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Críticas de harryhausenn
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Críticas 146
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
4 de mayo de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vemos dos ojos abrirse en una montaña de carbón. De la oscuridad sale un hombre, un refugiado sirio que abandona su escondite cuando el barco que lo transportaba atraca en el puerto de Helsinki. Este hombre pide asilo en el país, pero las autoridades se lo niegan. Él, sin embargo, no cesará en su empeño de reunirse con su hermana tras haber huído ambos de la guerra.

Vuelve Kaurismaki. Fiel a su estilo, denunciando otro drama de actualidad a través de la comedia, la mejor forma posible. El finlandés siempre homenajeando el origen del cine de comedia, con Chaplin en el punto de mira, siguiendo un hilo conductor simple, sin demasiado artificio. Una comedia en la que se suceden situaciones absurdas sin olvidar en ningún momento el drama en el que se desarrolla ni la crítica que se contruye. Pero nada nuevo en la filmografía del cineasta: el paro en Nubes pasajeras, la pobreza en El hombre sin pasado, la inmigración en El Havre...

Ahora, en El otro lado de la esperanza, toca el turno a la odisea de los refugiados Gran proeza es atacar la apatía de los gobiernos al mismo tiempo que vuelve a enternecernos con este hombre que busca a su hermana. Todo sin renunciar a sus ya célebres marcianos, esos personajes caracterizados por actores que se mueven de manera maníquea y que apenas entonan, aumentando el efecto cómico y evitando la melaza que sobrecargaría un drama de por sí duro.

Si hace noventa años un vagabundo que comía sus zapatos provocaba risas, también lo hace hoy un refugiado que se pega con el propietario de un restaurante para poder dormir tras los contenedores de basura. Pese a la cruda realidad tras tales escenas, y a sabiendas que tomarse tales asuntos de manera cómica podría considerarse una falta de empatía o incluso una frivolidad, en ambos casos, funciona gracias a su fondo.

La crítica a un sistema sociópata se contrasta poniendo enfrente al pueblo llano. Ya conocimos los voluntarios de El hombre sin pasado. También el barrio de artesanos que ayudan al niño en El Havre. Aquí, el cineasta pone a personas tristes y grises frente a una crisis internacional de tal envergadura. La solidaridad de un mínimo gesto del individuo más banal resulta que puede cambiar el rumbo de la vida de alguien en apuros. Y es precisamente eso lo que la película reivindica. La colaboración entre individuos contra las estructuras de poder inhumanas. El color y la vitalidad que suponen los extranjeros en cada rincón. Algo tan evidente que asusta que no parezca posible.
harryhausenn
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5
16 de abril de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Crudo es una cinta gore con trasfondo familiar y crítica social. En ocasiones, demasiado evidentes, en otras, directamente flojos. Narra la historia de una estudiante vegetariana que prueba la carne por primera vez, convirtiéndose poco a poco en caníbal. Un paralelismo entre la antropofagia y el despertar sexual que nos remite a El ansia de Tony Scott. Esta película, en cambio, jugaba con los decorados para que unos espacios luminosos, diáfanos y frescos provocasen el bienestar del espectador. Se lograba así que el público se sintiera atraído por el acto vampírico, provocando una descarga de placer al hacer aparición, en contadas ocasiones, la sangre.

En cambio, Crudo repugna. Lo que es más que suficiente para cualquier cinta gore, por supuesto. Si ese es su objetivo, entonces es innecesario todo el trasfondo social y familiar, que no haría más que entorpecer. Si la directora hubiera querido mantenerse fiel a la metáfora del despertar sexual lo verdaderamente loable hubiera sido lograr que sintiéramos atracción por la sangre. Si no, al menos debería haber aumentado el humor ácido del guión, pues apenas somos capaces de verlo más allá de la gran escena final de "la charla de los padres", donde nos damos cuenta que la historia paterna ha sido una trama desaprovechada. Gran error.

Se trata de una familia cuyas hijas crecen inevitablemente para dos padres sobreprotectores que no podrán evitar que ambas desaten su naturaleza. Pero no se profundiza lo suficiente. La directora se pierde en la relación entre hermanas, la vida universitaria, las tramas sentimentales... Todo lo que Crudo insinúa no lo desarrolla y todo lo que se desarrolla, es reiterativo. Dejando aparte el fusilamiento a la estética de Winding Refn. que en varias ocasiones se acerca peligrosamente a The neon demon. Eso sí, con una proposición mucho más descafeinada salvo por la magnífica y escandalosa escena del accidente en la depilación.
harryhausenn
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8
11 de abril de 2017
35 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de Reichardt es un arte sopesado, tranquilo, que invita a dejarse llevar. Más que buscar un efecto inmediato, la cineasta deja que sus películas florezcan dentro del espectador. Construyéndose poco a poco, las horas siguientes, los días siguientes. Quizá Night moves fuese la más trepidante de su filmografía, siguiendo unos activistas ecologistas que cometen un error. El gran silencio del metraje convertía la ausencia de diálogo en la representación de unos remordimientos que se traducían como una angustia insoportable para el público.

Si nos retrotraemos a su debut, Old joy esconde tras la falta de acción una incomodidad evidente entre sus dos protagonistas, antiguos amigos cuyos asuntos pendientes vuelven a manifestarse. La maravillosa Meek's cutoff, un paseo bajo el sol y bajo la luna, se convierte en una excusa para situar en su momento cumbre a una aguerrida mujer en la toma de una decisión vital. Reichardt ha hecho de esta expresión tan calma su mayor seña de distinción, convirtiéndola quizá en la directora actual más interesante del panorama.

Certain women son tres historias independientes que transcurren en la inhóspita Montana, encabezando cada segmento una mujer que sufre las consecuencias de una sociedad machista: una abogada cuyo cliente no la toma en serio y que es obligada a poner en riesgo su vida. Todo por ser considerada por la polícia la cara más amable para negociar con un hombre violento. Hay una escena en la que el comisario indica la puerta del edificio secuestrado a la mujer, sonriendo, empujándola a adentrarse en ese horror. Es esta una de las escenas más violentas de la filmografía de Reichardt, donde se denuncia con pasmosa claridad la injusticia tras gestos cotidianos que atacan a las mujeres de forma consciente o no.

Después, en el segundo episodio Michelle Williams ha de resignarse a ser vista como una mujer caprichosa y desconsiderada tras que su marido provoque, por ser un pésimo negociador, que ella se gane el rencor de un vecino al que aprecia. En el tercer capítulo, Kirsten Stewart encadena una mala decisión tras otra, confusa y cegada por huír del puesto que la sociedad ha reservado a una mujer de su origen y condición social. Aunque nada comparable al personaje de Lilly Gladstone, una marginada acostumbrada al rechazo y a la soledad por mujer, por pobre y por india.

El esquema que siguen estos tres episodios es tan atípico como fascinante. El primero trancurre en la ciudad, con una mujer enfrentada al público. El segundo en las afueras de esa misma ciudad y la mujer se enfrenta a su familia y su entorno. El tercero se aleja a un pueblo minúsculo a cuatro horas de la ciudad anterior y enfrenta a la mujer contra otra mujer. Parece que según Reichardt se aleja del núcleo urbano hacia las aldeas camufladas entre montañas nevadas, siempre encontraremos una mujer menospreciada. Los episodios se suceden terminando con una amarga historia de desamor.

Pero la directora no se preocupa sólo del fondo social del texto ni de la forma basada exclusivamente en la edición. En todas sus películas nos vemos abrumados por la grandeza de los paisajes del medio-oeste americano que retrata, lugar en el que creció y permaneció al lado de su difunta perra Lucy, ya vista en Old joy y Wendy y Lucy, a quien va dedicada esta película. El ruido del agua en Old joy, el desierto en Meek's cutoff, los bosques de Night moves... En Certain women la calidez de unas historias tan íntimas nos protege en esos paisajes tan sobrecogedores, repletos de rocas y nieve donde los caballos trotan por un campo de un blanco cegador y donde el viento arrastra copos que la noche nos deja ver cómo acarician el asfalto.
harryhausenn
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8
21 de marzo de 2017
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sensación de follarse América. Eso es lo que dice sentir la protagonista de American honey tras huír en un coche robado. La nueva cinta de Andrea Arnold es un paréntesis, una vía de escape, una liberación insultante en plena América profunda. Un canto a la juventud y a la ingenuidad. Una oda a la despreocupación y a la insensatez. Un retrato que transforma la basura blanca en diamantes. Una declaración de amor -incluso una proposición sexual- de una británica a un país tan fascinante como EE.UU. Casi tres horas de viaje que bien podían haber sido trescientas.

La directora, poseedora de una de las miradas más interesantes del cine actual, sigue la huída de Star, una adolescente pobre de familia desestructurada, con un grupo de jóvenes de paso por su pueblo de Oklahoma. Entre ellos, Jake, la seduce y logra convencerla para que se una a caravana de vendedores de revistas que recorren el Medio-oeste americano encontrando personajes de lo más variopinto.

Lo que escrito parecería un road-trip al uso, la cineasta lo transforma en algo inédito gracias a la sensibilidad con la que dota el conjunto. Cada encuadre, cada plano parece perfecto sin decaer en ningún momento. Arnold atraviesa una región de poco atractivo y gracias al detalle logra transformarlo en un paraíso adolescente: las flores en las gasolineras repletas de camioneros, los campos de petróleo donde los obreros trabajan, los insectos que flotan en las piscinas de los nuevos ricos, los atardeceres en los aparcamientos de los supermercados... Arnold se infiltra en este grupo de jóvenes para mostrarnos su percepción hipnotizada por la belleza oculta en la miseria. Una tropa de futuro incierto que no se parece preocuparse en absoluto al respecto.

Este logro, sin embargo, no sería suficiente para mantener el largo metraje del film si no fuera por la carga emocional: el amor rebelde de juventud. El objeto de nuestro deseo que nos atrae y que hace que nos lancemos sin red. Desde el primer encuentro, la química de la pareja es efectiva, llegando a incendiar la pantalla en las escenas de sexo que se suceden a lo largo de este juego sentimental del ratón y el gato.

American honey no ha cosechado muy buenas críticas. Se le reprocha sobre todo una supuesta pose de film realista y crudo. Por ello, se le compara como un intento de Larry Clark o Harmony Korine. Salvo que, pese a que ambos cuentan con una filmografía contundente, ninguno se ha interesado en captar esa rabia y desencanto adolescente con la delicadeza de Andrea Arnold. Ella apunta más hacia la majestuosidad de Malas tierras que hacia el morbo, la impostura o las ganas de epatar.
harryhausenn
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8
1 de marzo de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jackie esquiva los estereotipos de manera pasmosa. No se trata en absoluto de un retrato de una mujer que acompañaba a un gran hombre. No pretende tampoco redimir ni justificar la figura de una mujer que siempre ha sido considerada superficial e ingenua, perteneciente de una aristocracia apolillada, como descubriríamos en los setenta con su prima y su tía en el clásico de culto Grey gardens. Jackie va mucho más allá de lo simple y reivindica a esta mujer como la creadora del mito de su propio marido cuyos ecos aún perduran. Creación que nace como rebelión ante el olvido de las clases políticas y las masas, como bien demuestra la escena en el coche fúnebre, donde ninguno de los presentes sabe quién fue Mckinley o James Garfield.

Larraín podía haberse limitado a firmar un thriller retratando la angustia y la confusión inmediata al asesinato. Incluso un melodrama académico al que le lloverían premios. En cambio, ni la dirección del chileno ni el consistente guión de Oppenheimer se adaptan a una fórmula de éxito que garantice la aceptación por parte del gran público.

En la película la protagonista evoluciona pasando por tres etapas: La anterior al suceso, con una primera dama tensa y temerosa, siguiendo órdenes, que mostraba el interior de la Casa Blanca como justificación. Ante los rumores de derroche de dinero público, la señora Kennedy abre las puertas del mítico edificio para demostrar que convertir la residencia presidencial en museo era la mejor forma e representar los ideales del país.

La segunda etapa sería justo tras el atentado, un segmento de terror y desorientación. La protagonista se encuentra en shock tras la conmoción. La que vemos al quitarse el vestido manchado de sangre, la que no sabe qué decirle a sus hijos, la mujer que vemos errando en la habitación marital para evitar meterse en esa cama vacía, Finalmente, la tercera etapa sería la del exilio del reino, la que condena a la heroína al ostracismo y al olvido. Una mujer que se resiste a que la grandeza de los valores y proezas de su marido desaparezcan de las memoria del siglo XX y que la obligan a preparar contrarreloj el adiós a la vida pública con la cabeza bien alta, sola y vulnerable siguiendo un ataúd por las calles de Washington; enterrando a su marido en un lugar digno de un presidente que recuerde al mundo que una vez, durante un tiempo, existió un reino de esplendor, un Camelot.

Oppenheimer redacta un texto en el que las acciones de esta mujer fueron claves para analizar la amplitud de la figura de JFK. Además, situando el centro de la narración en la entrevista posterior, la fuerza de los hechos se multiplica al mostrarnos una Jackie rencorosa con el mundo, ermitaña y sarcástica que rememora los acontecimientos, que bien parecen haber ocurrido hace mucho, mucho más de una semana; como si se tratase de un fantasma del pasado que tortura a la mujer. Por otro lado, el prodigioso montaje de Larraín, como un buitre que ronda en círculos a su presa moribunda, salta del presente al pasado, a los momentos tanto anteriores como posteriores del magnicidio, cual sombra de cazador que acecha a los espectadores. Gran hazaña la de destruír varias líneas narrativas para recomponerlas y desordenarlas, consiguiendo aligerar el ritmo.

Por último, mención especial a Natalie Portman, por su dominio de los gestos y los tonos de voz que hacen que olvidemos a la actriz y sólo vemos el personaje. Incluso tan sólo al verla caminar adivinamos la expresión de su rostro aunque un velo le tape la cara.
harryhausenn
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