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España España · Madrid
Críticas de Charles
Críticas 1.065
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
13 de diciembre de 2018
101 de 133 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alguna vez me he preguntado, viendo una de estas películas sobre apocalipsis repentinos, si merecería la pena existir en el mundo de después.
Una vez el polvo se haya asentado, una vez hayan pasado las penurias y los enfrentamientos, ¿podríamos volver a lo de antes?
O mejor aún, mientras luchamos por la supervivencia, ¿por qué estamos luchando realmente?

‘A Ciegas’, muy cuidadosamente, trata de dar respuesta a estas preguntas.
Nada más empezar, Malorie ya nos da el aviso: da igual lo que pase, da igual lo que escuchemos, si se nos ocurre mirar vamos a morir.
Es un puñetazo, un punto y aparte incluido al espectador, que cuenta severamente para los niños a su cargo, porque los quiere y no soportaría que les ocurriera nada.

El posterior recorrido por el río hacia un posible refugio desgrana en recuerdos cómo ha llegado allí, tan cerca de rozar la salvación en medio de pura catástrofe desesperada.
Es un punto de vista privilegiado en esos momentos, pues nos aleja de la tensa madre surcando las aguas a la carrera y permite volver a otro tiempo, cuándo únicamente era una artista embarazada curándose gracias a su afectuosa compañera Jessica.
Pero, de repente, las noticias empezaron a hablar de seres llevando a cabo una invasión planetaria, y el peligro empezó a doblar cada esquina, en ojos vacíos que eran todo lo contrario a la vida que llevaba en su vientre.
La certeza de que nadie volverá a estar a salvo, por muy sólidas que sean las intenciones de salvamento, pasa a dividir su vida ordinaria de su nueva vida huyendo.

El peligro de esta invasión extraterrestre es que no necesita nada más que la mirada: un vistazo que eches a los seres que habitan las calles basta para que te metas en un coche ardiendo o tengas unas ganas terribles de arrancarte la yugular.
De repente, un sentido del que dependemos para todo pasa a estar prohibido y las consecuencias son devastadoras, porque hemos aprendido a creer solo aquello en lo que vemos, de igual manera que jamás nos hemos preocupado por desarrollar el olfato o el oído.
Gigantescas sombras tras las ventanas cegadas pasan a merodear alrededor de la casa de supervivientes en la que Malorie tiene la suerte de instalarse, y daría la sensación de que ellos tienen consciencia de que ganarán, pues nos puede la curiosidad ante la poca anticipación de enfrentarnos a algo que no sabemos cómo es: han estudiado nuestros patrones desordenados, nuestras acciones irracionales salvando a alguien cuando está todo perdido.

A la habitual batería de conflictos entre supervivientes en una situación límite se añade la misteriosa naturaleza de las criaturas, que se nos revela paulatinamente, sin nunca verlas aparte, con el objetivo de volvernos tan paranoicos como ellos: podrían ser el castigo divino que claman algunos “iluminados”, podrían ser criaturas mitológicas parientes de la Medusa que transformaba en piedra, o enviados especiales que nos muestren la Verdad más allá de nuestras cáscaras mortales.
Sin embargo, te acabas dando cuenta, como Malorie, que teorizar sobre ellas no sirve de mucho. Matan, y ya está. Dividen, acosan y finalmente vencen.
Ella intenta agarrarse emocionalmente a alguien, a alguna emoción de piedad o aprecio, pero acto seguido aparecen ellos demostrando que nada importa, endureciéndola. Es entonces cuando ya no estamos tan lejos de esa capitana de barco desesperada.

Malorie ha rechazado la noción de volver al hogar. Es imposible, se dice, que soñemos con edificios altos y niños recorriendo el campo, porque no volverá a pasar.
La bajada por el río entonces ya no es mero movimiento por si acaso, sino fe en algo. Necesidad que, recordando lo amado, muta en creencia apresurada y sucia.
Eso que a menudo es lo único que impide rendirse.

Si podemos reconstruir tras una gran caída, eso nunca lo sabemos.
Pero empezar por reconstruirse uno mismo siempre es el mejor camino.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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8
12 de diciembre de 2018
31 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algo está pasando en Disney.
‘Ralph Rompe Internet’ podría ser la primera película bajo su sello que sale del clásico mundo cerrado donde el o la protagonista tiene un arco que cumplir, y se asoma a una realidad cambiante, multiforme, donde teóricamente tenemos todo al alcance de la mano pero rara vez conservas lo que quieres siempre que lo necesitas.
El nombre del universo es Internet, y se agradece el infaltable comentario “la excesiva tecnología nos hace inhumanos”, pero también hay mucho más bajo esa superficie, un corazón de dulce y caramelo como el que lleva nuestro manazas protagonista, resistente a los golpes pero frágil ante las inseguridades.

Ralph y Vanellope han pasado 6 años compartiendo partidas de recreativa, cervezas de raíz y planazos después de la dura jornada.
Es una existencia ideal, porque sabemos lo mucho que costó llegar a ella: el grandote por fin es miembro respetado de su juego, y la pequeñaja ya es el avatar favorito de su parrilla. El propósito de su creación, por lo que habían luchado, no ha llegado al “game over” pero ya se han pasado el modo historia.
A partir de entonces, solo les queda divertirse dentro de unos márgenes maquineros, aparentemente inagotables cuando fueron gloriosamente conquistados, y ahora con la clase de familiaridad que les ha desteñido aquel encanto especial. Esta es una historia sobre horizontes con los que soñar o simplemente observar, y no me he dado cuenta hasta que Vanellope empieza a divagar en una tonta madrugada sobre experiencias más allá.

Su respuesta llega cuando el entrañable propietario de los recreativos elige adaptarse a los tiempos con ese módem plastiquero que todos tuvimos en los dos mil: un pequeño paso para sus habituales, pero toda una revolución para datos videojueguiles que ahora tienen acceso a una mega-ciudad infinita llena de suculentas oportunidades, excitantes búsquedas y oscuros rincones.
El único elogio posible para la manera en la que los responsables han decidido visualizar internet es que desearás tener un mando para pausar la imagen y recrearte en cada detalle. No es la red global ingenua que tal vez se haya podido ver en otros productos familiares, sino la que ahora mismo habita cada móvil, caótica y patética, dominada por los pop-ups asaltadores o los gatitos ñoños, con imponentes plataformas que son casi templos de lo suyo, ante las que el usuario es un pequeñísimo cabezón que se deja llevar a golpe de like creyéndose el capitán de su navegación.
Un universo en el que puedes convertirte en la sensación del día, contagiarte de cualquier opinión afín, ser engañado por enlaces sospechosos o (y aquí lo importante) ser quien verdaderamente quieras, sin límites para ello. Un lugar al que Ralph entra medio asustado, más tarde animado porque será momentáneo, y Vanellope entra de cabeza, cada vez más pensando que le gustaría ser parte del sangriento juego de carreras “Slaughter Race”.

No importa el problema que les ha llevado allí, relacionado directamente con su antiguo recreativo feliz, sino el hecho de que lo vasto del Internet hace mella en sus mentalidades, y pronto se descubren dependiendo de comunicación inalámbrica porque no pueden ir juntos al sitio que cada uno quiere.
Una situación nueva para los dos, que sin embargo cada uno afronta de distinta manera: mientras todos los GIFs, vídeos o memes de Ralph intentan “comprar” su camino de vuelta a Vanellope, esta empieza a sentirse mal porque no puede evitar querer el sitio en el que están, a medida que descubre lo que siempre ha anhelado en su interior (con un número musical tan salido del molde que debería coronarla Princesa Disney con honores).
La inseguridad de fondo en Ralph, la que se ha ido fraguando en una amistad tóxica bienintencionada mientras nos divertíamos, empieza a encarnarse en gigantesco y amorfo problema, tan desesperado por sentirse validado que retiene a Vanellope en contra de su voluntad porque su amiga “no sabe lo que está haciendo”. Ya podríamos haberlo visto venir, gracias a un genuino desarrollo de personaje que tiene el grandullón como hombre atípicamente vulnerable al que no le importa llorar mientras alaba a su amiga, pero nunca se sabe todo lo monstruoso que puede ser un problema no hablado.

Es maravillosamente ambicioso, en verdad.
Desterrar a unos personajes carismáticos de su hábitat natural, hacerlos lidiar con un mundo globalizado que pone a prueba una relación profunda como la suya, y de paso lanzar finísimas pullitas al impredecible e insondable Internet.
Disney no solo se rinde el (muy merecido) homenaje gracias a unas chicas encantadas que llevan un siglo en la cultura popular, sino que habla del entretenimiento compartido entre mustios cubículos de trabajo: si alguien piensa que lo de Ralph petando las redes es exagerado, solo tiene que echar un vistazo al muy incomprensible y muy genial fenómeno de recuperar ‘Shrek’ como carne de memes o vídeos chorras.

Todo ello, sin embargo, al servicio de la pequeñaja y el grandullón, tomando decisiones que alguna vez hemos afrontado, de esas que duelen tanto.
El internet, el planeta, puede ser demasiado amplio.
Pura suerte que entonces no tengamos que compartir un mismo horizonte, y la distancia de alguna manera solo añada más ganas de encontrarnos.


(En serio, qué valentía, contar claramente que muchas veces toda buena intención no necesariamente lleva al mejor resultado… pero tampoco pasa nada)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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6
11 de diciembre de 2018
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El ejemplo más representativo de cómo ve Cameron Post las relaciones se encuentra en los minutos iniciales, en los que se alternan fragmentos de parejas celofán felizmente emperifolladas retratando su baile de fin de curso… con encuentros furtivos, acalorados y ansiosos, donde su novia y ella se tocan todo lo que pueden.
Se podría ver como una subversión de los códigos habituales, donde el romance azucarado más correctito palidece ante el mero placer carnal de compartir algo especial, pero principalmente queda claro que ella solo está a gusto en uno de los dos lados, y no es capaz de ocultar su incomodidad en el otro.

‘The Miseducation of Cameron Post’ es un largo camino de vuelta a ese espacio íntimo inicial.
Una vez roto, la protagonista titular es mandada a un campamento cristiano de reforma homosexual, y la estabilidad que había conocido desaparece, sustituida por una inquietante realidad plagada de sonrisas amplias repitiéndole que va a mejorar.
Su permanente actitud de pasmo, mezclada con una culpa latente, solo la deja avanzar en la única dirección posible: de vuelta a la gente que la metió allí en primer lugar, porque no puede ser que estén equivocados, porque quizás ella realmente ha hecho algo mal, porque es posible que aquel cura hablando de corregir errores juveniles tuviera razón.

Negarse a una misma puede no estar tan mal, es el preocupante mensaje que transpira de su día a día.
Y como en el fondo los encargados no están tratando a nadie mal, como parece que ayudan a lidiar con problemas personales, como todos quieren volver al hogar, pues… se acepta.
Mirado desde la distancia temporal, lo terrible no es que surgieran instalaciones de este tipo, sino que generaciones enteras sin recursos, sin visibilidad ni medios de ser escuchados, pudieran llegar a amar fervientemente a familiares o amigos que evidentemente no les querían, hasta el punto de alterar su deseo sexual.
Solo porque se lo pedían con palabras amables, pasado el impacto inicial.
(Muy significativo es que la cita de Cameron Post al baile de fin de curso reaccione como si ella fuera de su propiedad)

Cameron, como tantos otros, en construcción de su persona, no tiene las armas para hacerse valer, porque está en esa edad en la que nos convertimos en la persona amada por los demás, aunque en la intimidad seamos otra completamente diferente.
Y a todas esas oleadas imposibles de vencer, que determinan vidas enteras, la historia encuentra un antídoto inesperado: bromear, de verdad, alto y claro contra la venenosa amabilidad, como si de verdad nos estuviéramos divirtiendo.
Encontrar el punto justo en el que, si nos joden, no tengamos que depender nunca de gente que afirma querer nuestro bien, sino de los que están en las mismas y van tirando con Cameron, como Jane Fonda y Adam Red, los únicos del campamento que no cierran los ojos rezando cuando les toca. Toda una liberación cuando las cartas de fuera la quieren hacer dudar de, si alguna vez, ella de verdad existió.

Aquellos campamentos eran purgatorios para “problemas” de otra gente, hijas e hijos que creían dependientes de cuando a ellos les diera la gana quererlos.
Pero nada impedía crecer, y darse cuenta de que con el amor propio basta y sobra.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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8
8 de diciembre de 2018
111 de 158 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un suave plano ininterrumpido, de izquierda a derecha o viceversa, le sirve a Alfonso Cuarón para macerar un relato sobre esas horas del día en las que nadie piensa que pasa algo.
Gran parte del público ya habrá vivido en ese espacio de casa familiar, habrá llevado a cabo los mismos actos cotidianos y no creerá que encierran nada especial.
Sin embargo, la metáfora durante los créditos iniciales se hace sencilla de entender, con varias aguas de fregada haciendo que el simple suelo de un patio refleje el inmenso cielo: pasando una y otra vez sobre la superficie, te asomas a vistas insospechadas en lo de siempre.

'Roma' es la historia de Cleodalgia Gutiérrez, Cleo, sirviendo la familia que la emplea y cuidando cariñosamente a sus niños, de manera incondicional.
Las imágenes desnudan su rutina de artificios, nos permiten notar su presencia cuando para los demás se hace invisible, y evidencian que sus tareas pasan impregnadas de puro cariño, aunque desde fuera se puedan ver estrictamente profesionales.
Es la clase de amor que perdona todo, que no pide a cambio: es el querer de una madre, esa fuerza poderosa tan maleable, la que la cámara busca sobriamente a cada "pasada".

No importa la cuidada indiferencia que le dedica la Sra. Sofía con su madre la Sra. Teresa, o la idolatría forzada a la que le obliga su pretendiente Fermín en cada día que tiene libre. Sus niños, cada vez que le dicen que la quieren, hacen del día algo increíble: nunca se la ve tan viva como cuando tiene que fingirse muerta por una pistola de juguete.
Entonces, a la madre designada se le aparece la oportunidad de ser madre real gracias a un embarazo, algo que supuestamente debería ser una bendición... y Cleo la recibe con estoica determinación sin palabras en medio de las bulliciosas calles de México, sabiendo que está sola de verdad, justo cuando más pide su corazón gritar.
Algo estamos haciendo mal, me relata cada "pasada" de la cámara. Algo hemos perdido en nuestro interior natural cuando un embarazo pasa a ser una bomba de relojería, que todos reciben con cierto miedo en la voz, y esa realidad terrible convive con criar niños ajenos, lo cual es aceptable a vista de todos.

Cleo no se imagina compartiendo más de lo que piensa con esos astronautas perdidos en el vacío, observados en sala oscura.
Y, sin embargo, yo percibo esa misma opresión,  esa misma falta de oxígeno, a la espera de un rescate piadoso que no llega, cada vez que esta ventana hacia la misma realidad de Roma me avasalla con una brutalidad tan natural como el amor que ya ha desplegado.
Inolvidable es el plano de la incubadora bajo los escombros, albergando nueva vida que late a pesar de todo, o esa pistola muy real que llena un marco donde solo puedes rezar por que Cleo no se encuentre al otro lado: la realidad es muchísimo más fragil de lo que nos habíamos pensado.

Desde siempre, desde el inicio de los tiempos podría expresarnos el tinte blanquinegro, despreciamos, atacamos y matamos el amor de una madre.
Es tan desinteresado, tan humilde, tan callado, que nos cuesta poco pensar que nuestra capulla superioridad es más importante: así lo hacen notar Fermín como patético samurái y el ausente padre de los niños, las dos únicas figuras masculinas prominentes, haciendo tristemente lúcido el posterior "estamos solas. Que nadie te engañe, siempre hemos estado solas".
Cuarón, en cierta manera, expía ese pecado original humano, masculino en su mayoría, cuando golpea a Cleo con todo el oleaje de sus desgracias... y sin embargo le concede leves momentos de equilibrio, donde el mundo le dice con claridad inusitada que puede hacerlo, que ella también merece estar completa a pesar de todo.

A mí, como a ella, como a cualquier persona que alguna vez haya sido cuidada, me conmueve profundamente esta revelación.
Me maravilla apreciar, de repente, personas como Cleo viviendo en universos que nunca miré.

Y doy gracias de haber asistido a una épica silenciosa donde el espacio inexplorado descubro que siempre ha sido, y esperemos que no sea siempre, el eterno matriarcado.
Ese que lleva siglos, milenios, demostrando que es posible amar sin reservas, porque al nacer o después hemos experimentado el crecer en brazos que nos esperan.
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Charles
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Castlevania (Serie de TV)
SerieAnimación
Estados Unidos2017
6,7
5.047
Warren Ellis (Creador), Sam Deats ...
6
5 de diciembre de 2018
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Esto no parece una serie especialmente planificada.
Más bien parece una apuesta, un afortunado accidente.
Un “hey, Castlevania mola un montón, ¿por qué no hacemos algo con ello?”. Por eso han hecho una primera temporada más de prueba que otra cosa, para acto seguido sacar una segunda apresurada donde las virtudes no se han pulido del todo.

Pero sí, volver al castillo de Drácula sin un mando en las manos mola más de lo esperable, y la culpa habrá que echársela a una historia que no se queda demasiado tiempo en una sola nota.
Clanes milenarios de cazadores o hechiceros, seres maléficos más antiguos que el tiempo, horribles criaturas de la noche y la santa corrupta madre Iglesia se dan cita con animación fluida de picos afilados, conjurando una fantasía ultraviolenta en la Transilvania de algún siglo pasado.
Encima, como guinda está el mismísimo Vlad Tepes, el Empalador, clamando venganza a los seres mortales porque le arrebataron la única mujer que alguna vez amó en la muerte: hay cierta nobleza en el monstruo que es capaz de apreciar la vida humana, sin necesidad de poseerla, y eso se acaba convirtiendo en la puerta de entrada a simpatizar con su compleja inmortalidad.

Naturalmente, con el aparente villano a la vista los héroes no pueden estar lejos, y en este caso es un trío de piezas díscolas que no parecen encajar en ninguna facción de la época: Trevor Belmont es el cínico cazador de familia proscrita, Sypha la resolutiva hechicera atada a una tradición de obediencia, y Alucard un supuesto salvador vampiro que se enfrenta al dilema de matar a un padre que antes admiraba.
Los tres, por supuesto, como todo buen viaje del héroe, no son tan buenos en sus ingeniosas réplicas como cuando dejan traslucir aquello que les falta, apoyándose en sencillos gestos de confianza hasta ahora vedados de la vida superviviente que han llevado. Se permiten la debilidad de cuidar de alguien, capaz de marcar la diferencia en cualquier batalla.
Todo lo contrario que Drácula y sus aliados Godbrand y Carmilla, vampiros más viciosos y brutales que albergan una venganza pura contra “el ganado”, mientras se burlan de que su señor se ha vuelto blando, viejo, vulnerable por haber reunido el valor de amar a Lisa, la madre de Alucard, sin querer cambiarla.

Una reflexión moral se cuela entonces entre los latigazos y los sablazos hemoglobínicos a monstruos, donde no estorba.
La sensación triste de que todos perdemos cuando nos dejamos llevar por el odio, y esa es una fuerza irresistible que no solo aprovechan las criaturas sobrenaturales, sino también los hombres santos de crucifijos en las manos.
Porque el mismo señor de las tinieblas puede querer a una humana, pero entonces dejará de serlo: no se puede hacer el mal queriendo un poco de bien.

El Mal siempre adoptará otra forma, aparecerá de improviso y abandonará a los que duden de su existencia.
Como castillo de Drácula, una vez plantado no se puede mover tan fácilmente.
Y no son tan importantes los monstruos que controla como los corazones que envilece.

Hasta el Diablo llora cuando no puede volver a ser quien era.
Es un bonito trasfondo a lo que no deja de ser una aventura sangrienta con criaturas a las que repartir muerte.
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Charles
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