El título tiene la fuerza que le falta a la película. Hay que reconocer que la atmósfera está lograda, que mantiene la intriga, que el retrato del mundo del hampa mexicano está conseguido. Pero los personajes son sólo esbozos y se echa en falta que consigan transmitir la historia que están viviendo.

Es curioso que intente retratar la garra de cuatro personajes femeninos y que el único que acaba dibujado y que denota ser de carne y hueso sea Gabriel. Es el que evoluciona y tiene un algo que puede llegar a conmover en algún momento.

A los cuatro retratos femeninos les falta alma, que es algo que brotaba a la legua en la creación del primer personaje de Victoria Abril de la secuela anterior. Ariadna se torna ahora en protagonista pero no logra transmitir, es cierto que esta bellísima, pero camina siempre con el mismo ritmo y en ningún momento logra emocionar al espectador todo lo que debería.

Con todo merece la pena verla porque anuncia algo nuevo, una atmósfera que podría ser un camino del cine español hacia lograr un sello propio. La pena es que se quede sólo a medio camino. Sólo quiere caminar, lástima que no consiga avanzar.

Thomas Salvador presenta en la sección Zabaltegi-Tabakalera el largometraje La Montain, que ya exhibió en la Quincena de Realizadores de Cannes.

Con un ritmo casi hipnótico nos adentramos en la vida de Pierre, un ingeniero que tras viajar a los Alpes por trabajo, se siente poderosamente atraído por el paisaje que le envuelve. Decide acampar y tomarse unos días de descanso, aunque el contacto con la alta montaña, le hace replantearse su trabajo, su forma de vivir y sus prioridades.

Con cada nueva exploración en la montaña, el personaje se siente más conectado consigo mismo, y más alejado de lo que hasta ahora había sido su vida. Se produce una fusión entre la naturaleza que brilla en todo su esplendor y el fluir de Pierre, que cada vez está mas acompasado con el ritmo natural de la montaña.

Con una mirada alegórica fantástica nos adentramos en ese viaje, somos testigos de esa profunda simbiosis y sentimos esa luz que ilumina lo más profundo, hasta plantearnos otra forma de vivir y de relacionarnos con el tiempo, con los demás, con nosotros mismos y con el universo que nos envuelve.

Actual e interesante propuesta.

Presentada de la mano de su director Eterio Ortega, y de uno de sus productores Elias Querejeta, en la sección de especiales de Zabaltegui, es un documental que trata de presentarnos posturas que hasta hace unos años eran difícilmente conciliables.

Partiendo de una idea original del propio Querejeta, y recurriendo a seis testimonios de personas envueltas directamente en el conflicto, el director trata de acercarnos las claves que han constituido un conflicto que lamentablemente no podemos dar por concluido. La propuesta logra una mirada plural, aunque se huye de opiniones extremas, con sus protagonistas directos: presos, familiares, víctimas y profesionales. A través de sus a veces conmovedoras palabras divisamos el final del tunel, aunque no sin atisbar un largo aunque esperanzador viaje.

Desde el principio llama la atención la agilidad de los diálogos. Agnès sabe cómo retratar los personajes a través de un diálogo que va atrapando al espectador, hasta hacerle partícipe de sus vidas.

No hay nada muy espectacular que retratar, ni un personaje totalmente central, pero qué difícil resulta hacer el día a día atractivo y que sin abordar un drama te hagan empatizar, y lograr hilvanar cada uno de las historias hasta sentirse cómplice de todas.

Realmente la forma de retratar estas vidas, me ha recordado a otro director que también bordea la tragedia y la comedia a través de las palabras: Woodie Allen. Es cierto que hay diferencias, pero creo que la directora va por muy buen camino. Su siguiente película 'Como una image', lo constata.

Seguiremos sus pasos. Estoy deseando ver la siguiente.

La película “A hundred flowers” se presentó a concurso en la 70 edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Genki Kawamura, escritor de la novela y guionista se hizo con una merecida Concha de Plata como mejor director, con lo que era su primera obra de ficción, por sostener con delicadeza y oficio esta historia que te arrastra con un ritmo hipnótico, a un viaje emocional y poético a través de los recuerdos.

Sin caer en esteriotipos nos cuenta la historia de Yuriko, excelente interpretación de Mieko Harada, una profesora de piano a la que su médico acaba de diagnosticar de alzhéimer, y la reacción de su hijo Izumi, quien todavía necesita la memoria fragmentada de su madre para sanar algunas heridas del pasado. Con una gran sensibilidad seguimos con emoción la recreación de estos dos personajes, la historia materno-filial se compone de recuerdos únicos y divergentes, que son a la vez férreas cadenas y profundas lagunas donde todo es posible. Cómo alegoría del olvido asistimos a un juego constante con el espacio y el tiempo, con unas imágenes que vuelven en bucle, naufragamos por los momentos de desorientación, de amor, de rabia, de tristeza, sintiendo que formamos parte de ese puzzle, y que a cada personaje le falta alguna pieza para cerrar en paz. Yuriko, quiere recordar, pero su mente fragmentada solo atiende al poder de la emoción, Izumi, quiere olvidar, y los recuerdos le impiden abrirse a amar.

Excelente representación del olvido, la memoria, el dolor y la tristeza por la pérdida. Viaje poético, bello, evocador y profundamente emotivo.