Una de las cosas que más llama la atención de "The Wire" es su realismo a la hora de mostrar la vida en los suburbios de la ciudad de Baltimore. Es contundente, sin paliativos. Claro que es marca de la casa, la HBO si por algo se caracteriza, como ya sabemos, es por el uso de imágenes y lenguaje sobradamente explícito en una televisión (la estadounidense) que al igual que su cine tiende a sufrir bastantes restricciones debido a la censura.

"The Wire" es el paradigma del cómo y el porqué del narcotráfico en las grandes ciudades, especialmente lo primero. El cómo se presenta la obtención, la venta y el consumo de la droga, con los grandes capos, líderes juveniles y precoces delincuentes fruto en gran parte de un sistema corrompido, que dirigen bandas callejeras cual general dirige su ejército. Con los camellos en las esquinas que no son más que parte de la misma cadena de delincuencia, cabezas visibles del mundo de los narcos y la primera cabeza de turco si es necesario. Y cómo no, esto no existiría sin los yonkis, primeras y últimas almas perdidas de un sistema marginal.
Y mientras tanto la policía sobrepasada y sin medios suficientes para resolver tanto asesinato en las calles, mientras que los que mandan exigen a sus subordinados que el crimen descienda para así poder conseguir réditos electorales. Pero ya se sabe, la mierda siempre cae hacia abajo.

Más vale tener suerte que ser bueno que decían en un episodio, frase lapidaria con la que dicho sea de paso coindido plenamente, es la frase que sirve como muestra de dónde situar a cada personaje, de cómo la vida te da unas opciones y no otras y en función de las mismas, elijas lo que elijas, tu camino está sellado.

"The Wire" se erige probablemente como la serie policiaca definitiva, heredera del trono dejado en su día por joyas memorables como "Canción triste de Hill Street" o "Policías de Nueva York". Al menos lo hace por el momento, quién sabe en el futuro. Será difícil en cualquier caso.

Si con "Batman begins" Nolan había logrado reponer la saga, qué decir de su continuación: pues simple y llanamente que se ha superado a sí mismo.
Batman está de vuelta ésta vez para enfrentarse a su supervillano por antonomasia: el Jocker, interpretado de manera magistral por Heath Ledger y con su oscar póstumo al mejor secundario ganado de manera más que justa. Su interpretación quizá sea más bizarra que la que hiciera casi 20 años atrás Jack Nickolson.
El cambio sin embargo de Katie Holmes como "novia" de Batman por Maggie Gyllenhaal es un cambio que sale ganando. La primera sin desentonar, se la ve más frágil frente a la mayor presencia de la segunda (me encanta Maggie). El resto del reparto vuelve a brillar una vez más.
Genial la composición en el guión del Jocker que es capaz de manipular a todo el mundo a su antojo incluído Batman al cual obliga a elegir entre el corazón y la cabeza o lo que es lo mismo, los sentimientos y la razón.
Si te ha gustado la anterior, ésta seguramente lo haga aún más.

Comedia juvenil que no tiene ni diálogos ni gags sexuales tan evidentes como la saga "American Pie" pero... ni falta. Es normal, es otra época. No obstante tiene frases (como las del hijo menor de la familia) y personajes ingeniosos como el del "chino" aunque éste no me acabe de cuadrar mucho en la película.
Es destacable el hecho de que los actores tengan la edad que representan sus personajes, cosa que no siempre sucede en este tipo de géneros.
Molly Ringwald y Anthony Michael Hall coincidirían un año más tarde con el director John Hughes en "El club de los cinco", película mítica del género ya no en la década de los 80 si no de siempre.
Tanto a los actores, como al director y a las películas de este tipo que él mismo dirigió en esa década se les brinda un recordado homenaje en la reciente "Rumores y mentiras".
Como ya mencionan por ahí en alguna crítica anterior también aparecen unos jovencísimos John y Joan Cusack. Eso sí, por separado.
Y una última cosa: si veis la versión doblada os advierto que hay tres escenas en donde se les cambia el doblaje a los actores.

Empezaban a correr malos tiempos para la épica, la clásica aventura épica y John Huston, uno de los grandes, adaptó y extendió con gran éxito el relato del escritor indo-británico Rudyard Kipling, coprotagonista a la misma vez en la cinta e interpretado por Christopher Plummer. Desarrolló la historia original de Daniel Dravot (Sean Connery) y Peachy Carnehan (Michael Caine), dos suboficiales del Imperio Británico con más ansias de conquista y grandes logros personales que sincera devoción por el uniforme y la patria a la que dicen servir. Su poca honorabilidad les lleva a la India, un país enorme con tierras aún por descubrir, recién tutelado por un Imperio con los mismos deseos de conquista que Dravot y Carnehan.
La tentativa de fortuna comienza en un tren con Peachy y un robo. Su encuentro con Kipling, redactor de un periódico local, tiene un punto de casualidad desacertada que, rápidamente, Peachy reconduce a sus intereses. En realidad, no es más que la persona que esta peculiar pareja creen necesitar para que sus potenciales laureles tengan validez una vez sean alcanzados. Kipling advierte de la locura que sus nuevos conocidos pretenden realizar, los cuales obvian cegados por sus miras de grandiosidad. No obstante y tras ejercer de notario con la firma de un documento por todas las partes, les hace entrega de un colgante con simbología masónica, un detalle agradecido que termina por ser determinante. Su suerte parece echada.

La arriesgada expedición es un viaje a la utopía más egoísta de dos cazafortunas que emprenden por cuenta y riesgo una aventura suicida. La descripción de ambos y su ánimo de gloria cubre el argumento de tintes codiciosos con ligeros toques tragicómicos, y como un boomerang, la cúspide de los logros es una suerte que se va tan rápido como viene, más si lo material se mezcla con lo divino. El maestro Huston hace de Connery y Caine, magníficos en sus roles, dos reyes sin gracia divina estampados en su propio regocijo, aunque siendo justos y sin desvelo de motivos, la suerte de estos golfos sin auténtica malicia habría sido una ignorancia mejor aprovechada si, como todo buen apostante, hubiesen sabido (los dos) cuándo plantarse.

Una obra imprescindible en la filmografía de su director, de sus actores y de la historia, como narrativa de una epopeya tan vistosa como lúdica y digna de varios aprendizajes proverbiales muy aprovechables sobre su trayecto y resultados.

Si Blake Edwards se permitió su desliz sexual madurito con '10', unos años más tarde para Stanley Donen vino con la inmerecidamente maltratada 'Lío en Río'. Ciertamente, si nada tiene que ver la una con la otra, por caminos distintos la tentación que había sido para Dudley Moore con Bo Derek fue encontrada por Michael Caine con Michelle Johnson, aún menor que la primera, cuyo aspecto lujurioso sobre una jovencita le fue entregado de forma reacia más que buscada, aunque terminando por sucumbir igualmente ante el tierno caramelo, como era de esperar.

La comedia de Stanley Donen intercambia los roles del paroxismo del apetito lascivo y opta por una versión recatada de la responsabilidad dejando en manos de la menor una ingenuidad que no es tal, y la expresión del deseo es reflejo de la inexperiencia adolescente idealizando una seductora madurez que representa el personaje de Matthew (Michael Caine), por más que éste sea la antítesis de la sensualidad y se aproxime más a un prudente señor de mediana edad con una vida anodina y rutinaria.

Matthew nos relata en paralelo un enredo que se complica y se vuelve más divertido cuando se propone a expensas del calor de la ciudad de Río, lugar hermoso bajo otras condiciones que no son a las que nos trae la narración afligida del mencionado, quien expone una relación de quiero y no puedo vivida en la clandestinidad familiar, chantaje incluido. La obvia exuberancia adolescente de Jennifer (Michelle Johnson) pone a prueba con insistencia la capacidad de aguante del responsable Matthew, una provocación difícil de mantener aunque sea bajo la complicidad comprometida de una hija, Nicole (Demi Moore) o el miedo a la compresible represalia de un amigo, Victor (Joseph Bologna). Los desnudos integrales de la libidinosa muchacha ayudaron a comprender la irresistible tentación de Matthew, pecado de juventud ella y de madurez él, al tiempo que sirvieron para completar una falsa obscenidad bajo el prisma de las mentes biempensantes de algún que otro crítico de la época. Visto con perspectiva, una pose puritana que desdeñó una comedia de enredos y tono picante, que suscribe con más ligereza ciertas similitudes con el "Lolita" de Nabokov en forma de vodevil veraniego, apoyada por una buena música, las imágenes del Río de Janeiro más idílico y un fantástico Michael Caine como el cuarentón que cae en las redes de la bella adolescente. Sin duda, menor en la obra de Donen, pero gratamente simpática.