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España España · Ávila
Críticas de Ludovico
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Críticas 75
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
2
7 de diciembre de 2007
20 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película pretenciosa y banal, donde todo suena a falso: desde la interpretación desmedida de los protagonistas, cada uno de los cuales parece empeñado en demostrar al espectador que es mucho mejor actor que sus colegas —como si actuar mejor fuera actuar «más»—, con un resultado que cae en lo grotesco, hasta una trama estúpida que cuantos más aires de solemnidad asume más altas cotas de ridículo alcanza. Grandilocuente y estúpida. Robert Redford parece estar diciéndonos continuamente: «Fijáos que película más interesante soy capaz de hacer».
¡Hay que ver qué autocríticos y qué sinceros son los yanquis progres!
De vergüenza ajena.
Ludovico
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2
24 de noviembre de 2007
36 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay quienes confunden la sencillez con la simpleza. Por ejemplo, Jean Becker. Su jardinero es un modelo perfecto de confusión entre lo que, en realidad, se sitúa en puntos antagónicos. Una cosa es el desapego del sabio, de quien ha llegado a la ataraxia que proporciona el conocimiento del mundo y sus pompas como pura vanidad, y otra muy distinta es el conformismo simplista de aquel a quien todo da lo mismo porque es incapaz de comprender nada. Los dos se encuentran en posiciones simétricas, pero antagónicas. Ambos están, de algún modo, al margen de la vida, pero el primero lo está porque la ha transcendido, mientras que el segundo lo está por no haber llegado a ella todavía. Uno puede repetir indefinidamente un viaje a Niza porque, esté donde esté, se sabe y se siente en el centro mismo del mundo (simbólicamente hablando); el otro repite el mismo viaje porque, puestos a aburrirse en todas partes, mejor la que dé menos problemas.
Otro ejemplo elocuente y patético de esa confusión entre los opuestos es la «reflexión» que ahí encontramos sobre el arte: personalmente creo que podría compartir —al menos en cierta medida— la crítica al arte contemporáneo y a los críticos de arte que se esboza en la película (de forma harto grotesca, por lo demás). Ahora bien, que todo eso sirva para acabar ensalzando unas «obras de arte» que podrían ser ilustraciones para el calendario de una cooperativa local hortofrutícola vuelve a ser otra manifestación flagrante de la miopía intelectual del director.
Becker tiene una ventaja, y es que, como ideas, lo que se dice ideas, tiene pocas, su caos mental —por simple escasez de materia prima— no se le nota demasiado; no obstante, no le vendría mal, yo creo, que las pocas que tiene las reordenara un poco.
Lo que algunos directores franceses no parecen comprender es que una cosa es el minimalismo y otra el raquitismo intelectual y la banalidad rutinaria. Por lo demás, en cuanto al lenguaje cinematográfico, la película es paupérrima: mera ilustración plano-contraplano (lo de menos son las escandalosas faltas de raccord) de un guión tan repleto de palabras como vacío de ideas.
En resumen: estéticamente cutre, técnicamente torpe, mentalmente anémica e ideológicamente caótica: ésa es la sensación que me ha dejado esta bienintencionada y amable película. Y es que, para hacer cine, hacen falta algo más que buenas intenciones.
Ludovico
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9
21 de noviembre de 2007
25 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lástima que esta película, que tuvo buenas críticas en su aparición, esté hoy tan injustamente olvidada. Se comprende: no vivimos precisamente tiempos de romanticismo, y «Elvira Madigan» es, probablemente, la película más radicalmente romántica que se haya filmado nunca, lo que la sitúa en las antípodas mismas del espíritu de nuestra época; tan ajena a este mundo como puedan serlo Novalis, Hölderlin o Friedrich.
¿Cuándo, por última vez, una pareja se suicidó por amor? (no desvelo nada: el desenlace de la historia se nos cuenta, con acertado criterio, en la primera escena de la película). Ahora las gentes se suicidan más bien por asco y aburrimiento, por defecto y no por exceso. Antes —es decir, en tiempos menos bárbaros—, cuando dos amantes veían su amor impedido por unas estructuras sociales asfixiantes, podían todavía «echarse al monte», como Sixten y Hedvig, nuestros dos protagonistas. Ahora, por el contrario, lo sensato es regular la situación, tramitar divorcios en el juzgado correspondiente, buscar en el periódico una hipoteca asequible y acomodarse al necesario calendario de la mezquindad programada...
Afirmación exaltante y exultante de la individualidad (de la individualidad a dos) frente a la devastadora socialización que ya se anunciaba en la época, cántico a una concepción del amor que no sabe de riesgos calculados ni compromisos consoladores, Elvira Madigan es una obra radical en múltiples sentidos: radical en su propuesta ética y estética, radical en su paradójica exaltación de una vida superior, radical en su intransigencia con la mediocridad... y, desde luego, una de las más bellas películas, en mi opinión, que se hayan filmado nunca.
Se le ha criticado su esteticismo, esos paisajes «irreales» que —se ha dicho— parecen propios de un anuncio de carretes fotográficos. Pero, ¿por qué no podría plasmarse en una película la naturaleza en todo su deslumbrante esplendor? Si es preciso llenar un paraje de basuras y aguas cloacales para que pueda resultarnos real, habría que empezar a preguntarse por el verdadero sentido de nuestra «realidad». Me admira la estética triste y gris de Bela Tárr, por ejemplo, pero eso no me impide maravillarme ante la estética luminosa y policroma de Widerberg en esta película hermosa y fascinante.
Cuanto tanto genio de la provocación anda suelto por ahí, pretendiendo sorprendernos con originalidades que, dicho sea de paso, ya no generan, por lo repetido, sino indiferencia y tedio, Widerberg nos anonada con la belleza y el amor: la única provocación posible en un escenario de fealdad y agresión normalizadas.
Ludovico
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10
20 de noviembre de 2007
218 de 239 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mi opinión, una de las grandes películas de la historia del cine, en la que, tal vez sin que Bergman se lo propusiera muy conscientemente, cristalizan de forma sistemática y coherentemente homogénea una serie de temas que andaban pululando por su cabeza —la relación con el otro, la posible o imposible transcendencia, el tiempo, la muerte, los sueños, el mundo imaginal... y, especialmente, la memoria—, y que aquí se conjugan armónicamente en el tema dominante del film: la reintegración existencial del ser humano.
Los dos sueños y, sobre todo, la dos rememoriaciones dan la clave de la película: la recuperación progresiva de la identidad real más allá del ego «social», del «personaje» que a cada cual le ha tocado en suerte representar. Y si el primer sueño es el desencadenante de la revisión integral de la vida del protagonista (Victor Sjöström), que se resiste a dejarse arrastrar al ataúd en que yace su yo socializado, el segundo sueño y, sobre todo, las dos rememoraciones, nos proporcionan los elementos claves de la reintegración de una vida que, en contra de lo que pretenden hacernos creer los prejuicios modernos, no se vive en el presente ni —aún menos— tiene su razón de ser en el futuro. Justamente al contrario, somos, esencialmente pasado. «El pasado no ha muerto; en realidad, ni siquiera está pasado», decía Faulkner con una de las frases más lúcidas que se han pronunciado en el último siglo y que Bergman despliega y recrea con maestría sapiencial. Somos esencialmente pasado, nuestra realidad no es el instante presente, sino toda nuestra vida, que se hace íntegramente presencia en el instante atemporal del conocimiento. La vida es una, en su unidad, en su totalidad, sin partes que hayan quedado atrás; y su reintegración, a lo largo del viaje iniciático que el protagonista recorre en su interior (viaje interior o verdadero, simbolizado por el viaje «exterior» en automóvil) hacia la posible culminación en el retorno al origen, en la recuperación de la existencia dispersa como unidad esencial, en la asunción de la identidad real. Viaje que puede llevar de la oscuridad a la luz (obsérvense detenidamente la relación entre el plano inicial de la película, tras el prólogo que antecede a los carteles de crédito, con el protagonista en la cama, y el plano final).
Película cargada de sentidos y de claves, probablemente mucho más hondos, incluso, de lo que el propio Bergman llegó a suponer y, por supuesto, de lo que estas breves líneas pueden siquiera sugerir: una excepcional obra maestra.
Ludovico
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2
19 de noviembre de 2007
72 de 134 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las películas de Rohmer deberían venderlas en los herbolarios, junto con las galletas integrales y los libros de Bucay: son progres, blandas, bienpensantes, amables, banales, educadamente sensuales, superficialmente cultas, llevaderamente filosóficas y tramposamente pseudopascalianas, y, por encima de todo, espontáneas y naturales... ¡faltaría más! Híbrido de Nueva Era y socialdemocracia postmoderna, paradigma perfecto de la subcultura light llevada al cine. Y aquí, El rayo verde como ejemplo modélico; con el dudoso mérito de haber construido el personaje femenino más estúpido que se ha visto en la pantalla en las últimas décadas.
Me pone de los nervios, ¿se nota?
Ludovico
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