Según dijo su director, el espectador no ha de intentar entender "La distancia", simplemente ha de disfrutarla. Pues bien, yo no he entendido nada, y disfrutar... Más allá de un par de planos bonitos, este film no ofrece nada. El ambiente y los paisajes pueden ser evocadores, pero una vez presentados se supone que la película ha de contar algo. El hecho de presentar unos enanitos con poderes sobrenaturales no sostiene una historia, menos aún un largometraje. Es más, me parece bastante ruin pretender que todo el atractivo de la historia gire a partir de un puñado de detalles disparatados. El argumento es muy flojo, la trama apenas evoluciona, y toda la supuesta gracia de la peli se basa en una sucesión de situaciones extravagantes en unos escenarios de desolación. Y, si el argumento podía ofrecer algún tipo de intriga, el desenlace no puede ser más desalentador. Es posible que ésta sea una película original, pero no por ello deja de ser un ladrillo. Un original ladrillo.

Quizá el problema sea el compromiso de fidelidad a los hechos "reales", pero lo cierto es que esta película se va diluyendo a medida que transcurren los minutos. Aunque el planteamiento es interesante, y a pesar de los denodados esfuerzos de los actores por conducir el film a buen puerto, “Una historia real” acaba apostándolo todo a la anécdota de un argumento cuyo interés, después del impacto inicial, va decayendo. El personaje de James Franco no desprende la magia del rebelde sin causa manipulador que se le presupone, y el de Jonah Hill tampoco explota la ambigüedad del arribista que cae víctima de su propio juego. El personaje de Felicity Jones debería haber servido de contrapunto y ofrecía una subtrama que no es convenientemente desarrollada. En conjunto, la película promete un interesante juego de conflictos éticos y morales, en formato thriller, pero poco a poco se va desinflando. Y todo ello por culpa, en mi opinión, de un guión que malbarata todas las dosis de tensión en la primera mitad de la película. Con ello, “Una historia real” queda como una película entretenida, pero pretenciosa y fallida, que termina apostándolo todo al mero devenir del relato, y que deja una sensación agridulce de no haber dado todo lo que se esperaba de ella.

Quizá sea mi propia percepción, siempre subjetiva (como todas)… “10.000 km” es un curioso experimento cinematográfico, muy redondo, pero que por alguna extraña razón no acaba de funcionar del todo. La idea es buena y está desarrollada a conciencia; el film es una aguda reflexión sobre el amor, las relaciones a distancia y las nuevas formas de comunicación; se nota que había una apuesta decidida por trabajar el guión y contar la historia de una manera concreta; los dos actores lo dan todo y soportan con solvencia el peso de la película; la falta de medios se suple con buenas ideas… En fin, no sé por qué, pero los 10.000 kms. que separan a los protagonistas se corresponden con la gran distancia emocional a la que se pone al espectador. Al menos, a mí.

Y todo esto es una pena, lo admito. La película está llena de decisiones muy pensadas sobre el lenguaje a emplear en cada momento. El larguísimo plano secuencia inicial, tan alabado por muchos, es un alarde de talento cinematográfico (cómo presentar unos personajes y hacer el planteamiento de la historia, con todas sus aristas, en un solo plano), pero tampoco creo que aporte nada, y contrasta demasiado con el tono y el ritmo con el que a continuación se relatará la historia. A la larga, me parece contraproducente. La relación a distancia entre los protagonistas, contada a ritmo de whatsapp y vista con la definición de una webcam, con escenas que (ahora sí) destacan por su escasa duración, suponen un contrapunto que atrapa pero no conmueve. Me gusta cómo se va componiendo la historia, ganando en matices a base de videollamadas y emoticonos, y avanzando de manera coherente y verosímil, pero los momentos más dramáticos no conllevan el clímax narrativo que en principio tendrían que suponer.

El desenlace es de lo mejor. Por lo bien interpretado, por lo bien planificado, por lo bien trabado del argumento, por el mensaje que desprende… Y por suponer un peculiar contrapunto con el inicio de la historia.

Con todo, una meritoria ópera prima, hecha por alguien a quien se le nota que ama el cine. Habrá que seguirle en obras posteriores.

Que el ser humano es una criatura capaz de las crueldades más aberrantes es algo que ya sabíamos. Lo que hace esta película es pasar al otro lado y hablar de la manera en que una sociedad afronta las atrocidades cometidas: la necesidad de la denuncia, el sentido de la responsabilidad, el perdón, la culpa… El hecho de que la acción se sitúe en un país al otro lado del globo terrestre no debe importarnos. En esta película, la denuncia política tiene una importancia secundaria. Más allá de que haya un régimen dictatorial que promueva y proteja semejantes barbaridades, lo que impresiona es la cobardía de los verdugos y sus familias a la hora de asumir su responsabilidad, el afán por tapar burdamente una realidad clamorosa, y la falta de dignidad para pedir perdón y dar la cara ante una comunidad que necesita respuestas para superar el pasado y enfrentarse al futuro.

Cuando el propio Oppenheimer y el hermano menor de una víctima se enfrentan cara a cara a las familias de los verdugos, la reacción que provocan no es de afirmación, ni de negación, ni de arrepentimiento, sino de mera incomodidad. “La mirada del silencio” es un apropiadísimo título sobre lo que Oppenheimer quiere decirnos, del mismo modo que el cartel de la película y la profesión del protagonista constituyen signos de evidente carga simbólica. Más que denunciar la violencia en sí misma (que, por cierto, es de un salvajismo sólo propio de la raza humana), el documental es una denuncia contra el empecinamiento obstinado de hacer como si nada hubiera pasado, en una actitud tan ingenua como inútil, que sólo sirve para prolongar la sensación de injusticia. La infinita paciencia de quien necesita entender contrasta con el sentimiento de vergüenza que despiertan las grabaciones y relatos sobre lo que ocurrió. Oppenheimer afronta la barbarie no mediante su exhibición más o menos directa, sino mediante el relato escandalosamente despreocupado de quienes intervinieron en ella. Inteligente manera de afrontar esta historia. Tan grave como aniquilar a un semejante es optar por ignorarlo todo.

No hace falta decir que no es, ni de lejos, una de las mejores películas escritas por Azcona, y no desentona demasiado dentro de la irregular filmografía de García Sánchez. Sin embargo, yo no calificaría “Suspiros de España (y Portugal)” como la españolada casposa que muchos dicen haber visto. Es cierto que la película tiene momentos de humor rancio, de los de sentir vergüenza ajena (curiosa la aparición de David Trueba en una de las escenas menos conseguidas), pero en general se ve la mano de Azcona en la mala leche y en las ganas de darle la vuelta a los tópicos. Aquí se combinan todos los ingredientes de la España cañí, pero siempre con acidez y espíritu bufo. Esta película bebe directamente de dos fuentes propiamente ibéricas: la picaresca y el esperpento. Y aunque el resultado no siempre es brillante, en general sí me parece bastante digno. El periplo de los dos frailes tiene altibajos, con momentos divertidos y otros no tanto. Y lo mejor llega al final. La manera en que se cierra la historia me ha parecido muy buena, propiamente azconiana. El desenlace puede parecer absurdo y paródico, pero deja un poso amargo de crítica a una España que, en muchos aspectos, sigue siendo cavernaria… Y sin visos de tener remedio. Como hace cuatrocientos años, en este país de sainete hay cuatro personajillos que se creen con derecho a todo por ser dueños del cortijo, y toda una masa aborregada y acomodaticia cuya única ambición es ir trampeando al vecino. Así nos va. Y el despliegue final de Echanove es verdaderamente gracioso, con una escena (la de la confesión y boda en pleno campo) que me ha parecido de las más divertidas del cine español en los últimos años.