No tengo duda de que Big Eyes será una de las obras de Tim Burton a la que menos atención van a prestar los seguidores del director. Es comprensible. Visualmente no destaca esa marcadísima personalidad que suele invadir sus trabajos. Pero creo que esta historia no era la apropiada para exuberancias visuales, mientras que si es una de las historias más personales y burtonianas que ha firmado su director.

Las constantes más habituales e interesantes de su obra residen en esta historia, plasmadas en un magnífico guion, de los mejores en esta última etapa del director. Personajes e ideas centrales muy bien definidos, situaciones que hacen avanzar sin estorbos la narración y buenos diálogos. Esto le permite a Burton no solo tocar temas tan recurrentes como la integridad autoral, las relaciones paterno filiales o la defensa de lo diferente, del freak interior incluso debajo de apariencias y conductas tan comunes como las de Margaret.

Burton vuelve a demostrar el gran narrador visual que ha sido siempre, incluso con historias más cotidianas, lo que ya venía avanzando en otros trabajos, como ciertos segmentos de la maravillosa Big Fish. Pero su discreción visual no impide que tenga una depuradísima composición de los planos, jugando con las formas y los colores de forma elegante y elaborada, menos patente que en otros trabajos pero no creo que menos hermosa y compleja.

Big Eyes tal vez no sea una de las grandes de Burton. Le falta algo de fuerza. Pero no tengo duda de que es una gran película, muy sólida en todos sus frentes y una nueva y estimulante faceta que complementa de forma coherente una obra tan singular y personal como su propio director. Me quedo con la impresión de que este estupendo trabajo irá mejorando con el tiempo.

Recién alcanzado el reconocimiento de la crítica por Edward Scissorhands, Burton se arriesgó con una nada convencional secuela de su interesante Batman. Paradójicamente ni gustó a la crítica ni funcionó como se esperaba en taquilla, lo que le puso en una precaria posición laboral. Sin embargo, a día de hoy es evidente que Batman Returns fue un personalísimo ejercicio de estilo burtoniano, en mi opinión extraordinariamente sutil e inteligente, visualmente apasionante y con uno de los mejores guiones del fantástico de la década, en el que los personajes están magistralmente perfilados y con unos diálogos geniales y llenos de ironía que mejoran en un segundo visionado. Unos actores en estado de gracia, en particular Michelle Pfeifer y Danny de Vito, con unas interpretaciones llenas de matices, complejas y ambiguas. Tampoco se queda atrás un sobreactuado Christopher Walken, magnífico, en un papel vital en la historia, pues a pesar de ser el único 'normal' es el verdadero monstruo de la trama. La relación entre Selina y Bruce es posiblemente la mejor y más compleja historia de amor de Burton hasta la fecha. Un constante tira y afloja que habla sobre la relación de pareja y que matiza a los personajes, alcanzando su mejor momento en el baile de disfraces, en el que por primera vez se despojan de máscaras, físicas, psicológicas y emocionales, en una escena en la que, no por casualidad, son los únicos que van sin disfraz. Impresionante. La utilización de los decorados supera a la anterior entrega de la saga, convirtiéndose en parte esencial de la narración, situando al Pingüino en las cloacas y a Max en el sitio opuesto, lo más alto de un rascacielos, mientras que Bruce y Selina caminan peligrosamente entre ambos. La sucesión de escenas brillantes (la creación de Selina, los encuentros Batman/Selina o Selina/Pingüino, el baile de máscaras, la pelea entre Selina/Max) es constante. Solo por el antológico prólogo inicial merecería la pena ver la película. Batman Returns es una ampliación psicológica sobre el personaje de Bruce Wayne/Batman, que a la vista de Burton es lógica, complementaria y definitiva. Película compleja, sugerente, algo neurótica tal vez, Batman Returns es mucho más que una de las mejores muestras del género de superhéroes, es una gran muestra de cine de autor disfrazado de cine comercial.

No puede por menos que despertarse la admiración del amante del cine de altura al contemplar el virtuoso trabajo que Kubrick ha conseguido en esta película. Incluso encontrándome alejado del deprimente mensaje que transmite el director, es fascinante contemplar la minuciosidad, inteligencia y talento que derrocha cada elemento de este film, sin duda uno de los más perfectos de la década y del director. Nada parece gratuito en Barry Lyndon, en el que los detalles no buscan ser un mero adorno en la vida de Barry, sino una descripción de toda una sociedad y en cierto modo una cínica visión del ser humano. Los elementos con los que trabaja son tan imaginativos como variados, logrando una sorprendente unidad de estilo. Utiliza con sorprendente criterio la voz en off y el zoom: el primero adelantándonos lo que va a ocurrir y por tanto reduciendo la identificación con el protagonista (nunca llega a caer simpático del todo) para centrar nuestra atención en otras cosas; el segundo para incidir en la idea del hombre como parte del escenario y no necesariamente como protagonista. No es que Kubrick se vuelva monótono. Simplemente es coherente con el mensaje que busca, y funciona a la perfección, aunque solo sea por acumulación. Visualmente consigue uno de los trabajos más elaborados que recuerdo, de un cuidado exquisito en la composición de los planos, buscando dar vida a cuadros de la época en un alarde de riesgo artístico, obsesión por el detalle y belleza plástica, o de un dominio magistral del tempo, como en el celebrado duelo final. A mí me parece acertada la elección de O'Neil como Barry, pues su condición de actor poco expresivo le convierte pronto en marioneta de sus ambiciones y de los que le rodean, aunque hay que reconocerle mérito al actor, capaz de darle un toque de inocencia y fragilidad a un personaje ambicioso y amoral. El trabajo de fotografía, rodada con luz natural, es enorme, al igual que la cuidada selección de música clásica e irlandesa, maravillosamente adaptada y aplicada por Rosenman. Un film técnica y artísticamente insuperable. Triste reflexión sobre la insignificancia del ser humano, bellísimo ejercicio cinematográfico.

Ambicioso proyecto del siempre desconcertante Luhrmann que divide en dos actos. El primero está abordado como un western de fantasía en medio del continente Australiano, mientras que el segundo es un drama bélico en la 2ª guerra mundial. Las virtudes y defectos que presenta el conjunto se manifiestan por igual en ambos actos, aunque personalmente me quedo con el primero, principalmente por ser más entretenida. Pero lo cierto es que ambas partes quedan muy lejos del resultado que se podía esperar con ese material y un director con el potencial estético del director. Para empezar el guion no está mal como producto de entretenimiento, pero resulta fallido en cuanto empieza a tocar temas de mayor envergadura, valiéndose de excesivos tópicos. Pero no sería tan evidente si el director australiano hubiera sabido utilizar mejor las bazas de este, en el que su inclinación hacia el exceso hace que el film constantemente dé la impresión de ser artificial y pretencioso, además de eterna. Eso no quita para que sea un producto con un acabado formal esplendido, buena banda sonora, cuidado diseño de producción, lleno de imágenes de gran belleza que permiten al técnico de fotografía a lucirse en interiores y decorados (que hay muchos para los exteriores) pero en el sentido más intrascendente de la expresión. Lo malo es que la historia de amor no emociona, la supuestamente esencial trama de la segregación de la generación perdida se queda en mero apunte, lo mismo que el personaje del capataz malvado, que era el que más posibilidades tenía y se convierte en una de las más flojas. Es la norma que adoptan los personajes y tramas de Australia: prometen y luego decepcionan. Lo mejor termina siendo el agradecido sentido del humor de la primera parte, con momentos tan delirantes como la escena del canguro o la del aclarado de Jackman en plena naturaleza. Incluso una actriz tan competente como Kidman no termina de convencer, estando más convincente Jackman en un papel sencillo pero perfecto para él. En cualquier caso no es tanto que Australia sea una mala película, sino una película decepcionante que podía haber conseguido mucho más con los mismos elementos. Una pena que se desaprovechara una oportunidad tan buena de hacer una interesante película épica.

Sorpresa inesperada la de esta modesta película de género británica, a la que llegue por el simple hecho de estar avalada en la producción por Edgar Wright. Pero me encontré con más de lo que esperaba. Attack the Block es una película tan entretenida y bien realizada como inteligente, que a día de hoy me resulta tan exótico como estimulante. Cuenta con un buen guion, con diálogos y personajes bien escritos. Y entre persecuciones, diálogos hilarantes y gorilobos hormonados, sus creadores nos hacen un retrato tan certero como amargo de algunos de los aspectos menos gratos de la sociedad británica, apuntando a la clase política con la misma virulencia que sobre la misma sociedad, además de dejarnos toda una reflexión sobre el lugar del héroe tradicional en la sociedad actual. Tiene una dirección ágil que le aporta un ritmo fantástico pero que deja hueco para la parte emocional. Y está muy bien realizada, aprovechando la escasez de recursos con mucho ingenio. Una película entretenida, comprometida e interesante en lo que cuenta y como lo cuenta. Es de las que te recuerda que antes se hacían películas como The Body Snatcher, que fusionaban con habilidad entretenimiento y crítica social. Esta no es una película pequeña.