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España España · Pamplona
Críticas de Asier Gil
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Críticas 85
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
4
14 de enero de 2020
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Si le gusta ir al cine a que le cuenten una historia, esta no es su película. La trama carece de la más mínima importancia -entre otras cosas, porque es ininteligible-. Las escenas se suceden sin el menor asomo de ritmo narrativo y con personajes delirantes que aparecen y se evaporan para deleite de aquellos que se mueren de ganas por sentarse en una butaca y que experimenten con ellos. Entre, fúmese esto y disfrute. Déjese fascinar por los cuidadísimos encuadres, por la fuerza visual de un director que descubre la belleza hasta en unos pies ennegrecidos, por la estimulante banda sonora que lo acompañará durante esta alucinación de dos horas y media. Y al volver a la realidad, confiese que se rió con el humor absurdo, que le encandiló el investigador privado que en el inicio de los setenta cae en la cuenta de que se ha quedado sin lugar en el mundo, tal y como los hippies recibieron la bofetada de Charles Manson. Crea a pies juntillas que la interpretación de Joaquin Phoenix bordea la perfección, porque evita caer en una actuación desmesurada y los gestos de su rostro transmiten la locura del que no puede respirar sin droga en su organismo y no sabe muy bien cuándo está viviendo y cuándo flotando. Hable de la descripción ajustada de esa California herida de corrupción y de la crítica social al adiós norteamericano a los sueños de los sesenta. Recuerde también comparar su cine negro con los detectives clásicos, como el Marlowe de 'Un largo adiós', de Robert Altman. O calibrar el estado de embriaguez del protagonista fijándose en el insuperable 'El Nota' de los Coen. Y ya, por último, mencione que nadie había tan idóneo como Paul Thomas Anderson para adaptar por primera vez a Thomas Pynchon y que 'Puro vicio' conserva el alma de la novela y supone un ejercicio novedoso de una brillantez apasionante. Pero no olvide que a usted le gusta ir al cine a que le cuenten una historia.
A grandes rasgos, el argumento es el siguiente: un investigador recibe la visita de una exnovia de la que sigue enamorado y que le informa de un plan para secuestrar al hombre con el que se acuesta, un magnate inmobiliario, urdido por su esposa y su amante. A partir de ahí, el protagonista se encontrará con personajes surrealistas, como un saxofonista desaparecido o una secta de dentistas pedófilos, mientras un policía facha le pisa los talones.
Muy lejana a su cautivadora 'Magnolia', Paul Thomas Anderson trata en esta cinta de que el espectador experimente las sensaciones de una enajenación pasajera y no sea capaz de distinguir lo real de un delirio. Sin embargo, para lograrlo necesita trasladar esa confusión al relato, por lo que el riesgo de perder el interés y quedarse a expensas de ser seducido por el celebrado estilo visual del realizador acaba por lastrar el proyecto. El genuino carácter del detective, absorto en un colocón eterno, y los trazos de comedia disparatada maquillan el resultado de una película mediocre dentro del bagaje del director de 'The Master'.
Tanto Phoenix, deslumbrante en la creación de ese ser que transita continuamente entre dos mundos, como Josh Brolin en el papel de un agente sin código de conducta y Katherine Waterston como una 'femme fatale' arrebatadora engrandecen el largometraje y suman sus esfuerzos por potenciar la falta de coherencia de la que hace gala el filme. La meta es clara: permitir que la psicodelia se apodere de los sentidos y dejarse llevar.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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7
14 de enero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Clichés, tópicos y lugares comunes atestan el metraje. El protagonista, un sacerdote de un pequeño pueblo en la costa irlandesa, oyó la llamada de Dios cuando su mujer ascendió a los cielos. Inerte por la tristeza, hipotecó sin avales su hígado y apartó de su lado a una hija que, años después, regresa a abrazarlo tras haber intentado coger ese atajo que empieza en la muñeca y termina sin salida. Sopla el viento. Y se ven parajes verdes poblados por tipos que lo mismo levantan un vaso que empuñan un bate de madera. Porque todos sus feligreses presentan taras emocionales gigantescas, y él los escucha con ánimo redentor y un aura de santidad que crepita al chocar con un cuerpo que entiende el pecado. La música orquestal satura de melancolía las escenas, mientras la cámara se mueve de forma pausada y enfoca en primeros planos los rostros que, en ocasiones, miran al espectador reclamándole que comparta su locura. Ni la forma ni el contenido resultan novedosos para retratar los siete días en los que un hombre debe poner en orden su vida antes de despedirse. Y, sin embargo y a pesar de sus excesos, la efectividad de 'Calvary' es indiscutible.
Comenzando por un inicio arrebatador. Una primera frase demoledora que abre un diálogo en el que una voz invisible en un confesionario le cuenta al protagonista que sufrió abusos sexuales de un cura cuando era un niño, y le alerta de que él, pese a ser inocente, expiará su culpa el siguiente domingo a balazos en una playa. En esa semana, el sacerdote -que, a diferencia del público, conoce la identidad del asesino- se reunirá con los miembros de su parroquia para tratar de ayudarlos por última vez.
La dirección de John Michael McDonagh, cuya firma aparece también al pie del guion, reniega de excentricidades o sellos de autor para transmitir de un modo claro y conciso lo que desea: ahondar en la vida interior del protagonista y emocionar con su entereza frente a la amenaza de muerte. No obstante, sus cualidades se presentan a través de sus relaciones con el resto de personajes. Es en este aspecto donde radica la principal fuerza del filme, gracias a unos diálogos que profundizan en la espiritualidad del clérigo y en los anhelos de sus vecinos, sin perder realismo y con una validez asombrosa. De hecho, el realizador irlandés se excede con el uso de la música y con el carácter extremo de algunos de los habitantes del pueblo en su objetivo de conmover al espectador. Pero lo logra. Y mucho mejor que en su debut en el 2011 con 'El irlandés', película con la que comparte toques de un humor negro innato, aunque no tan ácido como en su ópera prima. La trama, con reminiscencias de 'western' y que no decae en ningún momento por el deseo de conocer quién es el antagonista, escapa de la crítica a la pederastia, ya que la acción se centra en describir la personalidad del cura y en cómo trata de buscar el afecto de sus feligreses.
Todo lo anterior hubiera fracasado si McDonagh no contara con el que se está convirtiendo en su actor fetiche, Brendan Gleeson. Impresiona la cantidad de matices que aporta a su actuación el intérprete irlandés. La paz y serenidad que transmite en sus paseos por la playa contrastan con la ira que desata cuando se le provoca, la firmeza con la que desafía a sus interlocutores y el amor, la comprensión, la tristeza y el cansancio de un ser humano noble y compasivo que pone a prueba su alma en su camino al Calvario.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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5
14 de enero de 2020
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Al empezar sus vacaciones en la nieve, el director sueco Ruben Östlund nos presenta a la familia que momentos después hundirá en la miseria emocional. Un fotógrafo los hace posar para que el espectador los conozca: se trata de una pareja joven, acomodada, con un niño y una niña, felices en la superficie y con todos los roles cubiertos y perfectamente establecidos. Los cuatro duermen en la misma cama y se lavan los dientes en coreografía. Pero la intimidad aún no ha llegado a la profundidad que desvelan las reacciones instintivas, aquellas que no obedecen al raciocinio y que son inevitables. La tragedia los asalta durante un almuerzo en la terraza de un restaurante en los Alpes, cuando una avalancha resquebraja todo lo que habían edificado hasta entonces. El padre sale huyendo, mientras que la madre se queda abrazada a los hijos y clamando ayuda. El peligro pasa de largo y solo una fina capa de nieve roza a los comensales, pero la confianza se ha roto por completo. Y durante los cuatro días siguientes, el matrimonio se hundirá y hablará de sus sentimientos como solo el cine sueco puede hacerlo.
Östlund rememora de Bergman la habilidad para que los personajes se desnuden a través de los diálogos y confiesen su nómina de defectos, en tanto que emula a Haneke al asestar un duro golpe tanto al ideal de amor romántico como a la sociedad burguesa. El padre de familia tratará al principio de negar lo sucedido para preservar su tradicional papel de protector, pero acabará desmoronándose ante su esposa, incapaz de comprender su reacción y superar el bache. El terremoto llegará incluso a los hijos, desconsolados ante las discusiones de sus progenitores, y afectará también a una pareja amiga, de vacaciones en la estación de esquí y que el realizador usará para juzgar el comportamiento del marido y extrapolar su carácter al del resto de los hombres.
A pesar de la original premisa y del calado del guion a la hora de ahondar en los personajes, 'Fuerza mayor' flaquea muchísimo en su narrativa y estilo visual. El cineasta sueco apuesta por unos larguísimos y exasperantes planos fijos para lograr que el espectador se sienta partícipe de la confesión sentimental de los protagonistas y termine entrando en el juego de mirar en su interior, buscando las respuestas a las preguntas que plantea el filme. Sin embargo, si el público no conecta con ese planteamiento, la falta de recursos provocará un aburrimiento extremo, ya que el único interés de la trama radica en la evolución emocional de los miembros de la familia. El buen uso de la banda sonora y de la fotografía en el cambio de capítulos resalta asimismo la pobreza estilística de las demás escenas, vacías de acompañamiento musical y enfocadas solamente a resaltar la relevancia de unos diálogos que no siempre cautivan.
El reparto brinda interpretaciones acertadas, aunque ninguna destaca sobremanera para llamar la atención de quienes no se sientan intrigados por la trama psicológica y las angustiosas situaciones que describen los personajes. Östlund regala un agujero en la pared por el que observar la relación truncada de dos personas que hablan sin pudor de sus sentimientos, demostrando las carencias y las sombras que alberga todo ser humano. Pero el fracaso en la puesta en escena infringe una estocada demasiado mortal para 118 minutos de dialéctica introspectiva.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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5
14 de enero de 2020
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De pequeños, el mensaje pasa de padres a hijos. En esta vida solo hay ovejas, lobos y perros pastores. Y el perro pastor, ese soldado en el que todo estadounidense debería convertirse para defender los valores de su patria, empleará toda la violencia a su alcance para proteger a sus hermanos. Así, las balas no matarán personas, sino que salvarán compañeros. Ve, haz tu deber y vuelve convertido en leyenda o en una bandera plegada.
Clint Eastwood despliega en 'El francotirador' su mensaje más patriótico y belicista de una forma burdamente manipuladora. Para él, la biografía del marine Chris Kyle, un tirador de élite que durante mil días en Irak abatió a más de 160 "salvajes" -así los denomina el protagonista-, es digna de reconocimiento y alabanza, y merecedora de un funeral con kilómetros de banderas ondeando al viento y el sonido melancólico de trompetas.
El pulso narrativo del cineasta norteamericano, perdido desde 'Gran Torino', renace para relatar el sufrimiento de quienes regresan de la guerra sin un lugar en el mundo. Su hogar no los reconforta, su familia no los comprende y la sociedad carece de alternativas para aquellos que nunca podrán volver a rebajar la tensión de sus venas. El filme aborda tanto el periplo del Navy SEAL en el frente como sus períodos junto a su mujer y sus hijos, pero Eastwood se muestra mucho más firme en el primero de los escenarios. Las secuencias más vistosas y la descripción del carácter del militar tienen lugar con el fusil en sus manos, mientras que, en su retorno a casa, el director se siente tan perdido como su personaje. La cinta emula a dos interesantes largometrajes, quedando por detrás de ellos en sus facetas principales. El estrés postraumático de los soldados y las escenas de combate rememoran a 'En tierra hostil', en tanto que el 'western' que incluye Eastwood al enfrentar a Kyle con un francotirador iraquí se asemeja al duelo de 'Enemigo a las puertas'. No obstante, ni se alcanza el realismo y la angustia de la película de Kathryn Bigelow; ni se respira la misma tensión que imprimió Jean-Jacques Annaud en la suya.
La culpa la tiene la deshumanización completa que el realizador impone a los iraquíes. Su crueldad, su búsqueda de sangre con atentados perpetrados por niños y mujeres, y su radicalización contrastan con la heroicidad del que solo mata para salvar la vida a sus compatriotas. No esperen encontrar ni un asomo de crítica a la guerra de Irak -el 11-S abrió las puertas a una venganza sin límites-, porque incluso la locura que la barbarie implanta en las mentes de estas personas con una lista interminable de bajas confirmadas a sus espaldas no se iguala al honor de servir a su país. Por ello, Eastwood difumina el cariz del asesinato de Kyle a manos de un veterano trastornado, para cerrar el filme con una oda al patriotismo.
El actor Bradley Cooper se metió de lleno en el proyecto, produciéndolo y engordando 30 kilos para encarnar al francotirador más letal en la historia de EE UU. Su frialdad asusta, pero su papel está constreñido, y el tres veces nominado al Óscar se muestra demasiado contenido para un personaje real que, como muchos soldados, no fue capaz de volver a una realidad en la que su vida no corriera peligro. Tal y como pretende Eastwood, Kyle representa al verdadero guerrero, un ejemplo a seguir en pos del amor a Dios, la patria y la familia.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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3
14 de enero de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mitad de una noche estrellada y tras una sesión de pulcros azotes, el multimillonario veinteañero Christian Grey se sienta en un piano de cola en un inmenso salón con una vista panorámica de la ciudad que duerme a sus pies. Toca notas tristes porque vive atormentado e incomprendido; nunca permitirá que nadie atraviese sus sombras y morirá solo, encerrado en una habitación de oscuros deseos en la que no hay más invitados. ¡Qué profundo, qué intrigante, qué melancólico... qué vomitivo! Asusta leer que se vendieron millones de entradas anticipadas para una película marcadamente comercial que deja al público en el mismo escalafón intelectual que aquellos bobos adolescentes que enloquecían con los amoríos infantiles de la saga 'Crepúsculo'.
Toda la parafernalia mediática que proclama a 'Cincuenta sombras de Grey' como una iniciación a la sumisión sexual y al sadomasoquismo oculta en realidad que el filme es un mero drama romántico de una superficialidad apabullante. La protagonista es Anastasia Steele, una joven cándida e inocente -y que, para más inri, es virgen- que por azares del destino conoce a Grey, un magnate que la enamora a base de paseos en helicóptero, coches de lujo y vuelos en aviones sin motor. Pero el voraz empresario no quiere llevarla a cenar ni dormirse a su lado después de acostarse, sino que aspira a que firme un contrato con el que permitirle que la someta en una sala de juegos llena de fustas y látigos, y que la domine en su vida diaria.
La realizadora Sam Taylor-Johnson capitanea la adaptación del inicio de la trilogía de E.L. James con una puesta en escena mediocre, una pésima dirección de actores, un guion trufado de sentencias vergonzosas y un montaje a base de añadir canciones a secuencias irrelevantes. La falta de autenticidad se manifiesta sobre todo en las escenas de sexo, en las que no hay ni una gota de sudor ni una ligera marca en el cuerpo tras los castigos físicos con los que Grey somete a su dócil presa. Todo es limpio, higiénico y aséptico, y la cineasta británica juega con las luces y las sombras para no mostrar nada que amenace su ideal de un erotismo excitante, que acaba por revelarse como blando e irreal, digno de la factoría Disney.
La trama va más allá del ámbito sexual para plasmar la eterna historia de una muchacha ingenua que cae en las redes de un millonario que le planifica la vida y le dicta cómo debe comportarse. Una sumisión completa que a día de hoy se antoja imposible, a no ser que el brillo del oro nublara la vista de la protagonista. Lo peor es que Grey no desea esa conducta obediente por buscar placer sexual, sino que sus necesidades de dominar a otra persona responden a un trauma infantil, con lo que se echa por tierra cualquier intento de ahondar en el sadomasoquismo.
Los elegidos para encarnar a esta inusual pareja fueron Dakota Johnson y Jamie Dornan. La primera aprueba por las justas, ya que muestra el carácter candoroso de su personaje pero flaquea a la hora de dotar de pasión a su rostro. Sin embargo, el trabajo de Dornan debería conllevar varios años de cárcel. No encuadra con el rol de galán ni logra transmitir un ápice de seducción, y lo más grave es que su rostro no esconde todas esas sombras que anuncia el título y que seguramente se desarrollarán en dos próximas películas. Porque aún quedan dos filmes. Vayan asumiéndolo.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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