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Primavera tardía

Drama Noriko vive con su padre viudo y cuida de él, pero ya va siendo muy mayor para permanecer soltera. Su padre desearía casarla, aunque ello represente su definitiva soledad. Lo malo es que el candidato a matrimonio se casa con la mejor amiga de Noriko. Su tía Masa le presenta a un joven a su pesar. (FILMAFFINITY)
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Críticas 32
Críticas ordenadas por utilidad
15 de junio de 2014
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Noriko es una joven que cuida de su padre viudo. Ambos se quieren mucho, pero pronto ha llegado el momento en el que Noriko ha de casarse. Sin embargo, ella no quiere porque cree que su padre no podría vivir sin sus cuidados y su amor, por supuesto. Tal es la necesidad de casarse que todo el mundo (sus amigas, su padre, su tía) le anima y aconseja a que contraiga nupcias.

Esta es la trama de esta película japonesa, la cual se sitúa en plena posguerra. Puede observarse que es una historia sencilla, sin muchas dificultades que puedan encontrase. Se trata de una profunda visión costumbrista del Japón de la posguerra, de sus tradiciones y del amor paternal. Destaca el cuidado a la hora de tratar las imágenes, es decir, esas pausas de varios segundos que a veces llegan a hacerse casi eternas, queriendo mostrar la expresión no oral de los personajes (recurso que se utiliza en muchas ocasiones) y que sólo con ello nos permite conocer y comprender lo que piensan.

Costumbrista, profunda y reflexiva, "Primavera tardía" muestra de primera mano algunos aspectos de la sociedad del país del Sol naciente como el matrimonio y el respeto paterno.
Salvador Otamendi Fudio
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17 de mayo de 2022
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pieza excelsa -otra más- dentro de la filmografía de uno de los poetas más grandes de todos los tiempos. Obra más antigua conocida de Ozu, por desgracia, soslayando la sociedad mínimamente cultivada sus etapas previas, absolutamente imprescindibles.

La pericia poética, el sentido estético del gusto, su estudio profundo de la mundanidad profunda y profundizada hasta un extremo que conecta necesariamente con la sencillez luminosa y densa se hallan en esta pieza imprescindible, heredera y consecuencia directa de sus obras de arte previas (víd. la incomensurable 'Había un padre' o 'El hijo único').

La conciencia histórica más desaforada del mundo previo al capitalismo industrial preservando el actualismo histórico el cual entronca dialécticamente con las diatribas generadas por esta profunda disputa es objetivada formal y sustancialmente por el maestro nipón. La pericia dramática en su decurso extenso es asombrosa, teniendo en cuenta sus intensiones frutcíferas de consolidarse dentro de la policromía estructural del filme, ergo, en su pretensión de conformar un todo complejo e insondable.

La distancia insalvable ontológica y metafísica en lo que se refiere a las estructuras y relaciones de parentesco estilizadas con la mayor delicadeza en el filme se debe a la enajenación provocada por el capitalismo industrial posmoderno, heredero oligofrénico de las sociedades modernas degeneradas. El arte de Ozu es comprensible en su totalidad ontológica -que no metafísica- por medio y gracias a una maduración intelectyal y cultural profunda, opuesta a la entropía lúdico-libidinal hodierna. Su Gracia en sentido metafísico-mundana es incólume: rescoldos sólido de una conciencia olvidad, pataleta informe y heteromorfológica de una agonía ante la frustración del paraíso mundano como resolución inequívoca de la conciencia metafísico-teológica.

Su belleza es incomparable, acaso algo lastrada por el abuso de una música extradiegética que banaliza su densidad mundana sobria y elocuente. Soslayando el irrelevante añadido de esta nos hallamos ante una concetenación maestra que nunca necesitó de refuerzos sinfónicos, en su fructífero intento de sublimar la mundanidad como condición metafísica matricial.

Arte puro y sereno, llanura irredenta e incólume ante el azote de la Historia pirolizada, reservado como testigo de la Metafísica devuelta en dogma resuelto filosóficamente empero quebrado por su devoción intencional habida en el abismo de la incertidumbre.


10
Último Materialista
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14 de septiembre de 2009
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una film costumbrista muy pero que muy bien elaborado. Son de esos filmes que respiran pasión por contar una historia, introducir y narrar unos personajes con gracia. Quizás está un poquito alargado sabiendo de antemano como va acabar toda la historia. Pero es el proceso y el mimo con que Ozu cuenta la historia lo que te enamora del film. La relación del padre y la hija logra encandilarte desde el primer momento. El título del film es muy acertado.
nuevacarne
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8 de noviembre de 2020
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
304/14(10/09/20) Aclamado drama japonés, que a mí me ha sido contradictorio, pues ha habido fases en que me ha rozado el tedio, ello por el peculiar tempo narrativo del cineasta Yasujirō Ozu, y en otras me ha encantado. Guionizada por Ozu y Kogo Noda, basada en la novela corta Father and Daughter (Chichi to musume) del novelista y crítico del siglo XX Kazuo Hirotsu, escrita y filmada durante la ocupación de Japón por las potencias aliadas y sujeta a requisitos oficiales de censura de la ocupación. Está protagonizada por Chishū Ryū, que apareció en casi todas las películas del director, y Setsuko Hara, marcando su primera de seis apariciones en el trabajo de Ozu. Primera entrega de la llamada "trilogía Noriko" de Ozu —las otras son Early Summer (Bakushu, 1951) y Tokyo Story (Tokyo Monogatari, 1953) —en cada una de las cuales Hara interpreta a una joven llamada Noriko, aunque las tres norikos son personajes distintos y no relacionados, vinculados principalmente por su condición de mujeres solteras en el Japón de posguerra. Pertenece al tipo de película japonesa conocida como ‘shomingeki’, género que trata sobre la vida cotidiana de la clase trabajadora y la gente de clase media de los tiempos modernos, estas películas se caracterizan, entre otros rasgos, por un enfoque exclusivo en historias sobre familias durante la era inmediata de la posguerra de Japón, tendencia hacia tramas muy simples y el uso de una cámara generalmente estática.

Film que muestra el ‘ciclo de la vida’ donde los hijos deben dejar el ‘nido’ volar a hacer su propia vida, impregnada la cinta de los símbolos de la tradición japonesa: la ceremonia del té que abre la película, los templos de Kamakura, la actuación de Noh que presencian Noriko y Shukichi, y el paisaje y jardines zen de Kioto, también el costumbrismo de quitarse los zapatos en el pórtico de la entrada a las viviendas, la costumbre de tomar sake, o los saludos inclinando el cuerpo en señal de respeto.

En este caso muestra la grieta generacional donde las nuevas generaciones creen en su propia individualidad de tener sus propias ideas lejos de los tradicionalismos impuestos, donde la tradición marca que hay que casarse la joven protagonista lo rehúye pues dice que como está (conviviendo con su viudo padre) no puede ser más feliz (ante las presiones de su padre ella: «Me niego a creer que el matrimonio pueda hacerme más feliz de lo que soy», como le comenta la hija del profesor Onodera sobre el matrimonio es "el cementerio de la vida", palabras que parece asumir Noriko), quizás como reflejo de los nuevos vientos impuestos desde el occidentalismo de las potencias ocupantes (las menciones a WWII son mínimas: un sutil anuncio de Coca-Cola y carteles en inglés que sugieren la presencia americana en las calles y una breve mención a las lesiones que sufrió Noriko durante trabajos forzados en la guerra), esto entra en colisión con el padre que se ve como un lastre para la realización de su hija, dejando en su devenir un poso de nostalgia, en como al final del camino el ser humano se encuentra solo.

La puesta en escena resulta clásica del director, todo muy minimalista, con la cámara del cinematógrafo Yûharu Atsuta (“Cuentos de Tokio” o “El sabor del sake”), siempre a baja altura, como queriendo estar al nivel de los que se sientan en loto frente al chabudai (mesa de patas cortas que se utiliza en los hogares japoneses tradicionales), con tomas largas estáticas donde los personajes charlan, entran y salen de foco (como cuando Noriko visita a su amiga Aya [Yumeji Tsukioka] en su occidental vivienda, la cámara se mantiene fija en una habitación vacía mientras suena el reloj) , ello adornado por tomas ‘pillow shots’ editadas por Yoshiyasu Hamamura (“Cuentos de Tokio” o “Rio Negro”), donde la música orquestal rellena grandes espacios donde no hay diálogos, ósea interludios varios. Este modo de rodar peculiar termina en algunas fases por amodorrarme, yo aguanto el cine lento, pero no en el que apenas pasen cosas, donde las redundancias se estiren hasta el tedio, igual para un espectador nipón está bien, pero para mí desde mi visión occidental y de más de 70 años de su estreno me resulta excesiva, una historia interesante como epítome de una sociedad desorientada, pero esto que sobre el papel resulta estimulante, sobre el celuloide me ha sido a ratos sugestivo y a ratos cansino. Aunque rezumando una melancolía crepuscular que con su escena final te cala.

Se inicia en la estación de tren Kita-Kamakura (metáfora visual freudiana del paso del tiempo), comenzando una serie pillow shots (planos de paisajes urbanos o naturalezas muertas que ejercen de separadores entre escenas, como las olas de mar rompiendo contra las rocas,...), señalando el tono sereno (por momentos se ve crecer la hierba, textualmente) de la cinta. Ello para después adentrarnos en una historia pausada sobre los sacrificios en pos de mantener vivo el ciclo de la vida (ósea, la tradición), aunque con ello todos salgan perdiendo.

Film que puedo dividir en tres tramos catárquicos. Uno es la relación de Noriko con Shôichi Hattori (Jun Usami), joven ayudante del padre. Los vemos paseando en bici cerca de la playa, charlan con intimidad frente al mar, ella habla de los celos que posee (elemento crucial en porque no deja a su padre), los vemos con miradas cómplices, parece que el romance fluye entre ellos. Entonces hay una elipsis y están solos el padre de Noriko, Shukichi Somiya (Chishu Ryu) y ella, él pregunta si está interesado sentimentalmente en Hattori, ella con esa sonrisa (falsa) le responde que Hattori va a casarse, esto es jugar con el espectador con inteligencia, pues esto se nos ha ocultado. Más tarde Hattori invita a Noriko a un concierto, esta declina para evitar conflictos (maledicencias si los ven). Tras esto vemos a Hattori solo en el concierto con el asiento de Noriko vacío, la mirada de él desprende amor. Es la sutil historia de un amor frustrado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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29 de junio de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En esta película, Yasujiro Ozu, nos da una muestra más de su talento. Nos narra, sin ningún sobresalto, sin que nada parezca forzado, con una naturalidad absoluta; el pasaje vital que ocurre en una familia el cual cambiará el devenir de ésta.

La familia protagonista de esta película es pequeña, tan solo está formada por un padre, viudo, y una hija, a punto de alcanzar la madurez, pero aún soltera. De forma secundaria también alcanza importancia en la historia que se expone el personaje de la tía de Noriko, hermana de su padre.

Secuencias de un Japón de pocos años posteriores a la Guerra, de una sociedad que parece ir alcanzando de nuevo su cotidianidad, en el que todo parece suceder de nuevo con calma. En ese cálido y afectuoso ambiente, de manera delicada, transcurre la vida de ese padre y esa hija que tenemos el gozo de admirar gracias al arte de Ozu. Vida a ritmo lento y plena, como el teatro Noh, de cuya representación tenemos muestra en una secuencia de gran significado para nuestra protagonista, para su incertidumbre y el dolor que ésta provoca en su interior.

De la manera que he ido exponiendo asistimos a la preocupación de ese padre, magníficamente interpretado por Chishu Ryu, porque ve que pasa el tiempo sin que su hija se case. Por otra parte Noriko, papel que interpreta Setsuko Hara (tanto Ryu como Hara repretirán cuatro años después, a las órdenes de Ozu, en su inigualable 'Cuentos de Tokio') la hija, manifiesta su intención de no abandonar jamás el cuidado de su padre. Solo la mentira del padre a su hija sobre su propio proyecto de futuro harán pensar a ésta sobre la determinación a tomar.

Triste historia dentro de la ley de vida, en el Japón de ésa época, y quizá de todas las culturas y todas las épocas; si bien, hoy en día, al menos en Occidente, es difícil imaginar a una joven ante tal dilema como el que se plantea Noriko. Pero historia resuelta con una armonía y belleza igual a la de la espiritualidad representada en sus templos budistas y sintoístas, en la simbolización del cosmos en sus jardines en el ideario del Japón milenario.
Juan Ignacio
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