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España España · Madrid
Críticas de Fendor
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Críticas 125
Críticas ordenadas por utilidad
6
21 de octubre de 2016
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces uno ya no sabe cómo debe ver películas, o abordarlas, si con el chip de lo políticamente correcto o en modo aceptación, y no ver en los actos un mensaje encubierto de las cosas (o verlo como algo especial y por tanto excluyente, que también puede ser). A un chico le gusta otro y por ese motivo le empieza a hostiar en clase; el otro entiende bien de qué va su compañero y también decide liarse a palos con él. Y así es como surge el amor, rompiendo tópicos y alguna que otra crisma. Serán cosas que se hacen cuando tienes 17 años, peleas que no son palizas, juegos de niños y otras soluciones verbales de menos de un minuto para problemas algo más reales (ajenos a esta cinta francesa).

El cine francés tiene un gran mérito: puede estar una hora y media sin contarte nada relevante y alargando lo que tú ya sabes que debe acabar pasando, para que en la última media hora se salve todo el metraje de algún modo extraño e impreciso —casi se diría que injustificado y caprichoso— y te haga levantarte de tu asiento con una sensación de haber visto una película más o menos aceptable y hasta haber sentido todo lo que te pedía que sintieras. Sensaciones, lamentablemente, que no duran demasiado tras el abandono de la sala, y cuya lección de vida es inexistente.

El otro día escuché, o leí, a un experto en Internet (¿?) diciendo que a los usuarios de Internet no les gusta que divagues con tus contenidos, que lo que ellos quieren es leer algo muy concreto sobre un tema y después volver a su WhatsApp a divagar con sus amigos con las fotos de unos penes negros. Me pregunto si todo eso se podría trasladar al cine (y en general al resto de la vida), y de repente descubrir que todas las conversaciones que uno tiene no te las escucha nadie, porque en realidad están pesando que eres un pesado que no dice lo que tiene que decir en un minuto y ya, a callar después… en el fondo porque a pocas personas les gusta el silencio al estar con los demás, y acaban por sacar temas muy obvios y también muy cortos (que de tal simpleza no dan para divagar con nadie).

André Téchiné tiene más de 70 años y puede que todas estas preocupaciones le importaran un carajo, tanto ahora como antes. Es probable, pero al dirigir Cuando tienes 17 años ha hecho justo eso, una película de adolescentes (quién sabe si también para ellos) que divaga haciéndonos creer que está desarrollando una atmósfera perfecta para el desenlace, pero lo único que hace es empequeñecer su obra en todos los retazos en los que no vemos a Sandrine Kiberlain, cuyo personaje carece de importancia respecto a la trama, pero cuya actriz la hace más grande (la trama), y por eso el hecho de que al final ella cobre importancia (e intensidad) salva lo que hasta entonces era una sucesión de ruptura de tópicos —en muchos casos ya rotos— sobre la adolescencia y la homosexualidad, sujetos a un romance que nunca acaba de arrancar, tan sólo a divagar por la pantalla hasta que un golpe de (mala) suerte nos lo soluciona todo (excepto a Kiberlain).
Fendor
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6
22 de mayo de 2016
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Justo al salir de la sala donde pude ver The Boy, la encargada del pase preguntó a los asistentes qué nos pareció la película. Mi respuesta, en un alarde de oratoria y elocuencia, respondí «he pasado miedo, así que…». Ella entendió —más por mis gestos que por mis palabras, seguramente— que me había gustado, y luego, ya caminando por la calle y de vuelta a casa en el metro —aprovechando que no tengo internet en el móvil, ni tarifa de datos, ni mensajes que escribir ni que leer— empecé a pensar en mi triste y ambigua respuesta. No porque el miedo sea subjetivo, ni siquiera por las trampas de guion o por los trucos que te llevan a sentirlo o a predecirlo antes de que se dé un momento de terror concreto, sino porque «miedo» tal vez no fuera la palabra adecuada para describir mis impresiones.

Para explicar el sentimiento que me acompañó durante la primera media hora de metraje (quizá la hora entera), primero debería hablar de la película protagonizada por Lauren Cohan —The Walking Dead—, Rupert Evans —The Man in the High Castle— y un muñeco de porcelana con aspecto de niño a tamaño real y mirada algo siniestra. Ese es el detalle que, no por repetido, llama más la atención: El personaje de Cohan ha sido contratado para cuidar de ese muñeco que, además, tiene una lista de reglas o normas que debe cumplir para que no se enfade, porque es un niño muy travieso (aseguran sus padres) y, como tal, puede que le haga alguna inesperada diablura aprovechando la ausencia paterna. Lo que en un principio provocará una sonrisa de incredulidad y cierta expectación en el espectador, se irá desarrollando adecuadamente —a pesar de carecer de elementos nuevos que la separen de otras cintas similares— y poco a poco la tensión irá creciendo, y sobre todo la sensación de tener automatonofobia y, por qué no, algo de coulrofobia también.

No hay que olvidar que hay un misterio por resolver, en nuestro fuero interno, y que deseamos conocer al final de la película: ¿qué leches es ese muñeco de mirada aviesa en realidad? En este sentido, The Boy se muestra mejor cuando se considera a sí misma una cinta de misterio algo cómica y no sólo una cinta de terror clásico, terreno en el que funciona en dosis bien administradas hasta llegar a su resolución, instante en el que uno, como asistente, está a punto de echarse a reír —no sabe si por los nervios acumulados— o a punto de preguntarse si ciertas cosas no están fuera de lugar y debería valorarlas más que los propios sentimientos generados durante la hora y pico restante de la trama. Supongo que, una vez más, esa es la clave para decidir de cada uno. No es una gran película, ni siquiera es una historia nueva, pero es posible que se la juzgue más por sus trampas y resoluciones que por el desarrollo y las sensaciones provocadas durante la misma. Entretenida es, aunque también es un pulso contra la inteligencia del espectador en ciertos detalles, los cuales debe aceptar o no, y entonces acatar las posibles consecuencias tan feliz como sobrecogido si no está acostumbrado a los seres inertes con personalidad y mal carácter.

Y claro, si te dan miedo los muñecos, las marionetas, los peleles, los títeres, los maniquíes, espantajos, fantoches y otros sinónimos, te recomendaría que vieras The Boy y así multiplicaras la aprensión y el desasosiego hasta límites perversos.
Fendor
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7
20 de noviembre de 2015
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La forma en que se ruedan las películas referidas una década anterior a esta sobre mafias, sobre organizaciones criminales o que hacen alusión al auge de un grupo de personas encargadas de llevar a cabo unos negocios delictivos de una forma más o menos rigurosa, se está desarrollando, o se está dirigiendo, hacia un lugar común. Uno ve una cinta como Conexión Marsella y lo único que cambia es el contexto, la trama, pero no las formas de mostrar los hechos, a pesar de ser distintos. Algo que no es en sí algo negativo, pero a mí me resta, porque produce el efecto contrario al que pretende recrear: el elemento más estimulante del ritmo de la misma es ya tan repetitivo que uno piensa que está desgastado. Lo siente así.

En Conexión Marsella uno ve una cinta de más de dos horas de duración que, basada en hechos reales, tiene su mayor interés en la propia historia real y en los papeles de los dos personajes protagonistas, el bueno y el malo, con el feo mediante. Uno siente la presión que sienten ambos, y que ellos mismos se generan en el otro, de una forma u otra, mientras todos los demás elementos de la misma resultan más corrientes. Uno se cuestiona entre la ética del juez acusador y la franqueza del criminal inculpado. No porque no vea lo qué es justo y lo que moralmente es el bien, sino porque ambos personajes muestran una peculiar relación que va creciendo en los minutos. En gran parte es debido al carisma que tienen los actores Jean Dujardin y Gilles Lellouche, cuyas miradas se sostienen en el tiempo cuanto sea necesario. Pero eso es (casi) todo.

Quiere concentrar todo y eso la merma; el aspecto familiar de unos y otros, su trabajo, sus negocios, sus idas y venidas, los cómos y porqués, y todo ello resulta muy interesante, pero al cabo de dos días ya casi está olvidado. La buena música añadida en las escenas de las detenciones múltiples, las preocupaciones, las celebraciones, los asesinatos, las venganzas, las amenazas, los miedos, los cuestionamientos y las vicisitudes de este implacable juez que lucha contra la droga y la violencia en la Marsella de los años 70 está bastante vista, y todo lo bueno que vemos en ella no parece suyo realmente. Su impecable acabado, su buen hacer y su correcto ritmo impulsan 2 horas y cuarto de cine más que entretenido, pero al fin y al cabo no notable (nunca como conjunto).

Uno no siente apenas nada las primeras 2 horas, a pesar de todos los sentimientos por los que ha transitado a lo largo del tiempo. Lo que hace que me vuelva a preguntar por el sentido de la vida… de algunas cintas. Y entonces llegamos a los últimos minutos y creo tener las respuestas. Puede que trasladar historias verdaderas (incluso aunque no seas fans de las mismas: de las interioridades del crimen organizado, de las investigaciones policiales y de los asesinatos múltiples). Quizás, al menos así lo es para mí, el sentido sea mostrar los muertos de la realidad, los motivos que hubo detrás de todo aquello, y sus consecuencias. Y Conexión Marsella tiene un colofón final que hace bastante mayor un film que parecía menor como genérico.
Fendor
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Hetalia: Potencias del Eje (Serie de TV)
SerieAnimación
Japón2009
6,8
124
Animación
8
31 de mayo de 2011
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La idea de Hetalia me llamó mucho la atención cuando leí su argumento, así que me puse a ver la serie enseguida, encontrándome con un humor totalmente diferente al que creí que vería...Una pequeña decepción que no fuese como me esperaba, pero eso no le quita méritos a esta serie, que aunque quizá es un poco infantil, si se le da una oportunidad y se ven unos cuantos capítulos, puede llegar a enganchar, sobre todo gracias a su corta duración, que no permite que sea aburrida.

El mayor problema es que da la sensación de que existen tantas maneras de tocar todos los temas de la Historia, sólo con la simple idea de que los países son personas, que el hecho de que no se traten de manera más arriesgada o mordaz, fastidia un poco. Pero la realidad es que cada capítulo dura 5 minutos y están muy bien aprovechados, y además la parte que está dedicada a explicar la vida/historia de Italia cuando era niño es muy divertida. Aún así, es una serie con tanto potencial que uno desearía que diese más de sí.

Tiene algunos gags que son realmente buenos (como en el que se preguntan cuál ha sido siempre la mejor virtud de Francia, o el del Simulador Alemán, con España trabajando de cajero, manteniendo una charla con Grecia, mientras éste impide que la cola avance, con el consiguiente enfado del resto de países). Es muy gracioso por esto el ver cómo ven los japoneses al resto del mundo, y también a ellos mismos.

Atención a cómo avanza la serie y se descubren las historias de cada personaje.
Muy recomendable para aprender algo de historia de manera amena, que nunca viene mal.

Ah! Por cierto, Homer. Cuál es tu país menos favorito??
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Fendor
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7
22 de enero de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El realizador James Ponsoldt, artífice de la correcta y para mí decepcionante Aquí y ahora (The Spectacular Now), vuelve al mundo del cine dos años después con una película que recuerda y resucita al escritor David Foster Wallace a través de la entrevista que David Lipsky, entonces reportero de la revista Rolling Stone, le hizo durante cinco días, relatando y recreando los sucesos y las conversaciones más interesantes que ambos mantuvieron en el final de la gira de presentación de la novela La broma infinita, publicada en 1996. Lipsky es, además, en ese momento, un aspirante a escritor (había escrito y publicado un par de libros, pero ya se sabe que uno no es escritor hasta que se lo llaman otros, y hasta que eso pasa sólo ha escrito libros). Mientras que Wallace no ha dejado de recibir elogios públicos, críticas entusiastas y premios que le han convertido en un autor de gran éxito y fama.

The End of the Tour muestra, bajo la aparente normalidad y naturalidad que transmiten los diálogos, las diferentes visiones de la vida que ambas personas tienen y que, sin diferir en demasía, subrayan el contraste entre ambas personalidades que parecen encontrarse a gusto juntas. Y bajo esta doble visión, explora lo que ocurre cuando existe admiración por una persona o lo que pasa cuando cada individuo tiene sus propias inseguridades, limitaciones o excesos. La cinta, que se basa en la entrevista mencionada y registrada en una grabadora, también abarca otras conversaciones más personales y no tanto surgidas del clásico pregunta-respuesta, siendo en el fondo algo mucho más íntimo y que acaba derivando en algo parecido a la amistad entre el entrevistador y entrevistado. Algo que, dicen, no debe ocurrir nunca (para evitar que la relación interfiera a la hora de hacer preguntas espinosas).

Se trata de un filme bastante interesante, con una primera hora adictiva para lo que en principio parece ofrecer y cuya dirección destaca por no llamar demasiado la atención. Parece estar construida manteniendo el guion –que adapta el libro Although Of Course You End Up Becoming Yourself– intacto en su planificación, y en cuya ausencia de deleite visual hay cierta virtud (bastaría con compararla con Life de Anton Corbijn, cuyo argumento es muy similar y cuyo conjunto era fallido). The End of the Tour ofrece, bajo esta minimalista apariencia argumental y visual, una variedad de temas existenciales y de cierta profundidad, con contextos sobre los cuales uno se podría dedicar a divagar durante horas, no sólo en cuanto a los diálogos mostrados, sino también en base a las relaciones que podemos llegar a mantener y cómo nos afecta ese contexto en las mismas (no siendo un simple ejercicio para vanagloriar a su personaje principal): los celos, la popularidad del que trabaja encerrado y solo en una habitación (y si perjudica o beneficia en función de qué clase de sujeto seas), las aspiraciones y los deseos de cada uno, las neuras, la infancia, la soledad, la familia, la sencillez con la que se descubre que, igual que hay personas de personalidad nerviosa, también las hay con personalidades tristes, etc.

La verdad es que no estaba al tanto de la biografía de David Foster Wallace ni de su destino, hasta ahora. Aunque conocía (de oídas) el título de su obra más famosa, nunca me acerqué a ella más allá de hacerlo a través de algún escrito que le dedicara algunas líneas en la red. Por ello, supongo que si una película consigue que, quien no haya leído un libro, quiera hacerlo, simplemente al exponer el carácter de un tipo y su relación con otro en base al lanzamiento de ese libro, es que dicha película ha valido la pena, porque cumple un doble cometido: nos hace conocer mejor a un hombre y a través de él nos hace interesarnos por su trabajo. Mención especial a la actuación del otrora exagerado Jason Segel como David Foster Wallace.
Fendor
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