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España España · Pamplona
Críticas de Asier Gil
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Críticas 85
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
24 de febrero de 2020
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Cuando uno se acerca a 'Una segunda madre', debería hablar de cine social, de lucha de clases, de un Brasil renovado cuyo pueblo lucha por superar la división de sus ciudadanos... Pero se estaría alejando de su principal virtud: una descripción pulcra y meticulosa, y que, pese a ser aséptica en su tratamiento formal -no hay juicios de ningún tipo-, revela el mayor de los amores de su directora por sus personajes. Sobre todo, por la protagonista, una criada incapaz de salirse de los renglones de una vida inferior ni siquiera para defender a su hija. Es tan fiel la definición de su carácter que preferirá derrumbar su realidad para, sin cambiar un ápice su visión de valores rancios, dar una segunda oportunidad a su pequeña, para que se haga mayor sin las trabas que ella no pudo superar en su momento. Para que sea ella la que no reniegue de sus principios y vuele tan alto como le reclamen sus sueños.
Durante 13 años, Val crió al retoño de una familia adinerada de São Paulo, un chico al que dio su amor mientras mandaba dinero a casa para que otra mujer hiciera de madre con su hija. Pese a formar parte de la unidad familiar, todos los miembros saben cuál es su papel y dónde están los límites entre el afecto y la servidumbre. Sin embargo, esas fronteras se borran cuando Jessica viaja a la ciudad para estar con su madre mientras se labra un futuro reservado para una clase social a la que no pertenece.
La película dirigida por Anna Muylaert alberga como un tesoro escondido su brutal capacidad para conectar con el público. No hay discursos ni grandes confrontaciones diseccionadas en brillantes diálogos. Sobran las frases para la posteridad cuando lo que se enfoca crece sin esfuerzo en los detalles simples y claros. Al mismo tiempo, se difumina cualquier asomo de condena explícita, aunque resulte obvia la crítica a un país -o región, porque la película apenas pisará Latinoamérica en su periplo comercial- que aún no se ha desprendido de una separación clasista tan evidente. Pero la cineasta brasileña se vale de encuadres fijos y un guion centrado en los personajes para construir un filme emotivo y atrayente. Ninguno de ellos alberga sombras: la criada es estricta en el cumplimiento de un código de conducta anquilosado; la señora se cree dueña del mundo; su marido se muestra apático y cansado de una existencia sin riesgo; el hijo no supera la candidez de la adolescencia tras enmadrarse con una mujer del servicio; y la que llega como invitada y lo dinamita todo es una joven provista de un orgullo sin parangón y una autoestima hipertrofiada con la que derribar cualquier muro. Sin evolución acelerada, todos desnudan su interior con asombrosa facilidad. Y aunque la intriga no desborde el metraje, la caracterización es tan realista que siembra el interés por llegar al final. Sin darse cuenta, a través de un ritmo sosegado y una puesta en escena sobria, el público habrá caído rendido.
Estará a los pies de Regina Casé, una actriz desconocida en nuestras pantallas pero muy famosa al otro lado del charco y que en este largometraje despliega una naturalidad implacable. Su Val sacude tan fuerte por tratarse de una persona que defiende aquello que padece con la resignación de saber que se trata de un marco de vida desprovisto de salidas. Y Casé triunfa al mostrar la altivez de una dignidad pisoteada. ¿Su premio? El regalo de Muylaert de no traicionar su esencia y conmover con un final que le eleva el espíritu.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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5
24 de febrero de 2020
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Enormes fortalezas y terribles debilidades. Y un cargamento excesivo de mensajes para desentrañar desde la mirada de un perro empleado para demostrar esa verdad categórica plasmada ya desde las tragedias griegas y que reza que la violencia acostumbra a engendrar violencia. 'White God' es una mezcla de géneros con la que arrojar luz sobre el maltrato animal, el comportamiento violento del ser humano, el racismo y el poder de la cultura para educar el frenesí instintivo. Como alegoría política, hunde su estocada muy adentro, mientras que su puesta en escena raya por momentos la excelencia. Pero el guion no sigue la misma velocidad y la indefinición argumental impide ver más allá y enfatizar el aplauso cuando la sala de cine se queda a oscuras.
La película despliega su trasfondo en una Hungría en la que se imponen tasas abusivas para los perros mestizos, lo que provoca un aluvión de abandonos y el colapso en las perreras. En ese marco, una niña de 13 años ve cómo su mascota es dejada a su suerte en una cuneta. Aunque tratará de encontrarla, su perro sentirá en sus propias carnes la depravación máxima del hombre. Entrenado para luchar contra sus semejantes y crear espectáculo en peleas a muerte, el animal acabará revelándose contra el ser humano al liderar un ejército de perros callejeros que pondrá en jaque a la ciudad.
Kornél Mundruczó volvió de nuevo a Cannes después de haberlo visitado con sus dos anteriores filmes, 'Semilla de maldad' y 'Delta'. En esta ocasión, venció en la sección 'Un Certain Regard', aunque su dirección continúa adoleciendo de los mismos males, como una pasión irritante por la cámara al hombro y un subrayado tajante del estilo, desoyendo las necesidades más obvias de la trama. Sin embargo, en su sexto largometraje confluyen varios aspectos que elevan la calidad del metraje. El más evidente, su impacto visual. Gracias a la música inquietante de rapsodia húngara, a una coreografía magistral de más de 250 canes y a unos encuadres y secuencias prodigiosas, los ojos del público quedarán aprisionados, en tanto que su empatía caerá golpeada ante las agresiones que sufre el animal protagonista. El otro puntal se fundamenta en su carga discursiva y social, al alertar de los peligros de la xenofobia en un país en el que grupos de ultras salen a la caza de gitanos y judíos. Con innumerables ecos a clásicos del cine como 'Espartaco' en lo referido a su argumento o 'Los pájaros' en cuanto a su atmósfera de miedo palpitante, la cinta incita a una reflexión sobre la amenaza de ese deseo de raza única que doblegue a las demás a base de violaciones físicas y morales. La niña será quien escoja la cultura como arma para combatir a los violentos.
A pesar de su brillante resultado formal y el fondo actual que aborda, el tratamiento inconexo entre las diferentes partes y el paupérrimo guion que se despliega lentamente a lo largo de 120 minutos constituyen dos losas de puro granito. De un drama se salta a escenas de aventuras infantiles -cómo dos perros se hacen amigos y recorren la ciudad, embargando al espectador en un aburrimiento extremo-; de ahí, al cruel maltrato y a la denuncia social; para finalmente degenerar en una muestra de terror surrealista en la que la jauría se transforma en un escuadrón sanguinario que asesina a quienes martirizaron a su líder. La escena de cierre recobra la razón y empuja la película por encima de un listón mínimo que nunca debería haber traspasado.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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5
24 de febrero de 2020
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Más dientes, más grandes, más rápidos, más aterradores... La resurrección de 'Parque Jurásico' trata de recobrar la senda del filme original y poner tierra de por medio de la injuria que supuso la tercera entrega. Tal y como hizo en su momento Steven Spielberg, los dinosaurios llegan a las pantallas para llenar la caja recaudadora. Pero a pesar de contar con su respaldo y rescatar su sello, Colin Trevorrow no posee la habilidad de su compatriota a la hora de dotar de alma sus proyectos sin menospreciar el fin monetario, aunque homenajee la cinta primigenia e intente calcar los dejes característicos del cine de Spielberg. Además, a los adolescentes no les impresionan aquellas imágenes que impactaron hace 22 años, por lo que ahora se hacen imprescindibles más dientes, más grandes, más rápidos...
La misma premisa rige el argumento de 'Jurassic World'. Más de dos décadas después del fallido mundo prehistórico ideado por John Hammond, la isla Nublar se convirtió en un parque temático que reclama nuevas atracciones para llamar la atención de un público cada vez más exigente. Los avances genéticos dan carta blanca a sus gestores para crear un nuevo dinosaurio mucho más letal e inteligente que sus congéneres, pero el espécimen acaba escapándose y sembrando el caos en la isla.
Como buen 'blockbuster', la importancia del guion del segundo largometraje de Trevorrow es inversamente proporcional al tamaño de los cubos de palomitas del público. Las productoras saben que no se pueden invertir más de 15 minutos en plantear la historia y que no merece la pena dilucidar si los personajes son tan arquetípicos y carentes de evolución que arruinen cualquier amago de profundizar en ellos. Tampoco les quita el sueño maltratar la historia con giros argumentales fuera de todo raciocinio. Lo único relevante es mantener la celeridad en el ritmo y desplegar una ingente cantidad de efectos digitales con los que evitar la distracción durante 120 minutos. Y el realizar norteamericano lo consigue con creces. Basa su película en continuas dosis de acción y persecuciones, intercaladas con un humor simple y próximo al ridículo que enfatiza el carácter familiar del filme.
El aficionado a la saga agradecerá los guiños al antiguo parque y se embelesará ante las luchas de dinosaurios y la apuesta por subrayar el carisma de la primera película. Sin embargo, y pese a convertirse en la mejor de las secuelas, se queda lejos de su calidad, al no traspasar la frontera del entretenimiento. La obra de Spielberg revolucionó el cine de aventuras y dejó en la memoria colectiva secuencias de un magnetismo arrebatador que, unido a la magistral partitura de John Williams, permanecerán ahí durante muchísimo tiempo. Y eso es algo que el género cinematográfico que se fundamenta exclusivamente en amenizar la vida de alguien durante dos horas reclama de forma sistemática.
Trevorrow acierta al filmar una acción ordenada y estimulante, sobre todo en el último tercio. Y adorna la emoción con dos críticas deslizadas en el metraje: el afán de la industria armamentística por hallar nuevas formas de canalizar la violencia -en este caso, a través de dinosaurios amaestrados- y la implacable hambre empresarial por aumentar los beneficios, aunque haya que jugar a ser Dios para lograrlo. Tal y como se demuestra en la película, a día de hoy eso solo se consigue con el mismo rugido. Pero más alto.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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7
24 de febrero de 2020
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En una ciudad en ruinas, una mujer cuya única identidad radica en un número tatuado en el antebrazo deambula como un fantasma en busca de su pasado. El rostro que le devuelve el espejo no es el suyo y la voz con la que antes se ganaba la vida junto a su marido pianista suena apagada. Él ya no está, y cuentan que la traicionó para salvarse de los nazis, condenándola a un infierno en un campo de concentración y tratando después de robar su herencia. Pero ella lo necesita. Necesita volver a sentirse amada para recuperar su sitio en el mundo y sus ganas de seguir adelante en una sociedad que no sabe pedir perdón en voz alta. Ese es el escenario que Christian Petzold recrea para acercarse de nuevo al pueblo alemán que tuvo que reinventarse tras el fin del nazismo: envuelto en culpa y sin espacios definidos para aquellos que regresaron de las tinieblas con tan solo un número tatuado en el antebrazo.
La última película del director alemán arranca en la frontera con Suiza. Una mujer con la cara destrozada por heridas de bala se dirige hacia un Berlín devastado en donde la espera un cirujano, un nuevo rostro y la esperanza de recuperar su vida. En su intento de hallar a su esposo, este no la reconoce e incluso la convence para que se haga pasar por su mujer, a la que cree muerta, y así hacerse con el dinero de toda su familia, que cayó víctima del Holocausto.
Con el mismo ritmo pausado y el afecto por la intriga que demostró en 'Bárbara' -su anterior filme-, Petzold debe saltar un inmenso socavón para que el espectador entre en su mundo de profundas estocadas emocionales. La irrealidad de que un marido no se dé cuenta de que está frente a su esposa puede dinamitar la trama, pero, si se acepta el atajo argumental, el resultado habrá merecido la pena. En un juego de silencios y miradas cargadas de mensaje, la historia fluye mientras se adentra en el interior de la protagonista, en cómo se va encontrando a sí misma a medida que su presente acepta todo el sufrimiento que hasta entonces había intentado obviar. En una analogía sutilmente exportada por el realizador, la cinta sirve para arrojar luz sobre un punto de vista abordado antes en el cine, pero no tan manido: el regreso al hogar cuando este es solo polvo y ruinas, y un sentimiento de culpa y reproche sacia el aire. La decisión de centrarse en muy pocos personajes confiere además al guion la capacidad para ahondar mucho más en la evolución de la mujer, que estalla en una secuencia final de una belleza cautivadora y que sintetiza a la perfección la amargura y el dolor contenidos hasta ese instante, junto con el brillo que anuncia el nuevo día ante un camino por recorrer.
Los resultados de contar otra vez delante de las cámaras con la pareja formada por Ronald Zehrfeld y Nina Hoss son incontestables, aunque la maestría desplegada por la actriz alemana sea la que en verdad da alas a la película. A través de una actuación serena y comedida, y con los ojos más grandes y más profundos que uno pueda imaginar, Hoss prescinde de diálogos para hacer aflorar lo que padece en su interior. Hasta que empieza a cantar, ya que entonces toda la farsa se desmorona, la ilusión comienza a construirse de nuevo y Petzold demuestra lo que realmente significa pasar página y renacer de las cenizas.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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4
24 de febrero de 2020
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La década de los ochenta acabó hace tiempo. Y las películas de aquella época desprenden ahora un regusto de emotividad, de agradable recuerdo de esas tardes en las que grupos de niños encontraban barcos piratas dentro de cuevas y todo estaba barnizado a conciencia con una capa de bondad y ternura. Pero ya no estamos en los ochenta. Y las tardes ya no las ocupan esas historias de aventuras con personajes que parecían inolvidables y que no deberían escapar del terreno de la memoria. Sin embargo, Disney pretende que las revivamos. Aunque pasó por alto dos obviedades: hace tiempo que crecimos, en tanto que los jóvenes de ahora no comulgarán tan fácilmente con ese halo de candidez y una trama que se deshila al alcanzar su punto álgido.
'Tomorrowland' es un oasis construido por las grandes mentes de la humanidad para desarrollar sus avances tecnológicos fuera de las redes de la política y a salvo de las guerras y las penurias que azotan al mundo. Pero es un espacio vallado, oculto para el resto del planeta y solo abierto a aquellos que sueñan que lo imposible se puede lograr con esfuerzo y buena voluntad. Los afortunados llamados a viajar a ese paraíso reciben insignias con las que cruzar a esa dimensión y explotar en ella su inventiva. Mientras tanto, la Tierra se desmorona y los hombres tienen los días contados. Pero una niña tratará de revertir ese futuro apocalíptico y sembrar la semilla de la esperanza.
El director Brad Bird, artífice de éxitos como 'Los increíbles' o 'Ratatouille', demuestra su capacidad para crear escenarios evocadores de gran impacto visual y filmar secuencias majestuosas, como la acontecida en la Torre Eiffel, que traten de dejar boquiabierto al público. No obstante, esa brillante apuesta visual se viene abajo cuando no la sustenta una narrativa sólida. En el caso que nos ocupa, el cineasta estadounidense presenta un prólogo alargado y lleno de interrogantes, gracias a los que el desarrollo sobrevive hasta mediado el metraje. Pero una vez despejadas las incógnitas, el interés decae ante persecuciones vacías, personajes sin alma y con motivaciones ingenuas, y un intercambio de protagonistas que hiere el devenir del argumento. Por si fuera poco, Bird no indaga en el interior de la ciudad futurista, sino que solo traza ligeros esbozos, dejando de lado el enorme potencial -tanto artístico como argumental- de esa parte de la historia. El resultado escuece por los saltos temporales y entelequia científica en los que se perderán los más pequeños, y por ese ánimo de sermonear e inundar la mente con multitud de mensajes optimistas que repelerá al espectador adulto.
En el filme de aventuras y acción en el que acaba convirtiéndose 'Tomorrowland', George Clooney encabeza el reparto pese a que su papel de amargado ex niño prodigio sature y haga muy complicado sacar algo de provecho de una comicidad tan paupérrima. Peor papeleta le tocó a Britt Robertson, que encarna a una joven predestinada a salvar al mundo, pero cuya única intervención se resuelve en un segundo de lucidez. Su protagonismo en más de la mitad de la película es enteramente recortable, y esos minutos podrían haber sido aprovechados para profundizar en los anhelos de los demás personajes -sobre todo, del interpretado por Hugh Laurie- y deleitar con ese futuro esperanzador al que quién sabe si llegaremos.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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