Robert Duvall comenzó su carrera interpretando a Boo Radley, el joven discapacitado que acaba siendo pieza clave en el juicio de la película «Matar a un ruiseñor» (1962).

53 años después, un anciano Robert Duvall vuelve a la sala de justicia. Es juez y es acusado. Y aquella película, «Matar a un ruiseñor», se nos aparece de nuevo, como cerrando la carrera magistral de uno de los mejores actores que jamás han visto las pantallas de cine. El discapacitado Boo Radley trae su recuerdo en uno de los hijos del juez, también discapacitado, y pegado a una cámara y a un proyector que almacena recuerdos de treinta años atrás.

Se trata del broche dorado a la carrera de Duvall. Y es que hay filmografías redondas; completas, como un libro, y cuidadas tanto en su primera como en su última página. Entre una y otra, multitud de películas inolvidables.

Scout ha vuelto con mamá. Ha pasado el mejor fin de semana de su vida.

Es, salvando las distancias, y con todas sus disimilitudes, una versión moderna de la historia bíblica de José y sus hermanos, los hijos de Jacob: el hermano pequeño, preferido a los mayores, y el odio de los mayores contra éste, que les llevará a encerrarlo en la cárcel. Después, el perdón del pequeño y el final redimido por la cordura.

¿Disimilitudes? Edward G. Robinson. Su papel no es, precisamente, el de un patriarca. Pero sí el de un Padrino, que no es lo mismo. Está inconmensurable; sólo por él vale la pena ver mil veces esta película. Incluso desde el retrato de la pared parece estar interpretando.

Ya se ha dicho aquí, pero dejadme repetirlo: ya no se hacen películas así, con esos diálogos, esa tipología en los personajes y esas interpretaciones que se realizan más con el rostro que con los músculos o la agilidad corporal. Uno se queda con la sensación de haber visto cine en estado puro.

Como los bailes que muestra en sus mas logradas escenas, la película es todo un juego de distancias: se acercan, se alejan, apenas se tocan y vuelven a alejarse para después aproximarse, intercambiar dos palabras y volver a empezar... Todo perfectamente, medido, con una cadencia exquisita. Insinúa en cada plano mucho más de lo que muestra, evitando el burdo atajo de lo explícito. Uno disfruta cada minuto de la película; no aburre ni por un momento. Es la elegancia hecha película. Dos horas de ensueño.

Por cierto, extraordinario Tom Hollander en su papel secundario.

… Pero pasa todo. Dos personas normales, que llevan una vida normal, desde que se levantan hasta que se acuestan.

Y, en el interior de esas vidas normales, se encienden sueños e ilusiones deslumbrantes, que abren sus monotonías al infinito.

Ver «Paterson» es como entrar en un séptimo B de cualquier edificio moderno y descubrir el universo que se esconde detrás de una puerta cerrada. Está contado de forma magistral. Los siete días de la semana, con sus rutinas, son como la cerca que guarda ese mundo de sueños e ilusiones.

No hay «malos» en «Paterson». Sólo personas buenas y frágiles. El antagonista es la vida misma, con sus dificultades, sus limitaciones y sus contrariedades. A través de esas dificultades tendrán que abrirse paso los sueños de dos personas que se comprenden y se quieren.

No es una película de palomitas. Es como sentarse a ver un cuadro, a escuchar un poema o a disfrutar una pieza musical. Poesía en estado cinematográfico.

"Satán", uno de los nombres del Diablo, significa "acusador", "fiscal"... Ése es el papel de Max Cady. Como el Diablo, pide justicia sin misericordia, el pago estricto de los pecados.

"No puedes alejarte de tus diablos huyendo de casa"... Él es "El ángel que nos mira" (título del libro que está leyendo la joven). Él es la negatividad en estado puro, a él se refieren todos esos planos en negativo con que Scorsese adereza el film. Él es el que termina hablando en lenguas, y el que emplea las frases de la Biblia a su favor.

En esa clave, la película cobra un sentido terrible, que se vuelve ridículo cuando, en la famosa escena del cine, la película que están proyectando es "Este chico es un diablo". Ahí a Scorsese se le fue la pinza.