No se puede negar que posee cierto encanto, que la sugestión que ejerce la cámara moviéndose al ritmo del tren ofrece imágenes preciosas, también es cierto que el blanco y negro le confiere una fuerza especial y que algunos encuadres adquieren una estética de valor destacado por su originalidad no exenta de tensión dramática.

Pero el conjunto termina resultando algo insuficiente, tiende a convertirse en reiterativo a pesar de toda la simbología que siempre se asocia al viaje en general, al viaje en ferrocarril en particular y al final del túnel como arquetipo de planteamientos más serios.

Cuando el espectador no se cree la película le resulta difícil penetrar en su trama y disfrutar durante un rato con ella.
Además su estética la hemos visto en multitud de ocasiones anteriormente así que por ese lado tampoco alcanza nivel destacado.

El corto es sencillo, correcto y carece de alardes. También resulta poco gracioso, algo vulgar y da la impresión de no conseguir el objetivo al que aspira.

Sin muchas pretensiones.

Hay producciones que con naturalidad están adornadas por todas esas virtudes de las que la mayoría carece y que en vano tratan de encontrar.
Después de haber visto cientos de cortos de esta pantera singular, uno no puede dejar de seguir admirándose.

Una y otra vez nos maravilla su sencillez, su espontaneidad, su humor desenfadado, su frescura, su seductora ingenuidad.

Es como si a alguien le estuviera permitido lo que a los demás se les niega.

Punto y aparte.

Es muy loable proponer y ensalzar los valores de la solidaridad, de la cooperación, de la justicia, etc. pero hay que reconocer que, por el mero hecho de apuntar hacia ellos, la obra artística no se ve inmediatamente galardonada con los laureles del mérito.
Ni al contrario, claro.

Incluso admitiendo que la estética de este corto resulta sugerente, lo cierto es que apenas transcurren las primeras secuencias, el espectador ya ha comprendido el mensaje. El resto de lo que sucede hasta que la obra concluye apenas aporta detalles de interés.

Sí, todos estamos de acuerdo en que es mejor la colaboración que el egoísmo, pero en este caso el fiel de la balanza artística casi no se ha movido.

El mundo de las catedrales ofrece unas posibilidades artísticas tan extraordinarias que este corto, aunque resulta interesante, no evita que echemos de menos una presencia más vívida del genio creador.

Correcta la idea que da sentido a la obra, sugerente el dibujo desde que aparecen las primeras portadas góticas, adecuados el ritmo, la atmósfera y el marco general.
Y, además, la banda sonora sabe proporcionar un colorido de inquietud sobrenatural que sitúa al conjunto en el contexo adecuado de magia.