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Críticas de Argoderse
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Críticas 254
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
14 de marzo de 2019
14 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué hacer cuando tu país se ha olvidado de ti y de tu trabajo en las fuerzas especiales del ejército? Pues reunir a tus cuatro camaradas de batalla de siempre, aprovechar las habilidades del servicio y darle un buen palo al narcotraficante de turno con el objetivo de jubilarte a cuerpo de rey. Claro que los planes no siempre salen bien. Y más cuando a las dificultades de poner en marcha toda la maquinaria y el equipo se suma la orografía del terreno, los nativos de la Amazonía y la obsesión por llevarte más dinero de la cuenta. Cuando todo está perdido, solo queda resistir y sobrevivir a toda costa.

con Chandor, Boal y Bigelow a los mandos del proyecto, junto a su argumento, la película ya de por sí tiene el atractivo necesario para seducirte. Y te conquista aún más cuando el reparto lo encabezan actores de la talla de Ben Affleck (200 cigarrillos, Argo), Oscar Isaac (A propósito de Llewyn Davis, Van Gogh, a las puertas de la eternidad), Charlie Hunnam (Sons of Anarchy, La ciudad perdida de Z), Pedro Pascal (Juego de Tronos, The Equalizer 2) y Garrett Hedlund (Billy Lynn, Mudbound).

Triple frontera es un regreso al cine de acción de siempre. La cámara de J.C. Chandor fija su objetivo en la acción pura y dura. Huye de cualquier otra cuestión estética y se entrega a la testosterona del elenco masculino. Un reparto que ralla al mismo nivel: notable alto. Empezando por Ben Affleck, un actor denostado por la crítica haga lo que haga. Aquí cierra la boca a más de uno. Su interpretación es muy poderosa.

A la par se encuentra Oscar Isaac, que ya había colaborado con J.C. Chandor en la interesantísima El año más violento. El cerebro del grupo que nos da una oportunidad más para disfrutar de su talento. Un un actor que, sin hacer mucho ruido, es uno de los más fascinantes del momento. A los que hay que añadir unos muy buenos Pedro Pascal, Garrett Hedlund y Charlie Hunnam al que de nuevo se le atraganta la selva.

Cinco personalidades distintas hasta confeccionar este comando que suena a muchas películas de antaño. Tiene ese porte del género que parecía perdido desde Sicario, otro soplo de aire fresco en el cine moderno. Porque Chandor y Boal, ya digo, se centran en desarrollar como un plan inicial se va al carajo y los protagonistas luchan contra todos los elementos posibles. Incluidos ellos mismos y su codicia.

La fiebre ya no es por el oro sino por el dólar. Un dinero que se erige como personaje silencioso que, sin embargo, influye en todo lo demás. Siempre está presente. Y no importan nada los juicios de valor o las circunstancias de por qué cinco exveteranos se lanzan a una misión suicida por la pasta. Lo único importante es qué va a pasar y si van a sobrevivir. Es decir: la acción.

Una acción sin, afortunadamente, mucha tecnología de por medio, que es imprevisible y te mantiene intrigado hasta su enigmático final. Tiros, asaltos, persecuciones y explosiones al servicio del entretenimiento. Si alguien esperaba más de la película, es su problema. Igual que achacarle una excesiva duración. Las dos horas de Triple frontera vuelan. Y lo que es mejor, te llevan al meollo, a esa selva y a esos Andes absorbentes sin trampa ni cartón.

Otra cuestión es la plataforma Netflix. Obviamente, la película ganaría más enteros en pantalla grande. La fotografía es extraordinaria y la tensión de la trama se acentuaría en un cine. Pero hay que ir acostumbrándose a que los tiempos y la industria han cambiado. El cine no es ajeno a esta transformación y con ello habrá que convivir.

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9
9 de marzo de 2019
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde el año 2012 Clint Eastwood no se enfundaba el traje de actor. Fue con Golpe de efecto, de Robert Lorenz. Ahora, siete años después, vuelve a la carretera -literalmente: On the road again, como Willie Nelson- con su papel de Earl Jones en Mula. La historia real de un octogenario cuyo negocio de flores se arruinó y se convirtió en el transportista -el mejor- de un cartel de la droga.

Básicamente ese es el argumento de la hasta ahora última película del señor Eastwood. Y digo señor no solo por sus 88 años, sino porque es uno de los últimos grandes caballeros del cine que sigue entre nosotros y en activo. En Mula hace gala de ello; también de su clásica pose dura y una vis cómica deliciosa. El porte del director de ya clásicos como Sin perdón, Cazador blanco, corazón negro, Un mundo perfecto o Mystic River, sigue impoluto. Inunda la pantalla en esta historia real donde ofrece nuevamente un gran interpretación.

Claro que en Mula, Clint Eastwood se ha rodeado de actores de mucha talla. Empezando por Bradley Cooper (La gran estafa americana), seguramente su sucesor, pues recientemente ha debutado con buen pie en la dirección con Ha nacido una estrella. Cooper es el agente de la DEA Colin Bates, cuyo objetivo es acabar con un cartel dirigido por otro magnífico actor como Andy García. Momentos de calidad los suyos en las escenas que protagoniza.

Pero voy a seguir con Cooper. Bradley y Clint protagonizan una escena fantástica en su primer 'choque' en pantalla. Recientemente uno similar al de otro grande como Robert Redford y Casey Affleck en The Old Man And The Gun. Se trata de escenas parecidas, de un gran valor cinematográfico donde lo que ves en pantalla trasciende más allá de la historia. Un regalo para todos los que sigáis -y me incluyo- con fervor el cine del Bueno.

Aparte de la acción intrínseca a la propia historia e Earl Jones, suficientemente atractiva para hacer de ella una película, el trabajo de Clint Eastwood combina con el drama familiar toda esa tensión narrativa del cartel, la DEA y el crimen. Ese drama, sobre los errores del pasado y anteponer el trabajo a la familia, persigue al personaje de Eastwood en un sus horas más bajas.

Víctima de un sistema imparable, este tipo de personajes de frontera traspasan los límites de la ley y la ética para sobrevivir. Y quizá Mula banalice un tanto el problema de buscar en el crimen las soluciones a problemas económicos. No deja de ser un drama el aluvión de alijos de droga que destrozan vidas y financian los lujos de capos como el de Andy García. Criminales inhumanos.

Eso es lo grande del cine, disfrutar de personajes al margen de la ley como las novelas negras de los años 30. El arte por el arte vale para disfrutar de esta película, homenaje también a la frontera del sur de Estados Unidos y unos paisajes que vuelan como la camioneta y las historias de Clint Eastwood: el último grande del Hollywood de siempre.

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4
4 de marzo de 2019
25 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace apenas unos días hablamos en Argoderse de la ópera prima de Julian Schnabel y del homenaje que hizo a su amigo: el pintor Jean-Michael Basquiat. En aquella obra también se veía la relación íntima de Schnabel con el mundo de las artes plásticas. Su mundo, antes de dar el salto a las cinematográficas. Y en 1996, con Basquiat, el director norteamericano ya daba una pincelada sobre Vincent Van Gogh en las primeras secuencias protagonizadas por Jeffrey Wright.

Además, Willem Dafoe también tenía una aparición en esta ópera prima. Demasiada coincidencia hasta este 2019, donde Schnabel y Dafoe han vuelto a unir sus caminos con Van Gogh, a las puertas de la eternidad. Un filme que se centra en la etapa del pintor holandés en la ciudad francesa de Arles. Fuente de inspiración de muchos de sus cuadros. Pero también causa de muchos de esos problemas de personalidad, psicológicos e incluso psiquiátricos que acecharon al artista impresionistas.

Su miedo al fracaso, atormentado por esa sensación de ser un genio incomprendido, adelantado a su época -lo más potable de todo el metraje ese ese momento con Mads Mikkelsen-, sus distintos vaivenes psiquiátricos, la soledad, la falta de amor y otra serie de taras son abordadas en Van Gogh, a las puertas de la eternidad. Pero de una manera superficial. No se termina de entrar verdaderamente en el conflicto cuando aquí sí era necesario. Mostrando finalmente un personaje, Van Gogh, que no trascenderá hasta siglos después de su muerte.

Y buena culpa de ello la tiene Julian Schnabel. Ya digo que es un director que me enamoró con Basquiat. Me siguió conquistando con La escafandra y la mariposa -también con Mathieu Amalric-, donde ya se veían esos primeros planos ciertamente atosigantes. Pero con Van Gogh, a las puertas de la eternidad me ha roto el corazón. Una película insustancial. Un biopic más intrascendente.

O a lo mejor yo, como a Vincent Van Gogh en su tiempo, no he llegado a comprender el trabajo de Schnabel. Será porque su cámara me vuelve loco para mal. Me marea. Me hace perder el interés y el hilo entre tanto giro, carrera con cámara al hombro, primeros planos que intimidan, cansan y te encierran sin posibilidad de respirar.

Imagino que es la sensación que vivía Van Gogh entre las cuatro paredes de su estudio y liberaba cuando salía a cielo abierto. Y a lo mejor ahí podría pensar que Julian Schnabel se ha convertido en un genio también avanzado a su tiempo, pues hace cosas que soy incapaz de ver, por ahora.

Quizá esa ha sido su intención de transmitirlo en la gran pantalla. Ponernos en la piel del pintor. Conmigo no lo consigue y a lo mejor tú, como lector, tienes más suerte a la hora de apreciar la creación del holandés y de Julian Schnabel.

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Conversaciones con asesinos: Las cintas de Ted Bundy (Serie de TV)
SerieDocumental
Estados Unidos2019
7,0
2.792
Documental
8
8 de febrero de 2019
25 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los máximos exponente de la figura del asesino en serie es Ted Bundy, que en la década de los setenta arrasó los estados de Utah, Washington y Florida. Su carácter afable, inteligente, educado, incluso gracioso y familia, le valió para ganarse la confianza de quien posteriormente sería su víctima. Bundy es el mayor exponente de los psicokiller porque jamás sospecharías que alguien como él fuese el monstruo que ocultaba toda esa fachada.

El peligro de Ted Bundy es que podría ser tu vecino, jefe, profesor, compañero de trabajo y amigo del que te esperas cualquier cosa menos que asesinara cruelmente a más de treinta mujeres en la década de los setenta. Un narcisista psicópata de libro, cuyo historial fue televisado y radiografiado por los medios de comunicación de la época. El asesino en serie mediático.

Ahora Netflix ha recuperado su historia como mejor sabe hacerlo: con una serie documental. Bajo el título de Conversaciones con asesinos: Las cintas de Ted Bundy, salen a la luz las grabaciones de la entrevista de Bundy en la cárcel con el periodista Stephen Michaud. Un documento periodístico superlativo, para conocer mejor a un tipo que terminó siendo desenmascarado por su vanidad y egocentrismo.

En cuatro episodios se radiografía la mente criminal de Bundy, desde 1946 a 1989, año de su ejecución. Periodistas, fiscales, abogados, policías, testigos e incluso una las víctimas que logró huir de las garras de Theodore Robert Cowell Bundy dejan su testimonio en esta serie documental que va a gustar sobre todo a quien el tema de los asesinos en serie le fascine. Tanto desde un punto de vista psicológico como, policial, periodístico y judicial. Cuatro apartados en los que se divide la serie.

Joe Berlinger, que dirige a Zac Efron en el papel de Bundy en una película que ficciona todos los hechos, hace un gran trabajo de contextualización en el documental. Enseña la sociedad norteamericana de la época para entender por qué un tipo de estas característica se convirtió en lo que fue. Es verdad que la narración, con los saltos espaciales y temporales, puede llegar a ser caótica por momentos.

Pero Berlinger trata con inteligencia al espectador. Te da toda la información sobre por qué alguien como Bundy, que siempre defendió su inocencia y se mostró al mundo como una persona de infinita bondad y para nada el engendro que era, logró matar a tantas mujeres a lo largo y ancho de Estados Unidos.

En esto tuvo que ver mucho la incapacidad del sistema norteamericano. La falta de comunicación entre administraciones y la nula pericia policial -llegó a escaparse hasta en dos ocasiones- centra también mucha parte del documental. Algo que has podido ver antes de forma ficcionada en películas como Zodiac o series como Mindhunter.

Joe Berlinger también recopilar las escenas del crimen. Es verdad que no se centra demasiado en ellas. No hay un análisis específico de cada víctima. Pero es que centrarse en eso hubiese desembocado en que Conversaciones con asesinos: Las cintas de Ted Bundy se hiciera eterna. Con lo que se agradece que haya comprimido en cuatro capítulos una historia donde, como espectador, tienes que poner los cinco sentidos.

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9
17 de enero de 2019
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En The Old Man and the Gun, el actor nacido en Santa Mónica, California, da todo un golpe en la mesa demostrando que los años no pasan por su talento. Su porte, voz, presencia y gesto le hacen dominar cada plano. Se apodera de una película a la que, quizá, le falta algo más de ritmo en la cámara de Lowery. Sin embargo, pese a los pequeños altibajos que presenta la trama y que se agudizan hacia el final, el resultado colectivo es de sobresaliente.

En su despedida como actor -detrás de las cámaras a buen seguro que volverá y si lo hace como con Gente corriente, lo estaremos esperando-, Redford regala, además, un duelo interpretativo descomunal con otro actor sobresaliente como el ganador del Oscar por Manchester frente al mar: Casey Affleck. Parece la cesión de una especie de testigo simbólico donde Redford le dice a Affleck: ten. Yo he llegado hasta aquí, te toca continuar. Pues Casey está soberbio como el inspector de policía que tiene que atrapar a Tucker en su tercera colaboración con Lowery.

Una suerte de juego del gato y el ratón que nos deja una escena en concreto, en los lavabos -permitidme este pequeño destripe- para la posteridad. Puro cine al que también contribuye una majestuosa Sissy Spacek, refinada como ella sola. Una dama de la gran pantalla que se merece la ovación en The Old Man and the Gun. La misma que Danny Glover y Tom Waits, con menos minutos en pantalla, pero de sobrada calidad.

The Old Man and the Gun, en pleno siglo XXI, rebosa en sus imágenes ese corte clásico, cierto aroma de nostalgia bien entendida, que te engancha si has disfrutado de aquellas películas de temática parecida como Bonnie & Clyde (1967) o incluso El Golpe (1973).

Parecerá una tontería y no soy muy dado a comparaciones -no me gustan-, pero viendo a Redford en pantalla, me recordaba a veces a ese Burt Lancaster reflexivo de El Gatopardo (1963) o Un tipo genial (1983), que sabe que está dando un paso a un lado, dejando a las nuevas generaciones el protagonismo. Y sin embargo, consciente del adiós, continúa disfrutando de eso que sabe hacer: ese cine que te ha acompañado desde el principio hasta hoy. Al que estarás siempre eternamente agradecido.

La película de David Lowery, pues, guarda ese halo de melancolía que, paradójicamente, no te produce tristeza, sino todo lo contrario. Es alegre, divertida y muy emocionante. Merced también a la historia apasionante de amor, paralela a la trama principal, que se forja entre Robert Redford y Sissy Spacek. Una forma de hacer de la sencillez, arte. Una química más allá de lo normal.

Más no puedo decir de The Old Man and the Gun salvo que vayáis al cine a verla. Aunque solo sea por agradecer a Robert Redford todos estos años regalados al cine, al arte y a los espectadores. El colofón a una carrera única, eterna. No todos los días se está ante el adiós de una estrella que, 81 años después, sigue iluminando.

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