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Mauricio (Isla) Mauricio (Isla) · Vheissu
Críticas de Jean Ra
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Críticas 261
Críticas ordenadas por utilidad
8
10 de junio de 2020
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las principales cualidades que le encuentro a este título es su capacidad para, en no pocas ocasiones, de salir por dónde menos te lo esperas. Lo que parece un sucedáneo de "Karate Kid" deriva a una reversión de "El Club de la lucha" y de ahí gira hacia una historia de venganza. Porque en absoluto se trata de una película de artes marciales al uso, sino de una especie de comedia filosófica dónde se satiriza el concepto de la masculinidad proteica y dominadora, que la tradición nos prescribe como la actitud pertinente para granjearse el respeto en una sociedad tan abierta como amenazante, cosa que, a la vez, para el protagonista, supone una especie de odisea interna hacia la conquista de su ego. Para él protegerse significa defender su Yo.

Eso es algo que ocurre a diario con la hipercomunicación propiciada por las redes sociales y los móviles. Pretendemos discutir ideas cuando en verdad nos limitamos a defender las elecciones (morales, estéticas, políticas, etc...) que nuestro ego realiza, con las que creemos identificarnos, la gracia aquí es que esa batalla se traslada al mundo físico y material. Para llevarlo a cabo se nos presenta a Casey, que representa el prototipo de hombre apocado e introvertido, perdedor lo llamarían en las películas de los 90, cuya principal facultad es su sentido del deber y la sumisión. Acostumbrado a tragarse el orgullo y agachar la cabeza, no es hasta que su integridad física es amenazada que decide cambiar su existencia y capacitarse; antes que replicar unos hipotéticos golpes futuros, necesita salir de un bucle de angustia que el turbador asalto nocturno le ha provocado. De ahí se salta a un nuevo escenario que podría ser el arranque de la típica película de artes marciales en clave historia de auto-superación, a lo "Karate Kid", que sería la excusa para convertir al pobre Casey en un campeón de los torneos de kárate. Nada de eso. En verdad Riley Stearns nos desliza dentro del escenario principal de la narración: un extraño gimnasio en el que conforme más se sabe, más sospechoso resulta. Gradualmente la atmósfera se enrarece, se vuelve tensa, incluso siniestra, rondando lo pesadillesco, aunque sin por ello renunciar a su impronta irónica. El personaje va realizando ciertos descubrimientos y la pelota crece hasta límites insospechados.

Porque el Sensei, lejos de recomendar las bondades de la templanza y el control de la fuerza, demuestra cierta inclinación por la dominación y afecto hacia ciertos tópicos fascistoides, por la música estridente, lo alemán, la violencia como principal guía de estilo e incluso el matonismo. Por si eso no fuese ya poco, este maravilloso Sensei también profesa una misoginia tan vomitiva que hoy sería casi imposible de imaginar. Así, el personaje pasa de una figura rectora, incluso un guía espiritual, a una entidad retorcida y repugnante. Es de suponer que es así como Stearns pretende desenmascarar las creencias reaccionarias y retrógradas, que, tal y como se apunta, lo único que logra es engendrar todavía más violencia.

Si bien al conjunto hay que reconocerle el conseguido equilibrio entre sátira y atmósfera densa, también el cuidado manejo del tono y el ambiente, siendo honesto se debe admitir que una de sus principales sorpresas se ve venir a la legua (*). Pero no pasa nada, cuando se destapan las cartas y ya sabemos qué se ocultaba, estamos ya atrapados por ese ambiente, el pobre Casey, personaje acertadamente perfilado y definido, nos tiene de su lado y para colmo se produce uno de los desenlaces más pragmáticos y sarcásticos que yo recuerde, pues se mea en el libro de estilo de cualquier arte marcial, en el sentido del honor y el perfeccionamiento personal. Pero es que claro, a eso había ido ahí Casey, a aprender la forma de ganar la partida y sobrevivir en las peligrosas ciudades norteamericanas.

Poco esperaba de este "Art of self-defense" y no obstante me encontré con una cinta que sabe hilar diestramente diferentes tonos, entretener y realizar una acertada radiografía de rasgos muy concretos de nuestra actual sociedad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jean Ra
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3
17 de septiembre de 2006
35 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin sorpresas. De Wong Kar-Wai ya había visto 2046 y con Deseando Amar me he encontrado otra ración de lo mismo: cine de pose, con un envoltorio muy atractivo, mucha cámara lenta para que parezca aún más sofisticado, uso y abuso de una banda sonora que se hace repetitiva y, sobretodo, un guión vacuo que trata un tema que ya más que trillado: el del amor imposible. Según sus admiradores, que mucho escriben y nada dicen, la gran baza es la sensibilidad y la sutileza con la que se trata. Vale. Eso está bien cuando va acompañado de algo, cuando arropa a una historia. Por sí solo es lo más insulso que te puedas tirar a la cara. Igual de interesante que ver crecer a una planta.

Yo no lo llamaría videoclip, a mí lo que ha parecido que un hermano gemelo del anuncio de Chanel que dirigió Baz Luhrman. Ambas tienen el mismo desarrollo de personajes (o sea: nulo, el anuncio por razones obvias), mucho dinero empleado la estetica, buen diseño de producción, muy preciosista, gente guapa protagonizando, cámaras lentas combinada con banda sonora emotiva, diálogos igual de incisivos y profundos... sí, sí, sí.

No le daré más vueltas al asunto porque no lo merece. Una buena película no es poner boleros a escenas en las que se vean a actores que miran el infinito bajo la lluvia. Eso es vender humo, damas y caballeros. Crea la falsa ilusión que estás viendo cine de calidad, pero en realidad es un producto vacío. Podrás verla y por fin colgarte el cartel de gourmet-cinéfilo, pero hay que hacerse la siguiente pregunta: qué te ha aportado esta película?
Jean Ra
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9
2 de marzo de 2007
19 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Juego peligroso el que Olivier Assayas hace con esta película. Disfrazar su parábola sobre la ambición y el poder bajo una apariencia de thriller hace que mucha gente espere una determinada forma narrativa que nunca acaba de llegar, así como una dosis de acción que aparece muy dosificada. Solo así me explico que una de las películas más fascinantes que haya visto en mucho tiempo tenga una nota tan baja. Adoro su carácter introspectivo, el poderío de sus imágenes me cautivan y me arrastran hacia las interioridades de la historia, de la que nunca consigo salir hasta el final.

Salta a la vista que estamos en un filme muy bien dotado en lo visual. Me cautivan como en ninguna otra película las imágenes del Tokio nocturno, la manera que tiene la cámara de observar y seguir a personajes (esta película les pertenece más a ellos que a su trama). Un aspecto del que desgraciadamente muchas películas de intriga están carentes (quizá sea Michael Mann de los pocos que se curran bien ese aspecto) y por eso me resulta tan atractiva respecto a otras. Pero cuantas veces no hemos visto películas visualmente impresionantes pero carentes de una historia atractiva, personajes bien definidos y con conversaciones interesantes? Ni las cuento. Es ahí dónde reside la grandeza de Demonlover. Las imágenes podrán ser un deleite para la vista, pero lo que realmente consigue que me crea la película es el aire verídico que viene dado por esos diálogos que parecen posibles que salgan de personas que se mueven en esas esferas, con unos personajes muy bien confeccionados a nivel de guión e interpretados con gran naturalidad. Te los crees y consiguen que puedas ver sus adentros, que puedas creerte lo que dicen y lo que les sucede. En todas sus películas, Assayas demuestra ser dueño de un oído muy sensible a la hora de captar el hablar de la gente y un gran sentido para desarrollar historias con coherencia, de manera que no solo parezca posible, si no probable. ¿Quién nos niega que el juego de intrigas de esta película no se pueda dar en la realidad?
También es de agradecer que en su ánimo por trascender convencionalidades, Assayas complete la parte visual con la conjunción de una estupenda banda sonora que multiplican sus efectos y la ambientan con mucho más acierto que toda esa música contemporánea, con lo que la atmósfera (ya de por si muy conseguida) resulte palpable.

Sospecho que parte del embrujo de este filme reside en Connie Nielsen, más atractiva que nunca, que se hace valer desarrollando de manera natural un personaje con carácter, que nos hace olvidar al resto de sus personajes y actúe de tal manera que no lo parezca, y así vemos a su personaje en vez de a su persona. Me encanta como refleja esa dualidad moral, su angustia y sus dudas. No le recuerdo una actuación más brillante. Es la sal de esta gran película.

Señoras y señores, esto es cine con mayúsculas: una harmoniosa comunión forma y fondo. Una de mis preferidas en cuanto a cine europeo se refiere.
Jean Ra
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5
22 de enero de 2006
19 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Personajes caricaturescos y pasados de rosca, diálogos zafíos, planteamiento de las situaciones de violencia algo ridículos y poco coherentes y sin embargo he de confesar que esta película no me desagrada. Es uno de esos extraños casos en los que conectas con un bodrio, de esas ocasiones que si ya esperas un 0 y ves un 3 pero te acaba pareciendo un 5. Supongo que es debido a que ya desde el principio ves claro en la escena inicial que esta película intenta ir de sobrada, que no va a intentar mostrarte una historia de criminales más o menos realista, lo único que quiere es impresionar a un público menos exigente hambriento de acción, de esos que cuanto más desproporcionada más hilarante les parece. A mí no es que me cause ese efecto de euforia pero si la ves desenfadadamente y no te la tomas en serio y además no la mides del mismo rasero que otras películas con auténtico la acabas viendo incluso pasable. Cassel cumple bien como protagonista pero lo único que hace es lucir planta y Bellucci como siempre estupenda a pesar de lo poco que actúa.
La sorpresa más agradable: Prodigy, una de mis bandas sonoras, sonando de golpe en una de las escenas. Muy adecuada para el aire desenfrenado de la película.

En fin, que dios nos libre de medirla a películas como Pulp Fiction, Scarface ni otras películas violentas y no obstante bien hechas. Se acepta como lo que es y c'a été fini.
Jean Ra
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7
19 de septiembre de 2022
16 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bajo ningún concepto, en cierto momento de 2006, podía yo suponer que llegaría el día en el que pagaría por ver una película de Albert Serra. Y que encima saldría satisfecho de la experiencia. Porque la verdad, si bien su peculiar estética siempre te aleja del visionado corriente, en ésta creo que Serra ha dado un salto y ha añadido una serie de cosas que antes rechazaba (argumento más definido, grandes escenas con dosis de espectacularidad, etcétera). Se nota cierto esfuerzo por aproximarse al espectador, cosa que se agradece, pero por mi parte también he de decir que algo habré madurado como espectador si he podido aguantar casi tres horas, en las cuales efectivamente hay escenas más absorbentes que se combinan con otras intencionadamente anticlimáticas. Yo he madurado, Serra también, pero no ha renunciado demasiado a su libro de estilo.

La ubicación de Taihití, si bien no es inédita, tampoco se puede decir que sea la más frecuentada. A Serra le es útil para enmarcar su relato político, situarse en un vértice del colonialismo en el que se contempla muy bien lo que es la política, hablar, hablar mucho, prometer, engatusar a sus oyentes con promesas y convencerles que sus deseos se satisfacen con las minucias que puede ofrecer (aquí representado con vivacidad cuando promete el acceso al casino a los habitantes de la isla, como si eso fuese una gran concesión). Un juego dónde prima el cinismo y la manipulación, en el cual el diplomático protagonista, maravillosamente caracterizado por Benoit Magimel, ha sobrevivido mientras se ha ceñido a esa hablar sin decir nada y dialogar sin mirar de verdad a sus interlocutores.

Pero todo da un giro tras la aparición de ciertos rumores, que alertan acerca de la posibilidad que se repitan los funestos ensayos nucleares de décadas atrás en los alrededores de la Polinesia francesa. Ahí el diplomático se implica con la intranquilidad de los habitantes, inicia pesquisas, busca indicios inasibles en las costas, entre el personal naval francés... con el tiempo esta búsqueda le alejará de la cordura y le acercará al absurdo, poniéndose en evidencia que en la política sólo se puede participar en la medida que mantengas alejado de lo político, es decir de los auténticos problemas de la población. Con eso no sólo se pone en relieve el cinismo de un juego para trileros, también hasta qué punto alcanza la abyección del colonialismo, como esas distancias entre la colonia y la potencia dominante permiten grandes estropicios y abusos (diversos son los relatos de los enfermados por cáncer a consecuencia de los anteriores ensayos nucleares).

Serra, que cuando quiere demuestra una inteligencia sutil, traslada esa condición ambivalente e indefinida a otros aspectos de la dramaturgia y la estructura. Por ejemplo, el personaje de la transexual, que desempeña un papel importante en el desarrollo de la trama, refleja esa condición híbrida del archipiélago, a medio camino entre la nación francesa y el estado autónomo. Cuando más adelante la incertidumbre crece y la cordura de la situación disminuya, aparecerán escenas que no se sabe cuales son verdaderas y cuales imaginadas. Para darse cuenta de esta juego formal hay que prestar atención a la escena del concurso de surf, dónde, en lo que parece un error de raccord, a veces vemos a Roller observando desde el pasamanos del barco y en otras subido a una lancha motora, de modo que entendemos que observa el concurso surfero desde el barco pero se imagina más audaz, más cerca del riesgo. O cuando asiste en un ensayo de un grupo de baile étnico y si bien lo está mirando sentado, se intercalan planos en los que prácticamente dirige el ensayo y a las bailarinas y sus compañeros. Desde ese punto, varias escenas inverosímiles, conspiraciones incluidas, se intercalarán sin aviso con las reales. La ambigüedad es una clave esencial para este largometraje.

Todo esto demuestra un cuidado en la construcción y planificación, un esfuerzo por acercar su obra a audiencias más amplias, sin embargo Serra sigue siendo Serra y no se limita a lanzar declaraciones megalomaníacas y provocadoras a la prensa, sigue contando con sus escenas de antíclimax, con las que claramente exprime la paciencia del espectador, sus gestos extraños y rebuscados... en fin, en el fondo no se ha alejado tanto de aquel petulante que se complacía filmando planos eternos y absurdos en "Honor de cavalleria" o "El cant dels ocells".

En todo caso, al salir de la sala del cine, noté ese cierto regusto de haber visto algo especial, una experiencia distinta de lo que habitualmente se ofrece en las salas comerciales y que incluso se acerca a los productos de sala de exposiciones. Y sin embargo, no siendo yo un esteta sibarita, si no alguien que espera vivir con pleno interés ese rato que pasas en la butaca, el uso abundante de anticlímax y tramos intencionadamente obtusos quizás me dejaron ciertas gotas de insatisfacción. Serra utiliza de forma burlona la metáfora del consumo de droga para los productos audiovisuales de Netflix. Que le vamos a hacer, aunque no sea la meta más elevada, muchos esperamos salir de la sala de cine embelesados por unas imágenes que nos han mantenido sumisos en la butaca. Cuanto menos, Serra ya ha demostrado que en realidad es capaz de más cosas de las que antes demostraba.
Jean Ra
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