Segunda Guerra Mundial. Un grupo de nazis se instala en una extraña fortaleza.

Film fallido de Michael Mann, que sufrió numerosos problemas en su producción. La duración inicial de 206 minutos se recortó drásticamente hasta dejarla en 96. El comienzo te subyuga, con la música, la niebla y el paisaje confluyendo para crear una potente atmósfera, pero luego la película se va desinflando, con personajes desaprovechados, interpretaciones fuera de tono, incoherencias en la trama, escenas sin sentido. El interés se diluye a marchas forzadas. Una ambiciosa propuesta que no funciona, que no se sostiene. Se dice que en la sala de montaje quedaron secuencias esenciales para entender la historia. Una pena.

Un ex-soldado empieza a matar mujeres sin razón aparente. La policía le sigue la pista.

Producto barato, que promete gore sin complicaciones, aunque no ofrece exactamente eso. Su gran baza reside en el guion, que te lleva por caminos imprevistos. Al principio piensas que vas a ver simplemente la historia de un loco asesino. Y no. (Por cierto, que algunas sinopsis que circulan te arruinan la sorpresa).

Reconozco que la trama de los policías y la secretaria resulta simpática, y que alguna muerte queda curiosa. También hay escenas que, de puro absurdas, hacen gracia (la del baño*). Dicho lo cual, me aburrí como una ostra. Pero qué sabré yo. A Tarantino le encantó la película.

Un cohete norteamericano es interceptado por una nave espacial. Los estadounidenses culpan a los soviéticos, pero en Inglaterra piensan que la responsabilidad apunta a Japón.

Para la quinta entrega de la serie Lewis Gilbert asume el mando y Roald Dahl se encarga de la escritura. Los elementos habituales parecen lucir más que de ordinario: la impactante secuencia pre-créditos, la deliciosa canción de Nancy Sinatra, las instrucciones de M, los juguetes de Q, los flirteos con Moneypenny. Aumentan las dosis de acción y humor, la película se inclina descaradamente hacia la farsa... pero consigue que uno no sólo perdone los desatinos, sino que los disfrute. Una trama que mezcla la guerra fría, ninjas, naves espaciales, volcanes, pirañas y a la “pequeña Nellie”, merece ser catalogada de locura maravillosa. Conocemos por primera vez el rostro del archienemigo de 007, Blofeld, interpretado por el genial Donald Pleasence. A Sean Connery se le notaba cansado a estas alturas, pero aún seguía siendo Connery, o, lo que es lo mismo, el mejor Bond del cine.

- Tengo entendido que le asesinaron en Hong Kong
- Así es, ésta es mi segunda vida
- Sólo se vive dos veces, señor Bond

El número dos de la organización criminal SPECTRA dirige una operación para robar dos bombas atómicas y pedir un rescate a la ONU. Las indagaciones del agente 007 le conducen a Nassau.

Tras el paréntesis de “Goldfinger”, Terence Young regresaba a las labores de dirección, y lo hacía con una entrega cara, aún más fantasiosa que las anteriores. Aprendida la fórmula, sólo cabía repetirla hasta el infinito, explotarla eternamente. Sin embargo, la película cae en algunos momentos ridículos que se podrían haber ahorrado, se alarga innecesariamente en algunas partes; a las escenas submarinas, por lo general, les falta fluidez. Domino podría haber sido una excelente chica Bond, pero su personaje está pobremente escrito. El villano principal decepciona. Como suele ocurrir con frecuencia, por ahí anda Félix, el colega de la CIA que aparece casi siempre y nunca aporta nada. Connery cumple; las interacciones del espía con Fiona son de lo mejor.

- Mi querida amiga, no te hagas ilusiones. Lo que hice esta noche lo hice por la reina y por mi país. No creerás que he obtenido ningún placer, ¿verdad?

A James Bond le encargan vigilar a un magnate del oro, el señor Goldfinger, un despiadado multimillonario.

Artefacto sofisticado, perfecta combinación de suspense, comedia y acción que sirvió de modelo para entregas posteriores, sentando las bases del producto. A una introducción electrizante, unos créditos estilizados, una canción pegadiza, les siguen casi dos horas de depurada diversión, llenas de planes maquiavélicos, amoríos esporádicos, persecuciones increíbles, frases ingeniosas, gozosos giros. Q entrega al agente secreto las llaves del famoso Aston Martin, equipado con infinidad de dispositivos, incluido el asiento eyectable. Entre 007 y Goldfinger se crea una insana rivalidad, sus brillantes mentes competirán por salirse con la suya. Connery compone al Bond más frío, desalmado y cínico de los que desfilaron por pantalla. No hay momento de respiro. Una película irreprochable; oro puro.

- ¿Espera que hable?
- No, señor Bond, ¡espero que muera!