedes esperar a que vengan a completar tu misterio personal, ni tampoco todo cobrará sentido de repente.
Lewis se ha pasado todo el orfanato creyendo que una familia nueva resolvería su falta de cariño, y lo cierto es que es cuando deja de intentar complacer a cada posible progenitor cuando sus virtudes empiezan a florecer.

Claro que el camino no es fácil, hay mil errores que cometer y muchísimos fracasos por asumir, con la decepción en ojos adultos como principal barrera de la propia valentía: así lo prueba la Feria de Ciencias en la que su profesor, fracasado su invento, le susurra un triste "ahora no".
Sin embargo dos viajeros temporales del futuro vienen para señalar lo contrario, un "ahora sí" que se le ha estado negando, en forma de oportunidad para buscar a su madre desaparecida.
Wilbur y el Hombre del Sombrero aparecen con el objetivo de recuperar su máquina del tiempo, y para ambos Lewis es una pieza clave con la que hacerlo, pero este sólo accede por la promesa de descubrir su pasado.

La bacanal de efervescentes formas animadas en un futuro de inventiva tecnológica fuera de todo límite pasan a adueñarse de la función, pese a todo dejando claro que siempre será mejor tratar de arreglar verdaderos problemas que obcecarse en vender soluciones momentáneas.
El Hombre del Sombrero carece de esa visión, y por eso sus intentos de vender artilugios caen en saco roto, porque le falta la imaginación sin complejos de Lewis, y el imparable coraje que le ha llevado a viajar en el tiempo para avanzar en su vida.
Se llega a ver lo negra que sería una sociedad regida por el beneficio corporativo: sin más ganas de ir hacia adelante, porque hemos roto el presente de tanto habitarlo.

Depende de nosotros guardar ese presente, no atesorarlo sino hacerlo bueno, y nunca echarle culpas del pasado.
Y al final se aprende, como Lewis, que con la actitud adecuada no nos quedaremos mucho tiempo en él: seguir siempre adelante deja de ser una obligación, y pasa a ser un placer.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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5
16 de abril de 2018
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Freddy Krueger no tenía por qué regresar.
Su dignidad sobrevivió a la saga original, quedándose a salvo en el pedestal que el público le quiso dar.
No había ninguna deuda que pagarle, porque un icono como él aguanta todo lo que quieran echarle, y más.

¿Cuál era la necesidad entonces, de una ‘Nueva Pesadilla’?
Tristemente, Wes Craven no comprendía su creación: creyó que había una última frase que darle, que había que dignificarle porque nadie le estaba prestando atención.
En lo único que acertó es que, efectivamente, Freddy Krueger está vivo y nos perseguirá más allá de la pantalla.
Se equivocó en todo lo demás.

De entrada, en pensar que eran Nancy, Heather Langenkamp y las insoportables crisis con su hijo lo que queríamos contemplar.
Freddy fue el hombre del saco, la leyenda negra, el mito susurrado en los pasillos del instituto que nadie se atrevía a contar. Existe en temerosa comunidad, no en la incrédula soledad.
Ponerle como entidad acechante de una madre y su hijo le priva de su fuerza, le quita sentido y (lo peor) le convierte en otro psicópata más: no deja de ser curioso que, para jugar tanto con la metanarrativa y la naturaleza de los cuentos, esta historia falla justo dónde más debería acertar.

“Pero es que ahora existe en el mundo real”.
Pero es que nunca ha necesitado hacerlo para provocarme pesadillas de verdad.
Su atractivo es que podría existir en el mundo real… o no.
Nunca estuvo claro, y él se divertía sabiendo que, la próxima vez nos podría amenazar nuestra incipiente adolescencia en el sueño.

Así las cosas, lo único que queda es un enorme chiste privado de Wes Craven a costa de una demasiado esforzada Heather Langenkamp, que no logra tapar el hecho de que había poco que contar, y lo mejor era ir escribiendo según había que filmar.
Reunión con el productor, reunión con el director, efectos especiales para una (innecesaria) nueva garra… encima han tenido que plasmar lo más aburrido de una película, y no el rodaje, la "chicha" de verdad.
El único chispazo algo original viene de un programa infernal en el que Freddy se ha convertido en el amigo de los niños: otra en el fondo dolorosa prueba, que lo único que hace es confirmar la leyenda de Krueger, y lo poco que necesita nuevos añadidos para ser inmortal.

El hombre de las garras y jersey a rayas es verdad que siempre fue el más terrorífico cuento para no dormir, el que nos arrastraba a los infiernos bajo la cama cada noche, hasta que reuniéramos valor suficiente para tirarle a su propio horno candente cual la bruja de los Hermanos Grimm.
Sólo una saga, un guión, que a la luz del día puede que nunca sucedió.

Pero eso es una revelación que no hacía falta filmar, o plasmar en lo que debería haber sido, y siempre fue, pura imaginación.
Charles
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6
12 de abril de 2018
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Imagínate un niño del 77 que ve a su héroe favorito en pantalla grande.
Las mallas son ridículas como poco, los villanos quedan lejos de los coloridos chalados comiqueros, las telarañas son cuerdas malamente atadas al cambio de plano…
¡Pero allí está, es Spider-Man, balanceándose por los cielos de la ciudad!

Realmente, en ‘Spider-Man: El Hombre Araña’ existe bien poco que salvar.
Por si los efectos cutres y la deriva culebronesca del argumento no es suficiente, bastará con los cuellos imposibles asomando de los terribles jerseis de Peter Parker para convencerte de que algunas cosas no deberían salir de las viñetas.
Pero el paso del tiempo la beneficia: actualmente, donde superhéroes cruzan el cielo día sí día también, hacía falta un buen puñado de locura para llevar uno a la pantalla, algo que a ninguno de los responsables les faltó tener.

Sí, no está escalando una casa, sino una pantalla terriblemente recortada.
Es cierto, cada vez que se calza el traje parece un estrafalario jorobado, en vez de un imponente acróbata.
En cada balanceo el director está rezando porque, por favor, la cuerda aguante y no se pegue una hostia.
Pero todo eso palidece ante unos actores que saborean sus frases estúpidas con una ingenuidad digna de elogio, creyéndose al milímetro la rancia trama de controles mentales: no deja de ser la misma ingenuidad que tenían aquellos niños del 77, asombrándose de que su superhéroe favorito diera dos puñetazos contados a tres mataos asiáticos y trepara por las paredes, aunque el obvio arnés no le permitiera ni pegar las rodillas.

Incluso, ¿quién dice que el realismo está ausente?
Siempre me pregunté cómo Spider-Man combatía el frío pese a pasearse en pijama por las azoteas: aquí está la respuesta, estornuda en la máscara como todo hijo de vecino, una estampa tan dantesca que merecería su hueco en el imaginario del personaje.

Realmente, todo se resume en la respuesta a (un demasiado amable) Jonah Jameson, por parte de un Peter que finalmente le entrega las codiciadas fotos del aventurero enmascarado, posando como si estuviera de fiesta con los colegas japoneses que anteriormente le querían curtir el lomo:

“Las he conseguido porque tenía fe. ¿Tiene usted fe?”

Efectivamente, esas fotos, y toda la película/serie, se realizaron porque esta gente tuvo fe por la fiebre de superhéroes allá en el lejano 1977.
Si careces de ella, difícilmente podrás ver el encanto de todo esto.
Charles
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8
7 de abril de 2018
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Decir que esta película es como un sueño sería una obviedad.
También creo que en ningún momento pretende retratar nada que te vayas a encontrar después de despertar.
Y sin embargo, sus formas son reales, los comportamientos que muestra podrían suceder, los lugares que transita podrían existir… son sólo sus límites los que no están definidos, los que de hecho te llevan a un lugar oscuro cuando se demuestra que no existen.

‘Carretera Perdida’ no necesita “explicación”, que es lo primero que sale asociado a su nombre en los buscadores de internet.
¿Quién no ha vivido la desconcertante sensación de que nada encaja, y todo está en su sitio? ¿Quién no se ha encontrado fabricando justificaciones y patrones para impulsos que se desatan? ¿Y quién no siente que vivimos en una sociedad subterráneamente cruel, que manipula y magnifica hasta lo más minúsculo que no se ha hecho bien?
David Lynch no ha querido retratar nada, sino evocar una sensación: algo que no es comprensible desde el punto de vista racional, pero manda un escalofrío a tu espalda cuando ni siquiera te has parado a pensarlo.

Fred contesta el telefonillo una buena y soleada mañana para oír: “Dick Laurent está muerto”.
La trampilla del desconcierto se abre en su perfecta vida suburbana, trayendo la muerte y la crueldad, pero también despertando la erótica del misterio, algo más grande que su sencilla vida en pareja, con una esposa dócil que le espera cuando llega de tocar el saxo toda la noche.
La lógica dicta que esos vídeos por mensajería no están capturando impunemente su intimidad celosamente guardada, que esa claraboya de su salón no ha pasado a ser una preocupante ventana desde el que cualquiera le puede ver, pero entonces…
“Nos conocimos en tu casa… aún estoy allí. Llámeme.”
Ahora se ve claro, esas luces en la casa no reflejan las del coche, ya estaban allí. La mujer con la que duerme no es la misma que se despierta a su lado. Y el pasillo es un útero corrupto y oscuro, que da a luz a seres nacidos del horror cotidiano, el peor tipo de horror.

A partir de ahí, Fred trata de comenzar una nueva vida, a salvo de esas cámaras vigilantes que castran sus experiencias, pero hay rastros que le persiguen, inseguridades y traumas, entrelazados en placeres, que no abandonan y siguen las huellas de una presa que sangra.
Un Hombre Misterioso quizá ha cambiado el atrezzo, pero se sigue representando la misma obra: una en la que la violencia habita a flor de piel, camuflada en la sonrisa sardónica de un mentor que sólo pide un poco de puta normalidad, y en unos labios que susurran su nombre en las sombras, después de haber envenenado su rutina con una cabellera rubia.

Encuentros sexuales marcan el tempo plomizo de un círculo que se cierra, uno en el que, al contrario que en su antigua vida, debe ocultarse para ser feliz y cualquier intento de hacer lo correcto nunca será suficiente, como si todos estuvieran guardando un secreto que evita que su frágil existencia pueda romperse.
Es especialmente simbólico que, al volver a llamar el Hombre que ya estaba en la casa, desaparecen las figuras paternas: nadie te podrá ayudar, nadie te guardará los secretos, estás solo Fred, cubriendo tus propios excesos.
La posterior huida con esa amante resemblante de su esposa tiene incluso un matiz humillante, mostrándose ella poderosa y sensual, cuando él está asustado e inseguro porque hasta las maldades más simples se le descontrolan en sangre y muerte (sin él hacer nada). Un vídeo porno al que no se le puede dar importancia, porque sólo está en un proyector gigante en medio del salón, porque es sólo un amigo Fred, por favor, es una manera sutil de recalcar que esta fantasía nunca será suya, nunca la tendrá.

¿Dónde queda la propia identidad cuando el infierno se crea con lo que graban las cámaras de los demás?
David Lynch se cuida de no contestar la pregunta, al menos a cierto nivel consciente, y en su lugar crea una pesadilla inquietante, que cuanto más intenta huir hacia lo ideal más concreta y dolorosa se vuelve.
No extraña que Fred quisiera alejarse de las cámaras: con sus rigurosos fotogramas encierran y de algún modo condenan todo lo que ya es, sin espacio para imaginarse cómo quiere ser, a partir de entonces eternamente atrapado en su propia piel, en una carretera de la que nadie ha vuelto para contar cómo es.

El verdadero miedo, el verdadero terror, era poder comprender a aquella persona del telefonillo y por qué Dick Laurent está muerto.
Nadie lo querría saber… pero una vez te lo han dicho es imposible no preguntarse el por qué.
Charles
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