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España España · Madrid
Críticas de mato
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Críticas 94
Críticas ordenadas por utilidad
9
5 de diciembre de 2008
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El gélido cine español del último año ha sido por fin deshelado. Un meteorito de fuego ha caído sobre él. Ese meteorito es una peli que cuenta con casi todo lo que obvia el cine español: riesgo formal, cercanía a la realidad, autoría e historias cotidianas.


Bajo las estrellas presenta todo eso y mucho más. Presenta personajes normales a los que los hace queribles, con una mirada optimista en la muestra de sus mil defectos. Presenta conflictos latentes, siempre creíbles y explicados maravillosamente por la extraordinaria definición psicológico de los personajes. Presenta tragedia con un continuo humor, que hace que mezcles sin pausa carcajadas y lágrimas. Presenta un paisaje nuevo, que pareciendo independiente, no es sino un paisaje de toda la vida. Presenta una Emma Suárez que regala con su sonrisa millones de fotogramas. Presenta un guión pulido hasta permitir que la realidad entre el papel. Presenta una dirección que deja que el brillo sea para otros, sin olvidar que haya autoría. Y sobre todo, presenta a Benito Lakunza, uno de los personajes más maravillosos que se ha visto en el cine español.


Es el papel de Alberto San Juan un chollo único para un actor. Un jeta con tanta cara como honestidad, con tanto optimismo como trágico. Uno de esos tipos que uno quiere sacar de la pantalla y llevárselo a su vida. Y el actor coge ese chollo y lo eleva a la altura de las estrellas. La composición tierna, desternillante, enamorablemente patética que hace de este perdedor le va a dar todos los premios. Pero sobre todo, le va a dar una identidad y una perdurabilidad a su carrera. A partir de ahora, siempre va a ser Beni Lakun, siempre va a ser el cabrón que enseña a una niña a fumar.
mato
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7
5 de diciembre de 2008
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Woody Allen nunca se queda quieto. No sólo es que haga una película por año. Es que además en cada peli trata de probar algo nuevo. Unas veces lo prueba con saltos de cámara (Desmontando a Harry), otras te hace saltar al otro lado de la pantalla (La rosa púrpura de El Cairo) otras te mete un coro griego (Poderosa Afrodita) o uno postmortem (Scoop), otras trata de devenir Fellini (Recuerdos) y otras Bergman (Susurros y sombras). Esta vez ha decidido volverse Rohmer.


Sí, porque cuando se inicia Vicky Cristina Barcelona, lo primero que sorprende en el maestro de los diálogos es la voz en off. No es un narrador típico de película de Hollywood, es un narrador robado directamente de los narradores de Eric Rohmer. Una voz que te cuenta literariamente cosas que no ves en pantalla y que dan mucha más información que la que la historia requiere. Esa figura tan poco cinematográfica se vuelve omnipresente, perenne. Quizás al principio parece que lastre la narración, pero cuando se vuelve hábito, llega a devenir estilo. Y como en Rohmer, eso le da fuerza, diferencia.


También Bardem podría ser un personaje del genio de la Nouvelle Vague. Su Juan Antonio parece la versión masculina de La coleccionista. Su obstinación nada futil en ligarse a todo bicho viviente, en manos de otro le habría convertido en un bon vivant. Pero en las manos del rohmeriano Allen, se vuelve un personaje torturado por tratar de hacer felices a los demás. Todo eso lo consigue gracias a su forma de narrar, pero sobre todo gracias a un excelso Bardem, que huye de su dominio de la interpretación cómica para centrarse en seguir explorando su catarata de recursos. Una vez más, Bardem vuelve a demostrar que es el único actor vivo capaz de no imitarse a sí mismo, de tener un millón de gestos distintos. No hay en su Juan Antonio nada de ninguno de sus personajes anteriores. Todo es reinvención, todo es invención.


Así, gracias a él, a Rohmer y a una Penélope Cruz en estado de gracia asistimos a una comedia que no lo es tanto, y a un drama que tampoco es tan profundo. Todo está a caballo entre lo ligero y lo profundo, entre lo emocional y lo anecdótico. Como casi siempre que obvia tener un claro alter ego, Allen no alcanza el esplendor de sus mejores obras. Pero sigue intentándolo. Y como el francés, lo intenta por caminos que le hacen parecer un viejo verde. Pero no le importa, él lo sigue intentando.


Lo que sí que no cambia es su mirada. Su mirada es tan turística como la que hizo sobre Londres o la que hace sobre Nueva York, es la de un artista empeñado en pintar el mundo exterior del modo más bonito posible para que luego contraste con el mundo interior, la de alguien con la eterna insatisfacción del que busca sabiendo que la felicidad está en no encontrarlo. Es esa búsqueda la que hace que Allen nunca se quede quieto. La que nos asegura que el próximo año volverá a intentar algo distinto.
mato
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8
25 de febrero de 2010
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Se puede sostener el estado del bienestar actuando de una forma que esté bien?
¿Consumir un canuto es hacer que un niño se condene a vender drogas?
¿Matar puede ser la mejor forma de salvar vidas?
Tropa de élite nos hace todas estas preguntas. Tropa de élite logra que nos planteemos todas las anteriormente verdades inmutables progres. Tropa de élite consigue que nos replanteemos gran parte de nuestra corrección política.
Lo hace gracias a su trama. Una trama tan atada a la realidad que se llega a confundir con ésta. Lo hace gracias a su punto de vista. Un punto de vista con tantas conexiones con el Travis Bickle de Taxi Driver que llega a confundirnos casi tanto como a él. Lo hace gracias a un espídico montaje, que agarra tu confort y lo lanza por los aires. Lo hace gracias a un guión con estructura en seis, que te mueve y te remueve hasta volcar tus principios.
Pero lo mejor no está en la forma. Lo mejor ni siquiera está en el fondo. Lo mejor es que puedas crear que te has tragado una peli de género. Lo mejor es que la reflexión parece estar en la superficie cuando está en el fondo. Lo mejor es que, sujeto a su acción, deja que seamos nosotros quienes respondamos a sus preguntas. Lo mejor es que todavía hoy, lejos del impacto, nos seguimos haciendo nuevas preguntas. Lo mejor es que hoy no somos ni seremos los mismos que ayer.
mato
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9
16 de febrero de 2010
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace tiempo que sabíamos que Haneke es el mejor director de actores del mundo. Hace tiempo que sabíamos que es quien mejor maneja el sonido. Hace tiempo que sabíamos que nadie como él para mostrar lo peor del ser humano. Lo que no sabíamos es que podía ser accesible. Que podía contar la historia. Que podía ser otro sin dejar de ser él mismo.
La cinta blanca guarda toda su esencia y la pone al servicio de una historia perfectamente comercial. No es comercial en el sentido hollywoodiense. Lo es en el sentido de que uno puede llegar a entretenerse.
Pero su propósito dista mucho de ser ese. Su propósito es seguir siendo él mismo. Por ello vuelve a Funny Games o a El video de Benny para hablarnos del mal radical que hay en el ser humano desde casi su nacimiento. Por ello anula cualquier posibilidad de empatía en la creación de personajes. Por ello, consigue que los actores parezcan haber nacido para ese preciso momento. Por ello anula cualquier posibilidad de emoción que cambie el pensamiento racional. Por ello mantiene la fuerza sobre sonidos fuera de plano. Por ello conserva su carácter de metacine. Por ello afila las garras de su discurso filosófico sobre la pregunta interactiva, y nunca sobre la respuesta.
Sin embargo, también obtiene logros nuevos. El ritmo es notable, carente casi de tiempos muertos. La tan fría como sublime fotografía es la mejor que nunca ha tenido su cine, y la mejor del reciente cine europeo. La mezcla de historias genera una nueva realidad que deviene estudio. Y finalmente, el calado histórico le confiere la fuerza de una reflexión que anticipa un nuevo tiempo.
Es la llegada del nazismo la que se asienta sobre los ojos de una sociedad buena que no quiere ver cuánto de mal hay en ella. Es el mal que viene y no somos capaces de frenar.
mato
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10
29 de abril de 2009
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Memento: Detenerse a discurrir con particular atención y estudio lo que le importa. ¿Qué estudiar? ¿Qué nos importa? ¿Qué recordamos de lo estudiado? ¿Qué recordamos de lo que nos importaba?


¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?


El maestro inglés Christopher Nolan se mete en compañía de su hermano Michael en la mente de un hombre que se plantea todas las preguntas de la filosofía. Y lo hace a ritmo de thriller endiablado. A ritmo del que trata de saber por qué está aquí con la desesperación de no saber adónde va. Al ritmo del hombre moderno. Al ritmo del hombre de siempre.


Y en un golpe de efecto que es todo menos efectismo, ese ritmo es un un ritmo inverso, anticronológico, una lucha por volver a los orígenes, por encontrarnos en nuestra esencia. Por obviar lo que no es cierto. Por obviar lo que no es instinto. Por alejar el aprendizaje y quedarnos con lo que realmente somos y seremos.


De todo eso va ese momumento que es Memento. De cómo tratar de volver a construirnos sabiendo que en el camino, asumiremos mil certezas que impedirán el objetivo. De todas las mentiras que nos generamos para afrontar la vida con certeza. De todas las asunciones que realizamos para volver a creer que somos un ente completo, algo en lo que poder (auto)confiar.


Y si este argumento, en manos de un filósofo hubiera sido carne de pedantería, y en manos de un "autor" en carne de aburrimiento, Nolan logra que Memento no sea más que cine negro, intriga acelerada que te ata a la butaca y te sobresalta el corazón, que te sobrecoge el alma y te aturde el cerebro, que te deja sin respuestas y te plantea más preguntas de las que te ves capaz de asumir.


Pero sin embargo, al terminar, al no ser capaz de unir los hilos, el espectador se da cuenta de que no hay por qué unir los hilos. Que la certeza está en la ausencia de certezas, que la inteligencia está en hacerse preguntas con la seguridad del que no encontrará la mejor respuesta
mato
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