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España España · Madrid
Críticas de Charles
Críticas 1.065
Críticas ordenadas por utilidad
6
7 de abril de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Despierta una sensación entrañable este diario de chaval extraño.
Están el infaltable hermano abusón, la dulce chica de sus sueños, la férrea disciplina de sus padres y todas esas cosas que forman parte de una adolescencia equilibrada y muy cinematográfica.
Cuando la verdad es que hace demasiado tiempo que los chavales no son así, y ni mucho menos comparten estas preocupaciones.

‘Días de Perros’ entonces es otro eslabón más de esa cadena de agradables entretenimientos familiares no demasiado complejos que rinden homenaje a otras tantas películas infantiles de otro tiempo, sin en ningún momento pararse a pensar cómo son los chicos de hoy en día.
A saber: complejo de inferioridad, malentendidos con el padre de tu mejor amigo, vergüenzas delante de la chica que te gusta, putadas de tu hermano mayor y los adultos como la última frontera ante la cual acaba toda diversión (excepto porque quizás papá quiere llevarse bien con su hijo).
A su favor, que el chaval cae simpático, y en su contra demasiada poca cosa como para que te importe antes de que lleguen los créditos.

Cada generación necesita una ración de niños incomprendidos y aventuras escolares, está claro.
Quizá lo único que echo de menos es que cosas como esta vayan a poder ser recordadas con nostalgia, en vez de con completa indiferencia: es lo que tiene quedarse en parodias que, más allá de las diferencias culturales, sólo las han vivido personajes, nunca verdaderas personas en vacaciones escolares.
Charles
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7
23 de marzo de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es curioso que es sólo en este tipo de historias donde un instituto muestra lo que verdaderamente sucede en sus aulas.
Para casi todos, un instituto siempre será ese paso obligado, esa etapa incomprensible y a veces furiosa, que desaparece antes de ser conscientes de ella, y mientras está apenas hay tiempo para analizarla. Los profesores pasan lista, y se olvidan de nombres o caras, porque hay un programa que cumplir antes del fin de curso.
No es algo que se pueda realmente cambiar, simplemente es así.

Louanne, en principio, también es parte de ese mecanismo meramente utilitario, aceptando un empleo de docente para salir del paso, en una clase que espera aleccionar como siempre ha estado haciendo.
Inconscientemente, Michelle Pfeiffer ya nos ha hecho ponernos de su parte, expresando su incomodidad en microgestos, sin que conozcamos absolutamente nada de su historia personal, alineándonos con un bando de lo se piensa como guerra total.
Claro que la clase es un campo de batalla en si mismo: allí debe hablar con un respeto que ella no tiene, debe escuchar sin ser escuchada y, ya si eso, debe tratar de enseñar literatura a chavales que no se interesan por nada. No extraña que otros profesores abandonaran algo que, a sus ojos, ya estaba perdido.

Pero, sea por supervivencia económica, o por cabezonería propia (algo que hace bien esta historia es hacer, nunca simplemente mostrar), y tochaco de asertividad mediante, Louanne escoge otra estrategia: hablar el lenguaje de esos chicos de barriada, aunque parezca lo último que se admitiría en el programa escolar.
No debería ser tan raro que empiecen a escuchar, que se empiecen a interesar, o que se atrevan a participar, si alguien les habla sin toda esa mierda de prepotencia que han tenido que soportar. A comentarios desafiantes les siguen voces tímidas, a pequeños piques les contestan correcciones orgullosas, y juegos triviales dan paso a silencios especiales.
Esto es la vida, es así, tan simple y sencilla, canta aquella canción. Y Louanne revela un pasado en el que ella también fue incomprendida, pero ya no nos hace falta, ya confiamos con sus chicos en que ella está abriendo la puerta hacia una salida.

No todo es tan fácil, claro está.
Si una situación se ha prolongado en el tiempo es porque quiénes la causan no la puedan evitar, o peor, los que la observan no la quieren parar.
Y por eso ahí está Louanne, confiando cuando nadie más quiere confiar: diciendo a unos padres preocupados que su hijo es mucho más, pidiendo a la asamblea estudiantil distintos medios para enseñar, citando a Dylan Thomas como ejemplo válido y profundo de lo que estos chicos jamás deberán olvidar.
Limpiando una soledad que parecía que se iba a quedar, dirigida a muertes académicas, internándose en la oscuridad, que a nadie le iban a importar.
Parecería que es más sencillo de lo que parece tender una mano, por si alguien la necesitara.

No hay fantasías en esta historia, no hay salidas fáciles, la vida muchas veces cansa y no tiene nada de malo admitirlo.
Pero queda un agradecido y bienvenido suspiro de esperanza cuando el apoyarse unos a otros salta la barrera del miedo y el odio, convirtiéndose en la pequeña gran victoria de una guerra en la que ambos bandos deberían, y podían, ganar.
Charles
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6
23 de marzo de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una entrevista de trabajo inmisericorde abre la historia de Clara.
Es el momento de la verdad, la definitiva escalada del abismo, la posibilidad de que contemplen todo lo que tú eres y decidan darte la bendición de ganarte la vida: a ella se le nota en la mirada que no es mucho, y tiembla ante la posibilidad de que su futura empleadora lo averigue.
Por suerte, por un acto fortuito que nada tiene que ver con sus mentiras, Clara consigue el trabajo, y empieza su tormento de tener algo propio a lo que agarrarse cuando no tiene nada.

‘As Boas Maneiras’ no abandona nunca ese sentimiento desgarrado, a flor de piel, que sabe a necesidad y abandono, y habla sobre personas (o seres) viviendo completamente al margen de lo que deberían ser.
Clara pasa a ser la criada de Ana, una privilegiada embarazada próxima al parto, y pronto se da cuenta de que ambas viven en la oscuridad social, sobreviviendo siempre que tienen que hacerlo, pero sin una cara amable que las quiera en algún lugar.
Es entonces cuando, en las altas horas de la madrugada, la dueña de la casa empieza a dejarse llevar por episodios violentos, salvajes y lujuriosos que se extinguen con la primera luz del día, y dejan desconcertada a una criada que, a las malas, se conforma con esa pobre y corrupta compañía.

Consciente de su naturaleza destructiva, pero incapaz de pararla.
Asustada de su apetito voraz, pero necesitada de que alguien la toque, la quiera y la acaricie, aunque sea en una pesadilla incierta.
La historia entonces, sin desvelar mucho, se divide en dos partes diferenciadas, con esa percepción del amor en el centro, bajo la cual Clara sobrevive, obligada a afrontar pérdidas dolorosas y renuncias calladas, porque tiene claro que ha elegido un camino, el único que le quedaba, y no se le puede dar la espalda a lo que te llama.

Soportamos de todo por el ¿amor? que nos dan, porque generalmente es el único que tenemos.
Y no hay nada de malo en eso, a no ser que sea el no corresponderlo.
Porque todos no dejamos de ser criaturas en esta vida, necesitadas de algo, ansiosas de placer propio, obligadas a ocultarlo por el qué dirán, cuando en verdad es sólo en esa sinceridad animal donde encontramos razones para afrontar cualquier dura realidad.

En esta fábula iluminada a las frías luces nocturnas de São Paulo, contada entre nanas callejeras y pinturas fluorescentes, hay una licantropía inusual, que enternece y apena por muy bestial que se llegue a mostrar.
Y creo sinceramente que eso es porque, contra el mundo, siempre habrá refugio en el amor que hayas podido dar.

Una verdad que, más o menos, todos nos hemos podido encontrar.
Charles
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6
31 de enero de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la adolescencia, nadie te da una identidad.
Nadie te dice a qué pertenecer, qué seguir, cómo comportarte o con quién juntarte.
Es un camino que, por narices, se tiene que recorrer a base de hostias, y algunas incluso no son evitables: están marcadas, para ti y para todos.

‘Faldas Revoltosas’ es una mirada a esa realidad, desde el lado juguetón de la misma.
Ferris y Angel, completamente diferentes, y sin embargo pasando por la misma etapa, son enviadas al mismo campamento por sus padres, en el clásico verano en el que todo está todavía por empezarse.
Su inicial agresividad mutua es expresión de esa incertidumbre vital del no saber a dónde ir, pero sus respectivas compañeras saben que, cuidadosamente espoleada, puede dar lugar a una jugosa diversión durante las formales actividades de los siguientes días: la que pierda antes la virginidad gana, porque eso es algo que hay que quitarse de encima cuanto antes.

Por supuesto, no será tan simple, y desde luego no será tan satisfactorio como parecía.
El cóctel de hormonas de la edad se combina a la perfección con la valentía estúpida, pero no tanto con la búsqueda paciente, o la reflexión antes de hacer nada.
Ferris pasa a consumir sus horas con el guapo profesor de gimnasia, Angel llama la atención del rebelde con greñas que merodea por el campamento, y lo cierto es que, durante un rato largo, Tatum O'Neal y Kristy McNichol son capaces de hacernos olvidar, por puro encanto juvenil, que esto no es una apuesta y se están divirtiendo de verdad.

Pero todas las tonterías sostenidas mucho tiempo en algún momento se dan la vuelta: estas dos chicas estaban buscando algo por las razones equivocadas, todo porque en el fondo no sabían que querían encontrar.
Allá donde la historia podría haber desplegado moralina rancia, elige todo lo contrario, tratar los errores como algo necesario, y las decepciones como un peaje obligado.
Madurar no es algo perfecto, pero nadie lo fue nunca, y todos nos enfrentamos al hecho de no serlo.

Casi te puedes imaginar a las dos amigas recordando este verano de luchas de comida, desencuentros sentimentales, y diciendo: “¿recuerdas que tú antes me caías mal?”
Porque lo mejor de todas las experiencias al madurar es que cada uno elige cómo las quiere recordar.
Charles
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7
3 de diciembre de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vale la pena preguntarse por qué, casi ocho años después, Jigsaw ha vuelto a nuestras vidas.
Por pura supervivencia económica, eso seguro, pero también por un panorama terrorífico que pide figuras como él: personas de moralidad a prueba de balas que un día se cansaron de lidiar con el mundo tal cual es, y decidieron responderle con sus propias armas.
El público se interesó por un monstruo que guardaba (retorcida) humanidad bajo su capucha, y las interminables secuelas no le han borrado derecho a ser un icono, porque se nos ofrecía la oportunidad de entenderle.

'Jigsaw' busca ser entonces una especie de reflexión sobre su mito: qué fue, qué será, pero sobre todo, porque algunos no permitirán que se vaya del todo.
Por mucha seriedad y lenta construcción del misterio que haya en el inicio, la naturaleza lúdica de este regreso se hace notar desde el primer momento, y continúa a medida que pasan los minutos porque, de nuevo, hemos querido jugar a un juego, y ver quiénes serán los que queden al final.
Una serie de cadáveres empiezan a aparecer por toda la ciudad, y al principio se niega toda evidencia, pero después no queda otra que admitir que el asesino del Puzzle ha vuelto, quizá desde el más allá, para que algún puñado de culpables aprecien todas las oportunidades que se les han dado.

Los forenses Logan y Eleanor se ponen manos a la obra para recabar pistas sobre la localización del resto de víctimas, y a la vez son vigilados de cerca por el detective Halloran, mientras se intercalan pruebas mortales que un puñado de desconocidos están llevando a cabo, guiados por cintas de voz penetrante y familiares muñecos de ojos diabólicos.
Es curiosa la manera en la que se van aclarando las conexiones de cada personaje respecto a Jigsaw: primero todos se sorprenden de su reaparición, más tarde comienzan a sospechar, y después son capaces de admitir que nunca se les llegó a olvidar del todo.
El ejemplo de John Kramer dejó huella, aunque sólo fuera porque daba la oportunidad a sus víctimas de cambiar, de ser algo más, a precio de sangre y carne, pero siempre dejando la puerta abierta a ganar su propia libertad.
Una colección de trampas de Jigsaw (vistas lejos del frenetismo de sus juegos, como piezas de museo de otra era) habla de esto sin necesidad de subrayarlo, admitiendo su horrendo método de operar pero permitiendo admirar a lo que, en el fondo, era un genio enfermizo que se atrevió a ir más allá.

Por eso nunca se fue del todo.
Por eso su propia saga y el imaginario popular se resisten a matar a un Tobin Bell gigantesco e imponente, que a cada escaso minuto que le dejan sigue demostrando la firmeza de sus ideales.
Porque todos hemos sido supervivientes del juego de Jigsaw, y si seguimos aquí hemos comulgado con su forma de ver el mundo: no existe la culpa sin castigo, pero debe existir el renacimiento a través del dolor.
Y entre sospechas, misterios y juegos asoma la brillantez de su plan: al final, todos hacemos lo que sea necesario para sobrevivir, y eso es un legado que no se puede borrar.

Cuando se cierra la última puerta, como aquella de años ha, el escalofrío nos vuelve a encontrar.
Es un acto simbólico para demostrarnos que seguimos atrapados ahí, desde la primera película, encadenados al despertarnos.
Y aún más, ya no sabemos si querremos cortar la cadena y escapar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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