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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 839
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
31 de julio de 2020
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Madre” es una de las mejores cosas que le han pasado a nuestro cine en los últimos tiempos. Y Rodrigo Sorogoyen, divinidad autóctona del plano secuencia cautivador directamente heredado del Dios Padre Paul Thomas Anderson, del que ha bebido ante embriagarse, se confirma como un nombre imprescindible para hablar de cine en el planeta, un creador privilegiado con una capacidad hipnótica tanto en el planteamiento argumental como, muy especialmente, en lo visual.

Nos conmocionó a todos con su ópera prima “Stockholm” (una de mis películas favoritas) con un poder de perturbación ilimitado, nos aferró al brazo de la butaca con sus thrillers “Que Dios nos perdone” y “El reino” y se plantó (ni más ni menos que) en las nominaciones de los Oscars con un corto rodado en un solo plano secuencia (con una coda) cargado de virtuosismo y una tensión psicológica que se hace irrespirable llamado “Madre”.

Recogiendo la senda del medio camino entre el thriller psicológico y el drama romántico como ya lograra en la PERFECTA “Stockholm”, Sorogoyen arranca la película con su corto para, una vez visto-sufrido, desarrollar en “Madre” la historia y los personajes 10 años después. Ese milagro del plano secuencia (lo que más me cautiva del cine) de su corto se va repitiendo como un eco en determinados momentos del largo, sabiamente administrado por una mente preclara como pocas, logrando una unidad estilística absoluta entre ambos y un goce inenarrable para el espectador, alguno de una genialidad técnica apabullante que embelesa y hace levitar como el de la “visita” a la casa familiar o la reunión en el restaurante.

En realidad, la absoluta perfección de “Madre” se sostiene en una mezcla insuperable de dos películas distintas según la visión del personaje que se prefiera mirar: el thriller psicológico que de forma aterradora nos acerca al desequilibrio mental de una madre que perdió a su hijo cuando apenas contaba con 6 años de edad y que, una década después, cree reconocerlo en un adolescente al que sigue por el pueblo de playa francés en el que desapareció el menor una década antes; pero a la vez la película es el magistral y apasionante drama romántico de un adolescente que ve que una mujer adulta lo sigue y que experimenta un primer amor arrasador que todo lo puede pensado que esa mujer se ha enamorado de él, a lo que él corresponde con una entrega total (y quién sabe si sólo él experimenta esas sensaciones…).

En la confusión de ambas perspectivas respecto a lo que allí está ocurriendo habita una de las películas más complejas mental y psicológicamente que he visto en los últimos años, un acierto absoluto, la guinda del pastel en la filmografía de Sorogoyen, excelsa toda ella. Una cinta que me hace levitar cada vez que me acerco a ella con la reverencia que merece.

Todo lo cual, por supuesto para que el artefacto pueda funcionar con semejante éxito, sostenido por unas interpretaciones antológicas de Marta Nieto (ella nunca defrauda) y del joven Jules Porier, ambos inconmensurables, mágicos, etéreos, maravillosos.

Pero no es menor la genialidad de su diseño de sonido, que logra perturbarte en sesión continua creando una sensación malsana constante, especialmente a través de un amenazador ruido del mar, el más inquietante que se haya logrado en toda la historia del cine. La obra maestra lo es la mires por donde la mires y la analices por donde te parezca más oportuno.

Un film que te atrapa de principio a fin, que te cautiva, que te tensa, que te permite revivir el primer amor adolescente (especialmente intenso por cuanto se entrega a quien menos conviene) o la obsesión maternal insana, depende de por dónde lo quieras ver. Una amalgama de sentimientos a flor de piel que hace que las dos horas de metraje de la cinta pasen como un mero suspiro, un susurro en el oído de un creador tocado por los dioses para hacer el mejor cine. Un genio, porque al fin y al cabo, de eso se trata el caso de Rodrigo Sorogoyen, de ser un genio.
Sergio Berbel
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7
31 de julio de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No acaba de despegar como una gran película que trascienda, pero “La isla de las mentiras” es un gozoso thriller de época de Paula Cons que compensa con algunas virtudes innatas sus carencias, ofreciendo un resultado final satisfactorio para una ópera prima de una realizadora mucho más que prometedora.

El planteamiento de partida es apasionante: aunque casi todos lo desconocemos e incluso en la propia Galicia no es una historia especialmente difundida, hubo un “Titanic gallego" que naufragó el 2 de Enero de 1921 en las costas de la peculiarmente bellísima isla gallega de Sálvora. Más de doscientas personas perdieron la vida en aquella catástrofe y unas cuarenta fueron salvadas por algunas mujeres de la isla que se echaron a la mar para rescatar supervivientes.

Paula Cons elige, en lugar del camino esperado del drama histórico, el del thriller como vehículo para contar la historia. Porque a tanta muerte escupida por el mar se suma la desaparición del capataz del señor cacique propietario de la isla, a la que sus siervos (prácticamente esclavos) que habitan en ella tienen que rendir pleitesía personal y económicamente. Esa pincelada social es de lo más acertado del planteamiento de Paula Cons y la que deja sus mejores escenas.

A tan cerrada isla y aún más cerrados habitantes llega un periodista con ganas de conocer la verdad (siempre solvente Darío Grandinetti), que se topará con el habitual muro de silencio de los moradores de tan recóndita isla gallega, especialmente en el personaje de María, interpretado por una magníficamente críptica Nerea Barros, sin duda lo mejor de la película.

Estilísticamente, Paula Cons logra sobresalir con una bellísima a la par que perturbadora fotografía que, vaya a usted a saber por qué, mi extraña mente ha asociado en todo momento de su visualización con la de “Beast” de Michael Pearce, quizás porque entre islas misteriosas anda el juego.

No trasciende, pero es un excelente entretenimiento de sobremesa con calidad.
Sergio Berbel
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9
29 de julio de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Heredera expresa (y pienso que incluso confesa) de “The Florida Project” de Sean Baker, “Pullman” de Toni Bestard es una pequeña gran película, una joyita con las pretensiones tan breves como su metraje (da gusto ver desarrollarse una buena historia apenas en 65 minutos en estos tiempos de metrajes mastodónticos por castigo). Sin duda, una de las sorpresas de este extraño y difícil 2020.

Si te enamoraste como yo de “The Florida Project” (para mí, junto con “In America” de Jim Sheridan y “Bestias del sur salvaje” de Benh Zeitlin los mejores acercamientos a la infancia en las clases bajas de la sociedad que se hayan rodado nunca), te garantizo que “Pullman”, como mínimo, te va a gustar. Se trata de las aventuras y desventuras de un niño de color y una niña muy rubia que, ante una situación de padres desaparecidos durante el día para poder subsistir con salarios indignos en una Mallorca en horas bajas de turismo de borrachera, ven pasar los días de verano aburridos en el complejo de apartamentos Pullman de Mallorca, otrora urbanización para veranear, pero hoy bloques inmensos de hormigón tan degradados como la apuesta del turismo barato que representan.

Cuando hay que divertirse y no hay medios económicos, refugiarse en la imaginación y probar aventuras es la mejor solución, y una zona marginal ofrece muchas posibilidades para experimentar, descubrir e incluso transgredir las normas.

Una película sin pretensiones que logra su triunfo justo por ello. Sencilla, emotiva, humana y basada en las interpretaciones de la pareja de niños formada por Alba Bonnin y Keba Diedhou que elevan la cinta y la hacen trascender ellos solos. Lo de Alba Bonnin es brutal, porque ella se sabe “lideresa” del dúo y sus constantes carreras cuando se enfada marcan el devenir de la pareja y de la película, dejando momentos sublimes.

Los créditos finales, creados con postales vintage de los tiempos del turismo desarrollista setentero en Mallorca, cuyas nefastas consecuencias ahora estamos pagando, son la guinda de un pastel exquisito que nos muestra lo que se cuece en la trastienda de una Mallorca de ocio y veraneo decadente. La escena preparando el viaje a Brasil del hombre al que encuentran, pareciera surgida de una de las grandes películas de Fernando León de Aranoa. Sinceramente, me ha entusiasmado en su facilidad y honradez, a pesar de que la sombra de "The Florida Project" es muy alargada durante todo su metraje.
Sergio Berbel
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10
29 de julio de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay cine eterno por el que el tiempo no pasa. Incluso enclavado en el corazón del propio star system de los estudios de Hollywood había espacio para las obras maestras. Incluso un artesano propio de la época como William Wyler creaba obras maestras de semejante dimensión. Porque el triángulo formado por Wyler, Olivia de Havilland y Montgomery Clift en “La heredera” es de esos que nacieron ya formando parte de la historia del cine por definición.

Historia desgarrada y desgarradora, muy pocas veces se ha retratado la soledad de quien no se siente querido por nada ni por nadie como en esta obra maestra en la que una solterona será escupida en su orgullo de manera simultánea tanto por un cazador de dotes sin escrúpulos como por su padre, que no sabe protegerla (o más bien a él mismo) sin atentar contra su dignidad. Cuando ella recorra el periplo que la lleva a constatar que uno está solo en la vida y que no puede esperarse nada jamás de nada ni de nadie, llegará la escena final, ¡y qué escena final!, una de las más portentosas de la historia del cine.

Porque esa es la conclusión certera, lúcida y cruda a la que llega “La heredera”: estamos solos, no podemos esperar ser valorados o apreciados por nadie, porque nadie jamás mira más allá de sus propios intereses y deseos. Y “La heredera” lo explica como quizás nunca se haya explicado en el cine, basada en una obra de Henry James. Es obvio que nada podía salir mal mezclando todos los elementos citados.

La otra reflexión final es que, o aceptas que la vida es así y abrazas el nihilismo generalizado, o estás muerta entre la concurrencia de los egoísmos que te rodean. La heredera sabe que no hay más camino, y lo recorre de forma gloriosa. Todo ello contado con la elegancia estética propia de William Wyler, absolutamente electrizante sabiendo que está rodando una película inmortal (sólo observando el juego de reflejos en los espejos de la película ya es posible levitar). Porque la sociedad es así, puro sepulcro blanqueado, bello y educado por fuera pero totalmente corrupto y repugnante por dentro. Cuanto antes lo aprendas, mejor, y en eso “La heredera” es también una lección magistral.

Y que ofrece una frase para la historia del cine: “Sí, tienes toda la razón, puedo llegar a ser muy cruel, he tenido muy buenos maestros”. Por cierto, en la conversación definitiva entre padre e hija veo la semilla de una escena imborrable de “La cinta blanca” de Michael Haneke, y es que los genios son así, se complementan unos a otros.
Sergio Berbel
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9
28 de julio de 2020
0 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces (demasiado pocas) entre campos y campos de cardos, el género de terror te ofrece una preciosa amapola. Es tan raro lograr entusiasmarse con una cinta del género… Pero esta tarde me ha ocurrido con “Para Elisa”, la ópera prima de Juanra Fernández, lección magistral de cine con escasísimos recursos pero toneladas de inteligencia y atrevimiento.


Un film de terror en el que no hay sustos fáciles, golpes de música ni elementos irracionales inexplicables. Todo encaja en la (terrible) lógica más absoluta. Es un cuento gótico sobre los mundos angustiosos que hay en la puerta de al lado de nuestra casa y en los que podemos caer cualquier mal día. Es una maravilla. Pasa al elenco de mis escogidas junto con “Déjame entrar” de Thomas Alfredson, “A ghost story” de David Lowery, “Thelma” de Joachim Trier, “Verónica” de Paco Plaza. Y, dicho sea de paso, conserva la cinta de Juanra Fernández cierto aire a “La madre muerta” de Juanma Bajo Ulloa absolutamente irresistible y conseguido.


Con ecos bastante expresos de “¿Qué fue de Baby Jane?” de Robert Aldrich y “Misery” de Rob Reiner, ambas homenajeadas con dignidad y capacidad artística que ennoblecen el momento más allá del mero tributo, el enorme cineasta nos sorprende con una historia angustiosa que ocurre en el mismísimo centro histórico de Cuenca, en el piso desasogante y decadente donde una señora mayor (otrora niña prodigio pianista) vive con su hija y a donde acude la protagonista, Ana, estudiante universitaria, a una oferta de trabajo para cuidadora de la menor. Pero… Por cierto, su plano final antológico que supone la guinda del pastel y la cuadratura del círculo, es absolutamente magistral.


Cuanto menos sepas del argumento antes de verla, mejor, pero haz por encontarte con ella porque la película depara una gratísima sorpresa cargada de calidad y cualidades cinematográficas. Sostenida por una dirección brillante, algunos planos sobrados de calidad, una tensión ambiental perfectamente diseñada y unas situaciones angustiosas precisas, que lógicamente requieren de la entrega de su elenco actoral, entre quien destaca de forma mucho más que notoria la gran Ona Casamiquela ejerciendo de víctima de la función de forma estelar y robando desde el primer plano de la película todo el protagonismo al resto, perfectamente secundada por Ana Turpin, que borda un papel bastante complejo de llevar a la práctica.


Juanra Fernández ha estrenado ahora su segundo largo, “Rocambola”, que lógicamente estoy deseando ver.
Sergio Berbel
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