Casi 25 años después, he vuelto a ponerme delante de las andanzas de Godon Gekko. Me han sorprendido varias cosas: en primer lugar, que, pese a ser de Oliver Stone, me ha gustado; en segundo, que, al margen de ordenadores antediluvianos y móviles-ladrillo ochenteros, la película conserva una notable actualidad; y por último, que Michael Douglas hace una excelente interpretación.

Sin embargo, la cosa va perdiendo fuerza a medida que los planos se suceden y, después de unos 30-40 minutos iniciales espléndidos, Stone va cayendo en la rutina más previsible para terminar con un desenlace no blando, blandísimo, y un tanto atropellado. Con todo, una de las escasas películas interesantes acerca del indecente mundo de la ciencia lúgubre y las altas finanzas.

Uno de los títulos míticos de Wilder, una de esas películas que a menudo aparecen encabezando listas de las mejores de no sé qué, una de esas obras maestras de un género concreto, en este caso, el judicial.

Para mi simplón paladar, una notable decepción. No porque me haya parecido una mala película, sino porque, embargado por la emoción y las expectativas que me había creado, me ha dejado más bien frío. Tal vez porque algunas de sus gracietas me parecen pasadas de moda, aunque imagino que en la versión original ganarán bastante. Quizá porque a la Dietrich la considero una auténtica petarda, una de las ‘actrices’ más sobrevaloradas de la historia del cine, que aquí hace un papel entre inverosímil y grotesco. A lo mejor porque me parece que el final es puro efectismo, en el sentido más peyorativo de la palabra y, sencillamente, no me lo creo. Nada que objetar, por supuesto, a la espléndida recreación de Laughton.

Ya estoy muy mayor para mitomanías.

Dos cosas que no me gustan: a) Sus 140 minutos me parecen 140 horas y b) Pacino está todavía más pasado de rosca que en ‘El padrino III’, que ya es decir.

El discursito ético- antropológico-filosófico-religioso que le endiña don Corleone al bueno de Neo es de una grandilocuencia que me abochorna. No he pillado el toque alegórico, tal vez porque la insinuación está completamente eclipsada por la exageración y el efectismo. Desde mi asqueroso punto de vista machista, reconforta contemplar a una jovencísima y hermosa Theron y a una no menos sugerente Nielsen; y la canción de los Rolling sigue molando mazo, así que, después de todo, puede tener un pase. Si sale hasta Tomatito, por Dios.

La temática es, qué duda cabe, apasionante, de una actualidad rabiosa que nos afecta prácticamente a todos. Damon, en su papel de narrador, hace una buena labor. Pero le encuentro un gran problema a ‘Inside Job’: es un documental antipedagógico. La sucesión de nombres, datos, entrevistas, gráficos y declaraciones resultan difíciles de procesar para el espectador medio, que se pierde en un maremágnum de informaciones que, literalmente, no puede asimilar.

En cualquier caso, queda claro algo que cualquier persona con un mínimo de sentido común y percepción de la realidad conoce: en manos de qué gentuza está el mundo y lo estúpidos y faltos de recursos que estos indeseables se muestran delante de una cámara y un par de preguntas directas. Lo que no entiendo muy bien es el final esperanzador que cierra la obra, cuando no está en absoluto claro que el problema se haya superado o que vayamos hacia un mundo mejor; más bien al contrario.

Espero equivocarme, pero en los próximos años vamos a ver que la cosa no va a ir viento en popa, precisamente, aunque puede que sí para políticos corruptos (perdón por la redundancia), especuladores sin escrúpulos (ídem) y demás caterva de hijos de puta. Claro que, luego se vota lo que se vota, y sólo nos movilizamos para chorradas sin importancia, así que, tampoco podemos hablar demasiado alto. Es evidente que unos son más culpables que otros, pero la responsabilidad de la situación actual también debemos compartirla los ciudadanos de a pie, por cómodos, por lerdos, por querer vivir como ricos, por paletos. Y yo el primero; bueno, el segundo o el tercero, pero también.

Grant, ese irrepetible galán, despliega toneladas de glamour y dotes interpretativas. Kelly aparece en todo su esplendor físico, de belleza insondable. Luego hay un par de solícitos y profesionales actores secundarios. El marco físico es incomparable, la Riviera francesa en uno de sus momentos álgidos, repleta de mansiones costeras, multimillonarios estirados y luminosas playas.

A todo esto, un gato empieza a robar joyas de tejado en tejado, desplumando a los ricachones del lugar. Las pruebas apuntan de modo inequívoco a nuestro galán, otrora ladrón de guante blanco. Pero la cosa no es tan sencilla: de por medio está el hampa de la costa azul francesa, que es para echarse a temblar, aunque no tanto como el despiadado aparato policial franchute. Falta Clouseau. El numerito de la fiesta de disfraces yo lo calificaría como preocupante, siendo generosos. Porque si esto es un buen McGuffin, yo soy obispo. Semejante argumento y desarrollo sólo es apto para fanáticos del calvo regordete.

Si dijera que apenas me quedan uñas por comerme, mentiría. Si dijera que he llevado a cabo ímprobos esfuerzos por no caer en un profundo sueño, diría la verdad. Pero no puedo decir semejante barbaridad. Esto es de Hitchcock. Venga, va. Lo digo: esta película es una mierda.