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México México · Ciudad de México
Críticas de Iván Rincón Espríu
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Críticas 122
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
9 de abril de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando uno sabe que Life of Pi (2012), de Ang Lee, trata sobre un muchacho que naufraga en una lancha con un tigre a bordo, la primera parte parece una larguísima y aburrida introducción, por lo que se trata más bien de dos películas en una: la primera, sobre religión, dura media hora, y la segunda, con una transición de cinco minutos, antes del violento y dramático vuelco, es el momento esperado: la aventura… en tal caso, ambas películas están entreveradas con una plática entre el protagonista hindú Pi Patel y el escritor canadiense Yann Martel, autor de la novela homónima en que se basa este relato visual, obra maestra de los llamados «efectos especiales», que pocas veces son usados en el cine para hacer arte, al menos como aquí, en donde la magia de las imágenes y el sonido envuelve al espectador y crea poesía y emotividad en tercera dimensión.

La fotografía del chileno Claudio Miranda es majestuosa, aunque a ratos embriaga su preciosismo, y algunas escenas o secuencias son demasiado irreales, especialmente cuando emerge luz del fondo del agua, tanto mar adentro como dentro de la «isla carnívora». La fotografía de Life of Pi —en equipo de conjunto con los «efectos especiales»— ganó el Óscar y el BAFTA, premios a los que había sido candidato Miranda por El curioso caso de Benjamin Button (2008), de David Fincher.

Nominada en once categorías, la película ganó también «el máximo galardón» para mejor director, mejores efectos visuales y mejor banda sonora, entre otros laureles, que suman 50 en total. Dichos efectos son obra de Bill Westenhofer, Guillaume Rocheron, Erik-Jan De Boer y Donald R. Elliott, quienes hablan de su trabajo con Ang Lee en un interesante y apasionante documental que acompaña el largometraje en el disco de video digital (DVD). La música es de Mychael Danna.

El director taiwanés tiene una filmografía tan variada como El tigre y el dragón (2000), Hulk (2003) y Secreto en la montaña (2005), películas por las que —a excepción de Hulk— había recibido múltiples premios (Óscar, Globo de Oro y BAFTA, entre otros), cada uno en varias categorías. El tigre y el dragón forma parte de mi decálogo personal.

Técnicamente, Life of Pi es una maravilla, pero también merece algunas críticas: Para empezar, los tres actores que encarnan a Pi en tres edades son muy diferentes; el intermedio y más importante de los tres, Suraj Sharma, no es del todo convincente, quizá por carecer de experiencia previa; en el barco, al comenzar la tormenta, parece que actuara su falta de equilibrio, como borracho, y al “entrenar” al tigre de bengala en la lancha, es un imitador de Bruce Lee… Durante el naufragio, sigue presente la religión y, mientras al pobre tigre se lo lleva el diablo bajo la tormenta de Dios, el joven se comporta como un fanático… La plática del protagonista con el escritor es algo sensiblera y nos recuerda el relato de la anciana que sobrevive al hundimiento del Titanic.

Aunque el tema es hindú, la novela está escrita en inglés y ha sido traducida al francés, no así al hindi; la producción cinematográfica es gringa y por eso la película, con guión adaptado por David Magee, sobre todo para el público gringo, también está en inglés, con acento hindú y muy pocos diálogos en hindi y francés. Personalmente, me habría gustado más que los personajes hablaran sus respectivos idiomas, como en El tigre y el dragón… Por el guión de Life of Pi, Magee obtuvo el Premio Satellite de la Academia Internacional de Prensa, además de ser nominado al Óscar y al BAFTA, entre otros galardones.

Publicada en 2001, la novela tiene también una edición ilustrada en 2007 por el croata Tomislav Torjanac, así como una adaptación al teatro, de producción inglesa, escrita por Andy Rashleigh y dirigida por Keith Robinson.

Ojalá que no haya sido necesario recurrir al maltrato animal para rodar La vida de Pi, como es titulada en España, o Una aventura extraordinaria, como lo es en Hispanoamérica.

Una bella película en general.
Iván Rincón Espríu
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8
9 de abril de 2013
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Fausto (Rusia, 2011), de Alexander Sokurov, es una libre adaptación de la obra trágica de Johann W. Goethe sobre la leyenda luterana de un hombre que dio su alma al Diablo a cambio de conocimiento ilimitado. La leyenda clásica tiene lugar a finales de la Edad Media en Alemania, pero aquí la historia sucede a principios del siglo XIX, cuando fue publicada por primera vez 'Fausto: Primera parte de la tragedia', en la que se basa, con muchas licencias poéticas, esta versión cinematográfica.

Aunque no existe relación en apariencia, se dice que la cinta —ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia— es la cuarta entrega de una tetralogía sobre el poder, cuyos títulos anteriores son: Moloch (1999), Taurus (2001) y El sol (2005), dedicados a Hitler, Lenin e Hirohito, respectivamente.

Con guión del propio Sokurov, Marina Koreneva y Yuri Arabov, se trata de una rara avis que tiende al relato minimalista, menos tragedia que meditación. Cine ruso, heredero de Tarkovsky, pero hablado en alemán, con influencia de Herzog en cada cuadro, inspirado a su vez en la pintura barroca, sobre todo española y holandesa.

La fotografía del francés Bruno Delbonnel tiene un tono entre amarillento y verdoso. Imágenes distorsionadas nos hacen confundir la difusa realidad con un delirio por efecto narcótico, visión enferma de un mundo que de por sí parece manicomio de puertas abiertas, en donde todos se comportan como dementes, entre ratas de la inmundicia que algunos dicen oler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Iván Rincón Espríu
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