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España España · Salamanca
Críticas de Polikarpov
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Críticas 217
Críticas ordenadas por utilidad
3
20 de marzo de 2011
118 de 183 usuarios han encontrado esta crítica útil
Érase una vez una película norteamericana cuyo director (un tal Romanek) logra imprimirle un encantador ambiente british (sí, ya sabéis: internado con nenes y nenas más o menos uniformados, profesoras –en este cuento son todas hembras- envaradas, verde campiña con fondo marino, enfermeras con el reloj sobre el pecho izquierdo, etc.) algo demodé (la cosa empieza a finales de los 50 o principios de los 60 del siglo pasado), para contarnos una historia de amor sobre premisa de ciencia-ficción (rama genética), ideada por un japonés (Ishiguro), donde los personajes se dejan llevar mansamente por ése lento discurrir del tiempo que se suele llamar vida y que aquí se podría llamar cuenta atrás.

Hasta ahí, todo podría haber ido más o menos bien (con algo de sopor, eso sí, ya que no pasa gran cosa), pero es que resulta que esta poética y dolorosa historia es también incomprensible (vamos, que el guión tiene un agujero negro que se la traga enterita, dejándola en una especie de “nada-de-nada” con buena ambientación).

Porque, vamos a ver: o soy un zopenco profundo al que hay que explicar las cosas como si tuviera 2 años, o (lo siento, pero tengo que pasar al spoiler).

Por lo demás, si pudiera, me comería a besos (y a mordisquillos más o menos salvajes) la carita de ángel de Kathy (Carey Mulligan), la Knightley (Ruth) tiene aspecto de bruja vampírica, o algo así y el pobre Tommy (Andrew Garfield) parece algo retrasadillo.

En resumen: pasas el rato (con dificultades)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Polikarpov
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6
2 de enero de 2011
59 de 80 usuarios han encontrado esta crítica útil
Flashback francés entre dos historias.

La primera empieza en París, en julio de 1942 y cuenta la tragedia de una de las miles de familias judías que sufrió la relativamente poco conocida “redada del velódromo de invierno”.

No sé si este episodio en particular ocurrió de verdad o no.

Si lo hizo, es uno de esos casos en los que la realidad supera a la ficción.

Y Paquet-Brenner opta por la sinceridad, despoja el relato de falsos sentimentalismos y lo cuenta con una sencillez que atrapa al espectador, llevándolo con soltura de la manita (para que no se escape) por la vereda de la angustia (esa dichosa llave de Sarah, que nos recuerda continuamente que el sufrimiento es un cabrón polifacético) para cambiar, cuando el relato lo requiere (lo requiere un par de veces) de género cinematográfico (siempre me han gustado las etiquetas, porque soy cuadriculado) y dejarnos ante la mismísima puerta del horror, con verdadera elegancia poética y sin perder un ápice de sobriedad.

Por supuesto (¡cómo no!), el relato no es perfecto y Sarah (Mélusine Mayance), madura de repente sin haber crecido (a lo mejor les pasa eso a los niños, en semejantes circunstancias) y recita partes del texto como una pequeña cotorra muy estudiosa que no sabe lo que está diciendo.

La segunda historia es un “pegote”. Es decir: que sobra. Si no fuera por el británico y melancólico (y resistente) atractivo de Kristin Scott Thomas, carecería de interés. De hecho, el flashback de Paquet-Brenner provoca el efecto televisivo de estar viendo una película interesante (la primera historia) que te cortan de repente (y cada poco) para ponerte anuncios.
Polikarpov
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6
28 de agosto de 2010
39 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que los políticos nos quieren tontos porque así somos más manejables y esto les ayuda a perpetuarse en el poder, es un hecho desde que el primer mono aprendió a meter miedo al resto de la tribu.

Que los mercaderes nos quieren tontos porque así nos pueden robar el poco dinero que ganamos como los esclavos “liberados” que somos, es otro hecho.

Que la televisión (entre otros medios) está al servicio del poder y del dinero, es obvio.

Pero es que la televisión es mucho más que un medio; es el túnel por el que pueden llegar con pasmosa facilidad hasta tu cerebro y mearse en él. O convertirlo en picadillo.

Sin embargo, no sé qué les pasa, que todavía no lo han conseguido del todo. Con lo fácil que es. En su momento ya nos lo dijeron Huxley, Orwell, Bradbury… y supongo que algunos más, pero no soy tan gafapastoso como para conocerlos a todos. Además, no uso gafas.

La idea de Weingartner y Held no es, por tanto, nueva. Pero sí positiva (nunca está de más insistir en ella), porque puede hacer pensar, función que muchos (cada vez más) tienen olvidada.

Por eso hay que contarla gritando, armando bulla para despertar al personal.

Y Weingartner empieza así, mostrándonos unos excelentes y rabiosos 5 ó 10 minutos iniciales.

Después (se conoce que se ha cansado), va perdiendo fuerza gradualmente para hablarnos en clave de comedia dramática (más comedia que drama) y acabar contándonos un puro e inmaculado sueño, propio de adolescente idealista.

Sí, Hans, a mí también me gustaría que la gente paseara tranquila por los parques con un libro bajo el brazo. Yo, además, le pondría visillos al televisor.

En resumen: la película se deja ver.

Un apunte: cuando entré en la sala, estaba solo. Más tarde, entró una pareja. No vino nadie más. Mientras tanto, las salas contiguas estaban a tope. Y es que los mamporros gratuítos, las comedietas de vestiditos rosa y los vampiros de 16 años en 3D tienen mucho tirón.
Polikarpov
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3
24 de diciembre de 2011
78 de 126 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mirad; voy a ser sincero y no me voy a andar por las ramas, como vulgarmente se dice:

La película de Alfredson es aburrida hasta decir basta.

Es una de esas historias de espías (subgénero introspectivo) con gabardina, solitarios, con cerebro privilegiado y aspecto de estar bordeando la depresión, que no se fían de nadie (hacen bien) y que van p'acá y p' allá (¡ah, esas aventuras internacionales!), hablando mucho de mucha gente (que no sabes quién es, ni te importa un carajo) y en la que, de vez en cuando, uno mata a otro.

Ya.

Si vais a verla pensando que es de Tomas Alfredson, el director de la excelente "Let the Right One In" ("Déjame entrar"), no os equivoquéis, porque lo que funcionaba maravillosamente en aquella (esa depresiva atmósfera sombría donde la trama se deslizaba suavemente para contar un apasionante cuento de horror), en esta funciona como una rutinaria puesta en escena más, al reglamentario servicio del subgénero de espías que no salen de las habitaciones.

A lo mejor, si sois muy listos, os gusta. No lo sé. Yo, por mi parte, cada vez que me pego un lingotazo de estos, me entran delirios de trarugo.

AVISO: muy buena para echarse un sueñecito.
Polikarpov
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3
22 de noviembre de 2021
50 de 73 usuarios han encontrado esta crítica útil
El tópico ese de que ya está todo inventado, es verdad. Digo en lo de contar historias. Te salva la forma que tienes de contarlas. Otro tópico, pero sí. Ahí te puedes dejar algo personal; de «autor».

En “Last night in Soho”, Wright se tira a la piscina, sin pensar si se romperá la crisma o no. Mientras cae hacia lo desconocido, nos pasea por un revoltijo de géneros: desde el thriller psicológico hasta el coqueteo espacio-temporal, pasando por el terror parapsicológico con pincelada zombie incluída.

En el terreno del delirio esquizoide ya se metieron algunos hace tiempo. Me vienen, por ejemplo, el Polanski de “Repulsión” (cuando Polanski era Polanski), al que Wright no se corta en «homenajear» en una secuencia de esto suyo. O, por no salir del territorio (british) y aproximarnos en el tiempo a la historieta esta, mismamente el chalado de Ken Russell. El uno desasosegaba, y el otro, raspaba.

El problema es que Wright no parece estar de la olla (al menos al nivel de los otros) y, claro, termina dando palos de ciego. No es un «maldito», lo sabe, y opta por huir hacia adelante con alegría y desparpajo, sincronizando la escena al ritmo de la (magnífica) banda sonora y de una sugerente (aunque edulcorada) puesta en escena, no llegando a montar más que un festejo disperso de fondo, lejos de la verdadera naturaleza oscura de estas historias, para rozar, en cambio, la parodia naturalista, terminar perdiendo la referencia de lo que quiere contar y, encima, sucumbiendo en un final, a estas alturas tan magreado por los de Hollywood y sus imitadores, que aproxima a la náusea.

En resumen: sólo el esfuerzo de Taylor-Joy, de McKenzie y, por supuesto, de la ya ancianísima diosa Diana Rigg, logran llamar la atención.
Polikarpov
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